Una cumbre para fortalecer el ALBA en tiempo de dificultades y agresiones
- Análisis
La XIV Cumbre del ALBA, a celebrarse en Caracas el domingo 5 de marzo al conmemorarse cuatro años del fallecimiento del expresidente venezolano Hugo Chávez, es una buena oportunidad para trazar nuevas metas en la batalla que libran sus países miembros por la definitiva independencia, la unidad y la integración de las naciones latinoamericanas y caribeñas ante la ofensiva neoliberal y la agresión imperial.
La reunión cobra especial importancia por el hecho que los gobiernos que componen el Alba son, en América Latina, el enemigo contra el cual el nuevo inquilino de la Casa Blanca está montando un dispositivo múltiple de acción propagandística de masas, cerco diplomático y guerra. Nacida por un acuerdo suscripto en La Habana, el ALBA sepultó a la neoliberal Área de Libre Comercio para las Américas (ALCA), que creó Estados Unidos con el propósito de mantener su dominio en la región que se extiende del Río Bravo hasta la Patagonia.
No es nuevo: los gobiernos de los países del ALBA han sido víctimas desde su fundación de las más diversas campañas por parte de la derecha regional e internacional, pero han sabido resistir y seguir unidos, construyendo logros sociales en beneficio de los pueblos, mientras otros países de la región como Argentina y Brasil viven, con la restauración de la derecha, el derrumbe de las conquistas sociales alcanzadas.
Uno de los objetivos cardinales de esa cita será asegurar la distensión en la región, tomando en cuenta los preceptos recogidos en la Proclama de América Latina y el Caribe como Zona de Paz, adoptada en la II Cumbre de la CELAC, efectuada en La Habana, en 2014.
Y ante las amenazas de toda índole que padecen los migrantes se espera una actitud enérgica en la defensa de los derechos humanos, superando la actual postura de indiferencia ante las deportaciones, tensión racial, incertidumbre económica y riesgo de daños a la integridad física y emocional de los migrantes, así como una acción contundente de cara a los renovados bríos cobrados por el racismo y la xenofobia, no solo entre los ciudadanos estadounidenses a partir de la campaña y el triunfo en la elección presidencial de Donald Trump, sino también en varios países latinoamericanos.
El ALBA de Fidel y Chávez
La Alternativa Bolivariana de los Pueblos de Nuestra América (ALBA) se materializó el 14 de diciembre de 2004, como respuesta al ALCA amenazante, de la mano de los entonces presidentes de Cuba y Venezuela, Fidel Castro y Hugo Chávez (hoy ambos fallecidos).
En junio de 2006, a petición del presidente Evo Morales, la iniciativa pasó a llamarse Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio con los Pueblos (ALBA-TCP).
La cumbre será, asimismo, un recordatorio de los principios de Fidel y Chávez, que lucharon junto a sus pueblos por un mundo mejo, lleno de paz y sin desigualdades para nuestra región. Una muestra de ello es el reciente fracaso de las campañas anticubanas orquestadas en el seno de la Organización de Estados Americanos (OEA) y prohijadas en particular por su secretario general Luis Almagro, ante las cuales el gobierno de La Habana reiteró que la isla jamás volverá a la OEA y estará siempre junto a los humildes y las fuerzas progresistas de la región como el ALBA.
ALBA, integrada por Venezuela, Cuba, Bolivia, Nicaragua, Dominica, Ecuador, San Vicente y Las Granadinas y Antigua y Barbuda. parte del reconocimiento de las asimetrías existentes entre los pueblos para, a partir de las mismas, desarrollar acuerdos de colaboración y cooperación solidaria para resolver sus problemas, entre ellos la alfabetización y la ayuda económica a países como Haití y Nicaragua en lo concerniente a la generación eléctrica.
Entre los programas más emblemáticos se encuentran la Operación Milagro, dirigido a atender problemas de la visión de los ciudadanos, así como ayuda médica de otra naturaleza; el Fondo Cultural de la ALBA y la Escuela Latinoamericana de Medicina establecida.
Una de la herramientas con las que cuenta la organización, Petrocaribe fue creado en 2005 por iniciativa de Venezuela con el objetivo de suministrar combustibles a los países miembros en condiciones ventajosas de pago, como créditos blandos y bajas tasas de interés. Venezuela exporta 100.000 barriles diarios a los países del bloque que generaban una factura de 4.000 millones de dólares, de la cual una parte se paga en efectivo y el resto estaría subsidiado.
La nueva estrategia de EEUU, de vaciamiento de los organismos de integración regionales, pareciera ser la de estrechar lazos comerciales y militares con los países de Petrocaribe ante el peligro de contagio mimético de los ideales bolivarianos, al depender de Petrocaribe para su abastecimiento energético. El saliente secretario de Estado norteamericano fue claro al señalar que “si Petrocaribe llegara a caer debido a los acontecimientos en Venezuela, podríamos acabar con una grave crisis humanitaria en nuestra región”.
En enero de 2015, el gobierno estadounidense celebró una Cumbre de Seguridad Energética en el Caribe en la que instó a los países de la región a diversificar sus fuentes de energía, confiar más en las inversiones privadas y reducir así su dependencia de Petrocaribe. Hoy esta ofensiva estadounidense se fortifica con las agresiones emanadas por el gobierno de Donald Trump.
Pareciera que ya no hacen falta Tratados de Libre Comercio de nueva generación: de facto, sin tener en consideración las constituciones nacionales ni las normas jurídicas internas e internacionales, la derecha enquistada en el poder en Sudamérica avanza hacia la imposición de un bloque político-comercial, digitado desde Washington, que reivindica el proyecto frustrado del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA).
El plan es el mismo del ALCA y hoy encuentra en los gobiernos de derecha de Argentina y Brasil (uno llegado por los votos, otro por golpe de Estado) la decisión de retomarlo, hablando de flexibilización, modernización, inserción en el mundo, señala el analista del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico, Rubén Armendáriz.
Para ello obturan programas alternativos como un Mercosur más fuerte, con falaces argumentaciones jurídicas y con decisiones que no se adaptan a ningún tratado ni normativa –creando una realidad de inseguridad jurídica en la región que, obviamente, significará un cúmulo de dudas en el momento de exigir inversiones-, alentando una mayor concentración y menor importancia relativa del trabajo, la desregulación de las industrias de servicios y la ruptura de toda norma proteccionista, nacional o regional, de compras gubernamentales.
Pero más allá de esta ofensiva neoliberal y dependiente de los mandatos estadounidenses, hay que recordar que en la última década, después de la derrota del ALCA en Mar del Plata, nuestros países no privilegiaron -porque no pudieron o no quisieron- la conformación de un gran mercado interno plurinacional basado en la complementación productiva, ni priorizaron el progreso tecnológico conjunto a través del aumento del stock de conocimiento, pero enfatizaron el sendero de la división del trabajo aprovechando la demanda asiática de productos. Y esta cumbre del ALBA es crucial para avanzar en este sendero.
Trump redobla la agresión
Venezuela, el país miembro con mayores recursos de los que integran esa organización, y otros como Bolivia, Ecuador y Nicaragua, además de Cuba, han sido objeto de agresiones de todo tipo por parte de Estados Unidos y las derechas nacionales e internacional –sumadas al bombardeo permanente de los medios de comunicación comerciales, cartelizados- para debilitar y conseguir destronar a sus gobiernos progresistas, y de facto intentar desintegrar al ALBA.
La Revolución Bolivariana, ha sido y es, sin duda alguna, la principal diana de los disparos continuos de Washington dirigidos contra la entidad integradora. El Pentágono y la Casa Blanca no esconden su hipótesis que derrumbando el proceso revolucionario en Venezuela, el ALBA sufriría un golpe mortal, precisamente por ésta la de mayor fortaleza económica.
La ofensiva desestabilizadora del gobierno de EEUU contra Venezuela no ceja. La Canciller venezolana, Delcy Rodríguez, denunció esta semana ante el Consejo de Derechos Humanos de la ONU en Ginebra, que hay un “proceso de agresión continúa por parte de la derecha internacional” que intenta su intervención injerencista y causar profundas heridas sociales a través de la violación de los Derechos Humanos del pueblo venezolano.
A Venezuela “los poderes imperiales la han determinado, y seleccionado como un objetivo imperial contra su modelo de derechos humanos, que es inclusivo, que es universal (…) Hoy a pesar de las agresiones económicas multiformes, Venezuela exhibe cifras que pocos países desarrollados pueden mostrar a la humanidad. Hace apenas unos días el presidente Nicolás Maduro, entregaba la vivienda 1 millón 500 mil en medio de la guerra económica y de la caída de los precios del petróleo. En medio de estas condiciones, Venezuela mantiene su modelo irreversible en materia de derechos humanos y eso la hace una amenaza para el orden económico genocida”, añadió”.
La canciller recordó que el gobierno bolivariano invierte un 74% de sus ingresos a la inversión social y según el índice de Gini, método utilizado para medir la desigualdad en la distribución de los ingresos, Venezuela tiene el menor nivel de desigualdad social en la región, con un índice de 0.38 %. La medición del índice de Gini oscila entre 0, para el país con mayor igualdad, y uno para con más desigualdad.
Delcy Rodríguez hizo un llamado para la construcción de un nuevo orden mundial, en el que a los poderes financieros, causantes de pobreza y desigualdad, se les impidan la violación masiva de los derechos humanos. Y recordó que, el presidente Maduro en su condición de mandatario del Movimiento de Países No Alineados ha llamado a alzarse contra este orden internacional injusto, ha llamado a la conformación de un frente mundial por la paz, contra la intolerancia, contra el odio y por el diálogo de civilizaciones. “Hay que construir un nuevo orden mundial, queda poco tiempo para salvar a la humanidad de este modelo inmoral”, precisó la Canciller.
La revolucion bolivariana, que vive momentos complejos y es víctima de continuas campañas injerencistas, cuenta con el apoyo de los países del ALBA, donde se siente un inmenso amor por la tierra de Chávez, a quien Fidel Castro calificara como el mejor amigo de Cuba. La cita de Caracas será oportuna para intensificar la solidaridad con Venezuela, en defensa de la paz, su soberanía, su libre autodeterminación, y frente a las injerencias externas en sus asuntos internos.
Entre el ALBA y Mercosur
Por ejemplo, Bolivia, Ecuador y Venezuela, han avanzado en cambio en una rediscusión profunda de sus formas de desarrollo institucional y económico. Los tres reformaron sus constituciones en sentido social, ampliando la gama de derechos para un sector cada vez más amplio de la población y con la explicita intención de consolidar la eliminación de los históricos privilegios de los que gozaba un sector reducido y acaudalado de esos países.
La nacionalización de los recursos hidrocarburiferos, el otorgamiento de sujeción jurídica a la naturaleza, la declaración de plurinacionalidad y plurilingüismo, o la intención de transformación de la estructura del Estado hacia el socialismo y el Buen Vivir, quedaron impresas en la carta magna de esos países y guían -en teoría-, sus leyes y sus gobiernos. Pero la derecha, con libreto escrito en Washington, quiere borrar de un plumazo esas definiciones.
Hay factores que diferencian profundamente a los procesos generados en los países del ALBA con los del Mercosur, hoy en desmantelamiento. El principal tiene que ver con la generación de los movimientos que llevaron al gobierno opciones alternativas al neoliberalismo de los 90. En los países progresistas del Cono Sur, los presidentes –surgidos de la movilización popular- debieron apoyarse en estructuras históricas, en muchos casos muy vinculadas a la corrupción o con profundas diferencias internas acerca del rumbo a encarar.
El kirchnerismo se basó en la prebendista estructura del Partido Justicialista, en Brasil, Lula y Dilma, si bien provenían del sindicalismo y de la lucha del PT, se vieron obligados a pactar con la estructura partidaria del PMDB, que estuvo en todos los gobiernos democráticos desde 1985 sin jamás ganar una elección con fórmula presidencial propia.
Este tipo de alianzas le costaron muy caro al progresismo latinoamericano, como en el caso de Fernando Lugo y su cogobierno con el Partido Liberal, aliado del coloradismo en el golpe de 2012. o las vertientes que demostró el frenteamplismo uruguayo, hoy más proclive a negociar Tratados de Libre Comercio con las potencias que sus vecinos de derecha, recuerda el analista argentino Federico Larsen.
El petróleo y el gas, geopolíticamente claves
Venezuela constituye un pasadizo marítimo hacia el Atlántico que conecta comercialmente a Sudamérica con Estados Unidos y Europa, región geopolíticamente clave para el posicionamiento militar de las potencias, un mercado estratégico para construir poderosas áreas de influencia en lo energético, económico y financiero.
Es por ello que las corporaciones petroleras de EEUU y sus operadores políticos buscan generar un clima de inseguridad y zozobra en los países de la región con respecto a Petrocaribe, desestimulando las bases de apoyo al acuerdo de cooperación para llevar a los países miembros a someterse a contratos desventajosos y financieramente dañinos para ello, beneficiando directamente a las trasnacionales petroleras.
Mientras, Estados Unidos viene incrementando su producción de gas natural desde el año 2007, mediante técnicas de extracción no convencional (fracking), sustituyendo la importación del gas trinitatario por la producción interna, con la meta de exportación del excedente producido hacia el Caribe.
Este plan de convertirse en una potencia gasífera competitiva con exportadores consolidados como Rusia e Irán, ha ayudado a la caída de los precios del petróleo. Estados Unidos busca en el gas una apuesta geopolítica para disputar mercados globales y zonas de influencia estratégicas, entre ellas el Caribe, por su proximidad y por su peso dentro de la ecuación del poder continental.
Las declaraciones de John Kelly -ex jefe del Comado Sur y actual secretario de seguridad nacional- y John Kerry (ex secretario de Estado) en marzo de 2015, sobre el inminente colapso de Petrocaribe que traería una “crisis humanitaria” para la región, tenían como objetivo influir negativamente en los gobiernos para que firmaran acuerdos de suministro de gas natural con EEUU y proyectos de endeudamiento, en menoscabo de Petrocaribe.
En las dos Cumbres de Seguridad Energética en el Caribe, en 2015 y 2016 en Washington, encabezadas por el ex vicepresidente Joe Biden, se buscó construir una instancia paralela a Petrocaribe y regularizar una plataforma de financiamiento para presionar a los países del Caribe en cuanto a cómo perfilar su situación energética, precarizada durante décadas por la expoliación de las corporaciones trasnacionales que hoy dicen querer ayudar.
El gas natural como apuesta geopolítica para retomar el control de esa región no es más que otra excusa para dominarla, endeudarla y hundirla en la miseria. Pero contrario a la inestabilidad y alto endeudamiento que significa la alternativa estadounidense del gas natural para la región, Petrocaribe, aún con todas las complicaciones que ha tenido Pdvsa producto de la salvaje caída de los precios del petróleo, sigue mostrando resultados positivos.
Cubre el 32% de petróleo del Caribe, ha incidido positivamente en el 25% del PIB de cada uno de sus países, las refinerías y empresas mixtas dirigidas por PDV Caribe, facilitan el acceso a los hidrocarburos y las modalidades solidarias de pago, evitan que el endeudamiento se transforme en un yugo que limite sus posibilidades de crecimiento económico.
2017 será sin lugar a dudas un año de recrudecimiento en la disputa por el Caribe. Por ello, la nueva cumbre del ALBA significa el refortalecimiento de la organización latinoamericano-caribeña y la elaboración de planes y propuestas alternativas que buscan modificar el orden establecido desde sus raíces , intensificar la unidad y la integración, en momentos de dificultades económicas, financieras y políticas.
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