10 años de la ronda de Doha
12/12/2011
- Opinión
Hace 10 años, en la capital de Qatar, Doha, los representantes de la comunidad de naciones se dieron cita para lanzar una nueva ronda de negociaciones comerciales multilaterales en el seno de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Habían pasado unas cuantas semanas desde los ataques terroristas contra Estados Unidos, situación que hacía temer que el proteccionismo, por razones de seguridad nacional, aflorara. Las naciones más poderosas reunidas en Doha, encabezadas por Estados Unidos, advertían sobre la importancia de gestionar un compromiso a favor del libre comercio. Robert Zoellick, a la sazón representante comercial de la Unión Americana señalaba que “la mejor manera de contrarrestar el terrorismo es a través de un comercio libre.” A los países más renuentes a aceptar el inicio de una nueva ronda, como las naciones en desarrollo, se les convenció de las bondades de una decisión de este tipo, de manera que los países desarrollados les torcieron el brazo a partir de la promesa de que la citada nueva ronda, sería una ronda para el desarrollo. Así, en diciembre de 2001, inició la llamada Ronda de Doha o Ronda para el desarrollo de la OMC.
Como antecedente inmediato se recuerda a la Ronda de Uruguay, lanzada en 1986 y que culminó nueve años después, esto es, en 1995. En su momento, fue la ronda más larga, aunque se efectuó en el seno del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT). Uno de los acuerdos más importantes emanados de la Ronda de Uruguay, fue la creación de un organismo internacional en materia comercial que se abocara a los aspectos más diversos de los intercambios entre las naciones, proyecto que ya había sido planteado en 1947, en aquellas célebres conferencias de La Habana, pero que no pudo ver la luz en ese tiempo. En 1995, los miembros del GATT acordaban crear la OMC, amén de que sancionaron diversos acuerdos, en el entendido de que algunos de ellos requerirían negociaciones adicionales en una próxima ronda. Ello marcó la pauta entonces para la nueva ronda, la de Doha.
Como es por todos conocido, la Ronda de Doha ha sufrido alti-bajos –más bajos que alti-, de manera que pese a las reuniones ministeriales convocadas en Cancún (2003) y Hong Kong (2005), más otros encuentros efectuados en Ginebra (2004, 2006, 2008), París (2005) y Postdam (2007), no se ha logrado generar acuerdos de consenso. Parte del problema estriba en que la OMC se integra por 153 países y que la manera en que se toman las decisiones no es como en el Fondo Monetario Internacional (FMI) ni el Banco Mundial (BM), donde existe una suerte de junta de accionistas y quienes poseen más votos –en función de la cuota que aportan- son quienes prácticamente deciden la suerte de esas instituciones. En la OMC, al igual que en su momento en el GATT, las decisiones se toman por consenso, lo que supone un grave problema, toda vez que basta con que un socio, no necesariamente potencia comercial, esté en desacuerdo, para frustrar las negociaciones en curso. La otra dificultad, es la complejidad de las negociaciones, las cuales incluyen temas “tradicionales”, como los subsidios al comercio en productos agrícolas, adicionados con temas “nuevos” como los derechos de propiedad intelectual, las inversiones, etcétera. A grandes rasgos, los países en desarrollo favorecen un enfoque en los temas “tradicionales”, en tanto que las grandes potencias privilegian los temas “nuevos.”
Sin embargo, el suceso que más ha frustrado la posibilidad de llegar a la feliz conclusión de la Ronda de Doha, es la crisis financiera internacional. En épocas de crisis –y ahí está, como muestra, lo ocurrido en los tiempos de la gran depresión- los países se tornan proteccionistas y crean inclusive nuevas barreras al comercio.
Si a lo anterior se suma, por ejemplo, el marasmo en que se encuentra la Unión Europea, la que, según el Presidente de Francia, Nicholas Sarkozy ya opera a dos velocidades, se tiene que uno de los protagonistas de la Ronda de Doha, simple y llanamente está en “otra frecuencia”, agobiado por prioridades distintas.
Estados Unidos es el otro responsable de que las cosas marchen tan mal en la Ronda de Doha, debido a que muchas de sus decisiones y políticas tienen impactos sistémicos. Como se recordará, tras los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, las autoridades dispusieron una serie de medidas de corte proteccionista, como la decisión de otorgar cuantiosos subsidios al sector agrícola, esgrimiendo razones de “seguridad nacional”, más la puesta en marcha de la llamada Ley bioterrorista, la que dispuso un mecanismo de “certificación” de las instalaciones de alimentos de países que exportan a Estados Unidos, como requisito para posibilitar su acceso al mercado del vecino país del norte.
No es menos importante la negativa del Congreso de Estados Unidos a otorgar al Presidente Barack Obama la autoridad de promoción comercial (TPA), también conocida como fast track, mediante la cual el titular del ejecutivo podría llevar a cabo negociaciones en el seno de organismos internacionales y con otros países, mismas que, una vez gestionadas, serían sometidas al Congreso estadunidense para su aprobación o rechazo sin modificaciones. La TPA ha sido un atributo de prácticamente cada Presidente de Estados Unidos desde 1974, con el objetivo de hacer expeditas las negociaciones comerciales efectuadas por Washington. La TPA más reciente expiró en 2007, durante la presidencia de George W. Bush, quien gracias a ella pudo negociar el Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos, América Central y la República Dominicana (CAFTA-DR).
También durante la presidencia de Bush se negociaron los tratados de libre comercio con Corea del Sur, Colombia y Panamá. Empero, al expirar la vigencia de la TPA, la ratificación de estos acuerdos por parte del legislativo estadunidense, queda en el limbo. Más grave es saber que la TPA también es necesaria para que Estados Unidos pueda negociar en el seno de la OMC, y sobre todo, para que ratifique los acuerdos a que se llegaría en el seno de la Ronda de Doha. Así, al no tener el Presidente Obama la TPA en sus manos, no tendría ninguna urgencia para apurar las negociaciones en la OMC. Además, cuando el Senado de Estados Unidos decidió no aprobar la TPA para el Presidente Obama el pasado 20 de septiembre, prácticamente quedó anulada la posibilidad de que Washington efectúe negociaciones comerciales en el seno de la OMC y con otros países.
Estados Unidos además, encara el dilema de renovar su sistema generalizado de preferencias (SGP) y la llamada asistencia comercial de ajuste. La primera, creada en el seno de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD), constituye un programa de preferencias no recíprocas que los países desarrollados otorgan a los países en desarrollo. Cada país desarrollado decide qué productos incluirá en las listas de su SGP. El segundo programa contiene una serie de estímulos y programas de capacitación en beneficio de aquellos trabajadores y empresas que demuestren haber sido perjudicados por la firma, por parte de Estados Unidos, de acuerdos comerciales con otras naciones. Aparentemente el segundo programa ha creado fuertes fricciones entre el Presidente Obama y su Senado, dado que el mandatario buscaría echarlo a andar –o más bien, renovarlo- antes de impulsar la ratificación de los tratados de libre comercio con Corea del Sur, Panamá y Colombia. A algunos senadores les parece que son demasiados temas sobre la mesa, aunque en medio de una crisis económica como la actual, parecería lógico generar programas capaces de promover el empleo y la capacitación de los trabajadores.
En cualquier caso y pese a las gestiones efectuadas desde 2009 por Luiz Inazio Lula Da Silva y el Director General de la OMC, el francés Pascal Lamy, para destrabar la Ronda de Doha, parece que el tema está en un punto muerto. A principios del presente año, el Primer Ministro británico David Cameron convocó a las naciones del mundo a poner su mejor esfuerzo para concluir las negociaciones de la Ronda de Doha de una vez por todas. Él afirmaba que era ridículo que hubieran transcurrido 10 años sin ningún acuerdo. La canciller germana Angela Merkel coincidió con esta petición, aunque, a decir verdad, entre enero y diciembre de 2011, la situación se ha tornado muy compleja para la propia Unión Europea y no parece que ninguno de esos dos líderes se acuerde de la OMC, al menos mientras las cosas sigan tan mal en la eurozona.
Por lo tanto el escenario para la OMC parece complejo. Es evidente su incapacidad para convocar a las naciones del mundo en la búsqueda de un acuerdo que ponga fin satisfactorio a la Ronda de Doha. Es igualmente visible que no hay voluntad política de parte de las principales potencias comerciales para impulsar una solución a este impasse. Asimismo, la crisis financiera global proporciona un pretexto precioso para invocar medidas proteccionistas. Algo tendrá que ocurrir para que cambie esta situación, y de los problemas citados el más factible de solución parecería la crisis económica, la que, al desaparecer, podría generar otro ambiente y ánimo entre los negociadores de los países que pertenecen a la OMC. Y es que, de seguir así las cosas, muchos de ellos habrán muerto o se habrán jubilado antes de que la Ronda de Doha culmine.
María Cristina Rosas es profesora e investigadora en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México.
etcétera, 13 de diciembre, 2011
https://www.alainet.org/en/node/154686?language=en
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