Palestina: ¡Heil Netanyahu!
- Análisis
Es difícil recordar una guerra más asimétrica que la que Israel está llevando contra el pueblo palestino, una guerra que solo tiene un único fin: la desaparición total de los palestinos o bien porque terminen buscando refugio en otros países o muertos a causa de las periódicas campañas militares que Tel Aviv ejecuta, cada vez con más frecuencia, para terminar ocupando todo el territorio que hasta 1948 era Palestina.
Nada puede justificar que uno de los ejércitos mejor armados del mundo concentre toda su parafernalia bélica contra un pueblo solo armado con piedras, y que como mucho pueda contar con el armamento que no excede a lo que pueda tener cualquier banda de delincuentes en El Salvador o Brasil.
Es tan obvio el reclamó palestino que cuesta creer que alguien medianamente informado no tenga una idea clara y precisa que se juega debajo de este conflicto que acaba de cumplir 70 años y es el origen de toda la problemática de Medio Oriente, que ya ha dejado millones de muertos y consumido recursos financieros que podrían haber cambiado la ecuación de la miseria, no solo en la región, sino en el mundo entero.
Recordar el día de la catástrofe o la Nakba, en que se rememora el avance sionista del 15 de mayo de 1948, sobre 750 mil palestinos, que no habían llegado desde ningún lado, que estaban allí desde el principio de los tiempos y fueron expulsados para siempre de sus casas, de sus tierras, de sus olivares, por un ejército invasor apadrinado entonces por el Reino Unidos, como lo es hoy por los Estados Unidos.
Desde entonces millones de palestinos, ya cuatro generaciones, han debido amontonarse en campos para refugiados del Líbano, Siria o Egipto, donde sus vidas no ha sido otra cosa que padecer la esperanza de volver algún día a su patria.
Los que quedaron en los pocos kilómetros que han podido mantener, o mejor dicho que el sionismo todavía, por una cuestión estratégica, no se ha decidido a arrebatarles, viven hacinados en Gaza o Cisjordania, donde no tiene derecho a nada y padecen de manera constante la represión israelí, el abuso policial, que golpea ancianas, mata niños y humilla constantemente a los hombres, por solo no bajar la mirada al cruzarse con una patrulla de soldados, que siempre son muchos, siempre armados como para una tercera guerra mundial.
Gaza, tal como lo definió el pensador norteamericano Noam Chomsky, es “la cárcel a cielo abierto más grande del mundo”, una franja de 50 kilómetros de largo y 11 de ancho, sobre el mar Mediterráneo, en la que viven dos millones de gazeties que ni siquiera pueden adentrarse a pescar, sin el riesgo de ser ametrallados por la prefectura judía que los acosa por mar. Allí no tiene acceso a agua potable, solo cuentan con algunas pocas horas de electricidad al día, según el antojo de las “autoridades” judías, deben convivir con la basura producida por dos millones de personas durante semanas y hasta meses, con temperaturas que muchas veces superan los 40 grados, ya que es Israel quien dispone la recolección o no de esa basura.
Los palestinos son obligados a esperar durante horas, cada día, para cruzar los chekpoint que establece el ejército sionista, sabiendo que con cualquier excusa “ese día” no podrán cruzarlos para llegar a sus trabajos, a un hospital o comprar productos tan elementales como alimentos, agua o medicamentos. Cisjordania ya ni siquiera es una unidad territorial, es apenas un archipiélago carcomido en estos últimos años por políticas impulsadas por Tel Aviv, que destruyen poblaciones enteras a fuerza de demoliciones y topadoras para construir “colonias”, generalmente ocupadas por elementos vinculados a lo más reaccionarios de la sociedad israelí, que desde las ventanas y balcones de sus confortables viviendas, dotadas de todas las comodidades, suelen practicar “tiro al palestino” con los potentes fusiles de alta precisión, que les son provistos por el propio Estado sionista.
Podríamos detallar durante páginas y páginas los horrores a los que todos los días y desde hace 70 años son sometidos los palestinos por “el pueblo elegido”, devenido en una sociedad militarizada.
Podríamos escribir larguísimos informes de las inútiles acciones de la comunidad internacional y particularmente de las Naciones Unidas que con cierta periodicidad emite inútiles resoluciones, 14 en total, la primera en 1947 la última en 2017, intentando ordenar la situación, a la que Israel hace el mismo caso que Charles Manson a sus maestros de ética.
El caso de Israel, si no fuera tan dramático y urgente merecería ser estudiado por científicos sociales (sociólogos, antropólogos, sicólogos e historiadores) para comprender cómo un pueblo que ha sufrido históricamente lo que sabemos que ha sufrido particularmente durante la Segunda Guerra Mundial, replique exactamente igual sus padecimientos en el cuerpo de otro pueblo: el palestino.
El mejor papá del mundo
Israel, desde antes de su creación, resultado entre otras cuestiones de las presión de la banca Rothschild a Londres, ha usado y abusado del poder de lobby de muchos judíos poderosos en las cercanías de las autoridades políticas tanto del Reino Unido, como los Estados Unidos y Francia, para alcanzar el status del que hoy disfruta, sin tener que dar cuenta a nadie de sus acciones contra otros países, la represión contra sus propios ciudadanos, opuestos a las políticas imperiales del régimen sionista; la fabricación, venta y tráfico de armas que, como se ha visto en muchísimas oportunidades, terminan en manos de grupos terroristas, y sus propios avances en armas de destrucción masiva que los han provisto de armamento nuclear, sin que nadie, en el mundo, tenga control sobre el mismo.
Israel ha tenido el talento suficiente para poder sortear, durante décadas, los castigos y reprimendas de hasta de los propios ocupantes de la Casablanca y tanta maestría finalmente ha dado los resultados esperados: les ha llegado un Mesías, o por lo menos el mejor papá del mundo, rubicundo y de jopo llamado Donald Trump.
Desde su asunción en enero de 2017, Trump no ha dejado de beneficiar a Israel, queriendo arrinconar a sus enemigos como es ya no solo romper lo pactado que firmó Barack Obama, junto al grupo 5+1 sobre los acuerdos nucleares con Irán, sino que amenaza con sanciones a cualquier empresa o país que estime establecer tratos comerciales con Teherán, intentado volver a aislar a la potencia chií. Volviendo a incrementar el conflicto en Siria, para ejecutar finalmente el gobierno de Bashar al-Assad, históricamente enemigo de Israel, que no casualmente ocupa parte de su territorio, las riquísimas Alturas de Golán, para finalmente como frutilla del postre y desafiando a todo el mundo musulmán, ordenar la mudanza de la embajada norteamericana de Tel Aviv a al-Quds (Jerusalén), no solo la capital histórica de Palestina sino el tercer lugar más sagrado del Islam, después de la Meca y Medina.
Este desafío ya ha dado más de un millar de muertos, todos palestinos obviamente, muchos de ellos niños, inclusos bebes de brazo, mientras la hija predilecta del presidente norteamericano, Ivanka Trump, este último 14 de mayo, inauguraba el nuevo edificio de la embajada en al-Quds, junto al sionista confeso Jared Kushner, su marido, y el genocida Benjamín Netanyahu, primer ministro israelí, mientras cientos de palestinos eran asesinados a pocos kilómetros de allí, por las tropas sionistas, al tiempo que la aviación judía volvía a, una vez más , a bombardear Gaza, dando continuidad a la solución final sobre la cuestión palestina.
No existe duda que ni todos los judíos del mundo, ni todos los ciudadanos israelíes están de acuerdo con este genocidio a plazos que Israel lleva a cabo contra Palestina, muchos de ellos sienten el mismo asco y vergüenza que el resto de los ciudadanos honestos del mundo, pero son ellos quienes deben convertirse en el ariete contra este holocausto, antes que sean obligados a levantar el brazo y gritar: ¡Heil Netanyahu!
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central.
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