Libre Albedrío

09/12/2011
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Un Lobo flaco y hambriento, pleno retrato de la muerte, encontróse con un Perro regordote y buen mozo. El contraste es tema de conversación. Este último expone: «es que sirvo a un amo que me cuida mucho. Tráeme pan sin pedirlo, mi señor desde su mesa me alarga los huesos, y la familia me arroja sus sobras que desagradan, y así sin fatiga lleno la panza». La condición es envidiable hasta que se da un percato inocultable: el pescuezo del canino está pelado, marca de la cadena con la que es sujetado. El sometimiento es el precio pagado por la fácil  glotonería. Nada de libre albedrío. El fabulista La Fontaine es concluyente «El enemigo es nuestro amo».
 
La fábula bien expresa la teoría libertaria de Michel Onfray en su libro Política del Rebelde. El lobo rechaza la esclavitud bajo el disfraz de la buena mesa y el confort, prefiere su absoluta soberanía libertaria y su vagabundeo por montes y poblados. Muy al contrario a como se vive en nuestra sociedad actual. En la configuración en lo que han devenido nuestros sistemas de gobierno, han convertido a las personas en simples piezas del engranaje de una máquina de producción. Todo lo que rodea al sujeto está en función de las utilidades del gran capital: La Familia, la Escuela, la Fábrica, la Nación. Y quienes no se adapten les depara el manicomio o la cárcel. La individualidad queda anulada, extinta.
 
Frente a estas grandes estructuras que asfixian y copan a los individuos y sus libertades, el camino está administrar el Libre Albedrío. Conocida es la anécdota en la que Diógenes no cae en la tentación de los ofrecimientos de parte del poderoso emperador Alejandro, quien le solicitó pedir un deseo para satisfacerlo, aquel le respondió con insolencia «que se hiciera a un lado y no le tapara el sol ». Es posible escapar a los grandes poderes que hasta cierto tiempo parecían absolutos. Tan sólo hemos conocidos unos modelos de sociedad que tienen por centro y fin la acumulación de capital, el ciudadano apenas es una pieza en la cadena de la producción.
 
No se puede pretender algo distinto haciendo lo mismo. Deseamos una sociedad diferente al capitalismo egoísta con sus relaciones multi causales, cuyos efectos arrojan injusticia y desigualdad  social. Una minoría goza de todos los privilegios, mientras una gran mayoría apenas vive con lo justo para no morir de hambre y con lo cual comprar el modelo de vida de tener una familia, una vivienda y un automóvil. Se permanece en una especie de cuerda floja, en el más insignificante error caes al precipicio, bien alejado de la carnada, adrenalina de tu esclavitud. Otros están por fuera bien sea por desidia o por que el sistema los expulsó, apenas luchan por alcanzar una migaja de pan para no morir de hambre, pero no han renunciado a su libertad, a su deambular. «Mandan en su hambre»
 
Desinstalar, liberar al sujeto del encuadre capitalista es la tarea propuesta. No es exagerada decir que la versión moderna del holocausto nazi es la fábrica. Antes se despojó de la condición humanos a 6 millones de judíos: niños, mujeres, ancianos sufrieron los peores vejámenes antes de morir. Y después de muertos su piel fue extraída para lucir lámparas de mesa que iluminaban las noches de insomnio de aquellos soldados todopoderosos, autores de la carnicería humana. Hoy tenemos las empresas en las que los patronos esquivan las garantías laborales, mezquinos que apenas dan para no morir de hambre. Se dedica ocho horas diarias de trabajo extenuante, el esfuerzo restante se dedica en atender la familia, y en el algo de sueño para reponer energías.
 
De acuerdo, rememoremos a Richard Sennet. «El capitalismo actual ha corroído el carácter de las personas, entendido este como el valor ético que atribuimos a nuestros deseos y a nuestras relaciones con los demás, rebasando la significación moderna de la personalidad, término que sólo refiere los deseos y sentimientos que suceden dentro de nosotros mismos, mientras que el carácter comprende tanto los movimientos internos (deseos) como los externos en los cuales se interactúa con los congéneres». Las manifestaciones directas del carácter corroído, las encontramos en las personas inseguras, mirada baja, sin dignidad alguna cuando han perdió su empleo quedando a la deriva como un leproso. Su YO está diluido como en la nada. Sus fracasos y desgracias personales son justificados bien sea atribuyendo responsabilidades ora a sus patronos, ora a sus propios compañeros, y finalmente sobre sí mismo.
 
Nuestro sistema capitalismo tiene maneras de nombrar las cosas, como el término flexibilidad, término usado para suavizar la opresión que se ejerce sobre la gran masa de desposeídos. Pura anestesia pedagógica aplicada a estos como a futuros desempleados, a los cuales se les quiere convencer sobre lo normal de las inestabilidades, de los contratos a corto plazo, etc. Pero esta calamidad también toca a los propios capitalistas quienes son sacados de la competencia por otros peces más voraces. A decir verdad, todos somos lobos, deambulando de aquí para allá, buscando el pan para no ver amenazada nuestra existencia.
 
Es posible habitar la soberanía de nuestra capacidad para vivir y decidir, despojados de unas aparentes comodidades que nos confiscan la poca libertad. Es un modelo alternativo para escapar de todo aquello que nos aparta del cuidado de sí como lo llamó Foucault. O de ser nómadas en lenguaje de Gilles Deleuze. O nosotros diríamos libre albedrío, expresión que bien diría administrar la libertad que nos queda mientras pensamos cómo esquivar las amenazas a nuestras existencias.
 
- Mauricio Castaño H es Historiador
https://www.alainet.org/en/node/154569?language=es

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