Trump cumplió 6 meses de la Casa Blanca y no pega ni una
- Análisis
La llegada del magnate inmobiliario al gobierno de Estados Unidos sigue sin dar resultados positivos, a seis meses de producida. Incluso menudean las renuncias de funcionarios y el mismo presidente no da pie con bola.
La asunción del 20 de enero pasado comenzó con un bluff, porque Donald Trump y sus voceros de prensa afirmaron que había sido la ceremonia con más participación popular en Washington. Falso. Las imágenes comprobaron que el público era menor, en cotejo con la asunción de Barack Obama en enero de 2009. Que el afroamericano tuviera mayor popularidad al asumir debe haber sido una pesadilla para el dueño de las torres Trump en el mundo.
Hoy en día la popularidad del mandatario es muy baja. Quizás lo consuele que está por encima 22 por ciento de Harry Truman en 1952, pero el 36 por ciento que le adjudica la encuesta publicada por ABC News y The Washington Post lo deja muy atrás de gran parte de quienes pasaron por el Salón Oval. Ni hablar del demagógico 90 por ciento que tuvo el neofascista George W Bush tras los atentados a las Torres Gemelas en septiembre de 2001.
El agravante para Trump es que esos bajos porcentajes de imagen positiva son cuando recién ha cumplido el primer semestre de su administración. Se supone que aún dura la luna de miel de los electores.
Esa pálida imagen guarda relación con las promesas de campaña no realizadas, al menos las que de mejorar la situación de los trabajadores. Es probable que su fortuna personal de varios miles de millones de dólares se haya empinado, pero no la creación de empleo y reactivación de las industrias. En cualquier momento allá también empiezan a hablar de los “brotes verdes” de la economía, que crecen en la imaginación del funcionariato.
Otro asunto donde Trump viene fracasando y es saludable que no haya podido cumplir su programa, es en el sistema de salud. Su obsesión era modificar el Obamacare, que sin la profundidad de las promesas iniciales por parte de Obama, había logrado en 2010 ampliar la cobertura de salud a la gente de menores recursos.
Trump siempre estuvo en las antípodas de ese programa. Quiere limitar el gasto público en esa materia y no pudo ser convertirlo en ley por las oposiciones legislativas, incluso en su partido republicano. Ese cambio regresivo dejaría sin cobertura de salud a un contingente de entre 22 y 24 millones de personas de bajos recursos. Y por más que espoleó a la bancada republicana y a su líder, Mitch Mc Connell, sólo logró que el Senado aceptara discutir sobre esta reforma, sin votar ningún proyecto de ley concreto. Incluso abrir la discusión le costó muchísimo, porque hubo un empate en 50 votos y el vicepresidente Mike Pence y exgobernador de Indiana debió desempatar. Si bien fue un pequeño paso hacia la contra-reforma, nada está asegurado. Todo el bloque demócrata le votó en contra, sumando a Susan Collins y Lisa Murkowski, dos senadoras republicanas que se le plantaron al presidente.
Siria, Cuba y Venezuela
Desde Arizona fue a votar el senador John McCain, que venía de una operación. Trump lo elogió de “valiente y héroe estadounidense”. Es el mismo senador que en 2013 se reunió en la provincia siria de Idleb con Abu Bakr al-Baghdadi, el jefe terrorista del ISIS y otros criminales de Al Nusra y Ejército Libre de Siria.
Se puede comenzar por Siria el racconto de la política internacional de Trump. Por más que tanto despotrique contra Obama y su exsecretaria de Estado Hillary Clinton, el presidente continúa las líneas maestras de la intervención de aquéllos en ese país árabe.
Tiene el mismo blanco: la cabeza del presidente Basher Al Assad. Y la quiere cortar de cualquier modo, desde el aliento al terrorismo de los grupos mencionados y la campaña de violencia alentada por Arabia Saudita y Turquía con el beneplácito de Israel.
Cuando quedó demostrado que el presidente sirio decía la verdad al sindicar a ISIS como terrorismo y con ayuda rusa e iraní comenzó a ganarles la pulseada en la guerra, recién allí EE UU y sus aliados comenzaron a bombardear posiciones del califato. Eso sí, en ningún momento dejaron de considerar su enemigo al gobierno sirio. Sus bombardeos lo toman de blanco y no por error sino como plan deliberado, como cuando en abril pasado bombardeó y asesinó a militares y civiles al lanzar 59 misiles contra la base aérea de Al Shayrat.
Ese proceder criminal e injerencista agravó las tensiones del escenario bélico en Siria. También puso distancia y enemistad a la relación que supuestamente venía operando en sentido inverso con Vladimir Putin, aliado de Al Assad. Ya se verá que la relación de Trump con Rusia siguió influyendo negativamente para el primero, porque se abrieron investigaciones judiciales sobre ese vínculo y la posible interferencia de Moscú en las elecciones de noviembre de 2016 en detrimento de Clinton y a favor del magnate.
Otra relación que importa mucho a la región latinoamericana y caribeña, con Cuba, fue atropellada por el presidente estadounidense. Después de muchos esfuerzos, el proceso de normalización de relaciones diplomáticas finalizó con éxito con la reapertura de embajadas en julio de 2015. Pero llegó el Huracán Donald para volar los techos de ese edificio aún en construcción.
El 16 de junio pasado Trump llegó a Miami, al teatro Manuel Artime, a firmar delante de los círculos más extremistas del exilio cubano-americano una declaración con la que volvía casi a fojas cero lo actuado por Obama. Volvieron las limitaciones a los viajes de estadounidenses a la isla y retornó más fuerte que antes un bloqueo que nunca había dejado de estar vigente. Hubo más multas de centenares de miles de dólares a empresas norteamericanas y extranjeras por el horrible delito de comerciar con La Habana.
En esa cruzada contra los pueblos Venezuela no iba a salvarse. El 17 de julio, apenas concluido el plebiscito trucho organizado por la oposición venezolana, Trump anunció que si Nicolás Maduro seguía con su convocatoria a la Asamblea Constituyente para el 30 de julio, él tomaría “rápidas y fuertes acciones económicas”. Le contestó el canciller venezolano, Samuel Moncada: “nada ni nadie podrá detenerla, la Constituyente va, ante la insolente amenaza planteada por un imperio xenófobo y racista”.
Varias renuncias
En este balance de vacas flacas, el presidente podrá atesorar como triunfo el que este mes logró que el Senado le confirmara la nominación del juez conservador Neil Gorsuch como miembro de la Corte Suprema. Y así pudo habilitar el tristemente célebre decreto antiinmigratorio que penaba con 90 días de prohibición del ingreso de ciudadanos de seis países islámicos (sus amigos de Arabia Saudí, a resguardo) y por 120 los refugiados cualquiera sea su nacionalidad.
Todo fue maquillado como lucha contra el terrorismo, pero en rigor por su xenofobia galopante, igual que su otra bandera de campaña aún no materializada: el Muro con México.
Esa cerrazón al inmigrante y esos muros están en el fondo de la injusticia que en estos días llevaron a la muerte de inmigrantes de México y asfixiados en el interior de un camión, en Texas. Habían pagado 5.500 dólares cada uno por llegar a un mejor destino, pero 10 murieron y otros 15 están internados con daño cerebral por la exposición al calor, la falta de oxígeno y deshidratación.
A Trump se lo repudia dentro de sus fronteras y más allá de éstas, en la región y el mundo. Y no son solamente Cuba, Venezuela o China los que tienen conflictos con sus políticas. También los tiene Rusia, amenazada con nuevas sanciones alegando injerencia en las elecciones de 2016 y su aliento al federalismo en Ucrania. Aliados de la OTAN como Alemania se sienten destratados por el norteamericano debido a un supuesto escaso aporte al presupuesto atlántico y por abandono de tratados comerciales transpacíficos. Otro tanto con los 195 países que firmaron en diciembre de 2015 los acuerdos sobre Cambio Climático en París, a los que el magnate dio un portazo.
Si la imagen positiva de Trump es del 36 por ciento en su país, a nivel internacional puede ser más bajo. Y todo eso le impide mantener unido su elenco. A poco de asumir tuvo que renunciar, en febrero, el general Michael Flynn a su cargo de consejero de Seguridad Nacional, tras haber ocultado información de conversaciones con el embajador ruso, Serguei Kislyak.
En abril llegó la renuncia de Steve Bannon, exjefe del sitio de noticias ultra conservador Breitbart News, que estaba al frente del Consejo de Seguridad Nacional.
En julio anunció su alejamiento el vocero de la presidencia, Sean Spicer, por disputas con el director de comunicación que responde al jefe de Gabinete, Reince Priebus.
Y ahora parece haber sonado la hora de salida del fiscal general, Jeff Sessions, cuya falta reprochada públicamente por el mandatario fue el haberse apartado de la investigación sobre los vínculos de Trump con el gobierno ruso en la campaña electoral. El presidente quería allí a alguien que lo defendiera a capa y espada.
Si prosperan esas investigaciones, hoy en manos del exdirector del FBI Robert Mueller, el magnate podría ir a juicio político. A un semestre de asumido, el informe de situación tendría una ardua tarea para encontrar un título diferente al de “calamitoso”. Quizás su amigo Mauricio Macri le pondría una buena nota, comprada.
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