Un oficio, un arte, una misión
- Opinión
La docencia es todo esto y más. Es un oficio porque de él se vive. Es una actividad liberal en la que se intercambia planillas y apuntes en la pizarra por salario. Un arte porque requiere imaginación para cultivar en los demás una nueva forma de ver el mundo. Una misión. Sencilla y elemental: humanizar al ser. El ser en sí mismo no es nada. La educación es el instrumento a través del cual el ser se humaniza. Y lo hace en una doble dirección. Educación del ser para sí y educación del ser para los demás. Ser para sí es autoconocimiento. Ser para los demás es saber vivir en sociedad.
En uno y otro caso se requiere instrucción. El solo instinto deja el camino a medias. Conduce al estado de naturaleza, peligroso y hostil, descrito por Hobbes donde mirar a sí mismo solo puede arrojar al ser a una condición de guerra de todos contra todos. La instrucción es un camino, un reto, una oportunidad, una condición que posibilita al ser a conocerse, a identificar sus derechos, sus fortalezas y sus limitaciones. El primer paso de la docencia ejercida con mística debe llevar al alumno a conocerse y aceptarse. Con acierto afirmaba Nietzsche: no se puede desear lo desconocido. La docencia debe ayudar a mirarse a sí mismo. Sin reserva y sin límites. Porque a la autocomprensión le sucede la identidad. El segundo paso de la docencia ejercida con mística debe llevar al alumno a ser para los demás. El saber encierra una función social determinante porque exige incluir al otro. Al diferente, al alterno, al contrario, al disímil, al diverso. En esta condición radica la naturaleza de la tolerancia decía Voltaire.
La docencia tiene una doble función mágica y universal. Cultiva la identidad del sujeto como la parcela más íntima desde donde se mira al universo y le exige comprender que el otro le espera. Que el otro existe y también tiene derecho a reclamar, desde la orilla de su identidad, todo aquello que considera necesario para vivir y hacerlo de forma digna. Cumplir a cabalidad con la exigencia docente requiere tiempo. Demasiado. Quizá esa sea la razón elemental para entender por qué no está en la agenda de los gobernantes de turno. Educar a un ser para que asuma la identidad de lo que es y sepa vivir en sociedad es el manifiesto de una educación a plenitud, transformadora y revolucionaria. Es la educación que vale la pena. La que puede hacer una sociedad diferente más allá de reducir la actividad a la preparación de sujetos que resuelven ecuaciones, aciertan preguntas de selección múltiple o reciben un kit escolar a inicio de temporada escolar.
Para todos los docentes que exigen más y lo hacen con el ejemplo. Que estimulan a pensar de forma crítica y esperan que sus estudiantes, más allá de ser prósperos profesionales que facturan bien, sean personas que se respetan a sí mismas y respetan a los demás, son los que hacen que este oficio, este arte o esta misión de ser profesor valga la pena y se ejerza con la mística y la dignidad de que desempeña una de las actividades más hermosas y estéticas posibles. Por la misión que tienen y la realización que la sociedad les demanda, están dedicadas estas líneas en la semana en que celebramos su labor silenciosa y necesaria. ¡Feliz día profesor!
- John Fernando Restrepo Tamayo - Jfrestr1@gmail.com
Del mismo autor
- Debía hacerlo el congreso 13/08/2015
- Hans Kelsen 09/07/2015
- Un mundo más igual 02/07/2015
- Relevo en la Corte Constitucional 24/06/2015
- ¿Equilibrio de poderes o retorno al presidencialismo? 22/06/2015
- Verdad: ¿verdadera o funcional? 16/06/2015
- ¿Para qué los derechos humanos? 08/06/2015
- Desminar a Colombia 01/06/2015
- Óscar Arnulfo Romero 25/05/2015
- Glifosato y estado social de derecho 19/05/2015