Maracaibo: significado, ancestralidad y futuro
- Opinión
Ciudad con la suerte envidiable de estar adosada a un lago (estuario) gigantesco, largo del piedemonte andino al Caribe mar, que recibe el agua dulce de ciento treinta ríos y caños. Ancestralmente Maracaibo es el nombre del lago y su región, como de algún poblado que devino en ciudad-puerto y se lo apropió. Hoy sufre –sin embargo- la paradoja de vivir de espaldas a esa bendición de la naturaleza, y a las raíces históricas que definen su espíritu más genuino.
Luego de muchos años de búsqueda, puedo concluir que el significado más aproximado de Maracaibo es “tinaja del sol”. A este hallazgo llegué tras comparar los apuntes de Alfredo Janh, Marie France Pate y Lizandro Alvarado, con las reminiscencias del idioma añun nuku que conocemos por contacto con hablantes desde finales de la década del setenta. La voz “mara” aparece relacionada a las tinajas o vasijas de barro que usaban los pueblos originarios de la costa venezolana, generalmente como recipientes de agua y/o alimento. Jahn la toma del añú en Sinamaica, Moján y Santa Rosa. Alvarado la ubica en noroccidente y oriente. Dicha raíz, unida al vocablo “cai” o “kai”, que es el sol en añú y otras lenguas de tronco lingüístico arahuaco, nos permite deducir la etimología de Maracaibo.
Esta explicación tiene asidero en la cosmovisión añú originaria de Maracaibo, que considera al lago la “gran tinaja” que le sirve de sustento a su forma de vida acuática, proveedor como es de peces (pueblo ictiófago por excelencia) y agua, hogar (manglar y enea), comunicación y creación artística (arein). EL sufijo “bo”, es la castellanización del sonido “mbo”, una huella del tronco caribe-amazónico venido desde el tupi-guaraní, que nos remite a verbos como “enseñar”, “saber”, “aprender”; de allí que lo telúrico ancestral, en el pensamiento y sentir de la nación autóctona añú, nos llama a interpretar que esa “Tinaja del Sol” no sólo nos alimenta y da vida, sino que además, nos enseña lo que debemos saber para existir y convivir en armonía con la madre natura. (Wuiintoin choiñi: hijos de la madre agua).
Para confirmar esta conclusión, apelé a la etimología comparada, encontrando que tanto Maracay en el centro del país, como Maracapana en el extremo oriental, presentan correlación al hecho geográfico de ser lugares adosados a una concavidad acuática, vale decir, la primera al lago de los Tacariguas (o de Valencia), y la segunda, al golfo de Paria.
Maracaibo es la única región del país que cuenta con sobrevivientes del pueblo originario, que tienen una épica y unos caciques, cuya existencia está plenamente documentada y comprobada. Pero esa gesta fue borrada de la historia oficial y negada a sus legítimos herederos. El cacique Nigale es el símbolo más preciado de nuestro gentilicio original, y afinque de esa posibilidad aún vigente de recuperar nuestra memoria colectiva.
II
Cuando el Emperador del Sacro Imperio Germánico Carlos V, le otorga a Jakob Fugger y su compañía alemana de los “Welser” un territorio fantástico llamado Venezuela, la palabra mágica que les hacía brillar la mirada era Maracaibo. En susurros, hablando en alemán y sin permitir la presencia de ningún castellano en la Corte, el monarca y su financista señalaban en los mapas el lugar que hacía apetecible la aventura: “el secreto del Maracaibo” le llamaban.
Este proyecto oculto partía del error cartográfico de creer que la costa del Pacífico estaba en algún punto cercano al suroeste del lago maracaibero. Por eso el enviado a ejecutarlo, el genocida Ambrosio Alfinger, casi ni se detuvo en Coro y apenas pasó de largo por Maracaibo buscando la soñada ruta hacia “los Mares del Sur”.
También las hordas piráticas holandesas, inglesas y francesas, entre 1645 y 1678 se lanzaron contra la ciudad-puerto desde las islas caribeñas: Enrique Gerald, Willian Jackson, Henry Morgan, Jean Dei Nau “El Olonés”, François Granmont, saquearon sucesivamente la Maracaibo hispana, llegando hasta Gibraltar en algunos casos.
No se escapó la “Tinaja del Sol” de las apetencias expansionistas de oligarquías neogranadinas con ínfulas guerreristas, y menos de la arremetida voraz del naciente imperialismo petrolero de comienzos del siglo XX.
Maracaibo –el lago y su región- fue el gran emporio petrolero mundial del pasado siglo. La explotación intensiva tipo enclave favoreció las transnacionales estadounidenses y angloholandesas que exprimieron el subsuelo de los mejores crudos livianos y semipesados, con la complicidad servil de las elites económicas, militares y políticas que gobernaron hasta 1999.
El campo petrolero como núcleo urbanizador foráneo (Rodolfo Quintero) y los modismos importados de una supuesta superioridad civilizatoria, jugaron a favor de la mentalidad pro yanqui, exaltada en la imitación del modo de vida mayamero.
III
¿Hasta qué punto nos marcaron aquéllos sucesos lejanos y estos más recientes? Nunca se ha estudiado seriamente; como tampoco se ha analizado el impacto de la inmigración masiva y caótica que acompañó al boom petrolero, y que representó la adulteración de la idiosincrasia bucólica de raigambre y arraigo de que tanto se ufanaban nuestros abuelos.
Tal vez de esa nostálgica cultura sólo quede un poco de gaita y los manidos iconos que lucen cada vez más vacíos en la canícula, por el manoseo de una iletrada casta política que a fuerza de dádivas supo callar las luces de una ciudad otrora relampagueante.
En su Carta de Jamaica, Bolívar proyectó a Maracaibo como capital de esa gran nación de repúblicas liberadas que surgiría tras la victoria independentista. Pero a la muerte del Libertador, un gobernador malnacido, escribió desde Maracaibo las palabras más indignas y ofensivas a su memoria. Luego dos grandes maracaiberos, Rafael Urdaneta y Rafael María Baralt, reivindicaron a Bolívar en nuestras ceremonias patrias y nuestra historiografía.
Está por verse si la generación que actualmente emerge como vanguardia, tendrá la templanza y sapiencia para levantar un gentilicio extraviado, haciendo renacer de las cenizas éticas, una nueva ciudadanía capaz de rehacer la ciudad.
Tal reto pasa por templar la fortaleza patriótica requerida para contener las acechanzas geopolíticas que se asoman en las cercanías, demostrar audacia y eficacia en la acción de gobernar, y tener la humildad de convocar amplias voluntades que contribuyan al enorme reto de saltar este presente incómodo hasta la otra orilla, donde un futuro de gracias espera ser alcanzado.
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