A treinta años de la recuperación de Malvinas
Recuperación, gesta, locura, aventura o qué cosa fue el 2 de abril?
02/04/2012
- Opinión
En este 30 aniversario del desembarco argentino en Malvinas, se cumplió en el país el feriado nacional. Ya ese dato genera polémica, porque los desmalvinizadores lo impugnan y sugieren correrlo a junio.
Lo bueno de la historia es que, más allá de las distintas interpretaciones, las cosas ya no se pueden borrar. Por ejemplo, es casi seguro que Santiago de Liniers habría querido que la historia se congelara en su lucha contra las invasiones inglesas de 1806 y 1807. No le habría agradado que esa historia siguiera hasta la revolución de 1810, que lo encontró alineado con la España, al punto que fue fusilado en agosto de ese año por orden de Mariano Moreno. El héroe de 1806 fue luego virrey y terminó arcabuceado. Ese periplo personal en nada afectó a la historia del naciente país, que reivindica la resistencia popular contra los británicos de Popham y Beresford, pero también el proceso independentista de mayo de 1810.
Esa distinción de lo objetivo y subjetivo viene a cuento de la polémica sobre cómo valorar el 2 de abril. Leopoldo F. Galtieri fue un militar alineado con el imperio norteamericano durante casi toda su vida y fue el tercer dictador de la dictadura militar de 1976. Los dos primeros, Videla y Viola; el cuarto, Bignone.
Pero por las razones que fuera, ese gobierno dictatorial decidió la ocupación de Malvinas en 1982 y eso fue apoyado por la abrumadora mayoría de la población, la misma que odiaba la represión ilegal y la política económica inaugurada por José A. Martínez de Hoz.
La primera ministra británica Margaret Thatcher, con el apoyo de su aliado mayor, Estados Unidos, entonces gobernado por el ultrarreaccionario Ronald Reagan y su vice George H. Bush, lanzó un operativo militar para recuperar las islas. Y allí sobrevino la guerra propiamente dicha, con el hundimiento del crucero ARA Gral. Belgrano el 2 de mayo de ese año 1982.
La primera pregunta es si tenía razón Argentina (fue con Galtieri pero pudo ser con cualquier otro gobernante, militar o civil) en recuperar el archipiélago por la fuerza. El “Operativo Rosario” fue casi incruento, porque el único muerto fue un oficial argentino, el capitán Pedro Giachino. No se derramó sangre inglesa.
La respuesta es afirmativa. Transcurridos 149 años desde la ocupación de la fragata Clio inglesa de 1833, cuando ya había un gobierno patrio en Buenos Aires y la gobernación de Buenos Aires había designado funcionarios en las islas, etc, era tiempo más que suficiente para poner el pie en Puerto Argentino. La “vieja raposa” londinense no había aceptado sentarse a negociar con Argentina pese a la resolución 2065, de 1965, adoptada por la ONU.
El desclasificado Informe Rattenbach, que es híper crítico con los altos mandos argentinos en cuanto a la conducción de la guerra, reivindica el desembarco del 2 de abril.
¿Recuperación o locura?
El citado Informe dice en los puntos 286 y 287: “Con ese acto, la nación reivindicaba un objetivo histórico y mostraba su determinación de hacer respetar sus derechos sobre un territorio irredento. Además, estas justas aspiraciones habían sido reconocidas sucesivamente por las Naciones Unidas a partir del año 1965 siendo sistemáticamente resistidas por Gran Bretaña. Al cabo de 17 años de infructuosas negociaciones y 149 de reclamaciones, la ocupación militar se daba como un recurso extremo para denunciar y comprometer ante el mundo a una potencia colonialista que se negaba obstinadamente a negociar con seriedad el futuro de las islas”.
Opuestos a ese Informe, los intelectuales del “Grupo de los 17” (Beatriz Sarlo, Jorge Lanata, Luis A. Romero y otros desmalvinizadores) quedan retratados como una quintacolumna interna al servicio del Foreing Office. Desde su aparición el 23 de febrero pasado vienen negando la recuperación de tres décadas atrás y hasta han criticado al pueblo argentino por su apoyo a ese desembarco.
Si se pudiera volver la historia a treinta años atrás, se vería más nítidamente quiénes se oponían a la recuperación: las embajadas del Reino Unido y Estados Unidos, empresas como la anglo-holandesa Shell, el ex presidente Arturo Frondizi y el aspirante Raúl Alfonsín, quien estimaba que una derrota de las armas argentinas podía favorecer sus chances electorales. La mayoría de los radicales, empero, estuvo en sintonía nacional, incluidos aquellos que no venían del viejo tronco, como Rodolfo Terragno.
Las mujeres de organismos de derechos humanos, tan perseguidos por el terrorismo de Estado, tejían bufandas en Plaza de Mayo para los soldados con la consigna “las Malvinas son argentinas y los desaparecidos también”.
Esas islas a las que Atahualpa Yupanqui cantó como “La hermanita perdida” no son sólo un fortísimo sentimiento argentino, extirpado en los del “G-17”, sino también latinoamericano y caribeño. Hoy en día se leen pronunciamientos solidarios con la soberanía argentina por el Mercosur y la UNASUR, que no permiten el amarre en puertos de navíos con la bandera de las “Falklands”, ni de buques de guerra, como ocurrió en el puerto del Callao, Perú.
Los desmalvinizadores querrán interpretar eso como un apoyo nuevo, en democracia. No es así. En 1982 la guerra de Malvinas fue una correcta línea divisoria a nivel mundial, donde los agresores británicos y norteamericanos tuvieron a su lado países europeos, incluyendo la Francia “socialista” de Francois Mitterrand. Y a favor de Argentina militaron los latinoamericanos, sobre todo Cuba, Uruguay, Perú, Panamá, Venezuela y México, más China y URSS.
El 3 de junio de ese año, Fidel Castro recibió por segunda vez al canciller Nicanor Costa Méndez en La Habana, reiterando su apoyo y dando ciertos consejos para la lucha contra la flota inglesa. En la capital cubana deliberaba el Movimiento de Países No Alineados, que avaló la posición argentina.
Treinta años atrás y hoy, los hechos pintan más para “recuperación”, en vez de una “locura” condenable.
No todos fueron capituladores
Izar la bandera celeste y blanca en Puerto Argentino fue una decisión correcta. A partir de allí había dos alternativas: volverse a Buenos Aires, dejando un pequeño contingente; o bien defender la plaza con todas las armas.
La Junta Militar optó por lo segundo. ¿Cuánto influyó la movilización social en respaldo a la recuperación, cuánto su errónea idea de que el Departamento de Estado le salvaría la ropa y cuánto su ignorancia de creer que con 11.000 soldados las islas eran casi inexpugnables?
La historia comenzada el 2 de abril tornó a una guerra más bien clásica, en un escenario aeronaval. Y los altos mandos argentinos eran los más ineptos para esa alternativa; desde Juan C. Onganía y el golpe de 1966, las FFAA estaban consustanciadas con la Doctrina de la Seguridad Nacional.
Galtieri, por ejemplo, había sido titular del II Cuerpo de Ejército con asiento en Rosario, con práctica de terrorismo de Estado en la provincia de Santa Fe y las del Litoral. Mario B. Menéndez, gobernador interino de las islas, tenía conocimientos de represión en el “Operativo Independencia” de Tucumán, o sea, en las torturas de la “Escuelita” de Famaillá. No tenían la menor idea de una guerra como la de Malvinas.
Peor aún, varios mandos, en vez de apuntar sus armas contra el enemigo inglés, hicieron hacer pasar hambre a sus soldados y los estaquearon como si estuvieran en la ESMA o La Perla.
Sobre esa base de hechos ciertos, más el capitulacionismo de muchos oficiales y altos jefes desde que los británicos y gurkhas armaron la cabeza de playa en Bahía de San Carlos, se desarrolló la versión -casi oficial aquí-, de que las tropas habían defeccionado. Que nunca combatieron contra la flota del almirante Jeremy Moore y los comandos de tierra del general Julian Thompson. Que esa contienda nunca podía ganarla Argentina por la disparidad militar. Etc.
Que no se ganó, es un hecho, categoría mencionada al principio de esta nota como aspecto decisivo de la historia. Este año la TV británica mostró informes de que el resultado bien pudo ser diferente, si las armas argentinas hubieran estado en buen estado. Muchas bombas MK-17 dieron en barcos pero sólo dos estallaron (una contra el HMS Ardent y otra contra el Antelope). Mitterrand no quiso vender más misiles Exocet, que hundieron el HMS Sheffield.
El cotejo de las bajas de uno y otro bando indican que murieron 643 argentinos y 255 británicos. Si se descontaran los 323 marinos ahogados en el “Gral Belgrano”, resultaría que en las islas murieron 320 argentinos y 255 ingleses. Estos números hablan de paridad, fuera del crimen de guerra contra el crucero.
Gran Bretaña fletó 40 buques de guerra. El 65 por ciento fue averiado y el 20 por ciento hundido o destruido, como los HMS Sheffield, Coventry, Ardent, Antelope, Sir Galahad, Sir Tristam y el Atlantic Conveyor. Otros fueron muy averiados como el Brilliant, Plymouth y Sir Lancelot.
No sólo pelearon los “pobres muchachos”: aquellos barcos fueron hundidos por aviadores de la Fuerza Aérea, entre ellos 36 oficiales que murieron. También se destacaron simples soldados, como Oscar Poltronieri, primer conscripto que en la historia condecorado con la medalla al Heroico Valor en Combate por sus misiones en el monte Dos Hermanas. Como recomendaba Mao Tsé Tung, a la hora de la crítica no se debe tirar el agua sucia con el bebé por la bañadera. Sólo el agua sucia…
https://www.alainet.org/en/node/156933
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