México, USA y la hora de la verdad

23/01/2017
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El último martes de enero, el “primer ministro de México” (según Sean Spicer, portavoz de la Casa Blanca) y el presidente número 45 que desde el día 20 anunció su proyecto imperialista (“Juntos definiremos el rumbo de Estados Unidos y del mundo en los años que vendrán), materializan su segundo encuentro, después del más que polémico realizado en Los Pinos, a invitación de Enrique Peña Nieto y por iniciativa del entonces secretario de Hacienda Luis Videgaray. Justo cuando Donald John Trump era candidato presidencial, y su contraparte Hilary Clinton declinó la invitación, lo que dejó a los dos mexicanos en situación sumamente embarazosa ante sus paisanos.

 

El encuentro Peña-Trump fue anunciado después de la conversación telefónica del sábado, y según el vocero Eduardo Sánchez buscará generar un marco de acuerdos y certidumbre en diversas materias como comercio, migración y seguridad. Definición que suscribió el desinformado Spicer.

 

Previamente, Videray Caso, ahora como titular de Relaciones Exteriores, e Ildefonso Guajardo, el secretario de Economía con fama de gris, realizarán una visita a Washington, DC, el 25 y 26 del presente para reunirse con el jefe de gabinete estadunidense, Reince Priebus; el asesor presidencial y esposo de la hija de Donaldo Juan Trump, Jared Kushner; así como con Peter Navarro, director del Consejo Nacional de Comercio.

 

Seguridad, migración y comercio destacan como temas privilegiados en las conversaciones, en el marco de la visión expresada por Peña Nieto a su par estadunidense por vía telefónica: la prioridad estratégica de los lazos bilaterales para ambos países, el establecimiento de un diálogo abierto para lograr acuerdos y certidumbre, con una agenda que beneficie a ambos países, un enfoque de respeto a la soberanía de las dos naciones y responsabilidad compartida. Videgaray aseguró que acudirá para defender los intereses nacionales basados en la defensa del interés nacional y los mexicanos en Estados Unidos, pero dispuesto a negociar, ofrecer y exigir respeto.

 

Se escucha y se lee –ojo secretario de Educación– muy bien, pero está en mandarín la construcción de aquellos referentes con el discurso inaugural del septuagenario neoyorquino, tan millonario como impopular entre los habitantes de la urbe de hierro, como lo evidenciaron más de 200 mil manifestantes.

 

La estrechez del discurso “filosófico” de Trump, como lo llamó sin sonrojarse, su naturaleza harto excluyente para decirlo en forma educada –“después de mi el diluvio”, fue sello distintivo– puso en movimiento en avenidas de la capital federal, las mismas que los operadores trumpistas fueron incapaces de llenar, una multitud que las saturó y con más de 500 mil ciudadanos provenientes de múltiples puntos de la geografía estadunidense, mexicana, europea, en una marcha y mitin sin precedente enseguida de una toma de posesión presidencial y con una diversidad cultural, religiosa, racial, política y sexual extraordinaria.

 

Más de 2 millones de ciudadanos pusieron en relieve su preocupación y aun miedo, pero sobre todo una envidiable capacidad de resistencia para mostrarle al nuevo promotor del más rancio imperialismo, amén de divisivo, racista, homófobo, agresivo y misógino como Trump, que las minorías en conjunto son tan numerosas que es imposible ignorarlas, como postulaban los principios de la marcha. Y de esa resistencia mucho hay por aprender desde arriba, pero también desde debajo de la pirámide sociopolítica mexicana.

 

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