Tecnologías sociales

12/09/2012
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No conocemos más que la violencia. Desde los años de 1819 nuestra república, se funda con las guerras civiles de la Independencia. Antes, la sangre corrió por cuenta de la conquista española de los pueblos indígenas. El más reciente conflicto con las guerrillas de izquierda, lleva más de medio siglo, y en las tres últimas décadas complejizado por el narcotráfico. Una larga duración que se ha vuelto costumbre. La violencia es ya un método de ejercer Poder.
 
Somos hijos de la guerra. Con el escapulario y la bala bendecida, se conjura el asesinato. El mal no ha parado, para nada, y continúa extendiendo sus devastaciones. No conocemos más que su hoguera. La paz nos es ajena, esquiva o rara cosa de ingenuos. Aquellos que han permanecido lejos de la trinchera, no pueden escapar de la asfixia de ese aire irrespirable de la desgracia, violencia y crímenes, huérfanos, locos, lisiados. Para quienes han conocido de la derrota y de la humillación, el poder significa cadáveres, muerte y desolación. Ha ganado el curriculum de thanatos. Aprendimos bien el odio, insumo de la guerra.
 
Antaño las tecnologías sociales como los mitos o la religión (la placa más profunda de la historia de las culturas), catalizaban, revertían la violencia sacralizándola mediante sus ritos. Los sacrificios ofrecidos a los dioses frenaban, o mejor aún, satisfacían nuestro instinto asesino desaforado. «Quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra». Ya no sabemos administrar la violencia, a cambio asistimos día tras día a grandes sacrificios televisados o mediatizados por otros medios de información. Cada año se borra el equivalente a un pueblo entero. Nuestro conflicto inventariado da como cifra más de 700 mil muertos, el equivalente a una ciudad intermedia.
 
El reto está en desinstalar ese aprendizaje suicida. Nos falta mucho por aprender que la diferencia constituye al viviente humano. Nuestro cerebro es un aparato de confrontaciones y de nada valdría extirpar el de los oponentes. Pero las diferencias más que negativas, es cualidad que nos enriquece, al liberarnos de la monotonía de actuar como autómatas como lo hacen, por ejemplo, las hormigas. Adentrarnos en lo diverso implica abandonar ese peligro de habitar el puritanismo. Nada existe en estado puro, todo es mezcla que nos enriquece ¿Acaso los mejores quesos no salen de la descomposición? Las diferencias no pueden ser tomadas como impurezas, no pueden seguir siendo materia prima para alimentar la categoría de Enemigo. Simplemente somos seres diferentes por naturaleza. Más vale encontrar equilibrios simbióticos que los llamados a una guerra pérdida perpetuamente.
 
De los griegos hemos olvidado la bondad de valorar la diferencia, cuando otro me da un argumento distinto, razonable y por lo tanto mejor al mío, he ganado, me he enriquecido en pensamiento y experiencia, y para nada vienen falsas valoraciones de pérdidas y de avergonzamientos. También ellos nos enseñaron a poner límites a los deseos ilimitados, hasta el punto de querer grandes atesoramientos, sin importar de quitar lo que es ajeno, así haya que matar.
Ellos hablaban de pleonexia, el anhelo de más y más, del deseo desenfrenado, que destruye todas las medidas y hace que la voluntad de poder prevalezca sobre los demás impulsos, conduciendo necesariamente  a la corrupción y destrucción. «La justicia es la virtud cardinal que incluye a todas las otras cualidades nobles y grandes del alma; el afán de poder trae consigo todos los defectos fundamentales. El poder nunca puede ser un fin en sí mismo sin importar los medios; pues sólo puede ser llamado bien lo que conduce a una satisfacción definitiva, a una concordia y a una armonía».
 
Bienvenidos los hombres de paz. Todo esfuerzo es necesario. Resta ablandar los corazones de acero templado de aquellos tercos hombres y de sus compinches. Urge enseñarles que la diferencia es provechosa para nuestra vida, para nuestros espíritus. La tolerancia produce zonas de lucidez, de creación. Pues si no hubiera resistencia, todo seria obediencia. Si no hubiera resistencia no habría relaciones de poder.
 
Salvémonos de un mundo aburrido. Paremos la guerra, por más que llenen sus botines en el negocio del plomo, nunca será mejor que si estamos en sana paz. La paz siempre será una buena oportunidad. Para hacer la guerra siempre tendremos una excusa. Nada vale más que preservar la vida. Apartad, hombres necios y abusivos, esos bajos pensamientos de la vanidosa victoria y el poder de la gloria, bajo el pretexto de una búsqueda de la verdad, la justicia y la moral. Paremos la autodestrucción. Eso no genera capital político. Salgámonos de las olimpiadas. Desafortunados los vencidos.

Mauricio Castaño H.
Historiador
 
 
https://www.alainet.org/en/node/160973

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