País menos desigual de Suramérica, Venezuela es el escenario de una fuerte confrontación política
21/08/2012
- Opinión
Breno Altman, Jonatas Campos y Marina Terra
Fenómeno se da pese a la reducción de la brecha distributiva de la riqueza y de la manutención del patrón de consumo entre los más ricos
Uno de los paradigmas más aceptados de la ciencia política, en el estudio de los comportamientos electorales, es la constatación de que la disminución de los abismos sociales y el fortalecimiento de la clase media tienden a debilitar el embate político ideológico. Sin embargo, al aplicar esta lógica en Venezuela, la teoría se derrumba. La disputa entre los sectores chavista y antichavista se agudiza en la misma proporción en que el país se vuelve más homogéneo socialmente, alcanzando el tope del ranking sudamericano de distribución de la riqueza.
“La politización de todas las clases sociales, radicalizada desde la elección del presidente Chávez, conduce a un posicionamiento que va más allá de los intereses inmediatos de los diversos sectores”, analiza Jesse Chacón, director del GIS XXI (Grupo de Investigación Social Siglo XXI). “Acá, izquierda y derecha, gobierno y oposición, van a las calles para disputar proyectos nacionales, que no solamente se relacionan a reivindicaciones puntuales, beneficios económicos o avances sociales”.
Participante de la rebelión militar de 1992, cuando el actual presidente se lanzó en el intento de derrumbar la IV República, Chacón era entonces un joven teniente que terminó tras las rejas junto a su jefe. Ingeniero de sistemas y magíster en telemática, ya fue ministro de las Comunicaciones, del Interior y de Ciencia y Tecnología en el actual gobierno. Con 46 años, se dedica a estudiar la dinámica político social de Venezuela.
“El punto central de tensión es que los propietarios de los medios de producción están dejando rápidamente de ser los dueños del poder político, lo que provoca una fuerte reacción de los estratos más altos y su entorno”, resalta. “La renta promedio del 20% más rico no fue afectada, tampoco su estilo de vida, pero perciben que ya no retienen el control del Estado y de la sociedad, lo que les provoca miedo y rabia”.
En los sectores más pobres, atendidos por un amplio repertorio de políticas sociales y distributivas, el comportamiento es igualmente dictado por motivaciones que van más allá de logros o expectativas económicas. El motor de estas capas, que tienen en la mejora de la calidad de vida su telón de fondo, es determinado por el esfuerzo del presidente en dar batallas por ideas y valores, permanentemente.
Desde el inicio de su gobierno, pero de forma más amplia tras el golpe de Estado en 2002, Chávez trata de ocupar el máximo de espacio en los medios de comunicación. Su discurso es direccionado, casi siempre, a identificar cada movimiento de su gobierno como parte de un proceso revolucionario, a la vez en que fomenta, entre sus seguidores, un sentimiento de repudio a los que rechazan los cambios que están aconteciendo.
Adverso a la lógica de la conciliación, el presidente hizo una apuesta pedagógica que aparentemente ha sido exitosa: cuanto mayor polarización y cuanto más cristalino es el enfrentamiento entre puntos de vista, más fácil sería crear una fuerte y movilizada base de sustentación. Para los buenos y los malos momentos.
A principio, el hilo conductor de la pedagogía chavista fue el rescate de la historia y del pensamiento de Simón Bolívar, el patriarca de la independencia venezolana, jefe político militar de la guerra anticolonial contra los españoles en el siglo XIX. Por ese camino, Chávez imprimió en su proyecto una fuerte marca nacionalista, que contrapuso los nuevos señores coloniales (los Estados Unidos) y sus aliados internos (la élite local).
De a poco, al bolivarianismo original se sumó la sintaxis del socialismo histórico. Esta amalgama entre nacionalismo de raíz y valores de izquierda pasó a ser difundido ampliamente como un código cultural que define las realizaciones del gobierno. El presidente huye, de este modo, de la receta de moda, aun entre las corrientes progresistas, de encarar la política como una cuestión de eficacia. Para usar la vieja jerga, Chávez es un político de la lucha de clases, en la que apuesta para aislar y derrotar a sus enemigos.
La oposición, animada por su influencia en los medios de comunicación, también puso sus fichas en la confrontación abierta. Además de las reservas mediáticas, siempre contabilizó a su favor las fuerzas económicas y relaciones internacionales para movilizar a las camadas medias en contra del gobierno.
Aun tras el golpe y el paro patronal de 2002, en el ápice de la polarización, los partidos antichavistas dieron continuidad a la estrategia de la colisión.
Clase C
Pero ambos lados tienen actualmente que tener en cuenta un nuevo fenómeno. Más del 30% de la población cambió de estrato social. Migraron desde los segmentos más pobres a lo que la sociología de las encuestas considera la clase C – más propiamente, la clase media.
El campo opositor se ve obligado a reconocer determinados avances en el terreno social, en lugar del anterior rechazo absoluto. La campaña de Capriles promete preservar las misiones sociales, a pesar de proponer en su plan de gobierno la eliminación del Fonden, fondo de financiamiento de los programas sostenidos con el dinero del petróleo. Además de esto, modera relativamente su mensaje, para poder dialogar con los sectores beneficiados por la V República.
Para los oficialistas también surgen nuevas cuestiones. “El problema del proceso es disputar corazones y mentes de ese nuevo contingente de clase media”, afirma Chacón. “Muchos de los que ascendieron socialmente gracias a las iniciativas gubernamentales abrazaron los valores morales y culturales de las elites, cuyo modo de vida es su referencia”. El ex militar focaliza especialmente la preservación de las aspiraciones consumistas, el desapego a organizaciones y proyectos colectivos, la negación de la identidad original de clase y, a veces, incluso de raza.
Los distintos estudios, tantos los del GIS XXI como los de los institutos cercanos a la oposición, indican que, en los últimos años, emergió un grupo de electores informalmente denominados como ninis. O sea, que no están alineados automáticamente a Chávez ni a sus enemigos. La mayoría de sus integrantes forma parte de estas camadas ascendientes.
Los ninis llegan a representar cerca de un 40% del electorado, contra una cantidad semejante de adeptos firmes del chavismo y un 20% de opositores fieles. La izquierda, sin embargo, tiene cosechados resultados que superan sus fronteras, gracias a la combinación de la satisfacción popular con programas gubernamentales (especialmente el de viviendas) y el clima afectivo de solidaridad generado por el cáncer de Chávez. Según las encuestas más confiables, el presidente posee al rededor del 60% de las intenciones de voto para las elecciones de octubre, con una ventaja de un 15% a un 30% sobre Capriles.
Estos números apuntan a que los ninis se están repartiendo entre los dos polos. A pesar de esta tendencia favorecer la reelección del presidente, con cierta holgura, la búsqueda de apoyos en este sector del electorado sigue frenética. “Si la campaña de Chávez reconquista una parte mayor de este sector, se podrá construir una ventaja aún más expresiva”, destaca Chacón.
Estrategias
Uno de los aspectos de la estrategia para vencer la resistencia de esos sectores híbridos, al parecer es desbaratar la idea, en gran medida forjada por los medios de comunicación ligados a la oposición, de que Chávez pretende liquidar la propiedad privada y poner toda la actividad económica en manos del Estado.
“El proceso aumentó el número de propietarios en el país, especialmente después del comienzo de la reforma agraria”, afirma el director del GIS XXI. “El programa de la revolución va en contra de los monopolios, fortalece el Estado, pero abre espacio a varios tipos de propiedad de carácter privado, cooperativo y social. El gobierno necesita definir mejor el papel de cada una de estas modalidades para enterrar la imagen de fundamentalismo estatista que la oposición trata de vender.”
El candidato opositor, a su vez, tiene un problema inverso. Representante de una alianza formada por grandes empresarios (como la cervecería Polar, el grupo agroindustrial Mavesa y la compañía alimentaria Alfonzo Rivas, entre otros), Capriles tiene que convencer que es capaz de absorber al menos parte de las medidas que, desde 1999, favorecieron el 80% de los electores que no integran las clases A y B.
Su programa de gobierno no ayuda. Pese al ablandamiento de sus críticas a las políticas sociales del presidente, el ímpetu privatizador está fuertemente presente. No sólo habla en reducir la presencia del Estado, revirtiendo nacionalizaciones o sacando el control estatal de la PDVSA, sino que defiende explícitamente que vuelvan a manos de los antiguos dueños las tierras expropiadas de grandes latifundistas. "Lo primero es que tenemos que acabar con las expropiaciones, debemos traer la seguridad al campo, dar confianza desde nuestro gobierno", afirmó Capriles en una conferencia de prensa reciente.
Independiente del resultado, la administración de Hugo Chávez habrá logrado un hecho que merece un detenido análisis de cientistas políticos. Contrariamente a lo que sucede en la mayoría de los países, en los cuales el marketing domesticó a la política y oculta la disputa de ideas para atender las preferencias electorales. En Venezuela ni siquiera las necesidades electorales diluyen la batalla frontal entre programas.
Traducción: Luciana Taddeo
https://www.alainet.org/en/node/160436
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