Afganistán: Una paz demasiado lejana

13/04/2016
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 isis
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A casi nueve meses del anuncio de la jefatura Talibán, reconociendo la muerte de su jefe y fundador, el Mullah Mohamed Omar, en un hospital de Karachi, Pakistán, en abril de 2013, se anunció que el nuevo líder, Amir-ul Momineen (Príncipe de los Creyentes), sería el Jefe de Asuntos Militares de la organización y que el segundo de Omar sería el Mullah Akhtar Mohammad Mansour Shah Mohammed.

 

La shura o junta reunida en las cercanías de la ciudad de Quetta, no solo había elegido por unanimidad a Mansour, sino también a su segundo Siraj Haqqani, jefe del poderosísimo clan Haqqani, de importante presencia militar no solo en Afganistán sino también en territorio pakistaní.

 

El anuncio había dejado muchas dudas a los conocedores de las pugnas internas de poder dentro de la organización extremista y nadie creyó que la decisión había sido tan unánime como se dijo. Más tarde se conoció que importantes comandantes de la organización no estuvieron de acuerdo con el nombramiento de la shura, ya que otros líderes como el mullah Qaum Zair, el más alto comandante militar del movimiento, el jefe de la oficina política en Qatar, Taib Agha, y el mullah Habibullah, pretendían el cargo. El nuevo Emir, a la vez está sospechado de tener fuertes vínculos con Pakistán y con el ISI (inter-service), su servicio de inteligencia, con quienes realizaría grandes negocios con el opio afgano.

 

Finalmente un grupo seguidores del Mullah Mohammad Rasool Akhund ha entendido que la designación de Mansour no había sido legítima, por lo que se escindió el mando central, lo que generó varios enfrentamientos armados entre los talibanes, particularmente en la provincia de Zabul.

 

A punto de cumplirse diez meses de aquella designación, las sospechas no solo se han mantenido sino que parecen acrecentarse.

 

Apenas asumió Mansour, anunció que las conversaciones de paz quedaban suspendidas indefinidamente y que solo habían sido propaganda enemiga.

 

Por este motivo, el jefe del Departamento de Estado norteamericano John Kerry visitó Kabul, intentado llamar a Mansour y su gente a la mesa de negociaciones para poner fin a la guerra que desde 2001 sacude al país.

 

La respuesta del Talibán, no se hizo esperar, pocos minutos después que Kerry abandonase Kabul, dos explosiones se escucharon en la ciudad. La primera, cerca de una escuela de niñas, sin causar víctimas, respecto a la segunda todavía no había sido informada.

 

El punto de quiebre en las conversaciones de paz está dado en la exigencia de los talibanes del abandono total del territorio afgano por parte de las tropas extrajeras que aún permanecen, en torno a los 13 mil hombres, cerca de diez mil de ellos norteamericanos, a pesar de todas las promesas del presidente Barack Obama.

 

Sin dudas las diferencias entre los talibanes están dadas en la decisión de aceptar las negociaciones de paz o no.

 

Por su parte, el presidente afgano encuentra su poder cada vez más recortado no solo por el conflicto con los islamistas sino en el propio seno de su gabinete.

 

Ashraf Ghani, de la etnia pastún, se diferencia cada vez más de su primer ministro Abdullah Abdullah perteneciente a la etnia tayika, lo que no deja de simbolizar una realidad tan antigua como las montañas afganas: las diferencias entre la mayoría pastún con el resto de la población, problemática que las décadas de guerra y violencia solo han profundizado.  

 

A lo largo de 2015, los talibanes han intensificado sus incursiones, que han debilitado el gobierno del presidente Asharf Ghani, que no puede dar garantías de seguridad a su población, además de infinidad de problemas estructurales: falta de agua, caminos y una larga lista que anclan a la economía afgana al medioevo.

 

Además de la activa presencia del Talibán hay que sumarle las incursiones de Estado Islámico, que, aunque todavía no cuenta con una dotación importante, ya ha tenido enfrentamientos no solo con las fuerzas del gobierno de Ghani, sino también con el talibán mismo.

 

Según fuentes de la inteligencia norteamericana, Estado Islámico está agrupando a talibanes disconformes por las últimas decisiones de la jefatura, hombres enviados a Siria e Irak, que tras las incursiones de la aviación rusa y los contundentes victorias de los hombres de Bashar al-Assad en estos últimos meses, se están comenzado a replegar a diferente frentes no tan “complejos” .

 

El ejército afgano se bate en retirada

 

La debilidad de las tropas federales afganas quedó expuesta en septiembre pasado cuando hombres del Talibán tomaron la importante ciudad de Khunduz, que dio ocasión para que la aviación norteamericana practicara puntería contra un hospital repleto de civiles.

 

El Talibán ya domina distritos en varias provincias, como Kandahar, Paktika Logar, Khunduz, Farah, Nangarhar, Badakhjstan y, entre ellas, la especialmente muy estratégica Helmand, que posee una extensa y permeable frontera con Pakistán, además de ser la mayor productora de opio del país, fuente fundamental del Talibán para sustentar su guerra. Los mayores enfrentamientos entre las dos organizaciones se sucedieron en la Nangarhar, donde Estado Islámico dispone de más presencia.

 

Pero el Talibán no solo da batalla en el interior del país sino en la capital Kabul, donde la violencia se registra con más frecuencia.

 

En diciembre último fue atacada la embajada española, en junio se produjo un ataque suicida al Parlamento y son constantes los ataques indiscriminados en mercados y estaciones de policía, donde las víctimas se contabilizan por decenas.

 

La guerra en ciernes por Afganistán entre el Emirato Islámico y los talibanes deja claro que la organización del Mullah Mansour no va a negociar con ningún extranjero aunque ellos sean casi hermanos de fe y de lucha como EI.

 

El Talibán se diferencia ostensiblemente de Estado Islámico por la territorialidad de su insurgencia, además de no estar de acuerdo con el tipo de atentados realizados por los hombres del califa Ibrahim, en París o Bruselas por ejemplo.

 

Mientras los dos gobiernos “democráticos” hechos a imagen y semejanza de los Estados Unidos, como fueron la administración del ex presidente Hamid Karzai y la actual, no han podido tan siquiera aplacar mínimamente la situación de violencia y en esta loca aventura, la insurgencia y la elaboración de opio son las únicas industrias que se desarrollan en el país.

 

El tiempo ya es escaso para la administración Obama y lo que no pudo resolver en casi 7 años y medio de ninguna manera lo hará en los pocos más de seis meses que le restan.

 

Nadie sabe quién va a ocupar la Casa Blanca, pero es bien claro que, a quien asuma, el Talibán los estará esperando en las montañas afganas.

 

Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC

 

https://www.alainet.org/en/node/176716?language=en
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