La resistencia y el ser humano del capitalismo

30/05/2011
  • Español
  • English
  • Français
  • Deutsch
  • Português
  • Opinión
-A +A
El sistema político y económico que llamamos capitalismo desde su nacimiento ha tenido distintas características. Al inicio tomó aspectos revolucionarios por su oposición al feudalismo y haber representado a los grupos sociales más avanzados entre el siglo XIV y casi todo el XVIII. Luego mostró su real esencia explotadora al convertir el trabajo humano en una mercancía más y generar formas políticas represivas y expansionistas, acompañadas de un gran desarrollo tecnológico, científico y económico. Una de las expresiones de esa esencia fueron las guerras mundiales de los primeros cincuenta años del siglo XX, repartiéndose mercados y territorios, todo ello inseparable del genocidio nazi contra millones de personas consideradas inferiores, entre ellos gitanos, homosexuales, judíos y los sospechosos de ser comunistas, y la ejecución masiva a finales de 1945 de casi 250,000 civiles japoneses con el lanzamiento de dos bombas atómicas de parte de los Estados Unidos, convirtiéndose en el único país en el mundo que ha utilizado armas de destrucción masiva en contra de objetivos no militares.
 
Desde inicios del siglo XX, a raíz de la guerra contra el decadente sistema colonial de España por el dominio de Filipinas, Puerto Rico y Cuba, hasta la fecha la potencia norteamericana se ha convertido en un belicoso imperio militar que interviene en conflictos locales en todos los continentes; inventa enemigos y fabrica amigos coyunturales como Anastasio Somoza y Osama Bin Laden, patrocina gobiernos a conveniencia, desestabiliza países que considera Estados fallidos o terroristas, se atribuye el derecho de certificar quién es su aliado y a quién se debe castigar por cuestionar su orden, exige que otros Estados sean controlados y sancionados de acuerdo al derecho internacional pero no acepta como válido ningún tratado contra crímenes de guerra cometidos por sus soldados ni por la agresión a la naturaleza de parte de su sistema industrial.
 
 Por cuenta propia bombardea otros países conforme a una especial y criminal doctrina de guerra preventiva, ha impuesto también una guerra económica desde 1962 a la valiente Cuba socialista sin que le importe las votaciones anuales contra ese bloqueo en la Asamblea General de la ONU, poniendo en claro la inutilidad de esos organismos internacionales frente a la arrogancia y capricho de un imperio. En su atropello de otras naciones se ha propuesto estandarizar el pensamiento, el consumo y la cultura para quebrantar cualquier intento liberador de la persona humana.
 
De manera muy breve, más o menos así ha sido la trayectoria del capitalismo y, particularmente de los Estados Unidos, según ellos llamados a salvar la democracia mundial y a sus instituciones gracias a un mandato divino y, sobre todo, con el respaldo de su abrumador poderío militar. En esta circunstancia se ha desarrollado una imagen de la persona, del individuo humano, que se ha ido llenando de distintos contenidos en cada momento de su existencia dentro del capitalismo.
 
Las diferentes etapas en la evolución del sistema vigente enseñan que al menos hay cuatro aspectos generales que persisten a pesar de las alteraciones del capitalismo. El primero de ellos es la existencia de personas formalmente libres de acuerdo a un sistema político y jurídico que así lo dice. Otro elemento es que esas personas venden su fuerza de trabajo a los dueños del capital estableciendo ciertos convenios en donde se establecen tiempos y salarios. El tercer aspecto consiste en una sociedad que aparece como un gigantesco mercado de productos para la venta y compra, en donde se van estableciendo precios y otras regulaciones para el intercambio de las mercancías y, en cuarto lugar, la creencia de que cada persona está impulsada hacia la obtención de unos beneficios que hace posible que todos cooperen para lograr un supuesto bien común o la mayor ganancia posible. Esos cuatro aspectos sintetizan también la esencia del liberalismo económico que pretendió desarrollar una riqueza social y una propiedad como posibilidades para todos los individuos que forman parte del sistema.
 
Esa creencia en la persona como centro de atención del sistema y hacia quien se orientan los beneficios sociales va adquiriendo un sentido puramente formal, cosmético, para dar paso a lo efectivamente existente, a lo propio del capitalismo y que con el tiempo ya no podría seguir oculto, la explotación del trabajo humano y la propiedad de los medios de producción en manos de unos cuantos capitalistas, a esto se le agrega la competencia a nivel global entre los empresarios y la concentración de la industria y de las finanzas en grandes consorcios, que profundizan la explotación de las personas, desestabilizan países y tratan de edificar un mundo a su semejanza.
 
 Esas empresas y los inversionistas que forman parte de la estructura de dominio del capital sólo se interesan por lograr la mayor ganancia posible y mostrar su éxito como algo que debe imitarse, sin importar qué tipo de normativas exista y que están disponibles para ser violentadas si se oponen en la competencia por el éxito. Así, para ellos, va surgiendo un nuevo valor moral, la finalidad por excelencia que es la obtención de más y más ganancias. Tal finalidad está alejada de todo tipo de beneficio social, se trata del provecho de los capitalistas y de la reproducción de los negocios a costa de degradar el trabajo humano; a costa de hacer de las personas simples medios para acrecentar y perpetuar la riqueza material de unos pocos. La persona como algo marginal y sin importancia alguna se manifiesta en los conflictos militares. En opinión de la ONU el costo humano de la guerra contra el pueblo de Irak asciende a 5 millones de niños huérfanos y a 2 millones de viudas, 1.5 millones de muertos e incontables mutilados, y esto que en los libros sobre historia universal a esa región se le llama la tierra de los profetas y la cuna de las religiones, pero se le respeta no por su aporte a la cultura occidental sino por el petróleo que hay en el subsuelo.
 
La explotación de las personas en ese mecanismo económico es el fundamento de las normas y principios morales que regulan las relaciones que todos establecemos, es el sustento material del sistema de valores desarrollado por el liberalismo económico y político, es decir, por el capitalismo, que coloca en la cima de la jerarquía de valores al capital y no a la persona humana y su capacidad productiva, en esa jerarquía son más importantes los objetos comerciales y su posesión que la solidaridad, la cordialidad y el afecto entre las personas. Aquí, entonces, no sólo entran en choque las clases sociales, no sólo antagonizan el capital acumulado y el trabajo humano, sino que también se enfrentan diferentes sistemas de valores: el que convierte todas las cosas en mercancías y el que pone a la vida humana y a su fuerza creativa en la cúspide de la jerarquía de valores. Para los que luchan por dignificar la vida humana interesa poner en práctica asuntos como la justicia, la solidaridad, el afecto, el respeto por lo diverso y por la naturaleza; mientras que los que apuestan por desarrollar el comercio desigual y la explotación del trabajo humano ponen su atención en definir sistemas de control de personas, códigos y convenios de trabajo, normas de calidad total, reglas que indiquen procedimientos correctos, precisar normativas legales sin importar si son justas pero que ayuden a que todo vaya según lo establecido.
 
En todo esa red de relaciones que se establecen en el capitalismo hay dos símbolos poderosos que dan imagen y ayudan a crear más valores sociales, morales y culturales, como ser la simulación, aparentar ser algo, proyectar una imagen pública a partir de esos símbolos que no son producto de las ideas sino que tienen un componente material: es el consumo y su inseparable siamés, el dinero. La propaganda comercial hace creer que no hay ningún obstáculo para participar en el consumo: se construyen centros comerciales con grandes puertas abiertas para casi todos, espacios públicos con pocas vallas, con techos altísimos y vitrinas para admirar productos, con un clima interior muy parecido al de las iglesias y los museos en donde se entra en silencio y con mucha solemnidad; esos lugares están situados muy cerca de las rutas del transporte público, son territorios urbanos techados en donde se puede entrar con la familia, y venerar los estantes pero no todos lo logran ya que hay requisitos mínimos como verse bien y poseer dinero propio o al crédito.
 
 Aquí puede comprarse ropa norteamericana hecha en Pakistán, computadoras de California ensambladas en Singapur, relojes suizos fabricados en Corea, se venden antigüedades recién envejecidas, se puede comer pizzas italianas con ingredientes hondureños. “Todo” puede comprarse y mostrarse bajo un solo techo y con la misma moneda de Washington. De ese modo también se van creando ilusiones sobre la igualdad y se ocultan las diferencias de tal modo que se uniforma la imagen propia y el mercado. Es aquí, entonces, en donde el sistema capitalista con sus instrumentos ideológicos, propagandísticos y, especialmente, con la educación, ha querido formar personas sin ningún sentido crítico, que no cuestionen mucho, ansiosos por consumir o dispuestos a agachar la cabeza, domesticados y domesticables, dispuestos a acatar los mandatos de la autoridad política, militar o religiosa.
 
 Y si acaso aparecen los que preguntan mucho, los diferentes, los que luchan por condiciones de vida más humanas, pues, el sistema cuenta con una de sus herramientas preferidas, con la fuerza bruta de las armas para aplastar al que resiste o liquidarlo antes que nazca. Se trata de adaptarse y se logra cuando todo se transforma en cosas, a las personas, los bosques, un pantalón, una joya, una comida, el televisor, todo puede ser reducido a unidades mercantiles de un libro contable que refleja el debe y haber de una empresa.
 
Todo ese afán por ocultar la realidad tras los velos de la apariencia lo podemos ver cuando los golpistas del patio y la oligarquía parasitaria desean superar los conflictos con llamados a la “reconciliación de la gran familia hondureña”, afirmando de ese modo que aquí ya no hay diferencias sociales y dejando en el pasado asesinatos y violaciones a los derechos humanos. O cuando salen personajes al estilo de los que dirigen Opus Dei y Provida como Martha Lorena Alvarado y Federico Álvarez, servidores de Micheletti que se presentan como fanáticos defensores del derecho a la vida del nonato, y esa feroz defensa de la existencia humana se transforma en palabra vacía cuando nos damos cuenta que existen miles de hondureños que comen a veces y que no tienen posibilidad de superar la miseria en que viven, que ni mencionan en sus oraciones y que, además, llevaron a cabo un frontal y decidido respaldo al golpe de estado del 28 junio y se ubicaron sin vergüenza alguna a favor del atropello, del asesinato y las golpizas contra los que marchaban y se identificaban con la Resistencia Popular. Esos estandartes cristianos del capitalismo hondureño hicieron de la simulación y la mentira un valor fundamental para sus intereses.
 
La transformación de lo existente en cosas hace posible que el producto del trabajo humano se aleje de nuestro control y se convierta en algo similar a un dios, en algo que puede ser adorado, consumido, comprado, pero nunca encontramos en ellas un producto del esfuerzo humano, o una expresión cultural en donde se concentra el sudor y el trabajo creativo del conjunto social. Tal vez sea la mayor locura del sistema en donde lo que importa es consumir y eso es la felicidad más pasajera, más ficticia. Producir para el consumo sin importar que los recursos naturales tengan limitaciones físicas y que su agotamiento altere las relaciones globales.
 
 La simulación y la apariencia nos ponen en un mismo plano a Mozart y al buki mayor, aparecen en niveles de igualdad el reggeton y el jazz, ya que se trata de adquirir lo que se lanza al mercado y que toma aspecto de novedad, no importa la calidad del producto, de todos modos, son desechables. Igual ocurre con los seres humanos, todos somos considerados como posibles objetos con un precio que lo determina el mercado, algunos estarán dispuestos a venderse y otros, muchos más, nos resistiremos y seremos vistos como raros, chusmas, locos, histéricas, viejas locas, alborotadores, lesbianas, maricas, ñangaras, greñudos, soñadores, mariposones. En fin, nada extraño esa tendencia del capitalismo de clasificar al mundo en buenos y malos, amigos y enemigos, así lo afirma el viceministro de seguridad Armando Calidonio, y que estamos viendo con más insistencia en estos días a raíz del retorno de Manuel Zelaya Rosales. Es esa realidad la que debe ser transformada y sólo es posible con la lucha del pueblo organizado y nucleado en la Resistencia Popular y en las demás fuerzas democráticas.
 
31 de mayo de 2011
 
 
https://www.alainet.org/en/node/150135?language=es
Subscribe to America Latina en Movimiento - RSS