La historia de nuestra historia
- Opinión
En el Capítulo IV de nuestro trabajo Estado, nación y clases sociales en Panamá (Ed. Portobelo, 1999) abordamos el problema de cómo la historiografía panameña reescribió, con posterioridad a 1903, los acontecimientos del siglo XIX, para dar la impresión de un conflicto nacional, Panamá “oprimida” por Colombia, que “justificaría” la secesión del 3 de Noviembre.
Ese trabajo de reconstrucción histórica tenía claros fines políticos de parte de la clase dominante panameña: construir una serie de mitos que le darían legitimidad frente al estado recién creado por obra y gracia de la intervención norteamericana, ocultar que nos convertimos en un protectorado (colonia) y no en una nación independiente, a la vez que se cubrían con un velo los conflictos entre opresores y oprimidos del decimonono, echándole toda la culpa a los “colombianos”
En apoyo de lo que decimos citamos al historiador Carlos Gasteazoro que, en la presentación de la reedición de 1971, del Compendio de Historia de Panamá de Sosa y Arce, aborda extensamente este asunto. Gasteazoro se queja de que todas las historias panameñas del siglo XIX carecen de una visión anticolombiana, ni enfatizan los “particularismos” que supuestamente nos hacen distintos a la nación colombiana.
Gasteazoro cita el Compendio de Mariano Arosemena, el cual remite y se apoyó en la obra del colombino José Manuel Restrepo; el Estado Federal de Justo Arosemena, que se apoya en otro colombiano, Joaquín Acosta; la Geografía de Panamá de Jeremías Jaén, que se basó en “obras de historiadores colombianos”; la primera versión del libro de Ramón M. Valdés, que en 1898 no tenía nada de anticolombianismo, pero que luego de 1903 se transformó en la “leyenda dorada”.
En otras palabras, los más lúcidos pensadores panameños del siglo XIX no reflejan en sus obras la lucha de resistencia de una nación supuestamente oprimida que pugna por nacer. Por el contrario, se sienten muy cómodos en el referente histórico y cultural de Colombia. Y eso que don Mariano, y hasta cierto punto don Justo, fueron voceros principales de los intereses transitistas de las élites panameñas.
El Estado recién nacido, en 1903, se siente necesitado de una historia que le justifique y va a emitir la Ley 26 de 16 de noviembre de 1908, para contratar a dos expertos que escriban por encargo una “historia oficial”. De allí surge el Compendio de Juan B. Sosa y Enrique Arce.
Hablando en general, se puede decir que luego de la “separación” surgen cuatro vertientes interpretativas, confrontadas respecto a qué perspectivas dar a los hechos de 1903. Pero ha prevalecido, al menos en tres de ellas, el criterio de interpretar la historia social panameña del siglo XIX como si tratara de un conflicto nacional, lo cual ha distorsionado los hechos reales y oscurecido el real sentido de lucha de clases que tuvieron.
La primera interpretación denuncia los hechos del 3 de noviembre como una intervención norteamericana, igual a la que antes hizo contra México y España, la “leyenda negra”. Esta versión histórica se convirtió en tabú del que no se habla, pero que se reflejó en la obra desconocida por el público hasta hoy de Oscar Terán.
La “leyenda dorada” de los próceres del “tres”, por la cual habla directamente la clase dominante del Istmo. Como Pablo Arosemena, que sin rubor afirma que “durante el régimen colombiano los panameños eran apenas semiciudadanos”, habiendo gozado su familia de tantos privilegios en aquella época. Y que luego se refiere a Estados Unidos como “pueblo hermano y amigo”, “defensor lógico de las nacionalidades latinoamericanas” (!).
Los liberales, representantes sociales de las capas medias ilustradas, que accedieron al poder en la década del diez, como Moscote, Mendoza, Méndez Pereira y Eusebio A. Morales, apelaron a un enfoque en el que el determinismo geográfico daba su razón de ser al Estado emergido en 1903. Gasteazoro les critica por su exaltación del “transitismo”. Por ejemplo, Méndez Pereira se refiere a Panamá como “país y nación de tránsito”; R.D. Carles dice que “la historia de la construcción del canal…es, así mismo, la historia de nuestra nacionalidad”.
La cuarta perspectiva sería una aproximación pretendidamente “marxista”, y que Gasteazoro llama “ecléctica”, inaugurada por Diógenes de la Rosa en la década del treinta, por la que la “separación” sería producto de una confluencia de intereses imperialistas norteamericanos, crematísticos de la oligarquía criolla y “anhelos” nacionalistas del pueblo.
El problema del análisis de Diógenes, que luego será el mismo que adopte Ricaurte Soler (aunque éste nunca le cite), es que admitiendo el intervencionismo norteamericano, acaba al igual que la leyenda dorada refiriéndose a un supuesto “nacionalismo” istmeño que justificaría en último análisis los sucesos del “tres”.
Diógenes dice: “Pero con toda la injerencia de lo toscamente crematístico, resulta inexacto afirmar que el 3 de Noviembre fuese mera subasta a la gruesa o feria del crimen” (expresión de O. Terán), y afirma que hubo allí, en el fondo “una aspiración colectiva legítima”. Y Soler concluye, luego de analizar el factor imperialista y la “triste figura” que proyectan los próceres, “queremos afirmar el carácter progresivo de la independencia de Panamá de Colombia”.
Para nosotros, ya lo hemos dicho reiteradamente, el verdadero nacionalismo panameño surgió, no en el siglo XIX, sino en el siglo XX, luchando contra el colonialismo yanqui y por la soberanía sobre la Zona del Canal.
Algunos, imbuidos de buena voluntad, han pretendido encontrar las raíces de ese nacionalismo en una interpretación falsa del decimonono, como si ya hubiera un esfuerzo por construir una nación frente al “colonialismo” o “imperialismo” colombiano. Lo cual no sólo es una falsificación histórica, sino que produce contradicciones flagrantes, como dotar de una voluntad “independentista” a una clase social que se hubiera satisfecho si hoy fuéramos una estrella más de la bandera yanqui.
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