Siempre me ha llamado la atención el imaginario que tienen los uruguayos de su clase política. En Uruguay, la presidencia no es propiamente un trampolín para amasar fortuna. El paso por la casa de Suárez y Reyes no trunca el oficio básico de profesión tras cinco años de gobierno. Uno a uno, los últimos presidentes uruguayos se han caracterizado por retornar a sus actividades profesionales. Comerciantes, dirigentes políticos y médicos. Los expresidentes de Uruguay suelen adoptar una práctica poco común, y por eso mismo, digna de admirar, de vivir en atención a su trabajo más que de rentas exuberantes que les propicia la Nación en atención a su dignidad. Una práctica que ciertamente no empezó con Mujica, pero que él, con enorme carisma y simplicidad ha sabido apersonar de manera ejemplar. Este 28 de febrero es el último día de gobierno de don Pepe Mujica, un señor muy viejo con unas alas enormes.
El paso revolucionario de Mujica por la presidencia radica en atender el llamado de grupos periféricos. Los que no dan votos. Los que siempre confían en una democracia que los silencia de manera sistemática. Mujica dio voz a los excluidos. Puso en la agenda temas que suelen quedarle grande a los demás dirigentes del vecindario. Sin tapujos timoratos y sin rodeos llevó al legislativo el debate sobre la eutanasia, la marihuana, el matrimonio homosexual y la revisión al impuesto de renta.
Mujica no es el hombre amado por todos pero camina las calles de Montevideo sin escoltas ni lugartenientes. Lo recorre en un Volkswagen escarabajo a punto de desarmarse. No ha cerrado un solo periódico y eso que El País arremete contra él sin piedad. No ha comprado para sí un metro cuadrado de tierra en sus cinco años de gobierno. La casa que habita es la misma que tenía desde mucho antes de ser candidato presidencial y allí volverá. Según afirma él, con ganas de destinar un pedazo de campo para permitir que algunos jóvenes, bajo su tutela, la labren y aprendan a valorar la importancia del esfuerzo físico y del cuidado de la tierra. Su pasado guerrillero no ha sido obstáculo para atender en su despacho a militantes de izquierda que peregrinan para visitarle y multinacionales que quieren convencerle de las bondades de un TLC.
No hizo uso de su poder para reformar la Constitución que le permitiera una reelección inmediata. No ha instalado juegos olímpicos ni mundiales de fútbol. No se ha mandado a hacer un monumento. No tiene programa de televisión. No se ha visto vinculado en autoatentados y no ha habido un solo intento de golpe militar en su contra o de opinión en su favor.
Su genialidad consiste en hacer lo que la Constitución le manda. Su sencillez sorprende a propios y extraños en un vecindario donde la constante es todo lo contrario. Ruido, fanatismo, trampa, fraude, malicia, engaño, soborno, lujuria, maldad. Don Pepe Mujica, el viejo con unas alas enormes no es un ángel ni un santo, pero ha cambiado la forma de hacer política y de ser político. Atributos que merecen toda distinción.
Marzo 1 de 2015
John Fernando Restrepo Tamayo
Politólogo y profesor de Teoría constitucional
Foto: ANDES