El incidente de la Tajada de Sandía y el filibusterismo
- Opinión
Desde la debacle del imperio colonial español, con las guerras de independencia, a inicios del siglo XIX, Centroamérica, y en particular Nicaragua y Panamá, eran vistas con codicia tanto por Inglaterra como por la emergente potencia norteamericana. Ambas naciones eran conscientes que el control del Istmo catapultaría sus intereses comerciales.
Hacia la década de 1840, Inglaterra parecía el principal peligro pues había iniciado un proceso de influencia y colonización sobre todo el Caribe centroamericano, desde Belice, pasando por Nicaragua, hasta lo que hoy es la provincia de Bocas del Toro en Panamá. Aquí inclusive habían movido sus fichas con algunos capitalistas que oficiaban de agentes comerciales de los ingleses para proponer en diversos momentos la creación de una ciudad “hanseática”, es decir, separarla de la soberanía neogranadina para, en nombre de una falsa autonomía, sujetarla a Inglaterra cuya cabeza de playa se hallaba en Jamaica.
Diversos incidentes con los ingleses, por entonces la principal potencia naval del mundo, llevaron a la diplomacia neogranadina a firmar, en 1846, el Tratado Mallarino-Bidlack, por el cual la Nueva Granada ofrecía a Estados Unidos paso libre de impuestos a cambio de que sirviera de garante a su soberanía sobre el Istmo de Panamá. La intención inicial era que el tratado sirviera de contención a los intereses expansionistas de los ingleses, los cuales se verían confrontados con los norteamericanos. Pero a la larga fue una mala jugada que dio pie al intervencionismo norteamericano.
Una década después de firmado ese pacto, el expansionismo que se había tornado concreto y peligroso era el norteamericano. Uno de los subproductos de la guerra contra México fue el surgimiento de bandas paramilitares norteamericanas que empezaron a actuar en la región para imponer por la fuerza sus intereses. Eran bandas privadas, parecidas a lo que hoy serían las empresas de “seguridad”, al estilo de Blackwater. Se les llamó filibusteros.
El más conocido filibustero fue William Walker, contratado por empresarios norteamericanos para imponer su control en Nicaragua, y que terminó autoproclamándose presidente de ese país, justamente en 1855. Walker pretendió que Nicaragua fuera anexionada a Estados Unidos como un estado más. Lo cual no logró, siendo derrocado en 1856 y posteriormente ejecutado hacia 1860 en Honduras.
La lucha contra Walker había revivido los sentimientos de unidad latinoamericanos y, de hecho, es la lucha unificada de los centroamericanos la que le expulsa de Nicaragua. El historiador Aims McGuinness afirma que de esta época data el concepto “latinoamericano” por oposición al “anglosajón”, y un renovado sentimiento de unidad hispana contra la dominación norteamericana, que había quedado dormido tras el fracaso de Simón Bolívar. El panameño Justo Arosemena sería uno de los primeros en apelar a esta idea a mediados del XIX.
Un elemento poco conocido en Panamá es que los filibusteros tuvieron un papel relevante en el Incidente de la Tajada de Sandía. Según Aims, el 15 de abril de 1856, se encontraban en Panamá unos 40 filibusteros que se dirigían a Nicaragua para reforzar el ilegítimo gobierno de Walker. La prensa panameña había alertado de su presencia, prevaleciendo el temor de que podrían intentar aquí una aventura semejante a la de Nicaragua.
Y no estaban errados quienes así creían, pues las indagaciones judiciales posteriores informan que los filibusteros jugaron un papel central en el enfrentamiento. Uno de ellos, Joseph Stokes, muerto en la estación del ferrocarril, liderizó la resistencia armada contra las autoridades panameñas. Lo cual fue reconocido por Horace Bell, otro de los filibusteros, quien llegaría a ser cronista en la ciudad de Los Ángeles, California.
La fuerza demostrada por el pueblo panameño durante el “incidente”, no constituyó simplemente una respuesta frente a la marginación y el racismo yanquis, sino que fue una lucha consciente contra cualquier intento anexionista de los norteamericanos, un acto de solidaridad con el hermano pueblo de Nicaragua, y un gesto hacia la unidad latinoamericana.
Pocos meses después, en septiembre de 1856, el gobernador conservador, Francisco de Fábrega, solicitó la primera intervención armada del ejército norteamericano en Panamá, apelando al Tratado Mallarino/Bidlack, para que le asegurara las elecciones que temía perder a manos de los liberales radicales del arrabal.
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