La cuestión de los derechos humanos a dos siglos de las resoluciones de la Asamblea del Año XIII
06/02/2013
- Opinión
La recordación del 200º aniversario de la victoria de las fuerzas patriotas y revolucionarias comandadas por el General Manuel Belgrano en la Batalla de Salta ha puesto sobre el tapete las resoluciones de la Asamblea del Año XIII, convocada para redactar la constitución de la nación liberada; y productora de medidas trascendentes a pesar de no haber podido lograr su propósito por la división entre los propios (pocos) patriotas consecuentes que había en la época (básicamente, entre los que seguían a Artigas –por lejos el más radical de los protagonista del drama independentista del Río de la Plata- y los sectores “jacobinos” de la ciudad de Buenos Aires).
Al relacionar la batalla con los logros constituyentes, el historiador Leonardo Juárez[1] dice que …”el triunfo posibilitó la radicalización de medidas como por ejemplo, la “libertad de vientres”, que se otorgó el dos de febrero de 1813, la “supresión del tributo indígena”, el 12 de marzo de 1813 o la “abolición de los tormentos”, el 21 de mayo de 1813[2]. Grandes medidas, porque muchos consideramos a la Asamblea del año 13 como la constitución mas importante de lo que después sería la República Argentina.”
Repasemos
- “la libertad de vientres” ambicionaba y anunciaba al fin de la institución de la esclavitud, introducida por el Imperio Español ante el “agotamiento” de la mano de obra indígena por el genocidio inaugural (el de los primeros cincuenta años desde 1492 en adelante que se llevó decenas de millones de habitantes originarios) y las masacres continuas (Galeano ha relatado magníficamente el modo en que morían los indios en las minas –en Potosí por ejemplo, tan cerca de nosotros-, en los yerbatales o en la continuación de la conquista de tierras para el dominio colonial o semicolonial como fue la llamada Guerra de la Triple Alianza contra los guaraníes del Paraguay (exterminio de dos de cada tres varones vivos al momento de la Guerra) o en la supuesta Campaña del Desierto que, como ha explicado mil veces Osvaldo Bayer, no fue ni una “campaña” ni se hizo en un “desierto”. Una buena parte de los esclavos “libertos” murieron en las guerras de la Independencia. Se dice que hasta un tercio de las tropas que cruzaron los Andes con San Martín eran negros libertos. Luego del año 13, la esclavitud perdió posiciones pero continuó en los confines de la patria: los yerbatales, las minas y en las residencias de los comerciantes y funcionarios que mantuvieron el servicio personal con esclavas, las que fueron reemplazadas luego de la Conquista del Desierto por los cientos de niñas y niños indios que Roca y su gente “regala” a las familias de buen nombre de la ciudad, los que ya habían fundado el Club del Orden, el Jockey Club y por supuesto, la Sociedad Rural y el Colegio Militar.
- “la supresión del tributo indígena” ambicionaba y anunciaba el fin de la dominación brutal, explotadora, colonialista y genocida que los europeos habían establecido por medios militares (violentos, como les gusta decir a los comentaristas pacatos cuando hablan de las luchas populares) sobre la población originaria, lo que había llevado en algunos países como Cuba a la cuasi eliminación total de la población originaria de los Tainos o en nuestra La Rioja al hecho poco conocido que a los pocos años del dominio de Velasco sobre los calchaquíes, el número de estos es tan mínimo que habían sido superados por los esclavos “importados”: “Juan Ramírez de Velazco había estimado en 1591 que los tres pueblos sumaban algo así como 32.000 aborígenes; y si sabemos que para 1795 los negros esclavos (importados para reemplazarlos en las tareas mineras, agrícolas y de servicio) ya superaban en número a los indios, y que en 1820 el total de habitantes de La Rioja apenas superaba los 20.000 individuos de los cuales solo 3.178 eran descendientes de los bravos diaguitas, podremos entonces comenzar a tener una idea del grado de crueldad y salvajismo con que procedieron los colonialistas españoles con los primeros habitantes de estas tierras, tan lejos del mito (justificador del colonialismo) de la cruz y la espada.”[3] Durante décadas, la invisibilización de los pueblos originarios fue tan grande que llego a haber grandes intelectuales argentinos que creían que “descendíamos de los barcos”, como si no tuviéramos orígenes en la tierra propia. La masacre de Rincón Bomba (entonces territorio nacional de Formosa) en 1947 puso de manifiesto que los ingenios azucareros salteños y jujeños seguían con la mita y el yanaconazgo, seguían explotando a los qom, como en épocas del español.
- “la abolición de los tormentos” ambicionaba y anunciaba el fin del uso sistemático de la tortura como método de interrogación, de obtención de auto incriminaciones por parte de la Inquisición, de la cual también fue anunciado el fin de su actividad por parte de la Asamblea. La Inquisición fue introducida en Nuestra América casi al mismo tiempo que la Invasión Imperial porque muchas veces se olvida que en el “año 1492” no solo Colón llegó al Caribe, también los Reyes Católicos consumaron la “reconquista” de Granada y con ello el fin del Reino Moro lo que precedió a la expulsión de judíos y musulmanes del Reino, la “conversión” de muchos de ellos al catolicismo y el crecimiento exponencial de la Santa Inquisición como instrumento de la lucha por la “pureza” religiosa primero, y cultural/política, luego. Como principal ciudad del Imperio en la región, la sede principal de los Tribunales de la Inquisición estaban en Lima, pero contaba con “sucursales” en Córdoba y las principales ciudades del Virreinato donde, como precedente de las luchas independentistas se desarrolló una campaña de estigmatización sobre los lectores de Rousseau y de la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano a quienes se clasificaba de “afrancesados” y perseguía con saña; persecución que retomarían Rosas y sus continuadores casi sin interrupción hasta llegar al año 1902 en que la persecución cambia de nombre y pasa a llamarse lucha contra los “inmigrantes indeseables o ácratas o comunistas libertarios” para los cuales se sancionó la Ley 4144, que permitía su expulsión sin pasar por tramite judicial alguno, por mera resolución policial, con vigencia hasta el año 1957.
Cuando todavía no habían desaparecido los rastros de la Revolución de Mayo, Esteban Echeverría analizaba (y así lo asume el Amauta José Carlos Mariátegui en su obra) que la revolución se frustró porque de las posibles alianzas sociales, entre los comerciantes y los pobres o los comerciantes y la oligarquía (pensando en una división social simple de muy ricos: oligarcas dueños de la tierra conquista a los pueblos originarios y funcionarios de la Corona y la Republica, ricos: comerciantes de la ciudad y empleados de diversos rangos, y pobres: los indios, los esclavos y los gauchos) terminó prevaleciendo la alianza entre la oligarquía y los comerciantes que ahogó la Revolución y aplastó literalmente a los patriotas como Castelli, Belgrano, Monteagudo, Artigas y expulsó hasta el mismo San Martín. Como bien le hace decir Andrés Rivera al Manco Paz: “Volví a leer aquella suntuosa línea que atribuyen a Napoleón: “La revolución es una idea que ha encontrado bayonetas”… ¿Por cuál revolución empuñaron bayonetas mis hombres, a los que no lloré cuando murieron?”[4]
Conmemorar acríticamente la Revolución de Mayo, hablar sin más del Bicentenario de la Independencia Nacional sin hablar de la derrota de los revolucionarios y la frustración del proceso, no solo es históricamente falso, también le hace el juego a quienes buscan hacernos creer que no hace falta la lucha por la Segunda y Definitiva Independencia, esa gesta a la que sigue convocando el Comandante Guevara desde “su histórica altura” y pretende que el mundo de nuestros días es el paraíso de los derechos humanos; mito que se derrumba con solo repasar qué fue de las resoluciones tomadas hace doscientos años en la mítica Asamblea del año 13.
Puesto ¿qué fue de la supuesta abolición de la esclavitud, de la tortura y de la discriminación de los pueblos originarios?, es la pregunta que la historia le hace al movimiento de derechos humanos y la respuesta es dura y dolorosa puesto que es indudable que en la Argentina del año 2013 subsisten formas de trabajo esclavo (como las propias agencias gubernamentales han denunciado sobre los talleres clandestinos textiles de Flores en Capital o diversas fincas agropecuarias en el interior del país); la tortura es una práctica sistemática en las cárceles, las comisarias, los centros de reclusión de las personas con enfermedades psiquiátricas y aún en algunos geriátricos; y nadie puede ignorar la persecución que sufren los Qom en Formosa o la nunca cumplida reivindicación y reparación histórica por los robos cometidos contra los Mapuches en la Patagonia que no son más que algunas de las muchas expresiones de una práctica estatal que pretende ignorar el carácter pluri nacional y pluricultural de la Argentina real, no la que inventaron los liberales del siglo XIX ni los revisionistas del siglo XX.
Eduardo Rosenzvaig, impactado por la masacre Cromañón, comparaba las incursiones genocidas de Roca contra los pueblos originarios al sur del río Colorado con las políticas de exterminio que la burguesía nacional dedicaba en los 90 a los jóvenes resultantes de las políticas neoliberales anunciadas por la dupla Martínez de Hoz/Videla y concretadas por la otra dupla Cavallo/Menem. En aquellos días, el historiador tucumano recordaba que si la generación del 80 (del siglo XIX, la que “organizó” el país), entusiasmada con las promesas del “progreso ininterrumpido” que creía iniciar con el siglo XX anunciaba su mayor promesa con las palabras de Rubén Darío “juventud, divino tesoro”, la burguesía mafiosa resultante del Genocidio nacional mostraba como muestra de su agotamiento histórico, las políticas del gatillo fácil y el futuro Cromañón: vivir para consumir y morir consumiendo, como único horizonte posible para las nuevas generaciones.
Estallado aquel país en el diciembre popular del 2001, llevamos más de diez años de promesas de finalizar el ciclo neoliberal y abrir para la juventud las puertas de la política liberadora y el trabajo digno. ¿Cómo explicar entonces que la Bonaerense y la Santafesina, la Neuquina y la Formoseña, que las policías provinciales todas y también la Federal y también la Gendarmería y los Servicios Penitenciarios –tanto el Federal como los provinciales-, sigan matando jóvenes con el Gatillo Fácil y la tortura, sino porque las promesas de aquella Asamblea del año XIII siguen pendientes de cumplimiento? ¿Acaso porque un tercio de los trabajadores sigue en condición precaria y otro tercio orilla la desocupación siendo la mayoría de estos jóvenes y porque hay cientos de miles que siguen sin encontrar lugar alguno en la sociedad argentina: ni trabajo digno, ni educación, ni deporte, ni cultura; para ellos solo el paco y el hastío antes del gatillo fácil o la cárcel.
Una vez más, proponemos que para iniciar el debate sobre la democratización de la Democracia Argentina, para que podamos poner en correspondencia la mirada crítica y descalificatoria sobre el pasado reciente, con su extraordinaria conquista de Juicio y Castigo para Videla y algunos de sus oficiales, colaboradores civiles, judiciales, médicos, políticos y religiosos, etc., con la mirada sobre los crímenes que el Estado comete cotidianamente, es urgente e imprescindible cumplir con lo más elemental que requiere la vida democrática y republicana: terminar con la tortura en sede policial y en las unidades penitenciarias, respetar los derechos de los pueblos originarios al menos con el mismo nivel con que se respetan los derechos mal habidos de los que se apoderaron de casi todo lo publico en los periodos del Terrorismo de Estado y del Neoliberalismo fundamentalista y anular sin más tramite la Ley Antiterrorista de la que los Torquemada y sus verdugos estarían más que orgullosos. Es simple entonces, para los que preguntan y preguntan por los cambios que la Constitución requeriría para mejorar la democracia argentina, les proponemos comenzar por algo más que sencillo: cumplamos las resoluciones del año 1813, y habremos comenzado un camino de honra y dignidad nacional verdadera.
Notas
[2] en la verificación de los datos históricos ha colaborado el compañero Emiliano Morón
[3] La Rioja que resiste. educación y lucha de clases. Cincuenta años de la A.M.P., libro del autor disponible en http://www.amplar.org.ar/documentos/LaRiojaqueResiste.pdf
[4] “Ese Manco Paz”. Andrés Rivera. Editorial Alfaguara
https://www.alainet.org/en/node/164453
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