Viejas promesas y nuevos desafíos

04/09/2017
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Por primera vez desde 1969 no reedito la costumbre de ver y escuchar el Informe presidencial. Aquél fue el penúltimo de Gustavo Díaz Ordaz y el del sábado de Enrique Peña Nieto. Lo registro no porque a alguien le interese, sino porque los 15 minutos que vi del acto faraónico realizado en Palacio Nacional, el sábado 2, estuvo plagado de aplausos y ovaciones que dejaron las manos enrojecidas al flamante presidente del Senado –por la gracia del pacto de EPN con Felipe Calderón y que trascenderá a todas las alineaciones conocidas con vistas a la sucesión de junio próximo– y Diego Fernández. La memoria sobre el aplausómetro del 69 y su cotejo con 2017 me llevan a hacer la comparación. Nada más

 

Bueno, 48 años después ¿quién se atreve en público a defender y menos ovacionar a Díaz? ¿Y quién lo intentará en 2065 con Peña? Si acaso sus nietos y bisnietos. Sin embargo, en Palacio se le vio pleno, feliz, como si los reconocimientos recibidos por sus compañeros de grupo y gobierno, amigos y socios no estuvieran cruzados por la sucesión que el jueves destapó una exitosa operación presidencial que reposicionará al partido del gobierno, el PRI, en la puja por la silla presidencial; fracturará más de lo que ya está al instituto administrado por 11 familias, incluidas las de Calderón y Margarita Zavala, el PAN; apuntalará a ésta como candidata a La Grande y derribará al nonato frente amplio democrático.

 

La magna operación político-electoral de Peña sí es para ovacionarse como una gran maniobra política que oxigenará al Revolucionario Institucional y podría mandar al tercer sitio al partido de Margarita y dividirlo todavía más. O acaso ese era el trasfondo de los aplausos.

 

Como la oferta (la propaganda, dicen los vendedores) de que dentro de ¡20 años! México será una potencia económica con altos niveles de bienestar. Sueño que ofreció Carlos Salinas (1988-94) con la promesa de llevar al país al “primer mundo”. ¡Y lo llevó! Pero sólo a sus familiares, socios y amigos a los que enriqueció brutalmente. Allí está Pedro Aspe, para el que “la pobreza es un mito genial” y ahora es un plutócrata. O como el soldadito de plomo quien decretó “a lo borras” la guerra al crimen organizado, y juraba que en 2035 México sería “la quinta economía del mundo”.

 

No hay novedad. Son ofertas que no sirven ni al oferente presidencial. Además, el maestro en administración de empresas, sin título –dicen sus nuevos críticos que tanto lo defendieron–, no sabe o su gurú no le informa que no es indispensable ser “potencia económica” para lograr altos niveles de bienestar, como lo evidencian Dinamarca, Finlandia, Noruega y Suecia.

 

Excelente que la economía mexicana esté por ofrecer el empleo número 3 millones en un lustro, que exporte más productos agroalimentarios de los que importa por primera vez en 20 años, que la inversión extranjera no tiene precedente, que la pobreza a secas y extrema esté a la baja, que ya es una destino turístico muy importante, se “consolida como una potencia emergente” y todo lo que se festeja con singular optimismo en 1 574 páginas (680 de texto y 894 de estadísticas). Y en el “resumen ejecutivo” de 160 cuartillas.

 

Sólo que la primera meta nacional de las cinco que ofreció Peña, “México en paz”, arrojó la cifra sin precedente de 104 602 homicidios en cinco años. Las otras cuatro son “incluyente, con educación de calidad, próspero y con responsabilidad global”. 9 millones de mexicanos en la miseria no avalan como predominante tal característica. Y menos la subordinación de la política exterior mexicana a los intereses y objetivos geopolíticos de Estados Unidos, lo hacen un país y gobierno “con responsabilidad global”.

 

 

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