Causas estructurales y respuestas alternativas a la crisis
16/01/2013
- Opinión
Resumen de la intervención en la Jornada REPENSAR LA CRISIS DESDE ANDALUCÍA organizada por el Centro de Estudios Andaluces. Málaga, 18 de octubre de 2012. Versión impresa aquí.
Para poder dar respuestas eficaces a las crisis entiendo que es fundamental partir de un diagnóstico lo más acertado posible de sus causas, no solo de las más inmediatas sino de las estructurales, es decir, de las que tienen relación con los procesos socioeconómicos más profundos, con las variables enraizadas en lo más hondo de las relaciones económicas y que, precisamente por eso, suelen quedar más ocultas al análisis que se necesita para poner en marcha las soluciones políticas.
En mi opinión, y como he tratado de demostrar en otros trabajos[1], lo que viene siendo habitual en el tipo de análisis dominante sobre la crisis es que se pase por alto una serie de circunstancias que a mi juicio son precisamente las determinantes de lo que ha ocurrido y, por tanto, fundamentales para poder acertar con el tratamiento que realmente permita superar sus efectos más negativos para la inmensa mayoría de la población.
Por ello, me gustaría dedicar mi intervención a señalar diez aspectos que me parecen esenciales en relación con los problemas que viene sufriendo la economía española en el contexto de la crisis internacional en el que nos desenvolvemos.
1. La actual crisis no es la crisis, como generalmente nos referimos a la crisis. En realidad es una crisis más, de otras muchas, y eso me parece que es muy importante que lo tengamos en cuenta.
El hecho de que desde los años setenta hasta aquí haya habido alrededor de 130 crisis, perturbaciones graves o situaciones de stress financiero refleja que esta en la que estamos forma parte de una etapa en la que la inestabilidad financiera es casi un estado habitual. Algo particularmente relevante si se compara con lo sucedido en los treinta años anteriores en los que prácticamente no hubo crisis financieras de ningún tipo.
El hecho de que fases temporales tan extensas tengas propiedades y manifestaciones financieras tan diferentes obliga a considerar las circunstancias en que cada una de ellas se desarrolló porque éstas no pueden ser ajenas al hecho de que o no se produzcan crisis financieras o que se multipliquen como auténticas pandemias.
Como acaba de poner de relieve Alan M. Taylor en un trabajo reciente[2], las diferencias entre el periodo comprendido entre 1945 y mediados de los años setenta y entre éstos años y la actualidad son muy significativas y si las ponemos de relieve podremos deducir, por tanto, cuáles son las circunstancias que están asociadas a la multiplicación de las crisis financieras o incluso a su propia existencia.
En el primer periodo hubo una gran disciplina del sector bancario, control de los movimientos de capital, estricta regulación doméstica, bajo crecimiento del crédito, muy poca innovación financiera y, asociado a todo ello, mayor ahorro, alta inversión y tasas de crecimiento de la actividad económica más elevadas. Justo lo contrario de lo que ha ocurrido desde los años setenta a la actualidad, cuando se ha relajado la disciplina en grado extremo, cuando hay plena libertad de movimientos de capital, una innovación financiera constante orientada a la especulación y, como consecuencia de ello, una derivación permanente del ahorro hacia la esfera de las finanzas puramente especulativas que desfavorecen el crecimiento de la actividad productiva.
Por tanto, sabemos que esta crisis no es una excepción ni un hecho aislado sino una manifestación más de los males que produce un determinado régimen financiero bajo la desregulación y liberalización. Y, en consecuencia, sabemos, pues, que es esto mismo lo que se debería evitar si queremos que las crisis dejen de producirse.
2. Si bien esta crisis es un episodio más de la pandemia que sufrimos desde los años setenta, sí es cierto, sin embargo, que es especialmente destacable y singular por su magnitud y extensión, rasgos que no creo que sea necesario documentar ahora pues son bien sabidos los efectos tan dramáticos que ha tenido sobre el conjunto de la economía mundial.
En realidad, esta mayor dimensión es la consecuencia de que se exacerban día a día dos grandes circunstancias que están en la base de la crisis y a las que a menudo no se concede el lugar principal que tienen. La primera es el extraordinario incremento de la desigualdad que, desde cualquier punto de vista que se considere, alcanza hoy día los niveles más altos desde la Gran Depresión[3]. La segunda es el desorbitado aumento de la deuda asociada a la expansión de la actividad especulativa y a la innovación financiera constantemente alimentada por la banca[4].
La desigualdad es el motor que alimenta y da fuerza a los flujos de capital especulativo que desestabilizan constantemente los mercados y que, al mismo tiempo, debilitan la actividad productiva. Por eso, como ha señalado, es la variable clave sobre la que habría que actuar para poder cambiar de rumbo a la economía internacional y, más concretamente, para poder erradicar la dinámica de crisis recurrentes en la que se inserta la que estamos viviendo.
Por su lado, el incremento de la deuda se ha convertido ya en una bomba de relojería que no solo ha dado a esta crisis la dimensión tan extraordinaria que ha alcanzado, sino que amenaza con detonar en otros ámbitos (deuda soberana, crisis alimentaria, quiebras bancarias de momento disimuladas con artimañas contables, creación constante de burbujas…) produciendo nuevos episodios de crisis.
Y en este sentido no se puede olvidar que el origen de este incremento constante de la deuda no es otro que el privilegio de creación de dinero que tiene la banca privada gracias al sistema de reservas fraccionarias, de modo que sin limitar o ponerle fin será inevitable que sigamos sufriendo nuevos episodios de crisis, o que la salida de la actual sea prácticamente imposible si entendemos por salir de ella el alejar con seguridad un nuevo ramalazo de perturbaciones financieras.
3. Como ya he anticipado, las circunstancias que actuaron como detonador directo de la actual crisis (la difusión de hipotecas sub prime y la posterior quiebra del sistema bancario que suscribió y difundió sus derivados) es el resultado de la desregulación, de la falta de disciplina y de vigilancia por parte de los supervisores, de la complicidad de ciertos poderes públicos con los intereses de la banca privada internacional, o del fundamentalismo con que se ha gestionado la política financiera[5]. Por tanto, resultará también imposible salir de la crisis y evitar otras próximas, sucesivas e incluso lógicamente de mayor envergadura, si no se establece un nuevo tipo de regulación financiera, mucho más severa, disciplinada, represiva y autónoma respecto a los intereses privados, tanto de los bancos, grandes fondos de inversión y empresas multinacionales como de las agencias de calificación y, en general, de los grandes polos de poder económico que en los últimos treinta y cinco años se han erigido en las referencias que establecen lo que se puede hacer o no en los mercados financieros.
La falta de pasos decisivos en este campo, dadas las servidumbres indisimuladas de los gobiernos respecto a los grandes poderes financieros, impiden que se recobre el sistema financiero mundial, de modo que existiendo una abundancia impresionante de capital financiero no hay financiación, sin embargo, para las empresas y la actividad productiva, porque los recursos se derivan constantemente hacia la especulación, lo que materialmente impide la recuperación y la salida de la crisis.
Las reformas financieras que se han propuesto han sido tímidas y apenas si se han llevado a la práctica porque se han dilatado tanto los plazos y las exigencias que, en la práctica, no han tenido efecto alguno de cara a resolver los problemas de financiación que aún siguen padeciendo las economías.
4. Las políticas que los gobiernos han tomado frente a la crisis han sido insuficientes, inicialmente, y en algún caso, como especialmente en Europa, totalmente contrarias a lo que puede permitir que se recupere el ingreso, la actividad y el empleo.
La política de salvar a la banca considerando que los bancos afectados eran demasiado grandes para caer ha provocado un gasto ingente de recursos, una mayor concentración financiera y a la postre, como acabo de señalar, que ni siquiera se haya resuelto el problema bancario que dio lugar a la crisis. En su lugar, la inmensa mayoría de los bancos siguen siendo bancos verdaderamente zombies, cuya verdadera situación solo se disimula gracias a estratagemas y mentiras contables consentidas por los gobiernos en beneficio en su único beneficio.
Los primeros planes de estímulo permitieron evitar una verdadera debacle pero finalizaron antes de tiempo, consumieron menos recursos de los necesarios y los aplicaron a actividades que simplemente lograron mantener cierto nivel de empleo pero sin ser capaces de modificar la lógica o el modelo productivo, de combatir la desigualdad o de proporcionar las bases para un nuevo uso más equilibrado y sostenible de los recursos.
Para colmo, el contumaz fundamentalismo con que se están aplicando en Europa las llamadas políticas de austeridad (realmente, solo encaminadas a que Alemania pueda asegurar la mayor cantidad posible de retornos en la deuda que los bancos de la periferia tienen con los suyos) está provocando una nueva recesión en el seno de la Unión Monetaria, algo inevitable cuando a todos los países de la eurozona se les impone una estrategia deflacionista que mengua los ingresos de todos ello y, por tanto, su capacidad de contribuir al sostenimiento cooperativo de los demás mercados, que es la base que puede hacer exitosa una zona monetaria auténtica.
Sin un cambio radical de orientación, sin poner en marcha un autentico plan de estímulo de las economías, basado no solo en la acumulación de mayor cantidad de recursos sino en el cambio del modelo productivo imperante en la UE y en el seno de sus naciones integrantes, será igualmente imposible modificar la tónica nuevamente recesiva en la que nos encontramos y encaminarnos a una salida efectiva de la crisis.
5. A los problemas de caída de la actividad y desempleo que produjeron en casi todo el mundo la falta de financiación a empresas y consumidores y la caída subsiguiente de la demanda, se siguió en la mayoría de los países otro igualmente grave provocado por el incremento vertiginoso de la deuda soberana de los estados, como consecuencia, al mismo tiempo, de la caída de los ingresos públicos y del aumento del gasto público.
Pero hay que tener en cuenta que los problemas de prima de riesgo que algunos países, como España, están sufriendo no tienen que ver tanto con la magnitud de la deuda (la de España sería aún llevadera incluso con el volumen que tiene en estos momentos) sino con la presión especulativa que hizo subir artificialmente los intereses con los que se ha financiado.
Y, sobre todo, hay que considerar otras dos circunstancias que igualmente se están soslayando a la hora de hacer frente a este problema de deuda.
La primera, que el problema principal no radica en la deuda pública sino en la privada, que es la que realmente resulta impagable, no ya en las condiciones de falta de actividad e ingreso actuales sino en las que previsiblemente se darán en el futuro.
Lo que en realidad se está produciendo es una reconversión de la deuda privada en otra pública, para que sea el conjunto de la población la que se haga cargo de la que han generado, principalmente y en beneficio propio, las grandes empresas financieras. En 2008, cuando comenzaba la crisis, la deuda pública representaba un 19,1% del total (pública y privada) de la española, la de las familias un 20,6%, la de las Pymes un 3% y la de las grandes empresas un 57% (de ellas, el 95% correspondía a las de más de 250 trabajadores). Y eso teniendo en cuenta que el 64,7% de la deuda de las familias correspondía al 10% más rico de todas ellas.
Lo que se trata de hacer cuando los propios mercados han puesto en jaque al Estado español haciendo que artificialmente suba la prima de riesgo es justificar un rescate de la economía española en su conjunto para rescatar en realidad a los bancos que son deudores de las entidades europeas, principalmente alemanas y francesas, convirtiendo así en pública su deuda privada.
La segunda circunstancia a tener en cuenta tiene que ver con el origen de la deuda total española y cuya cuantía es hoy día tan preocupante (aunque preocupante, como he señalado, más por la presión de los tipos de interés que por su volumen total, todavía relativamente manejable y, desde luego, asumible al empezar la crisis, cuando era el segundo menor de la Unión Europea).
Habitualmente se señala que su origen está en supuestos excesos en sector público, en grandes gastos sociales y en un Estado de Bienestar que se considera desmesurado, de donde se deduce que para combatirla es preciso recortar gastos en educación, sanidad, pensiones, dependencia, administración pública, etc.[6]
Sin embargo, así se falsea la realidad porque no se tiene en cuenta que el verdadero origen de la deuda pública española es otro: el hecho de que España (como los demás países europeos de la zona euro) no haya podido disponer de un banco central que financiara los gastos públicos sin interés o a un interés super reducido y, en lugar de ello, haya tenido que hacerlo mediante financiación bancaria privada a los intereses de mercado.
Una simulación elemental permite comprobar que si España hubiera dispuesto de una financiación al 1% procedente de un banco central desde 1989, la deuda acumulada por los sucesivos saldos primarios acumulados desde esa fecha hasta la actualidad representaría un 14% del PIB, y no estaríamos, por tanto prácticamente en el 90%, como en la actualidad[7].
El grueso de la deuda, por tanto, es el resultado de una decisión asumida en Europa claramente en contra de los intereses de los pueblos, de cuyas consecuencias nunca se le ha hablado y que, por tanto, puede decirse que ha sido impuesta claramente contra su voluntad, es decir, que es una deuda odiosa o ilegítima.
Desde el año 2000, España ha pagado unos 227.000 millones en concepto de intereses y eso es lo que ha ido acumulando una deuda cada vez mayor, porque de haber sido financiada como deben ser financiados los gastos de los estados no habría alcanzado nunca el volumen de ahora. Téngase en cuenta que solo en 2008, 2009 y 2010 España ha tenido que pagar 120.842 millones de euros para hacer frente a la deuda en estas condiciones que le imponen los mercados[8].
Por tanto, hay que concluir que España tiene derecho a revisar la naturaleza de su deuda, a repudiar la ilegítima u odiosa, y que debe plantearse las consecuencias tan negativas que ha tenido y que va a tener mantenerse en una zona monetaria mal diseñada, o mejor dicho, diseñada para favorecer el negocio de la banca privada a costa de crear innecesariamente un problema ingente de deuda soberana en algunos de sus estados miembros.
6. Como es bien sabido, España tiene una situación económica y financiera más difícil que otras economías de su entorno. Esto es el resultado del problema de deuda al que acabo de hacer referencia (más concretamente a la gran presión especulativa de los mercados) pero, sobre todo, a otras circunstancias que es preciso tener en cuenta para poder actuar sobre ellas, al contrario de lo que viene ocurriendo cuando se soslayan.
En primer lugar, que la gran influencia de la banca y los grandes grupos de poder económico ha favorecido en los últimos decenios un tipo de especialización muy negativa de nuestra economía, basada en el desarrollo de un modelo productivo ineficiente, insostenible, depredador, desigualitario, desvertebrado y muy dependiente[9].
En segundo lugar, el entorno de la eurozona que, como ya he señalado, fue diseñado de modo muy imperfecto, sin disponer de los instrumentos que son imprescindibles para que una unión monetaria no cree más problemas de los que viene a resolver y que, así, perjudica mucho a los espacios periféricos o más dependientes, como el de España.
Por último, el gran poder del que disponen en nuestro país la banca y los grandes grupos oligárquicos, proveniente de los extraordinarios privilegios que adquirieron en la dictadura fascista y la mayoría de los cuales no solo no han desaparecido sino que incluso se han agrandado, y, por otro lado, de la gran desigualdad que hay en nuestra sociedad no solo en términos de ingresos sino a la hora de tomar decisiones políticas. Eso es lo que ha permitido que se haya desarrollado una burbuja inmobiliaria tan peligrosa sin control ni vigilancia (obviando las demandas que hacían técnicos, funcionarios cualificados o cientos de especialistas o personalidades independientes, como las que hicieron en varias ocasiones los inspectores del Banco de España cuando denunciaban la actitud “pasiva” de los órganos de dirección del Banco de España con su gobernador al frente[10]).
7. Todas estas circunstancias son las que han provocado la particular gravedad de la crisis española que (con independencia de otras de carácter más estructural) tiene tres manifestaciones inmediatas y principales y que son las que con carácter de urgencia habría que resolver y no se están resolviendo: la gran destrucción de empleo, al haberse venido casi completamente abajo el sector de la construcción y la disminución subsiguiente de la demanda interna, la presión de los mercados sobre la financiación de la deuda pública, y la crisis bancaria que impide financiar adecuadamente a las empresas y consumidores.
Lamentablemente, las medidas que se han venido adoptando siguiendo las preferencias de los grandes grupos oligárquicos y las imposiciones de la Unión Europea no solo no los resuelven sino que los han venido agravando.
Las políticas de austeridad hunden aún más la demanda interna, la inactividad del Banco Central Europeo, dedicado a proporcionar dinero fácil a la banca privada para que ésta haga negocio financiando a interés más elevado a los gobiernos, fomentan y no evitan la actividad de los especuladores contra España (como contra Grecia, Irlanda, Italia o Portugal), y las sucesivas reformas financieras, en lugar de dirigirse a garantizar de verdad la existencia de un auténtico sector financiero que proporcione recursos a la economía, se han limitado a reforzar el poder de las grandes entidades y a ponerles en bandeja el mercado (sobre todo el que venían teniendo las cajas de ahorros) para que así puedan salir de la insolvencia generalizada en la que prácticamente todas ellas se encuentran de facto.
En lugar de afrontar los problemas que realmente agudizan la crisis en nuestro país para salir definitivamente de ella, se ha aprovechado la situación de debilidad para poner en marcha reformas y recortes cuyo único fin es el de facilitar la entrada de negocios privados en los servicios públicos, para mejorar aún más la capacidad negociadora de las grandes empresas y para ahorrarles impuestos a los niveles más elevados de renta[11].
8. Cuando se plantea la necesidad de hacer frente a todos estos problemas que afectan a la economía española, además de afirmar que “no hay alternativas” (un juicio que en realidad no es argumento y que hemos tratado de desmontar en el libro anteriormente citado Hay alternativas. Propuestas para crear empleo y bienestar social en España, se suele argumentar que España no tiene capacidad de maniobra alguna en el seno de la unión monetaria.
Es cierto que nuestra pertenencia a la eurozona la limita en grado sumo en cuanto a instrumentos que serían esenciales para hacer frente a una crisis como esta, sobre todo, en política monetaria y de cambio que posibilitase la devaluación, y que impone severas restricciones en otras políticas como la presupuestaria. Eso es así, y de ahí, como he señalado, que debiera ser obligado poner sobre la mesa las ventajas e inconvenientes reales que tiene para España pertenecer a una unión monetaria diseñada mal y, digámoslo así, en su contra, en beneficio exclusivo de los grandes grupos financieros y empresariales y particularmente de los de Alemania. Pero dicho eso, no es del todo cierto que España carezca por completo de autonomía y que nuestro gobierno no pueda hacer nada que no sea lo dictado por Bruselas, como suele decirse. Por el contrario, ha dispuesto y dispone de más capacidad de maniobra de la que ha utilizado y esa es la causa de una parte importante de los males y sufrimientos que estamos padeciendo.
La pertenencia a la unión monetaria no obliga a financiar a la Iglesia Católica, por poner un ejemplo, con más recursos de los que paralelamente se recortan en servicios sociales, o a eliminar impuestos como el de sucesiones o patrimonio, que, incluso en su moderada conformación anterior, permitirían ingresar cantidades que hubieran podido evitar gran parte de esos recortes. Como tampoco ha obligado a realizar las contrarreformas fiscales de años atrás que han mermado ingresos públicos y fomentado la evasión, o a ser tan contemplativos con la economía sumergida.
Incluso en el marco de la unión monetaria se podrían tomar medidas, como las fiscales que proponen los técnicos del Ministerio de Hacienda, que permitieran multiplicar los ingresos del Estado; o las que se vienen haciendo, por poner un ejemplo, para liberar demanda efectiva mediante la rebaja en la deuda tributaria, para crear nuevos tipos de contratos de trabajo que permitieran anticipar la creación de empleo a las empresas; o la nacionalización de bancos en condiciones menos onerosas y mucho más efectivas para relanzar la economía que las medidas que se han tomado.
9. Por todo ello, es muy importante desechar la idea tan intensamente asumida por una gran parte de la población (en gran parte porque se insiste mucho en difundirla desde los medios de comunicación ligados a los grandes intereses financieros y empresariales, es decir, desde prácticamente todos los privados), que tiende a hacer creer que la crisis es una especie de fatalidad, una circunstancia inapelable frente a la que apenas si se puede hacer nada que no sea lo que desde fuera se nos dice que hay que hacer. Como tampoco se puede admitir la idea que alternativamente se difunde a veces desde otros puntos de vista, según la cual todo es el resultado de un poder omnímodo de los mercados, de una dictadura financiera frente a la que no se puede hacer nada si no es provocando una especie de cambio universal que modifique todas y cada una de las condiciones de nuestra existencia.
Ninguna de esas dos versiones soporta una contrastación rigurosa con la realidad. Lo que nos ha sucedido no es el fruto de un imponderable, de una catástrofe inevitable, sino de que los gobiernos han dejado de hacer, que ellos mismos han establecido las condiciones que han permitido que se produzcan los hechos que han dado lugar a la crisis. Los gobiernos tienen en sus manos las medidas que pueden permitir que los asuntos económicos se desenvuelvan de otro modo y, particularmente, que pueden hacer que ni siquiera se tengan por qué dar las crisis financieras recurrentes que están destrozando a la economía mundial en los últimos años.
10. Teniendo en cuenta factores como los que he tratado de analizar en esta intervención creo se puede tener enfrente una dimensión diferente de la crisis con la que resulta más fácil pensar en alternativas y ponerlas en marcha.
No todos los países tienen los mismos problemas, ni han padecido los mismos males, de modo que sería cuestión de seguir su camino y no, como está sucediendo, el que nos lleva en dirección contraria. Y la naciones que han llegado más lejos en progreso y en estabilidad social, incluso las que son más competitivas, si es que se quiere recurrir a este criterio convencional, muestran caminos por donde se supone que deberían transitar las que tratan de emularlos, luego lo que debería ser objeto de reflexión es que se nos impongan otros bien diferentes. Y, como he dicho, si hemos vivido largas épocas sin crisis financieras, lo significativo es el empeño en huir de las condiciones políticas y regulatorias que se daban entonces, para insistir, por el contrario, en las que sabemos que están asociadas a la perturbación financiera constante y a la crisis.
Las propuestas de políticas y medidas alternativas son muy abundantes, e incluso algunas de ellas han pasado ya la simple formulación teórica para aplicarse en otros países con éxito. Por ello me parece que resulta obligado concluir que si economías como la española se debaten en una situación tan frágil, incapaces de salir de la crisis y de resolver los problemas de la deuda, del empleo o de la generación de ingresos que otras economías han resuelto, incluso en el mismo marco deteriorado del capitalismo especulativo de esta etapa neoliberal en la que estamos, lo que ocurre no es que no existan alternativas sino que se carece de la decisión, de la voluntad y del poder político suficientes como para ponerlas en marcha.
No debe olvidarse una cuestión elemental que se quiere ocultar: los problemas económicos no tienen soluciones técnicas, sino políticas. Y siendo así, sabiéndolo, quizá quede más claro que el deterioro de la situación económica de España, o de Europa en general, no es el resultado de que no existan soluciones alternativas sino de que se ha debilitado tanto la democracia que es imposible que se impongan las que desea la mayoría de la población y que, en su lugar, se apliquen las políticas que solo benefician a una parte muy minoritaria, cuyo bienestar y riqueza es ajeno a la estabilidad económica y a la buena marcha general de los asuntos económicos.
Notas
[1] Juan Torres López y Lina Gálvez Muñoz, Desiguales. Mujeres y hombres en la crisis financiera, Icaria, Barcelona 2010; Juan Torres López. La crisis de las hipotecas basura. ¿Por qué se ha caído todo y no se ha hundido nada? Sequitur, Madrid 2011.
[2] Alan M. Taylor, The great leveragin. NBER Working Paper 18290, 2012, en http://www.nber.org/papers/w18290
[3] Un análisis reciente sobre sus consecuencias de todo tipo Joseph Stiglitz, El precio de la desigualdad. Taurus, Madrid 2012.
[4] Vid Vicenç Navarro y Juan Torres López, Los amos del mundo. Las armas del terrorismo financiero. Espasa, Madrid 2012.
[5] Vid. Joseph E. Stiglitz, Caída libre: El libre mercado y el hundimiento de la economía mundial, Taurus, Madrid, 2010
[6] Hemos demostrado la falsedad de estas argumentaciones en Vicenç Navarro, Juan Torres López y Alberto Garzón, Hay alternativas. Propuestas para crear empleo y bienestar social en España. Sequitur, Madrid 2011. Versión libre en pdf en http://www.sequitur.es/hay-alternativa/
[7] Eduardo Garzón Espinosa. Situación de las arcas públicas si el estado español no pagara intereses de deuda pública. En http://eduardogarzon.net/?p=328
[8] Agustín Turiel. Informe sobre la legitimidad de la deuda pública de la Administración Central del Estado de España. En https://www.box.com/s/a5d5f0f2d1d4c7a90793
[9] Vid. Albert Recio, Capitalismo Español: La inevitable crisis de un modelo insostenible. Revista de Economía crítica, nº 9, 2010; Emmanuel Rodríguez López e Isidro López Hernández. Del auge al colapso. El modelo financiero-inmobiliario de la economía española (1995-2010). Revista de Economía crítica, nº 12, 2011; Albert Puig Gómez, El modelo productivo español en el período expansivo de 1997-2007: insostenibilidad y ausencia de políticas de cambio. Revista de Economía crítica, nº 12, 2011.
[10] Juan Torres López. Las responsabilidades del Banco de España. En http://www.attacmadrid.org/?p=4148
[11] Sobre estas medidas en la etapa de gobierno del Partido Popular, vid. Vicenç Navarro, Juan Torres López y Alberto Garzón. Lo que España necesita. Una réplica con propuestas alternativas a la política de recortes del PP. Deusto, Madrid 2012.
Fuente:
https://www.alainet.org/en/node/163958
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