La disputa contrahegemónica. Posibilidades al trasluz de la coyuntura
- Opinión
La crisis en desarrollo ha abierto nuevamente la situación política nacional hasta hace poco clausurada por la fuerte iniciativa política del Gobierno y las fracturas que dejó en las franjas populares el oportunismo de quienes jugaron al ilusionismo electoral en las presidenciales pasadas. Para las fuerzas político-sociales independientes, esta apertura de la situación política, claramente aumenta las posibilidades para recuperar su fuerza organizativa, su discurso, su influencia y su rol de referencia para las franjas activas de trabajadores y sectores populares e incluso respecto de la sociedad en general. Y no solo para enfrentar al bloque en el poder y sus maniobras aprovechando su descrédito y el malestar generalizado, sino para hacerlo reponiendo en el discurso contenidos contra-hegemónicos hasta hoy muy ajenos al sentido común de los trabajadores y sectores populares. En las condiciones de apertura actuales, la indignación por la corrupción y la agitación de las demandas inmediatas, expresadas, por ejemplo en la consigna "que se vayan todos" y en la crítica a la “reforma” laboral, pueden combinarse con contenidos contra hegemónicos, fortaleciendo la independencia de clase y proyectando la dinámica de la acción colectiva más allá de la pura coyuntura. El singular momento político - más allá incluso de su desenlace inmediato- ha instalado un campo propicio para procesar desde abajo los malestares populares en un sentido de ruptura más radical. Presentamos aquí algunas líneas.
En el análisis político las coyunturas se interpretan como síntomas de la dinámica de un período político; y en ciertas ocasiones críticas, como síntoma de un cambio de ese periodo. En momentos de estabilidad del régimen político y de la alianza que constituye el bloque en poder, la coyuntura expresa solo modificaciones secundarias en las correlaciones de fuerzas y en los escenarios y formas de lucha. Sin embargo, en un cambio de periodo las alteraciones en el balance de fuerzas provienen de trizaduras profundas del bloque en el poder y de su capacidad de control sobre las clases y sectores dominados. En tales circunstancias, los cambios en el balance de fuerzas, de los escenarios y formas de lucha, deben interpretarse como síntomas que develan, a nivel de la coyuntura, el curso de una crisis del bloque dominante y su régimen. El cambio del período político puede ser más o menos rápido pero su proceso discurrir a lo largo de varios años, conteniendo una o varias coyunturas críticas.
En el Chile de hoy el carácter de la coyuntura es sintomático de un cambio de período; lo es porque en las últimas semanas se ha precipitado una severa crisis del bloque en el poder, de su alianza constitutiva y del régimen político-institucional, cuyos antecedentes provienen al menos desde el 2006. Sin embargo, no debemos extraviarnos: lo singular del momento es que la coyuntura no está determinada por la acción de las clases y sectores dominados; aún carecen estos de la fortaleza para entrar en escena como fuerza político-social gravitante e incluso el propio desenlace de esta coyuntura y la apertura de la siguiente, de seguro será obra principal sino exclusiva de los sectores dominantes, en especial de su intelligentsia. Pero no necesariamente así respecto del desenlace del cambio de periodo.
A nivel de la política y lo político también se están manifestando contradicciones derivadas de un agotamiento crítico de la forma que tomó la sociedad chilena en el curso de cuatro décadas; se trata de las anomalías de la contra revolución neoliberal que se presentan como fisuras propias de su etapa de maduración[1]. Una de tales fisuras hizo evidente una anomalía crítica del proyecto neoliberal: la ineficiencia del sistema y de los partidos políticos para, por un lado, anticipar, procesar y disipar los conflictos sociales que escalan por abajo, y por otro, erigirse en representantes autónomos del interés general de capital por sobre sus fracciones cuyos conflictos en momentos de una contra revolución madura se precipitan por arriba. Por abajo, la debilidad relativa de los partidos y la emergencia de las luchas sociales, evidencian cada vez más las formas policiacas del Estado y mucho menos las clientelistas, mientras por arriba, éste es capturado directamente por el capital convirtiéndolo en un cuasi cascarón jurídico-político dirigido desde fuera por un “poder dual burgués” que comanda la burocracia estatal y sus políticas. Los velos han sido bajados: los de abajo deben darse ya por enterados que la vuelta del ejército a las calles – y no precisamente como zapadores- es una opción vigente para la patronal (von Appen) y para moros y cristianos (Bitar, Aleuy), y también que es el capital el que subcontrata los servicios de la burocracia estatal para mantener el orden, su orden. Ya nadie puede reclamar inocencia respecto de dónde está el poder; se ha develado que una buena parte de los titulares del parlamento y de los altos funcionarios gubernamentales son simples mercenarios de la política formal pagados por el capital, o para decirlo sin tanta animosidad, un contingente profesional enviado por los grandes grupos económicos en comisión de servicios al Estado, por cierto, para bien del país. Pero sea como sea, algo huele mal en Sanhattan.
El régimen político y el Estado actuales en nada se parecen al ideal republicano liberal burgués, al Estado de compromiso y benefactor declarado por la Constitución de 1925 y aderezado a través de sus sucesivas reformas. El régimen político actual carece de su aura democrática y el Estado de su majestad como titular del bien común; incluso más, el mismo Estado corre riesgo de lumpenizarse. Esta posibilidad no es ajena a los momentos en que se conjugan una fuerte concentración del capital con una debilidad estructural de la institucionalidad política burguesa; y en América Latina la asociación policiaco-mafiosa entre trasnacionales, capital monopólico, partidos políticos y ejército no son ninguna sorpresa. No obstante, la historia política chilena señala que los procesos de cambio de periodo culminan constituyéndose un nuevo bloque entre las fracciones, sectores y grupos sociales dominantes sobre la base de una nueva forma institucional. Lo anterior no indica el desenlace deba ser pacífico; éste será tanto o más traumático dependiendo de si esa nueva alianza logra o no concitar el apoyo y/o la indiferencia de las grandes mayorías, y de la capacidad de los trabajadores y sectores populares para constituir una alternativa independiente y políticamente gravitante. Y esta última posibilidad - latente y episódica- hoy cuenta con mayores condiciones para avanzar en la constitución subjetiva, en el desarrollo de la conciencia de clase. Y no sólo de una conciencia reivindicativa más robusta con mayor claridad de sus demandas y disposición de lucha, lo que ya sería un avance, sino de una comprensión más profunda del carácter del capitalismo, de su modo de vida y de la necesidad de superarlo, e incluso de reponer en el ideario popular el sentido más profundo del socialismo y de sus valores.
¿En qué sentido nos atrevemos a formular una afirmación tan atrevida como aparentemente utópica? Simplemente en que toda lucha contra hegemónica discurre en el campo de la subjetividad, en el terreno de las prácticas de vida "naturalizadas", es decir, convertidas en sentido común y en reglas ineludibles si se ha de sobrevivir en la sociedad de la dominación. El capitalismo no solo explota, excluye y discrimina, sino también "produce" material (social) y subjetivamente a las clases y sectores que explota, margina y discrimina. El capitalismo tiene su ley general de reproducción y en su forma neoliberal desarrolló dispositivos específicos. Y son esos dispositivos los que han comenzado a trizarse haciendo posibles escenarios favorables para la lucha contra hegemónica, campos de batalla que habían estado totalmente cerrados para los sectores dominados desde hace más de dos décadas. Ello explica también que el cambio de periodo discurra con tantas fricciones, con cierta perplejidad de las clases dominantes y demore tanto su desenlace.
Si estilizamos los hechos de la lucha popular reciente, diríamos que el primer golpe lo dieron los trabajadores precarizados y subcontratistas cuando superaron las formas clásicas de organización y lucha y se enfrentaron directamente al capital, a la Concertación e incluso a la propia CUT; el segundo lo dieron los estudiantes con su impugnación radical al lucro en la educación y a la propia institución escolar, y el tercero, las movilizaciones territoriales que polinizaron socialmente la lucha contra el capital y la burocracia estatal cómplice[2]. En todos estos casos, se expresó una energía social que apeló a la auto-representación e independencia y a formas de organización que hicieron patente la esterilidad relativa del sistema político y sus partidos para domesticarla, y aunque fuera transitoriamente, también que era posible desplazar la política desde la institucionalidad a la sociedad misma. Los trabajadores y sectores populares en lucha se constituían como sujeto social colectivo, pero a la vez, por sus prácticas, como sujetos políticos potenciales.
En esa perspectiva, si las luchas desatadas en las coyunturas anteriores fueron capaces de una ruptura de facto con la Concertación y sus aliados, con mayor razón las de hoy. Pero esta vez hay que agregar a las demandas puramente redistributivas y a las formas de negociación clásicas, "ideas fuerza" y prácticas orientadas derechamente a quebrar el ya trizado sentido común dominante. Entre estas ideas y prácticas están, en primer lugar, la recuperación de la política para los trabajadores y el pueblo, un concepto de política no destinado a hacer de nuestros militantes y dirigentes los nuevos burócratas sentados "allá", en el Parlamento burgués, sino una expresión de prácticas y formas organizativas de auto representación. Lo que buscamos es una política desplazada a los espacios vitales cuyo ejercicio permita recuperar la soberanía sobre nuestras necesidades; y esta es la segunda línea de desarrollo. Al capital, mientras no podamos abolirlo, hay que arrebatarle mejores salarios y condiciones de trabajo pero además expropiarle grados crecientes de control sobre nuestras vidas en y más allá del trabajo. Eso implica luchar por una democratización profunda de las instituciones con el fin intervenir en las decisiones sobre el uso de los recursos materiales y de las capacidades del trabajo colectivo, así como en los criterios de reparto de los frutos de su aplicación. Esto es más urgente cuando constatamos por doquier que la lógica explotadora y depredadora del capital es la ética de la muerte y nos conduce al abismo; por ello, en tercer lugar, debemos denunciarla sin eufemismos, y en la perspectiva de la emancipación, oponerle, incluso dentro de nuestras propias filas, la ética de la vida, de una práctica enriquecida por la solidaridad e inspirada en nuevos valores. Finalmente, hay que hacer un gran esfuerzo por romper el “chilecentrismo” característico del movimiento de trabajadores y popular del país y recuperar el internacionalismo y la solidaridad con los pueblos de América Latina y el mundo. En momentos en que el imperialismo estadunidense declina y emergen nuevos ejes de la política mundial, la construcción de fuerzas de solidaridad y acción internacionales es una necesidad táctica para todo proceso de lucha, y hay que tomar y crear conciencia de este imperativo.
Nada de esto es fácil. Pero tenemos recursos propios: la templanza de un Clotario Blest, luchador incansable por la emancipación de los trabajadores; la honestidad solitaria de un Salvador Allende cuya sangre incomoda a los traidores a su ideal socialista, la audacia de un Miguel Enríquez intentando conjurar un desenlace anunciado, y sobre todo, la ética de tantos militantes y luchadores sociales de la resistencia y la post dictadura. Es sobre sus hombros que podemos afirmar que los años cuando el poder burgués martillaba cuerpos y cerebros de una sociedad muda e inerme han terminado. Un salto en el nivel de conciencia de la sociedad chilena, de esta sociedad construida por la contra revolución neoliberal más exitosa del siglo XX, es totalmente plausible. Dos o más peldaños arriba y más lejos de la racionalidad del capital, facilitarán la emergencia de una subjetividad colectiva en movimiento y dispuesta a escribir su propio pensamiento y propuesta para un nuevo modo de vida.
- Rafael Agacino es Investigador de Plataforma Nexos.
Artículo redactado a solicitud del medio El Irreverente (http://elirreverente.cl/ ).
[1] Para detalles consultar nuestro artículo “¿Dónde está el poder? Las anomalías del proyecto neoliberal y las opciones para un poder político-social emergente” en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=169063
[2] No podemos olvidar la lucha de las franjas anticapitalistas del pueblo mapuche. Sin embargo, por tratarse de luchas cuyo sujeto se constituye sobre recursos subjetivos no sólo anteriores al capitalismo dependiente sino al propio colonialismo europeo, se ubican en un campo especial de la pugna contra-hegemónica y que requiere también de un análisis especial. No es casual que, mientras las fuerzas de trabajadores y populares no mapuche eran presionadas a su des constitución como sujetos sociales y políticos a la par que se hundía el patrón de acumulación desarrollista, las franjas mapuches resistían y se reorganizaron rápidamente desarrollando una lucha frontal sobre la base de una actualización de toda su tradición cultura anterior al propio desarrollismo y al capitalismo mismo.