Kenia: Esperando el Khamsin

19/05/2015
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La fuerza salafista al-Shabaab, ya no solo combate en Somalia sino también en Kenia, donde ha protagonizado sangrientos atentados que ya suman cerca de dos mil trecientos muertos. Los cinco mil miembros que actúan en Kenia cuentan con fuentes de financiación propia, refugios seguros y condiciones objetivas para seguir incorporando militantes, junto a sus hermanos nigerianos de Boko Haram, son la fuerza salafista más letal del continente. 

 

Tras el ataque a la Universidad de Garissa, el dos de abril último por parte del grupo salafista somalí Harakat al-Shabaab al-Muyahidin (Movimiento de Jóvenes Combatientes) o solo al-Shaabab, vinculado a la red global de al-Qaeda, que dejó un todavía no confirmado número de estudiante muertos.

 

La cifra varía entre los ciento sesenta y seis y los trecientos diecisiete, la inexactitud estadísticas se debe más que nada al interés del presidente Uhuru Kenyatta, electo en 2013, que intenta disimular la tragedia y fundamentalmente no sobrepasar la marca del atentado que los hombres de Osama Bin Laden realizaron contra la Embajada Norteamericana en 1998, y que dejó doscientos trece muertos, casi una bicoca, para Kenyatta, si se tiene en cuenta que él no tuvo responsabilidades.

 

Aunque Kenyatta carga con acusaciones de crímenes contra la Humanidad ante la Corte Penal Internacional, al estar considerado que estuvo detrás de actos de violencia de su etnia kikuyu, contra los luo y kalendji, que dejo entre mil cien y mil quinientos muertos en 2008, ahora tiene otros problemas más importantes que el pasado, un acuciante y muy próximo futuro. El de controlar que la permeable frontera de Kenia con Somalia, unos ochocientos sesenta kilómetros, no vuelva a ser violada por los hombres de al-Shaabab, que la transitan con la libertad del viento Khamsin, que sopla desde mayo a octubre, ardiente y cargado de arena, su temperatura suele superar los 42ºc.

 

 Desde que Kenia junto a Etiopía, unidades del ejército somalí y otros países del continente iniciaron en 2007 la Misión de la Unión Africana en Somalia (conocida por sus siglas en inglés como AMISOM) y en particular desde 2011 en que fuerzas de Kenia, tras varias operaciones, provocaron importantes bajas militares y territoriales en el sur de Somalia al grupo al-Shaabab, los salafistas no ha dejado de producir acciones en territorio keniata de las que ya hemos dado detallada información.

 

El más destacado fue el ataque al Centro Comercial de la ciudad de Nairobi, Nakumatt Westgate en septiembre de 2013, que dejó cerca de setenta muertos.

 

Las acciones del grupo integrista contra civiles en Kenia aumentan de manera sostenida duplicándose de 2012 a 2013 y otra vez de 2013 a 2014, superando ya los dos mil trescientos muertos.

 

Las investigaciones tras los sucesos de la Universidad de Garissa, han dejado bien en claro que la fuerza integrista ya no solo está integrada por somalíes, sino que se han detectado miembros de nacionalidad keniata reclutados en el país, incluyendo a quién lidero la toma de la universidad Mohamed Kuno.

 

Organismos de Derechos Humanos han adjudicado la fuerte tendencia tanto de somalíes establecidos en Kenia, hijos de estos y musulmanes keniatas, se han visto, casi obligados, a radicalizarse debido al tratamiento de las autoridades keniatas que en su afán de “limpiar” de radicales islámicos el país, someten a estas minorías a detenciones masivas, tratamientos arbitrios y ejecuciones extrajudiciales, lo que se ha intensificado después del ataque a Garissa.
Incluso la comunidad somalí anti- al-Shaabab en Kenia, ha sufrido los abusos de las fuerzas de seguridad antiterroristas. Lo que le da pie a los salafistas para operar políticamente con el resentimiento de las víctimas del fuego cruzado entre las autoridades keniatas y los salafistas.

 

Por otra parte apenas diez días después del atentado en la Universidad, las autoridades de Nairobi, intimaron a Naciones Unidas para que en el plazo de tres meses desmantele el campamento de refugiados de Dadaab, en el noreste de Kenia, próximo a la frontera con Somalia, construido en 1991 para alojar a noventa mil somalíes que escapaban de la guerra civil.

 

Allí hoy se concentran, entre cuatrocientos y seiscientos mil somalíes por lo que está considerando como el campo de refugiados más grande del mundo.

 

A pesar de que la vida en el campamento es extremadamente dura, prácticamente no hay trabajo, la comida es escasa y la asistencia sanitaria mínima, no deja de ser lo más seguro para ese aproximado medio millón de almas. Las autoridades keniatas argumentan que el campamento se ha convertido en un lugar de refugio para los terroristas, donde se acopia armamento y es un extraordinario foco de captación de militantes.

 

En la propia capital del país, a apenas diez minutos del centro de Nairobi, se extiende uno de los barrios más populosos y comerciales de la ciudad: Eastleigh o la Pequeña Mogadiscio, donde sus hacinadas calles albergan más de cien mil somalíes, y donde las razias en procura de elementos salafistas han comenzado a ser constantes.

 

 Más allá de los bombardeos punitivos a manera defensiva Kenia se ha propuesto construir a lo largo de la frontera un muro de setecientos kilómetros.

 

El oro blanco de la yihad

 

Al-Shaabab mantiene una cantidad desconocida de bases móviles en territorio keniata y se calcula que cuenta con una fuerza cercana a los cinco mil hombres. Entre las fuentes financiamiento, se ha detectado que un cuarenta por ciento proviene de lo que se ha dado a llamar  “El oro blanco de la yihad” refiriéndose a los fondos obtenidos de sus negocios con la caza furtiva y el tráfico de marfil desde el noroeste de Kenia hasta los puertos que al-Shaabab controla en la costa del Índico. Desde allí el marfil, cuernos de rinocerontes y pieles se embarcan a China, Corea y Japón, donde se los utiliza en diferentes industrias.

 

Esto permite a la organización pagar sueldos de trecientos dólares al mes a sus miembros, los soldados de Kenia gana un promedio de doscientos. Además los combatientes salafistas cuentan con comidas diarias y la ración de khat, hojas de una planta que se da especialmente en Yemen, Etiopia y Somalia, que se masca como la coca, tiene las propiedades psicoestimulantes, más potentes que se conoce hasta el momento.

 

Más allá de lo que ocurrió el día trece de mayo en la localidad costera de El-Dheer en la región central de Somalia, cuando un pesquero iraní tras un desperfecto mecánico debió atracar cerca de la cosa y miembros de la banda salafista aprovecharon para abordarlo y secuestraron a catorce miembros de la tripulación que hasta ahora mantienen cautivos.

 

La intensidad de la banda tanto en Somalia como en Kenia ha disminuido, ya que se tiene noticias que hubo un importante corrimiento de tropa al conflicto yemení, donde sus hermanos del al-Qaeda para la Península Arábiga (AQPA) han recibido fuertes reveses por parte de las milicias chiitas Houtíes, que a la vez son atacadas por la aviación saudita. Hay que tener en cuenta que Somalia y Yemen están apenas separados por el estrecho de Bab el-Mandeb (la Puerta de las lamentaciones) de apenas treinta kilómetros de ancho muy sencillos de surcar.

 

Quizás mientras se extienda en conflicto en Yemen, Kenia y particularmente su presidente puedan descansar tranquilos. Pero hay que tener en cuenta que en cualquier momento pueda comenzar a soplar Khamsin, siempre ardiente y cargado de arena.

 

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