Mercosur es el camino, pese a las tesis destructivistas
- Opinión
Hoy, por su significación central, la mayor atención está puesta en la situación de Brasil y sus efectos enormes para toda la región. De todas formas, ello no significa desconocer los serios problemas políticos que afrontan de distinta forma cada uno de los países, incluyendo Venezuela, y, más en general, las relaciones intra y extrarregionales afectadas por las serias crisis económicas y sociales coincidentes en todos los países
La próxima gestión del Mercosur -hoy la presidencia está en manos de Venezuela- deberá tomar en consideración del debate abierto en relación a la "flexibilización" y “refundación” del bloque y el fracaso inmediato de la línea central de "avanzar en la liberalización para estar con el mundo", en primer lugar para concretar el acuerdo con la Unión Europea, a la cual apostó Uruguay en base también al impulso favorable del nuevo gobierno de Macri en Argentina y el viraje "pro.mercado" de la última parte del gobierno de Dilma en Brasil.
Lo paradójico es que es Europa la que ha parado el TLC por sus presiones proteccionistas, pero podrían ganar referencia otras alternativas similares (TPP, China, Alianza del Pacífico) o multilaterales (Organización Mundial del Comercio).
Es preciso partir del reconocimiento que el Mercosur se encuentra cuestionado por sus dificultades, tensiones y parálisis. La nueva presidencia deberá contemplar que es imperioso asumir la crisis de la integración, ya que no hacerlo conllevará el peligro que se impongan tendencias regresivas y/o rupturistas.
Es necesaria la integración para afrontar crisis y problemas comunes como la integración productiva y su significado distinto que el de las "cadenas del valor" de las empresas multinacionales, las relaciones del Mercosur con el mundo, las alternativas de vinculación y complementación norte-sur y sur-sur, una vez más fracasado el intento de un TLC con la Unión Europea, que no está interesada en ello, como lo viene demostrando.
En la agenda del Mercosur sigue estando el intercambio y financiamiento intraregional con monedas locales y cómo evitar la superposición de devaluaciones competitivas. Y sobre todo soluciones para el tema de las asimetrías con políticas activas y no una mayor liberalización que ahonde diferencias entre países más "grandes" y "pequeños". También están en agenda, los sociales comunes (tratamiento de migraciones, emergencias, de problemas y crisis sanitarios, trabajo, trata de personas, educación, ciencia y técnica, cambio climático, entre muchos otros puntos.
Del Mercosur político al intento de vaciamiento
En 2003, los presidentes de los dos “grandes” de la región, Brasil y Argentina, Lula da Silva y Néstor Kirchner, lanzaron una agenda política para el bloque regional, que se plasmó en la Cumbre de Ouro Preto II. Una agenda que nunca escondió el hecho que era la política la que guiaba su puesta en práctica, a partir de lo que se dio en llamar “diplomacia presidencial”, o sea la incidencia directa de los presidentes en la resolución de las contradicciones del proceso de integración.
Su enfoque no daba lugar a equivocaciones: “intensificar la cooperación bilateral y regional para garantizar a todos los ciudadanos el pleno goce de sus derechos y libertades fundamentales, incluido el derecho al desarrollo, en un marco de libertad y justicia social...”.
A partir de allí fueron muchas las iniciativas que plasmaron el viraje en el enfoque del “nuevo” Mercosur, desde su inicial concepción neoliberal del Tratado de Asunción de años 90 a un bloque regional de integración, más allá de lo aduanero y comercial, con dimensiones productivas, sociales, de tratamiento a las asimetrías (en Ouro Preto se lanza el Fondo de Convergencia Estructural del Mercosur), de geopolítica regional, como la construcción del Parlamento del Mercosur y la ampliación del bloque a Venezuela y Bolivia.
La verdad es que esa agenda política hoy parece agotada y quiere ser destruida. Hoy se trata de instalar un frente externo acorde a los gobiernos de restauración conservadora de Mauricio Macri y del golpista Michel Temer, con la complicidad de Paraguay, lo que va en la dirección de propiciar el aislamiento de Venezuela, en función de la campaña de hostigamiento y desestabilización del gobierno de Maduro, volver inoperante a la Unasur y volcar al Mercosur hacia la lógica de la Alianza del Pacífico impulsada por Colombia, Chile, Perú y México, países que mantienen sus tratados de libre comercio con Estados Unidos.
La disputa por el traspaso de la presidencia del bloque a Venezuela fue un emergente de ese cambio de orientación. Fue la entrada en escena de un nuevo consenso, que podría ser el primer paso ¬si se concreta el golpe contra Dilma Roussef por la vía del juicio político¬ para un acuerdo de coordinación mayor entre Argentina y Brasil, un consenso de carácter neoliberal y restaurador, para sepultar el proceso iniciado en 2003.
Pero, a pesar de los livianos análisis de los medios hegemónicos, hay varios factores que pueden incidir en un viraje de estas y uno de ellos es la respuesta de China. La nueva línea que quiere imponerse, la de los Tratados de Libre Comercio y adhesión al Tratado Transpacífico, es parte de una ofensiva comercial contra el gigante asiático. No se puede olvidar que China es un socio comercial muy importante para varias de las economías de la región como Uruguay, Brasil y Venezuela. Y también para Argentina.
También tendrá mucho que ver el resultado electoral en Estados Unidos y el tipo de política exterior que decida implementar en América latina y el Caribe.
Flexibilizar, invisibilizar
En los últimos meses se han sumado varias iniciativas para desoperativizar el Mercosur, e incluso algunas con el fin de vaciarlo de contenidos. De ninguna manera redefinir el Mercosur puede significar una vuelta al pasado. Desde la conciencia de la crisis actual, se presentan grandes oportunidades –y necesidades- de reafirmar la integración, de actuar y negociar en conjunto ante los grandes bloques de poder, además de profundizar las relaciones Sur-Sur.
En los últimos tres lustros, en la región se gestó un conjunto de mecanismos de integración regional (Unasur, Celac, Alba, Petrocaribe), que se debieran potenciar y profundizar en sus dimensiones políticas, económicas y sociales con la participación activa del Mercosur. Por eso, redefinir el Mercosur no puede significar desintegrarse o desmembrarse, sino que se torna fundamental enfrentar las debilidades, mantener las fortalezas y potenciar las oportunidades que se han acumulado su trayectoria de 25 años.
Para nadie es un secreto que la región enfrenta una coyuntura económica mundial adversa, que requiere una estrategia de cooperación y complementación entre los países para garantizar los recursos necesarios para promover el cambio de la matriz productiva y los intercambios comerciales regionales. Solo manteniéndose unidos, los países de la región podrán crear mecanismos que disminuyan la exportación de recursos financieros que luego son devueltos en costoso endeudamiento.
Quedan varios temas en discusión en la agenda del Mercosur, y también de otros organismos de integración, como el del financiamiento regional, el uso de monedas locales –práctica que ya se realiza en algunos casos-para gambetear la desestabilizadora crisis del dólar, la cooperación científico-tecnológica que apuntale el crecimiento y la calidad de vida en nuestros países.
En estos últimos tres lustros, se ha ganado un buen espacio en la consolidación del imaginario de la integración, de la identidad de la integración. Hoy es menester promover una visión integral de la integración, que incorpore el cambio de la matriz productiva en las agendas de discusión, el reconocimiento del protagonismo de la dimensión social, la defensa del medio ambiente, los derechos humanos y nuestras culturas, para enfrentar el legado del colonialismo cultural.
El Mercosur es la herramienta
La integración regional aparece hoy como una herramienta para el desarrollo independiente y soberano y salir del modelo económico dependiente, extractivista. Es imposible imaginar una forma de salir de este modelo que no sea a través de políticas comunes. Juntos, los miembros del bloque, deberán crear un nuevo modelo que supere la matriz de ser meros productores y exportadores de materias primas. Juntos es posible –además de necesaria- la promoción de la complementación productiva y la industrialización complementaria de nuestros países, el acceso de todos los ciudadanos a la medicamentos y la salud, la soberanía alimenticia que supere los índices de pobreza y calidad de vida.
Existe una urgencia de afrontar conjuntamente el acceso a los medicamentos, problemática que se ha ahondado ahora por el deterioro económico y social de muchos países. Y este tema, junto con el de la soberanía alimentaria, es necesario tratarlo en bloque y buscar soluciones que, además, signifiquen la consolidación de una cadena de valor para laboratorios nacionales y de pequeñas y medianas empresas nacionales.
Mercosur no es un edificio, ni una burocracia. Es una apuesta para el futuro común de los pueblos de la región, y por ello se hace necesario profundizar al Mercosur Social, la participación social y la integración de los pueblos. Hoy, nuevamente, el fantasma del desempleo recorre la región y las luchas de los sectores laborales se vuelcan no solo a la defensa de las fuentes de trabajo sino también a defender los derechos sociales y laborales conquistados tras décadas de lucha.
Hay quienes quieren imponer la idea de que la integración la hacen presidentes o cancilleres. La historia nos muestra que siempre nos dividieron para dominarnos: ésta no es la primera vez. Hay que poner los temas sobre la mesa, debatirlos con políticos, académicos, movimientos sociales –sindicatos, campesinos-, académicos, no ocultarlos tras campañas desinformantes, que nos hacen recordar aciagos días de dictaduras.
La meta no puede ser cola de león de las grandes potencias. La meta debe ser la unidad para lograr un desarrollo justo e inclusivo, y mantener la capacidad negociadora como bloque. La meta debe ser mirarnos en nuestros propios espejos, intensificar nuestras relaciones y complementariedades, superar la dependencia de la producción y exportación de nuestras materias primas y recursos naturales, terminar con las asimetrías que han demorado una mayor y mejor integración, garantizando, además, que todo ello lo podamos hacer, como hasta ahora, en una zona de paz, modelo para el mundo.
Claudio Della Croce
Economista argentino. Asesor del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)
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