Casi once años de guerra imperial en Afganistán
¿Locos sueltos o masacres de la guerra de Obama y el Pentágono?
15/03/2012
- Opinión
Un sargento del ejército norteamericano asesinó a 16 civiles afganos, entre ellos varios niños y mujeres. Las disculpas de Obama y el Pentágono no convencen a nadie. Su guerra imperial está llena de estos crímenes.
En la madrugada del 11 de marzo pasado, un sargento norteamericano veterano de Irak y a cargo de tareas de “adoctrinamiento en seguridad” para las fuerzas locales afganas, disparó contra pobladores que dormían. En la provincia sureña de Kandahar, distrito de Panjwai, caminó 1,8 kilómetros hasta el pueblo de Balandi, donde asesinó a once personas. Trató de quemar los cadáveres y luego siguió su excursión a otro poblado, Alkozai, donde mató a cinco más. Total de víctimas: 16. De ellos, 9 eran niños.
Luego de la matanza, no se sabe cuán cansado y/o feliz por la tarea realizada, el criminal regresó a la base, contó sus hazañas y se entregó a los mandos.
Hasta allí una horrible anécdota de una guerra sucia por la parte invasora, que dos por tres sacude al mundo con noticias similares. Por caso, que en una aldea afgana estaban celebrando un casamiento pero los aviones de la ISAF (Fuerza Internacional de Seguridad en Afganistán) lo confundieron con una concentración de talibanes listos para salir a matar, y les sacudieron varios misiles. Decenas de víctimas despanzurradas no pudieron escuchar la autocrítica de los comandantes extranjeros de esa OTAN disfrazada de ISAF. Simplemente murieron. La flamante esposa no tuvo amor sino metralla.
Lo diferente es que esta masacre de marzo último se produce en un momento políticamente muy candente para las autoridades de EE UU. Obama está en campaña electoral de cara a una nada fácil reelección en noviembre venidero. Y en el caso afgano, el presidente estadounidense está negociando con su súbdito Hamid Karzai un Acuerdo de Seguridad Estratégica que le permita a Estados Unidos seguir con bases militares propias y contingentes en Afganistán, aún después de una supuesta retirada que no será total en 2014.
Había ya un preacuerdo. El Pentágono seguirá teniendo establecimientos castrenses, a usar en dirección a Irán en el oeste y hacia China y Rusia, al este, en futuras agresiones. Y en ese preciso momento se produce la matanza del sargento, de quien se desconoce hasta su nombre y apellido, tal la forma de protegerlo de los altos mandos.
Cuando un desquiciado yanqui mete bala en un supermercado o una universidad, con varios muertos inocentes, casi de inmediato se conocen sus datos filiatorios. En este caso, como es un militar, se mantiene como un NN. ¿Casualidad o protocolo militar? Es un loco como los otros, de esas matanzas que hasta se filman y se cuelgan en Internet…Sí, pero este tiene uniforme. No habrá fotos ni de él ni de sus víctimas, por bloqueo del Pentágono de Leon Panetta. Solamente se admitirá decir del asesino que su obra es deleznable, como declaró Hillary Clinton, para no quedar tan descolocada ante la población afgana y sus autoridades títeres. Así tratan que, para la consideración afgana, estadounidense y de ser posible internacional, se instale la idea de que el sargento era un “enfermo mental”. Algo aislado. Una manzana podrida en una cesta de hermosas frutas. Locos hay en todas partes.
Panetta llegó ayer a Afganistán para aleccionar a las tropas y al aterrizar su avión en una base británica de Helmand casi lo choca un camión robado por un afgano en la base de Camp Bastion. ¿Atentado o accidente? En medio de esta situación de tanto odio de la población parece más bien lo primero.
Matan y provocan
La masacre del sargento no es un hecho aislado. En enero de este año los militares yanquis quemaron ejemplares del Corán en la base de Bagram, al norte de la capital Kabul. Con ese acto de provocación generaron incidentes donde murieron en total 30 personas, con 200 heridos. “Fue un accidente” alegaron en la ISAF comandada por el general John Allen, el mismo que reemplazó al general David Petraus, promovido a la jefatura de la central de inteligencia, CIA como premio por su tarea invasora en Irak y Afganistán.
Y antes de eso se recuerda otra provocación: una foto de soldados norteamericanos orinando sobre los cadáveres de afganos. Habían tomado mucho líquido, habrán explicado luego. Otra foto mostraba a otros efectivos con una bandera de su unidad con una tremenda sigla SS bien connotada por el nazismo. No. No sabían, adujeron. ¿Qué es la SS?, se hicieron los idiotas, como el videlista Samuel Chiche Gelblung sobre el 24 de marzo
Llegado a este punto se puede sacar una primera conclusión: no se trata de hechos aislados ni de “locos sueltos”. Por cierto que esos enajenados existen, y en mayor cantidad y proporción que en los ejércitos comunes. Estar ocupando un país y masacrando a su población desde el 7 de octubre de 2001, por casi once años, debe enfermar a cualquiera.
El asesino serial del 11 de marzo venía de pasar tres temporadas en Irak y pese a los desórdenes mentales que ahora se alegan, tuvo luz verde para ir a Afganistán. ¡Y su tarea en la base de Camp Belambay era adiestrar a las fuerzas afganas en seguridad! Demasiado trágico para ironizar sobre esa paradoja.
El sargento de gatillo veloz procede de la Base Conjunta Lewis-McChord, en Seattle, que tiene la peor reputación por la actuación de sus integrantes en Afganistán. Cuatro efectivos de ese antro fueron autores de homicidios de afganos, cuyos cadáveres se guardaban como trofeos. Tiene el triste récord del mayor número de suicidios entre sus 100.000 militares y empleados civiles.
La locura de esos militares se expresa en crímenes puntuales y horrendos que cometen. ¿Y qué decir de sus jefes, militares y civiles? ¿Ellos están sanos? Si son los mayores responsables de una guerra injusta que se quiso maquillarse con el “patriotismo” post Torres Gemelas y que insume al menos 300.000 millones de dólares al año.
Es imposible saber cuántas vidas de civiles afganos se perdieron en estos años. Deben ser centenares de miles. En cambio es relativamente sencillo hacer la estadística de la ISAF: hasta hoy murieron 1.911 soldados yanquis, 404 ingleses y 601 de otras nacionalidades, con un total de 2.916.
“Yanquis go home”
Ese grito mundial fue el hit de los años ´60 con la guerra de Vietnam, finalmente perdida por el Pentágono en 1975. Hoy puede volver a esa popularidad, si se tiene en cuenta que las armas de USA se están usando en Afganistán, Irak, Libia, Colombia, Gaza, Siria y otros destinos donde están opuestas a la mayoría de esas poblaciones nacionales y donde procuran beneficios para las petroleras y bancos norteamericanos y planes bélicos pentagonistas. Irán, Cuba, Venezuela, Corea del Norte y varios otros países están incluidos en el Eje del Mal definido por George Bush, y no fueron sacados de ese peligroso lugar de “oscuros rincones del planeta” por su sucesor Obama. El presupuesto militar de la superpotencia para este año es de 662.000 millones de dólares. Salario para tropas en el exterior y munición de todo tipo, incluso la nuclear, no les van a faltar.
En el frente interno, como antes por lo de Vietnam, empiezan a abrirse muchos ojos críticos. Según las encuestas, el 60 por ciento de los estadounidenses piensa que la guerra en Kabul es inútil, y el 54 por ciento quiere traer las tropas a casa.
Pero el plan de Obama, Panetta y Petraus es bien diferente. De las 90.000 unidades propias que tienen en Afganistán (130.000 en total con los contingentes de los demás países, entre ellos 9.500 británicos), EE UU piensa retirar 23.000 en setiembre de este año. Quedarían, si cumplen, casi 70.000 soldados. Y como quedó dicho, el acuerdo con Karzai supone que a fines de 2014 aún se atornillarán contingentes norteamericanos y bases militares en el país.
Las críticas en el frente internacional a esos procederes se basan mucho en las consideraciones políticas y éticas, luego de masacres como las del 11 de marzo pasado.
En cambio, dentro de EE UU, la oposición –sin negar el impacto de aquellas consideraciones- se basa en cosas más concretas. La crisis económica y los 25 millones de desocupados reales, la reducción de programas sociales y la emergencia de una mayor pobreza, del 16 por ciento de la población, genera una crítica directa a los gastos de la guerra. Más aún si luego de casi once años no pinta para victoria.
El titular del Pentágono, Panetta, estará hoy arengando a sus militares en Camp Leatherneck, la principal base estadounidense del sur de Afganistán. Puede ser que allí tenga oídos receptivos, aunque también en ese lugar la desesperación por regresar vivo a EE UU debe estar al tope de las demandas. Si hablara con los desocupados y los pobres, los del movimiento “Ocupa Wall Street”, los inmigrantes ilegales, etc. no tendría la menor chance de que lo aplaudan.
Obama también debería preocuparse: su popularidad cayó al 41 por ciento. Crisis larga y guerras caras y ajenas no son ajenas, valga la redundancia, a ese bajón.
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