El amanecer de un nuevo ciclo político en el Perú
- Opinión
El Perú ha tenido una historia política y económica sobresaltada y muy estudiada entre 1963 y el 2016. Ahora regresamos al principio, pero en un nuevo estadio. Tenemos un gobierno abiertamente de derecha —como el de Manuel Prado—, abiertamente blanco en cuanto al color, abiertamente relacionado con los sectores financieros nacionales e internacionales, con los dueños del poder y posiblemente, como entonces, con el mejor cuadro de profesionales disponible. Cabe recordar al premier Pedro Beltrán —graduado en el London School of Economics, LSE— o a Gallo Porras —graduado de la Escuela Técnica de París y de la Escuela Superior de Agronomía de Berlín. Manuel Prado estudió ciencias en la Universidad de San Marcos y se graduó de Ingeniería Civil en la Escuela Nacional de Ingenieros. Fue catedrático de Análisis Infinitesimal en San Marcos, primero en calidad de asistente en 1912 y luego como titular en el 18.
El gobierno de Prado culminó con el agotamiento del modelo primario exportador, luego del auge de los años 50, y entonces el ultra liberal Beltrán —que desde su diario La Prensa constantemente venía criticando al gobierno— terminó de primer ministro ejecutando lo que postulaba: una ley de promoción industrial que dio lugar a la sustitución de importaciones. Lo realizó en el marco de un presupuesto público equilibrado y un tipo de cambio estabilizado, casi sin deuda pública y con una tasa de crecimiento en la década del 50, por encima del 6%. Lo hizo así porque los precios de los productos agrícolas de exportación estaban deteriorándose y consideró necesario seguir los remedios de Prebisch, cosa que también había considerado Víctor Urquidi —también del LSE— una década antes en CEPAL-México para Centroamérica. En México, esas políticas existían desde el gobierno de Lázaro Cárdenas (1936-1940), bastante tiempo antes de que apareciera Prebisch (1950).
La estructura social en el Perú de los años 50 se circunscribía a la concentración de la propiedad patrimonial en 400 familias, a un analfabetismo nacional que rondaba el 80% de la población y a una desnutrición infantil crónica de las más altas del hemisferio en las zonas mineras exportadoras. Lima era muy divertida —como la describió Bryce en Un mundo para Julius— y Arequipa estaba en un auge que fortaleció al balneario de Mejía (que aún no tenía electricidad), mientras se desarrollaba el puerto de Mollendo. El ferrocarril de Mollendo a Puno, La Paz y Buenos Aires estaba lleno de viajeros en todas las direcciones, mientras el MNR no terminaba de tomar el control de la revolución obrera boliviana de 1952, liderada por Juan Lechín.
Fue en 1959 que Luis de la Puente Uceda inició la guerrilla del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) y en 1963 un hijo ilustre del Perú —el poeta Javier Heraud— fue abatido en la selva. Para ponerlo en clave limeña del 2016 (tan del 1960): un chico del Markham muere en la guerrilla en Madre de Dios, y sus padres no lo entierran en Lima. En el 2008 sus hermanos trajeron sus restos a Los Jardines de la Paz, en Lima, cumpliendo el deseo final de su madre. Esta fue la primera reconciliación simbólica en el Perú escindido de los años 60 entre los que estaban en contra de las grandes injusticias de la época y los que disfrutaban de las delicias del poder y el dinero. Clase media poca y opresión de todo tipo: racial, social y sexual.
El mundo de los años del tío Manuel, como se referían al gobierno de la época en mi casa, y resulta inevitable referirme a él porque en Lima se preguntaba: “¿Con quién subió la carne, el pan y la leche? Con Manuel Prado y Ugarteche”. Era un mundo feliz, como el descrito en el mundo de Julius. Ese mundo ya no es posible, aunque en Lima se continúe estableciendo las redes sociales igual que antes… no me refiero a las virtuales.
Con el golpe de Estado del 18 de julio de 1962 —cuyos cincuenta años se conmemoran recientemente— las Fuerzas .Armadas impidieron el acceso del APRA al poder el 28 de julio. Se convocó a nuevas elecciones y fue elegido el reformista Fernando Belaúnde en 1963, que instauró una política exterior nacional y realista: defendió las 200 millas marítimas para la pesca peruana en tanto que frontera limítrofe; peleó contra las intervenciones de los Estados Unidos en la defensa de sus atuneras y compró armas a Francia, en una época en la que todos en el hemisferio compraban las armas a los Estados Unidos en virtud del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca de 1947. En el país emprendió las tímidas reformas de la educación y agraria. Era el momento del auge de las nuevas clases medias (como ahora), bajo la presión de las migraciones a Lima y de la insuficiencia productiva del agro. El aumento de la productividad agrícola no era suficiente para sostener el incremento poblacional en el campo. Para mejorar la productividad agrícola y la distribución del ingreso, Belaúnde y Acción Popular —con el apoyo de la Democracia Cristiana— lanzó la ley de reforma agraria y de educación al congreso. Desde las derechas, expresadas en el Partido Odriísta (de los terratenientes del norte) aliado con el APRA (fundado para luchar contra los terratenientes del Norte), juntos —perseguidor y perseguido de los años 50— bloquearon esa ley. Mientras tanto, surgieron las tomas de tierras de la sierra central, en las que participó Héctor Béjar y de la sierra sur donde actuó Hugo Blanco. Hubo tres frentes de guerrillas-tomas de tierras en los fascinantes años 60 de alto crecimiento y tipo de cambio subvaluado, como ahora. Pero ahora no hay ni tomas de tierras ni guerrillas.
El gobierno de Belaúnde creó Cooperación Popular para que los jóvenes urbanos fueran a conocer la sierra y de allí más de uno regresó radicalizado por el contraste que encontró entre las “apachurrantes” noches de Ancón y la miseria más abyecta que existía en las prósperas haciendas de las propias familias en cuyas casas bailaban el cha cha cha. La remuneración del trabajo de los peones en las haciendas se hacía pagándoles un exiguo salario y dándoles mucho crédito en la bodega, de manera que la familia del peón quedaba por siempre enganchada. Sobre el particular se han realizado varios estudios y escrito gran cantidad de novelas. La violencia del tiempo de Miguel Gutiérrez describe muy bien esa realidad en el norte del país. Todas las sangres de José María Arguedas, en la sierra central. Se trataba de un país semifeudal, como lo bautizó adecuadamente Rodrigo Montoya hace varias décadas.
De golpe y en el impasse político en el que la mayoría APRA-UNO dejó a Acción Popular y la Democracia Cristiana, en una pugna que se plantearía intra clase más que inter clase (tal como ahora), el Ejército intervino provocado por un acto de corrupción: la pérdida de una página de un contrato con la empresa petrolera IPC, que había construido y trabajaba Talara, y que se encargaba además de la distribución de gasolina en el Perú desde la época del laudo de la Breña y Pariñas, suscrito en 1922. En 1960 se hizo un intento por hacerle la competencia a esta empresa desde la Petrolera Conchán, constituida por el consorcio Prado, que la IPC bloqueó. Conchán fue a parar a manos de Esso en el año 1964, y no en 1961 como sostiene erradamente el portal de Petroperú.
Lo que siguió fue un proceso en el que se continuó reformando la estructura social, hasta que apareció la guerrilla de Sendero en 1980. El gobierno del general Velasco ejecutó lo que Acción Popular y la Democracia Cristiana se habían propuesto y lo hizo con una parte de la gente de la DC, partido que se dividió en dos; se fueron los miembros del PPC fundado por Ernesto Alayza, Mario Polar, Roberto Ramírez del Villar, Jaime Rey de Castro y Luis Bedoya Reyes (a la sazón el primer alcalde democrático electo de Lima).
Es oportuno recordar que en el Perú, hasta 1956 votaron solo los varones letrados. Desde 1956 se incorporó a las mujeres letradas. Los cargos públicos locales eran nombrados por los “dueños” de las diferentes zonas, y se ejercían ad honorem. Con la nueva Constitución de 1979 se abrió la obligación de votar para todos los ciudadanos —letrados e iletrados— mayores de 18 años, por igual para ambos sexos.
Los intensos esfuerzos por tratar de modernizar la estructura social durante los años del gobierno militar (1968-1980) llevaron al ejercicio de presiones radicales desde la izquierda, opuesta al gobierno militar; algunos sostienen que por provenir de las elites anteriores afectadas (Kruijt argumenta esto) y desde la derecha afectada por las reformas. Así, para la gente de a pie se presentaban dos extremos y un camino medio, que era el apoyo a las reformas que los beneficiaban al menos en parte. La temprana crisis de la deuda, que este año 2016 cumple 40 años de iniciada, dio lugar a una explicación reaccionaria del proceso: la crisis se debía a un exceso de consumo y a la caída de las exportaciones. Con esta lectura llegó el FMI al Perú en 1977. La crisis, como se sabe desde entonces, se debió a la sobreinversión pública con crédito internacional, en momentos en que el costo de este (al igual que ahora) tenía casi 0% de interés, mientras los precios del cobre estaban al alza. Cuando subió la tasa de interés y cayó el precio del cobre, se estranguló la balanza de pagos. Adicionalmente se dio un retraso en los inicios de la producción de la mina de Cerro Verde. Pero ese no era el punto de controversia; el tema era si el Perú debía o no tener una política de sustitución de importaciones en un contexto en el cual Robert Lucas y Thomas Sargeant acababan de enterrar a Keynes, y Prebisch estaba siendo desbancado por las presiones de P.T. Bauer del LSE. En el Perú, en ese momento se encontraban enfrentados dos problemas: la visión de la sociedad y la visión de la economía. Quizá por esa razón en la época se escribió mucho, y se leyó y debatió muchísimo, generando un movimiento de izquierda desmarcado del gobierno militar y una derecha desmarcada del Pradismo-Odriismo-Aprismo de los 60. El nuevo juego de ideas llegó rápidamente al poder con el retorno de la democracia de la mano de Manuel Ulloa —banquero y político— y sus asesores, formados en Harvard y otras universidades americanas, denominados “jóvenes turcos” en esa época.
Lo que se presentó fue la llegada de la turbamulta al poder, que se ponía de manifiesto como algo que no provenía ni del PPC por la derecha, ni de Izquierda Unida por la izquierda; se trataba de la suma de gente con aspiraciones de poder para lucrar, siendo los Humala los últimos, los más pobres en cuanto a performance y los más explícitos. De esta cantera son Fujimori, Toledo y el segundo gobierno de García.
El APRA parecía haber ganado el gobierno en 1985, pero su lamentable performance demostró que podría alcanzar el gobierno, pero no el poder. Al auge de Sendero, movimiento ya iniciado desde 1978, se alimentó del caos económico de los 80, derivado de los problemas de la deuda que el país acarreaba desde 1976 y que había sido enfrentado, por un lado, con medidas liberales y, por otro, con medidas proteccionistas.
Finalmente, en 1992 ganaron los liberales y la izquierda política existente fue derrotada definitivamente con el golpe de estado del 5 de abril de 1992, con el apoyo del Banco Mundial y los organismos multilaterales que llegaron para administrar el caos y financiar al Estado al día siguiente del autogolpe de Fujimori. Hernando de Soto ha recordado que él elaboró el discurso para justificar el golpe de Estado en la reunión de la OEA que tuvo lugar en las Bahamas en mayo de ese año, a la que asistió; y otros han desenterrado en el curso de esta última campaña electoral que de Soto plagió la tesis del Dr. Michael Coppedge de la Universidad de Yale, dirigida por Juan Linz. Es posible que Coppedge y de Soto hayan coincidido en USAID, en el proyecto de Iniciativa de la Democracia, y que de allí este último tomara la idea. En todo caso, quien argumentó a favor del golpe del 5 de abril de 1992, fue consultor de USAID antes y después de ese malhadado discurso pronunciado en las Bahamas. El autogolpe de Fujimori fue bienvenido por “los defensores de la democracia” y financiado por el Banco Mundial que además, junto con el FMI, le proporcionó los técnicos, es decir le sirvió de partido político.
A esto siguió el desmoronamiento del régimen después de once años —en noviembre del 2000— y su partida inesperada del Perú seguida de la renuncia por fax, mientras centenares de miles de gente en las calles protestaban por la corrupción puesta de manifiesto en videos a todo color por los canales de TV.
Cuando el polvo se asentó en el 2010, no quedaba ni pensamiento crítico, ni espacio para nada que no fuera dar acceso a las libres iniciativas. El Perú de los años recientes se parece, y así suena en las calles, a como sonaban las calles en Chile en la época del referéndum de 1988. La primera asociación de pensamiento que surge es democracia=libre mercado —como lo sostuviera Von Misses en 1934—, que no es verdadera, al menos no en Chile ni en el Perú. Esa mentira es la ortodoxia que se enseña en las universidades. Lo demás es totalitarismo, control de cambios, impuestos a los ingresos, restricciones a las importaciones y ya no digamos, políticas industriales. Los K de Argentina eran calificados de totalitarios.
Un breve interregno moral de seis meses fue liderado por Valentín Paniagua en el 2001, pero luego regresó el país a un maremágnum de malevaje que ha durado 16 años más, con acusaciones y enormes hechos de corrupción, políticos sin calidad moral y un descalabro absoluto de la política partidaria. El final anunciado del largo ciclo político llegó en las elecciones del 2016, cuando el PPC de la derecha católica de 1968 se unió al APRA que había fabricado los golpes de 1948 y 1968, así como el caos de 1985-1990.
Durante estos últimos veintiséis años (de 1990 a 2016) los candidatos casi sin excepción han buscado el apoyo de la izquierda para salir electos, pero han gobernado amarrados con la Confederación Nacional de Instituciones Nacionales Privadas (CONFIEP). Durante el gobierno de Humala daba el reglaje Alfonso García Miró. En el gobierno de Fujimori fue Jorge Camet, empresario casi quebrado y expresidente de la CONFIEP, quien promovió el autogolpe del 5 de abril y luego fue ministro de economía hasta 1996, enriqueciéndose en el camino. Murió en su casa convertida en cárcel, debido a su edad, alabado por la prensa por haber sido “el mejor ministro de economía de la historia”. Paradojas de la política.
Después de cincuenta años tenemos nuevamente un gobierno blanco. Es blanco en cuanto a color de piel, es blanco por la homogeneidad de sus ideas económicas liberales, es blanco sin haber sufrido contagio alguno —ni con el pétalo de una rosa— por las ideas estructuralistas. Blanco, con algunos que cuentan con pasado rojo de juventud, lo que les brinda la experiencia necesaria para saber negociar, y blanco que no tiene nada que ocultar. Por fin, la derecha gobierna abiertamente y sin vergüenza alguna, y lo hace porque la izquierda se vio obligada a elegir entre el malevaje y la honestidad. Este será un gobierno más tecnocrático que empresarial, como el argentino actual o el chileno de Piñera, sus símiles ideológicos. Quizá se parezca más a los de Uribe y Calderón, por ser menos empresarial y más tecnocrático.
Un serio problema es que el sistema político peruano está cargado hacia los votos preferentes y estos han dado como resultado que hayan salido electos en el Congreso 73 representantes de la derecha “achorada” (fujimorista), que suma más de la mitad del Congreso y le asegura quórum y mayoría absoluta. La evidente desproporción entre el 39.85% del voto obtenido nacionalmente por el fujimorismo y el 56% de los representantes con que cuenta en el Congreso habla de un serio problema de representatividad, pero a la vez indica el peligro de que aquellos relacionados con el narco Estado tengan más poder del que deberían.
Todos estos hechos sumados brindan un amplio espacio a la nueva izquierda joven para diseñarse ante la nueva derecha. Las viejas derechas e izquierdas están agonizantes, porque las agendas actuales son otras. La lucha de clases la han ganado por ahora los del sector financiero internacional y el sector exportador primario en el Perú. La lucha ideológica la ha ganado el “Consenso de Washington”, que ahora gobierna al Perú. Es conveniente recordar que el libro que abre el “Consenso de Washington” en 1986 fue escrito por PPK con Mario Henrique Simonsen, Gerardo Bueno y Bela Balassa, y publicado por el Institute of International Economics, con el fin de relanzar el crecimiento en América Latina. Por fin no se trata ahora de un gobierno de improvisados. Pero eso obliga a la izquierda a prepararse, porque lo que no logre esta derecha con su poder pleno, será responsabilidad de la izquierda señalarlo, como lo será atajar también cualquier abuso empresarial, y habrá muchos...
El regreso al pasado tiene certezas y abre esperanzas, entre otras que no se repita la historia. Ojalá esta, a diferencia de la del tío Manuel, sea capaz de constituirse en una derecha democrática y no termine promoviendo una izquierda irascible. Ojalá la concentración del ingreso no choque con la gobernabilidad. Lo peor que le puede pasar al Perú es que en la lucha entre las derechas, el lado fujimorista logre paralizarlo, como lo hizo la alianza APRA-UNO en los años de Belaúnde. Los dos ministros fujimoristas del nuevo gobierno están allí para calmar los ánimos y el de Toledo para calmar los nervios ante la posibilidad de que se desate una persecución política. La ausencia de Rospigliosi es notable, si bien debe ser la carta fujimorista de recambio; pero más que eso, es la carta de la embajada americana. El Perú se encuentra en la condición perfecta para buscar la reconciliación nacional, dado el “voto a medias” con que fue electo el nuevo gobierno. El manejo de lo simbólico en este campo es fundamental.
¿Podrá este gobierno liberal ganar la batalla contra el peso del narcotráfico en el Estado? ¿Podrá evitar que la concentración del ingreso se agrave? ¿Buscará concentrar el ingreso como le corresponde hacer teóricamente? ¿Se enfrentará muy duramente a los ambientalistas? Todo indica que va a desmontar los programas sociales, dada la elección de la Ministra para el ramo. Un nuevo ciclo va a comenzar y la juventud debe estar atenta a aprender lo que le gusta o no, y cómo lograr lo que quiere. Al fin y al cabo, el arte de la política es el arte de hacer posible lo necesario.
Buenos Aires, 21 de julio de 2016
Oscar Ugarteche
Instituto de Investigaciones Económicas UNAM, SNI/CONACYT. Coordinador del www.OBELA.org. Ex presidente y miembro del Comité de Dirección de ALAI.
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