América Latina en tiempos de Trump: el caso de Honduras como espejo para México

13/03/2018
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Vivimos tiempos interesantes, a la par que confusos. Álvaro García Linera, vicepresidente de Bolivia, afirma que estamos ante el fin de la globalización neoliberal.1 Sustenta su tesis en dos eventos en los dos países donde se dio inicio al modelo neoliberal (después de que los Chicago Boys utilizan el Chile de Pinochet como laboratorio): el Brexit en el Reino Unido y la victoria de Trump en Estados Unidos. Dichos eventos, cuanto menos, suponen un frenazo a la globalización de los mercados y un retorno a formas de proteccionismo económico que la ortodoxia neoliberal había desterrado. Los países donde se dio inicio al neoliberalismo cierran el círculo y cortocircuitan el desarrollo del modelo a escala global.

 

La crisis de una Unión Europea de los Estados y el capital, por encima de los intereses de los pueblos, y la decisión de abandonar la misma por parte del principal aliado de los Estados Unidos en la OTAN, es síntoma también de que el orden geopolítico que conocíamos hasta ahora ha comenzado a difuminarse.

 

El auge de Rusia como potencia geopolítica, a partir de sus movimientos en los tableros de Ucrania y Siria, y la consolidación de China como el otro actor determinante en Asia, África y América Latina, restan la hegemonía mantenida hasta el momento por Estados Unidos a escala planetaria.

 

No hay que olvidar que China ya es primera potencia económica mundial si medimos el PIB por paridad del poder adquisitivo (PPA), y pronto lo será en términos absolutos, siendo poseedora, además, de la mayor parte de la deuda externa estadounidense. En la medida en que consolida una mayor expansión geopolítica, mediante la nueva Ruta de la Seda, su complemento marítimo, y la mayor parte de obras de infraestructura en América Latina y el Caribe, se convierte en un competidor que, a cada paso que da, resta hegemonía planetaria a Estados Unidos.

 

El surgimiento y posterior implosión del engendro llamado Estado Islámico/ISIS/Daesh, en cuyo surgimiento y fortalecimiento tuvieron un rol fundamental las agencias de inteligencia estadounidenses, son otro de los síntomas del declive de dicha hegemonía.

 

La propia llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, ganando (no en votos, pero sí en la mayoría de distritos electorales) a Hillary Clinton, candidata de Wall Street y el complejo industrial-militar, parece lo indicado para cerrar el círculo abierto por Ronald Reagan en los ochenta.

 

Estados Unidos en tiempos de Trump

 

Es necesario recordar que Obama tiene el dudoso honor de ser el primer presidente en toda la historia de los Estados Unidos que más tiempo ha ejercido su mandato con el país en guerra.2 No solo mantuvo las operaciones en Irak, Afganistán y Siria, si no que incursionó militarmente en Libia, Pakistán, Yemen y Somalia. Frente a ello, Trump no ha abierto ningún nuevo frente de guerra, aunque sí ha propuesto3 incrementar el presupuesto militar un 9%, 54 000 millones para un total de casi un billón de dólares.

 

El America First de Trump es real. Hay un repliegue hacia el mercado interno, un intento de mantener o reindustrializar el país al mismo tiempo que se sale del TPP (que era el campo más visible de disputa con China en el ámbito comercial).

 

Si observamos otros indicadores geopolíticos, podemos afirmar que, hasta el momento, no hay un cambio en la política exterior estadounidense, cuando ya se ha cumplido más de una cuarta parte del mandato de Donald Trump.

 

  • A pesar de pelearse vía Twitter con Corea del Norte y sus bravuconadas nucleares, no se ha dado ningún paso más para materializar un ataque real

 

  • No se ha certificado el acuerdo nuclear con Irán, pero este sigue en pie hasta el momento

 

  • Se mantiene el statu quo con Rusia, en medio de acercamientos y alejamientos, y tampoco varía la política hacia Ucrania

 

  • Se ha calificado de obsoleta la OTAN, pero no se ha variado la participación ni la postura de EEUU como miembro principal de la Alianza Atlántica

 

  • Se ha decido trasladar la Embajada en Israel a Jerusalén (era una propuesta de campaña debido a la presión del lobby judío) pero nada hace indicar que vaya a haber ningún cambio de postura en la política hacia Palestina, manteniendo a Israel como su principal aliado en Oriente Medio

 

Es decir, hasta el momento, y salvo alguna variación más de forma que de fondo, se mantiene la política exterior estadounidense que responde tanto al lobby financiero de Wall Street, como al complejo industrial militar.

 

El ciclo progresista en América Latina

 

Mientras tanto, a pesar de que Estados Unidos mantuvo su política imperial sin modificaciones en los últimos años, América Latina sí cambió.

 

Solo podemos pensar el momento actual, de una América Latina en tiempos de Trump, si analizamos las diversas etapas que ha mostrado el ciclo progresista que convirtió a América Latina y el Caribe en la única región del mundo donde se comenzó a construir una alternativa al sistema capitalista, o al menos a sus patrones de acumulación más agresivos, desarrollados por medio de las políticas neoliberales.

 

Fase previa, o acumulación originaria del ciclo progresista (1989-1998): las resistencias al neoliberalismo

 

Caía el muro de Berlín, se desintegraba el proyecto histórico de la izquierda comunista mientras las fracciones más concentradas del capital arrasaban con las conquistas históricas de las y los trabajadores y los pueblos. Sin embargo, al tiempo que nos decían que había llegado el fin de la historia y de la lucha de clases, en el Sur del mundo comenzaba a germinar una resistencia al neoliberalismo todavía embrionaria durante el «caracazo» (1989) y ya más organizada en el levantamiento zapatista (1994), así como otros procesos de resistencia contras las consecuencias de las políticas neoliberales primero y de lucha contra esas mismas políticas después.

 

Primera fase del ciclo progresista (1998-2003): la irrupción
heroica del posneoliberalismo nacional-popular

 

La potencia plebeya de resistencia al neoliberalismo se transforma en proyectos políticos que apuestan no ya por la resistencia, sino por la toma del poder, o al menos de los gobiernos como primer paso. Ello se da dentro de las formas constitucionales o institucionales vigentes, como parte de una estrategia que se teje dentro de un período contrarrevolucionario abierto luego de la derrota de las fuerzas revolucionarias plasmadas en las dictaduras cívico-militares de mediados de los setenta.

 

La destrucción social del neoliberalismo y la crisis provocada por la pérdida de hegemonía de las élites políticas y económicas dejan un vacío político que es aprovechado por los proyectos nacional-populares para llegar a los gobiernos. El comandante Hugo Chávez en Venezuela (1998), Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil (2002) y Néstor Kirchner en Argentina (2003) abren el camino para el cambio de época en América Latina y el Caribe.

 

Al final de esta primera fase se refuerza la disposición de lucha desde abajo y desde arriba y la construcción heroica del posneoliberalismo con la derrota infligida por el pueblo de Venezuela al golpe de Estado contrarrevolucionario de abril de 2002.

 

Segunda fase del ciclo progresista (2004-2006):
pico de acumulación política

 

A Chávez, Lula y Kirchner se les suman Evo Morales en Bolivia (2005) y Rafael Correa (2006), en Ecuador, al mismo tiempo que se derrotaba el proyecto imperial conocido como ALCA, en noviembre de 2005, poco después de que los gobiernos revolucionarios de Cuba y Venezuela, con Chávez y Fidel como arquitectos de la integración, impulsaran, en diciembre de 2004, el ALBA, y nacieran, también en ese período de dos años, valiosos instrumentos al servicio de la liberación de los pueblos como Telesur o la Red de Intelectuales en Defensa de la Humanidad.

 

Se producen algunos «golpes de timón» claves que muestran el cambio de rumbo en los escenarios políticos nacionales, como las nacionalizaciones de los hidrocarburos en Bolivia, las asambleas constituyentes en Bolivia o Ecuador, o el pedido de perdón por parte del Estado argentino por los crímenes de lesa humanidad cometidos por la última dictadura cívico-militar.

 

Al auge del antimperialismo en la región, se suma la afirmación del carácter socialista de la Revolución Bolivariana. En este horizonte del Socialismo del Siglo XXI se alinean la Revolución Democrática y Cultural de Bolivia y la Revolución Ciudadana de Ecuador, con el socialismo comunitario y el «Buen Vivir» como horizontes de época.

 

Tercera fase del ciclo progresista (2007-2012):
la estabilización del proyecto posneoliberal

 

Al núcleo duro de gobiernos progresistas se suma Centroamérica con la llegada de los sandinistas al gobierno nacional de Nicaragua (2007, aunque Daniel Ortega gana las elecciones en noviembre de 2006) y del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional en El Salvador (2009). También constituyen un avance en la correlación de fuerzas políticas favorable a los pueblos la llegada al gobierno de Fernando Lugo en Paraguay (2008) y el viraje hacia posiciones progresistas del gobierno de Manuel Zelaya en Honduras.

 

En esta fase son derrotados, gracias a la movilización popular, los intentos de golpe de Estado en el núcleo duro bolivariano: Bolivia (2008) y Ecuador (2010), aunque no logran ser frenados los golpes a los gobiernos populares de Honduras en 2009 (cuando se incorpora al ALBA), y Paraguay en 2012, inaugurando así la nueva estrategia de «golpes blandos» de la derecha, perpetrados desde las propias instituciones del Estado liberal.

 

Estas piedras en el camino de la construcción progresista y revolucionaria de Nuestra América tienen su contracara en las nuevas constituciones aprobadas en referéndum que consolidan la refundación de los Estados posneoliberales en Bolivia y Ecuador (con el antecedente de Venezuela en 1999). En los nuevos textos constitucionales se logra cristalizar el cambio en las correlaciones de fuerzas sociales y políticas a favor de los pueblos.

 

Al mismo tiempo, América Latina y el Caribe entran de lleno en la transición al mundo multipolar, con una presencia, cada vez mayor, de Rusia y sobre todo de China en la región, además del nacimiento, en junio de 2009, del BRIC (Brasil, Rusia, India y China, al que se sumaría Sudáfrica en abril de 2011), que contrarrestan la hegemonía yanqui en su tradicional patio trasero y generan condiciones para un desarrollo económico endógeno con mayores grados de soberanía.

 

Cuarta fase del ciclo progresista (2013-2016): reflujo y crisis

 

La muerte del comandante Chávez (marzo de 2013) abre de manera simbólica una etapa de reflujo, de crisis en el bloque nacional-popular, que se traduce en un pico de desacumulación política y social, que culmina con tres derrotas electorales para la izquierda y los proyectos nacional populares o el progresismo (de distinto signo, pero derrotas al fin y al cabo), en Argentina (octubre de 2015) —el único gobierno de izquierda y/o nacional-popular perdido en las urnas desde 1998—; Venezuela (diciembre de 2015) y Bolivia (febrero de 2016), además de un golpe político-institucional-mediático contra el gobierno brasileño de Dilma Rousseff (mayo de 2016).

 

Esta fase deja un debate no saldado para la izquierda, el del Estado. Decía René Zavaleta Mercado, sociólogo marxista boliviano, que la historia de las masas es una historia que se hace contra el Estado. Pues este históricamente expresa las relaciones de dominación, y aunque aparenta estar por encima de los intereses de las distintas clases y ser árbitro, produce los instrumentos institucionales necesarios para la reproducción de la clase dominante. Lo mismo afirma el también boliviano Jorge Viaña; por lo tanto, todo Estado, en última instancia, niega a las masas, aunque pretenda expresarlas. Probablemente esto se ve más claro en los procesos del segundo anillo progresista, y nos ayuda a entender parcialmente lo sucedido en Argentina o Brasil.

 

Sin embargo, en el caso de los procesos que se han planteado cuestionar el poder de la clase dominante y al sistema mismo, el Estado se constituye como «de transición», casi como un «Leviatán a contramano», pues expresa nuevas correlaciones de fuerzas que permean las instituciones, modifican las reglas de juego y se proponen apuntalar la construcción de poder popular.

 

En la dialéctica contradictoria de las transiciones, la lógica de la inercia estatal obstaculiza, al tiempo que potencia, las experiencias populares autogestionarias. Es un Estado que se reforma a sí mismo; por ejemplo, mediante las reformas constitucionales del núcleo duro bolivariano, lo que no sucedió en ninguno de los países del segundo anillo progresista, en los cuales ese viejo monstruo y sus lógicas de arbitrio bajo envolturas sumamente democráticas favorecieron la reconstitución de la iniciativa cultural, económica, institucional, comunicacional de las fuerzas restauradoras del orden neoliberal; al tiempo que las fuerzas políticas que condujeron los gobiernos populares de este segundo anillo priorizaron la lucha desde arriba desvalorizando la auto organización popular, salvo en los momentos de agudización del enfrentamiento en que intentan apelar a la movilización de las masas. En cambio, en el primer anillo se apela constantemente a la lucha desde abajo como reaseguramiento del proceso revolucionario y como senda de construcción del socialismo.

 

Quinta fase del ciclo progresista (2016- ): guerra de posiciones entre el posneoliberalismo y el capitalismo offshore

 

Si bien hemos entrado en una fase de crisis del ciclo progresista, no se puede hablar de su fin. En primer y evidente lugar, porque si bien la clase dominante ha logrado desalojar del gobierno y del aparato del Estado a algunos gobiernos populares mediante elecciones (Argentina) o maniobras leguleyas y judiciales (Brasil), no ha caído el núcleo duro del cambio de época progresista: Bolivia y Venezuela, a quienes acompañan Nicaragua y por supuesto la heroica Revolución Cubana. Aunque hayan perdido dos procesos electorales parciales y, sobre todo en Venezuela, se hayan agudizado las contradicciones, el enfrentamiento y la polarización social, no se ha detenido la construcción revolucionaria expresada fundamentalmente en las comunas, con el apoyo del Estado revolucionario.

 

Los dos proyectos, junto con Nicaragua y Cuba, que se plantearon ir más allá de las relaciones capitalistas en el largo plazo son los que están en pie, lo que indica que la batalla estratégica de nuestro tiempo es la defensa de esos procesos.

 

La fase en la que entra el ciclo progresista se caracteriza entonces por una guerra de posiciones en la que la izquierda debe hacer un buen diagnóstico y balance del breve ciclo de derrotas electorales, de lo sucedido en Brasil, y Ecuador con la traición de Lenin Moreno al legado de Correa, y en general del reflujo en la capacidad de resistencia y movilización política de las fuerzas de izquierda en el continente.

 

América Latina en tiempos de Trump

 

Para pensar Nuestra América en tiempos de Trump, es necesario hacerse una pregunta:

 

¿Sabe Trump donde está América Latina?

 

Vamos a suponer que sí, o al menos que sus asesores del Pentágono y el Comando Sur sí lo saben. Entonces viene una segunda pregunta:

 

¿Ha cambiado la política exterior estadounidense en lo que respecta a América Latina respecto a la administración Obama?

 

Todo parece indicar que la respuesta es no. Veamos también algunos indicadores que nos permitan sustentar esta afirmación:

 

  • Se mantiene y renueva el decreto ejecutivo de Obama declarando a Venezuela un peligro para la seguridad de los Estados Unidos

 

  • Se mantiene la política injerencista contra Bolivia y otros gobiernos progresistas. No olvidemos que hay un hilo conductor entre el golpe parlamentario en Paraguay contra Fernando Lugo (2012) y el impeachment contra Dilma (2016), la presencia en ambos países de Liliana Ayalde, exdirectora de USAID y embajadora en cada uno de esos países. Actualmente, Ayalde es directora civil adjunta para Asuntos de Política Exterior del Comando Sur.4 Otro hilo conductor lo podemos encontrar en el nombramiento de Philip Goldberg como encargado de negocios en Cuba. Goldberg, experto en contrainsurgencia y ex embajador en Kosovo, ya fue expulsado de Bolivia por su rol de buscar la balcanización del país durante el empate catastrófico que se vivía en el país andino-amazónico durante 2007-2008

 

  • Respecto a Cuba, y a pesar de bruscas declaraciones y movimientos políticos, parece que hasta el momento los cambios son más de forma que de fondo

 

  • Se mantiene la misma política de bases militares y ejercicios militares conjuntos, como la reciente operación AmazonLog5 en la Amazonía entre las fuerzas armadas de Estados Unidos, Brasil, Colombia y Perú

 

  • Se mantiene el rol de la OEA como policía cipaya del imperialismo para golpear a los gobiernos progresistas

 

  • Otra de las principales promesas de campaña, el famoso muro de Trump, es una realidad en buena parte de la frontera con México, donde ya existen más de 1 000 kilómetros6 de muro y vallas sobre los 3000 km de frontera conjunta

 

Relaciones Estados Unidos – América Latina

 

Partiendo de la premisa de que hasta ahora no ha cambiado mucho entre Estados Unidos y América Latina, nos hacemos entonces otra pregunta:

 

¿Va a cambiar la política exterior estadounidense hacia Nuestra América con Trump en el poder?

 

Entrando en el terreno de la prospectiva política, la gira del secretario de Estado Rex Tillerson, exCEO de Exxon, por varios países de América Latina, permitió subrayar dos elementos estratégicos para los Estados Unidos en su mirada a la región: los recursos naturales en suelo latinoamericano e intentar frenar la presencia cada vez mayor de China, manteniendo un control político sobre los gobiernos de derecha latinoamericanos.

 

En base a estos dos elementos, son dos los procesos políticos que pueden modificar la política estadounidense hacia América Latina.

 

El primero de ellos es Venezuela. La revolución bolivariana y chavista sufre desde 2014 un recrudecimiento de la guerra económica, política y mediática, y si bien la administración Trump no ha variado sus posiciones, la no participación de la mayor parte de partidos que componen la Mesa de Unidad (MUD) en las elecciones presidenciales del 22 de abril allanan el camino a que Nicolás Maduro revalide la presidencia, pero también a una posible intervención militar impulsada por Estados Unidos y operada desde algún país vecino.

 

El segundo escenario es México. La frontera sur de EEUU podría pasar de tener un gobierno lacayo del Departamento de Estado a tener un gobierno progresista en la figura de López Obrador que, sin traer una segunda revolución política a la tierra de Zapata y Pancho Villa, sí desde luego va a recuperar la soberanía en política exterior, generando un movimiento del tablero geopolítico y de la integración latinoamericana y caribeña nada favorable a los intereses estadounidenses.

 

Este último escenario está en desarrollo, con una campaña electoral que comienza oficialmente el 30 de marzo, y unas elecciones presidenciales el 1 de julio, sin segunda vuelta.

 

En ese sentido, es importante analizar lo sucedido en las últimas elecciones de 2017 en América Latina, las de Honduras, donde podemos extraer algunas enseñanzas del fraude cometido, para evitar que se reproduzca en México, algo de suma importancia no solo para el país norteamericano, sino para toda Nuestra América.

 

El espejo hondureño

 

Hegel decía que todos los grandes hechos (y personajes) de la historia universal, aparecen dos veces. Marx le complementó añadiendo que una vez como tragedia y otra como farsa.

 

Lo sucedido en Honduras nos confirma la tesis de los viejos filósofos de que la historia siempre se repite dos veces: el golpe de Estado a Mel Zelaya en 2009 como tragedia y el fraude electoral de 2017 como farsa.

 

El 28 de junio de 2009 militares encapuchados sacan en pijama al presidente Zelaya y lo deportan ilegalmente, tras pasar por una base militar conjunta entre Honduras y Estados Unidos,7 a Costa Rica. Zelaya era acusado de intentar realizar un plebiscito para consultar la posible convocatoria de una Asamblea Constituyente, aunque su verdadero delito fue un viraje desde los postulados que le habían llevado al gobierno como representante del Partido Liberal en 2006, para girar en 2008 y promover el ingreso de Honduras primero en Petrocaribe y después en el ALBA, lo que le permitió ese mismo año elevar el salario mínimo un 60%.

 

El ataque no era solo contra un gobierno progresista, sino contra el eslabón más débil del ALBA, después de una década de ascenso de los gobiernos de izquierda en la región. Honduras además tiene una posición geopolítica clave en Centroamérica, que fue utilizada por la CIA en los años ochenta como plataforma para entrenar a la contra nicaragüense, y se convirtió en 2009 en un laboratorio del smart power que defendía Hillary Clinton, en aquel entonces secretaria de Estado; la combinación de hard power (golpe de estilo clásico, uso de las Fuerzas Armadas) con el soft power (impulso político desde el Poder Judicial junto a manipulación mediática y apagón informativo).

 

Ocho años después, Libre se presentaba a las elecciones en una Alianza de Oposición junto al Partido Innovación y Unidad (PINU) y el Partido Anticorrupción (PAC), con el líder de este último partido, el conocido presentador de televisión Salvador Nasralla, como candidato a presidente. Enfrente, Juan Orlando Hernández, candidato del Partido Nacional y presidente desde 2013, que se presentaba a una reelección que prohíbe la Constitución hondureña en su artículo 239.8 Por mucho menos que eso Mel Zelaya fue objeto de un golpe de Estado.

 

EL 27 de noviembre, un día después de las elecciones, el Tribunal Supremo Electoral hace público un informe de resultados donde al 57% del recuento realizado, Nasralla y la Alianza de Oposición obtienen una ventaja de más de 5 puntos sobre JOH. En la mayor parte de sistemas electorales del mundo, una ventaja de 5 puntos con más del 50% del recuento realizado se considera tendencia irreversible. Pero no en Honduras, donde tras una más que sospechosa caída del sistema informático, donde se dejan de retransmitir 5 000 actas, se ofrece un nuevo recuento donde JOH supera por 1.6 puntos a Nasralla. El fraude se consolida el 18 de diciembre cuando el TSE ofrece los resultados finales otorgando la victoria a JOH por 42,95% frente al 41,5% de Nasralla. Todo ello en medio de un toque de queda decretado el 1 de diciembre, que ha dejado hasta el momento más de 30 personas muertas por disparos de las fuerzas de seguridad.

 

El fraude fue tan descarado que incluso la propia OEA, nada sospechosa de simpatías por los gobiernos progresistas, cuyo jefe de Misión Electoral era el boliviano Tuto Quiroga, exvicepresidente del dictador Banzer (menos sospechoso aún), se ve obligada a emitir un informe,9 el 17 de diciembre, respaldado por un comunicado de prensa de su Secretaría General que señala:

 

Intrusiones humanas deliberadas en el sistema informático, eliminación intencional de rastros digitales, imposibilidad de conocer el número de oportunidades en que el sistema fue vulnerado, valijas de votos abiertas o sin actas, improbabilidad estadística extrema respecto a los niveles de participación dentro del mismo departamento, papeletas de voto en estado de reciente impresión e irregularidades adicionales, sumadas a la estrecha diferencia de votos entre los dos candidatos más votados, hacen imposible determinar con la necesaria certeza al ganador.

 

Pero no solo eso. Existe un informe de respaldo encargado por la misma OEA al profesor de la prestigiosa universidad estadounidense de Georgetown, Irfan Nooruddin, que analiza estadísticamente los resultados del procesamiento de actas, y que resalta como en varios departamentos se produce un aumento brusco de la carga de votos a partir de la caída del sistema, aumento que favorece a Juan Orlando Hernández frente a la Alianza de Oposición.10 Por ejemplo, en el Departamento de La Paz, en el último tercio de carga de votos, que pasa del 68% al 73%, y ese «aumento» en la participación coincide con un aumento de los votos a favor de JOH de 44% a 56%, mientras que los de Nasralla descienden del 32% al 16%.

 

Nooruddin afirma que: «Las diferencias son demasiado grandes como para haber sido generadas por casualidad y no son fácilmente explicables, lo que desata dudas sobre la veracidad del resultado». Sin embargo, y a pesar de todas estas pruebas evidentes, el fraude se consumó, y sería bueno detenerse un momento a analizar las razones de este hecho. Podemos encontrar tres elementos para el análisis:

 

  • El control territorial de las casillas. En cualquier elección es vital la defensa del voto en el lugar que se produce el mismo. Para eso es necesario construir organización en el territorio, y donde no se alcance, generar alianzas que te permitan ese control. Es posible que esto explique la alianza de MORENA en México con el PES, partido evangélico que garantiza no solo 3 millones de votos, si no la presencia en una parte del norte de México donde MORENA es débil territorialmente

 

  • El no control de las instituciones estatales. Este parece ser el mayor punto débil y donde el fraude se perpetró en Honduras. Al ser la mayor parte de los miembros del Tribunal Supremo Electoral de Honduras designados por el Partido Nacional, se formó una barrera invisible pero tan eficiente como antidemocrática, que permitió consumar el fraude al no tener presencia en los diferentes momentos del recuento electoral, tanto físico como informático. Este también es un punto débil en México, en un Estado controlado por el PRI donde el menor problema no va a ser la compra de votos en sectores populares por medio de expensas o el pago de 500 pesos, si no un posible fraude informático, estilo 1988 recargado. De ahí que la movilización popular vaya a ser determinante en las horas y días siguientes a las elecciones presidenciales

 

  • Una mala política comunicativa hacia dentro y hacia afuera. Si bien en Honduras se consiguió informar y movilizar al país con cierto éxito, fuera de Honduras, de manera similar a lo que ocurrió tras el golpe de 2009 o las elecciones de 2013, no se sabía con certeza lo que estaba pasando, no se transmitían las pruebas existentes del fraude, y mucho menos ninguna información de como apoyar y presionar desde fuera del país. Es por eso que este se convierte también en uno de los principales desafíos para la alianza electoral Juntos Haremos Historia, conformada por MORENA, PT y PES. El plan A es ganar con un control férreo y territorial de todas las casillas, pero el Plan B siempre debe ser la defensa del voto mediante la movilización y la presión internacional. Se debe aprender de las experiencias de 1988 y 2006

 

¿Qué hacer?

 

Partiendo de la tesis de que Trump es solo un síntoma de una enfermedad llamada capitalismo, en estado de descomposición, debemos estar vigilantes de cómo se despliegan estos síntomas en la cartografía política nuestroamericana.

 

Y la primera trinchera son los dos escenarios analizados, Venezuela y México, donde el lugar en que debemos situarnos es en la defensa de la democracia, en la demanda de que se garanticen elecciones democráticas y se respete la voluntad popular, sin injerencias de ningún tipo. Que el pueblo de Venezuela, y el pueblo de México, puedan decidir de manera soberana su futuro, en paz y libertad.

 

En Venezuela nuestro deber es defender la Revolución Bolivariana y chavista, no porque seamos de izquierda, sino porque nuestro lugar en la trinchera de esta pelea es claro, enfrente del imperialismo y los oligopolios mediáticos.

 

En México, los demócratas de izquierda debemos apoyar a MORENA y al PT, porque se va a impulsar un Plan B en la figura de Ricardo Anaya de la coalición PAN-PRD que solo significa una continuidad de las políticas neoliberales impulsadas por Fox y Calderón, del mismo partido que Anaya, y continuadas por Enrique Peña Nieto del PRI.

 

Para ello, y como nos recuerda Rafael Correa,11 debemos convertir en fuerza movilizadora a los millones (94 en toda America Latina) de personas que las políticas de los gobiernos de izquierda, nacional-populares y/o progresistas, sacaron de la pobreza. Nuestra lucha por la justicia social debe partir de un pueblo organizado frente a un capitalismo que nos convierte en consumidores, individualizando, fragmentando para derrotarnos, primero culturalmente, y después económicamente. No dejemos que esto pase en ninguna de las trincheras político-electorales de Nuestra América.

 

Katu Arkonada es vasco de identidad, boliviano de nacionalidad, y latinoamericano de corazón.

 

Este artículo fue publicado en la antología Los gobiernos progresistas y de izquierda en América Latina, Roberto Regalado (compilador), Partido del Trabajo de México, Ciudad de México, 2018.

 

1 Álvaro García Linera: «La globalización ha muerto», (http://www.jornada.unam.mx/2016/12/28/opinion/013a1pol).

2 «El inesperado legado de Obama: ocho años de guerra continua» (https://www.nytimes.com/es/2016/05/18/el-inesperado-legado-de-obama-ocho-anos-de-guerra).

3 «Trump propone aumento de 54 mil mdd en presupuesto militar» (http://www.elfinanciero.com.mx/mundo/trump-propone-aumento-de-54-mmdd-en-presupuesto-militar.html).

7 Honduras tiene un acuerdo con Estados Unidos desde los años 50 por el que este último país puede utilizar libremente cualquier base militar o aeropuerto hondureño. Tan solo en la base militar de Palmerola se calcula que hay alrededor de 500 marines.

 

8 El ciudadano que haya desempeñado la titularidad del Poder Ejecutivo no podrá ser Presidente o Vicepresidente de la República. El que quebrante esta disposición o proponga su reforma, así como aquellos que lo apoyen directa o indirectamente, cesarán de inmediato en el desempeño de sus respectivos cargos y quedarán inhabilitados por diez (10) años para el ejercicio de toda función pública.

https://www.alainet.org/en/node/191582?language=es
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