El fascismo en Colombia (I)

09/10/2018
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Todo indica que el fascismo está de regreso. O nunca se fue. Permaneció ahí, latente o enmascarado en distintas formas políticas de derecha y ultraderecha.

 

Otras expresiones de fascismo y de tendencias ultraderechistas oscurecen hoy el panorama político en muchas naciones europeas, en Estados Unidos, en Japón y en América Latina, especialmente en Brasil, Chile, Argentina y en Colombia.

 

Están pautando los programas de los partidos de derecha y de la propia socialdemocracia, en los términos del nacionalismo, el racismo, la xenofobia, el autoritarismo con ataques a las libertades civiles y endurecimientos de los regímenes penales y penitenciarios.

 

El proceso político que está en curso en Colombia con medidas de clara estirpe nazifascista agenciadas por el gobierno de Duque, como su guerra contrainsurgente contra las drogas, sus decretos de incautación policial de las dosis mínimas de marihuana que conllevan vulneraciones aberrantes de los derechos individuales, el desmantelamiento de los procesos de paz, sus preparativos bélicos para agredir a Venezuela, la estrategia de exterminio de los líderes sociales, la reactivación de la guerra contra el ELN, las reformas a la justicia para cercenar la independencia de los jueces y el alineamiento con las posiciones extremistas de D. Trump, plantean el desafío analítico de identificar, desde diversos ángulos reflexivos, la presencia histórica y política del fascismo en nuestro Estado con sus formas violentas y antidemocráticas. Se trata de hacer un mapeo de esta extrema derecha fascista y su cada vez más protuberante instalación en diversos escenarios del campo político.

 

¿Cuál es la esencia ideológica del Nazifascismo y sus fuentes teóricas? ¿Cuáles son los antecedentes y continuidades históricas del fascismo en Colombia? ¿Quiénes fueron los Leopardos Silvio Villegas, José Camacho Carreño, Eliseo Arango, Joaquín Fidalgo Hermida y Augusto Ramírez Moreno? ¿Qué papel les correspondió a personajes como Gilberto Álzate Avendaño, Fernando Londoño y Laureano Gómez? ¿Cuáles son las vertientes más protuberantes de la ultraderecha fascista colombiana? ¿Cuál fue el escenario de condiciones materiales y subjetivas que hizo posibles el surgimiento del fascismo desde los años 20 del Siglo XX? ¿Cuál fue el papel de la iglesia católica en la expansión del fascismo en Colombia? ¿Se están reeditando nuevas formas antidemocráticas capaces de convertirse en partidos fascistas de masas? ¿Qué nos toca hacer no tanto para resistir como para tomar la iniciativa? Esto es, ¿cómo seguir abriendo la crisis de la democracia oligárquica representativa rumbo a formas de democracia real, a experiencias más extensas de autogobierno, a nuevas utopías comunes emancipadoras? Son las cuestiones que intentamos abordar en estos textos que hacen parte de una publicación que será editada próximamente sobre “Los Leopardos y el fascismo en Colombia”, que corresponde a un trabajo adelantado de manera paciente y meticulosa a lo largo de los últimos 24 meses para la Universidad UDI de Bucaramanga, para lo cual se ha consultado la más amplia fuente bibliográfica, la cual será relacionada al cierre de esta publicación.

 

Abordaremos en esta primera publicación el tema del fascismo, el nazismo, el falangismo y el corporativismo. Su historia y sus fuentes ideológicas y principios fundamentales.

 

En Colombia, desde las manifestaciones y brotes iniciales del fascismo en las primeras décadas del siglo XX como los Leopardos, núcleo genético del fascismo nacional, se configuro su fisonomía política bajo la influencia ideológica del fascismo, el nazismo, el falangismo y el corporativismo y sus más importantes teóricos.

 

La constitución de la ideología y el movimiento Nazifascista

 

La ideología del Nazifascismo se formó en Europa entre finales del siglo XIX e inicios del siglo XX expandiéndose por el continente y se trasladó hasta América Latina dando pie a distintos movimientos políticos.

 

El fascismo quiere ser una “convicción”, intenta lograr la aceptación de las masas; es decir, una ideología aprehendida por la gente y no un poder externo (Valderrama, 2013). En este aspecto, el fascismo se diferencia esencialmente de los gobiernos autoritarios, que solo aspiran a lograr el sometimiento popular por la fuerza.

 

Veamos sus características esenciales y sus ejes centrales como ideología.

 

Consideraciones teóricas. Interpretación genérica del fenómeno fascista.

 

Según Nolte (1967), considerado en su aspecto más profundo, como fenómeno transpolítico, el fascismo sería una disposición de “resistencia a la trascendencia”, expresión en la que no hay que entender la trascendencia religiosa, sino lo que podríamos denominar la trascendencia horizontal, es decir, el progreso histórico o espíritu de la modernidad. El enemigo para el fascismo, en todas sus formas, debería ser visto en la “libertad hacia lo infinito”. Este enemigo, se identifica con las dos corrientes que, en el ámbito del pensamiento filosófico y la acción política, han ejercido mayor influencia en la historia europea: el liberalismo y el marxismo (Nolte, 1967).

 

Para el historiador alemán, el fascismo, rechaza la esperanza en un “más allá” redentor con la misma fuerza que combate la idea de una emancipación inmanente que aspira a la liberación terrena del hombre. Así, Nolte (1967) define al fascismo como una “tercera vía” radicalmente antitradicional y antimoderna, por la que discurrirá una “época” de la historia europea; o, dicho con mayor precisión, el fascismo cuestiona tanto la existencia de la sociedad burguesa como la sociedad sin clases marxista. En ese sentido, Nolte cree que debería hablarse de una esencia común que tendría diferentes formas en los países europeos según las diversas situaciones políticas, sociales, económicas y culturales (1967).

 

Nolte describe, en ese sentido, una línea unitaria de desarrollo, donde el primer peldaño estaría representado por Charles Maurras y su Acción Francesa; el segundo por el fascismo italiano; y el tercero por el nacional-socialismo (1967).

 

Algunos elementos fijos del fascismo

 

A su entender, el fenómeno fascista podría ser caracterizado sobre la base de algunos elementos fijos: el terreno de origen, representado por el sistema liberal; su autoritarismo; la combinación de elementos ideológicos nacionalistas y socialistas; el antisemitismo; el sustrato social mesocrático. Además, los diferentes fascismos tenían en común el principio jerárquico, la voluntad de crear un “nuevo mundo”, la violencia y el pathos de la juventud, conciencia de elite y capacidad de dirección de masas, ardor revolucionario y veneración por la tradición. Por último, el fascismo es un antimarxismo, que intenta destruir al enemigo mediante la elaboración de una ideología contrapuesta, aunque limítrofe, porque utilizaba medios casi idénticos al de una versión del antagonismo artificialmente exacerbado (Nolte, 1967).

 

El discurso nacionalista del fascismo

 

El discurso del nacionalismo autoritario ha generado gran impacto, especialmente el nacionalsocialismo alemán, referente social del fascismo. Se ha llegado a afirmar que el fascismo tan solo fue un movimiento de índole europeo, y las demás expresiones alrededor del mundo no son más que una adaptación del modelo inicial. Y esta es suficiente razón para pensar que fascismo solo puede existir en Europa, y que aquellos regímenes que se han clasificado como fascistas, no son más que regímenes seudo fascistas. En este sentido, Stanley Payne (2001) identifica condiciones previas específicas existentes en Europa, pero que no se daban, o no se dan simultáneamente en otros continentes: 1) una intensa competencia nacionalista/imperialista entre las naciones más recientes, formadas sobre todo en el decenio de 1860; 2) la existencia nominal de sistemas democráticos liberales en los mismos países, pero sin, por una parte, raíces funcionales profundas ni, por la otra, una élite o una oligarquía dominante; 3) la oportunidad para la existencia de un nacionalismo organizado de masas como fuerza independiente no limitada a las élites ni a una oligarquía institucionalizada; y 4) una nueva cultural derivada de la revolución cultural e intelectual de 1890-1914 (Payne, 2001).

 

Bajo el estudio del profesor Payne (2001), a la par del estudio del profesor Ernst Nolte, se identifica una división del fascismo en distintas etapas, influyentes en orden ascendente.

 

Primer fascismo

 

En primer lugar, aparece el pre-fascismo, que se consolida con la Action Francaise, específicamente con la obra del político francés Charles Maurras, la cual se constituye como antesala del fascismo puro (Nacionalsocialismo de Adolf Hitler, en Alemania; y Fascismo de Benito Mussolini, en Italia).

 

Segunda etapa

 

Estos modelos encarnan la segunda etapa del fascismo, desde donde se desprenden los regímenes post-fascistas.

 

Tercera etapa

 

Son los casos del falangismo en España y de Joao Franco en Portugal.

 

Esta división será fundamental para el análisis posterior del caso.

 

La ideología fascista en Europa: Pragmatismo y retórica

 

El Fascismo en Europa no tuvo un cuerpo doctrinal cimentado sino que se hizo en la práctica. Los hechos y el combate vividos, día a día, al compás de las circunstancias fueron los principales parámetros que hicieron del fascismo un movimiento anti intelectual.

 

No es por ello gratuito que Hitler titulara la base ideológica del nacionalsocialismo como Mein Kampf (Mi Lucha). En parte, los movimientos de extrema derecha se hicieron en un combate diario.

 

La estructura teórica del fascismo era bastante precaria si se compara con todo el soporte filosófico e ideológico que traían tras de sí, por ejemplo, las ideas comunistas basadas en los estudios de Marx y Engels.

 

La voluntad como fuente de acción política

 

Los fascistas señalaban a la voluntad como la fuente principal para cualquier acción política. En esa medida, se acercaron a Nietzsche quien señalaba, la voluntad del hombre y del espíritu como un estilo o una forma de vida. Esa voluntad era la lucha constante que había tratado de reseñar Hitler.

 

Para los fascistas en el periodo de entreguerras la ideología era un hacer perpetuo.

 

Mussolini afirmaba:

 

«El credo fascista es un acto de fe heroica en la fuerza de la voluntad humana activa y consciente. Donde existe una voluntad existe una senda».

 

Como quiera que se acogía la voluntad como parte de la acción política, el fascismo carecía, por lo mismo, de normas racionalmente estructuradas y coherentes. Sin embargo, las ideas que los fascistas recogieron de diferentes vertientes decimonónicas, encajaron casi de manera perfecta unas con otras, a pesar de que en sus inicios todo parecía un batiburrillo. La teoría fascista se articuló lentamente más por una percepción de lo que se debería decir y hacer en un momento determinado, que por un bagaje intelectual y científico lógicamente encadenado y estructurado.

 

 

 

Retrospectivamente, desaparecidos ya los principales regímenes fascistas, se han logrado resaltar las principales líneas generales que le dieron cierto sustento ideológico al movimiento.

 

Base social y simpatizantes del fascismo

 

El fascismo en Europa calo hondamente en amplios sectores de la sociedad convirtiéndose en un movimiento de proporciones considerables para dejar de ser un simple grupo sin trascendencia política. El inusitado éxito que tuvo el fascismo en el periodo entreguerras se debió, en gran medida, a la crisis económica que afecto a diferentes estratos de la sociedad europea (Ruiz Vásquez, 2004).

 

Especialmente en Italia y España, los problemas económicos y sociales se presentaron en dos formas específicas. En primer término, el de una sociedad pre capitalista hacia una sociedad plenamente capitalista donde paulatinamente aparecían poderosos grupos y monopolios industriales y comerciales que se enfrentaban en una competencia desigual a las empresas tradicionales y pequeñas. También el paso hacia el capitalismo se tradujo en un crecimiento de la clase obrera y la extensión del proletariado a medida que la industria se desarrollaba (Ruiz Vásquez, 2004).

 

En segundo término, la crisis -como sucedió en Italia y Alemania- se produjo por el remezón y la desestabilización de la economía, consecuencia de la Primera Guerra Mundial y, posteriormente, se agudizó por la depresión de 1929. En ese contexto, la inflación creció sin mesura; el desempleo y las quiebras se hicieron cotidianas y la moneda se depreció, afirma Ruiz Vásquez (2004).

 

Bajo esta perspectiva, los estamentos medios de la sociedad como los pequeños propietarios, los pequeños industriales, los pequeños comerciantes y artesanos vieron esfumarse sus medios de subsistencia. Esta pequeña burguesía observaba con pánico el hecho de verse relegada al rango de obrero o proletario. En efecto, el pequeño burgués siendo el propietario de los medios de producción se hacía al mismo tiempo patrono y trabajador directo. En este caso, la explotación económica no existía porque no se encontraba dentro de la empresa -generalmente familiar- obreros asalariados.

 

El pequeño burgués, durante la crisis económica, adoptó entonces una postura defensiva como clase propietaria que no quería caer en otra clase ni ser desposeída, mostrándose contrario a partidos de izquierda que postulaban la eliminación de la propiedad privada. Por estas razones la pequeña burguesía fue una de la clases más reacias al cambio; completamente conservadora y reaccionaria. Marx ya había analizado premonitoriamente estas posturas y estas actitudes de la pequeña burguesía; sin embargo, el error fundamental de toda la corriente marxista fue pensar que, tarde o temprano, esta clase pauperizada por las crisis económicas llegaría a ser asimilada por el proletariado. Para Marx los Pequeños industriales, pequeños comerciantes y rentistas, artesanos y campesinos, toda la clase inferior de las clases medias de otro tiempo, caen en las filas del proletariado; unos, porque sus pequeños capitales no les alcanzan para acometer grandes empresas industriales y sucumben en la competencia con los capitales más fuertes; otros, porque su habilidad profesional se ve depreciada ante los nuevos métodos de producción. De tal suerte, el proletariado se recluta entre todas la clases de la población. Los estamentos medios -el pequeño industrial, el pequeño comerciante, el artesano, el campesino-, todos ellos luchan contra la burguesía para salvar de la ruina su existencia como tales estamentos medios son revolucionarios únicamente por cuanto tienen ante sí la perspectiva de su tránsito inminente al proletariado, defendiendo así no sus intereses presentes, sino sus intereses futuros por cuanto abandonan sus propios puntos de vista para adoptar los del proletariado, citado por Ruiz Vasquez (2004).

 

La pequeña burguesía fue altamente susceptible a la politización de extrema derecha porque vio en la distribución del poder una posibilidad real de ascenso social que lo llevaría a la larga a pertenecer a la burguesía antes que enfrentarse a ella como lo exponían los marxistas. La historia demostró, muy a pesar de Marx, cómo el fascismo aglutinó a la pequeña burguesía convirtiéndose en un partido de masas como contrapartida de los partidos comunistas (Ruiz Vásquez, 2004).

 

 

 

Uno de los preceptos fundamentales sobre el cual descansaba el presupuesto de la revolución del proletariado era que las diferentes clases se iban empobreciendo y pasaban a engrosar la clase obrera. En esa medida el batallón revolucionario se ensanchaba, día a día, en contra de la oligarquía cada vez más pequeña y restringida. Sin embargo, muchos de estos postulados marxistas cayeron por su propio peso, al surgir diversas clases sociales que, a pesar de su precaria situación social, se alinderaron en torno a ideas conservadoras y buscaron con afán los partidos de extrema derecha fascistas para salvaguardar sus pocas pertenencias.

 

En el campo, existieron igualmente, amplios sectores inclinados hacia la derecha política. El fascismo tuvo en «los sistemas agrarios represivos de mano de obra» el terreno abonado para su consolidación como un instrumento de la aristocracia rural con el objeto de mantener, así incólume, su poder en la sociedad agraria pero asegurando al mismo tiempo, el excedente de la producción campesina.

 

Además del gran propietario territorial, en el campo, subsistía paralelamente el campesinado rico. (Explotación indirecta con pago de trabajadores), el campesino medio (explotación familiar, con posibilidad de contratar algún trabajo asalariado), el campesino pobre (pequeños propietarios y arrendatarios, colonos, con derecho a la posesión) y, por último, los obreros agrícolas (asalariados poseedores tan sólo de su fuerza de trabajo).

 

Aunque el fascismo fue un movimiento eminentemente urbano, logró influenciar diferentes tipos de campesinado cuando la crisis económica sobrevino en el sector rural. El fascismo se presentó esencialmente como una expresión de la reacción del conjunto del sector agrícola contra la capitalización de la agricultura, que como expresión directa de la reacción del campesinado pobre, en suma, de la pequeña burguesía rural contra la pequeña propiedad territorial (Ruiz Vásquez, 2004).

 

Aunque diversos estudios han propuesto un análisis diferente de la estructura social del campo, el fascismo parece haber influido en sectores disímiles del campesinado. Para Gurrit Huizer y Eric Hobsbawm, citados por Ruiz Vásquez (2004) el campesinado actuaba de manera homogénea y las posibles diferencias sociales que podrían subdividir en clases al campesinado no tenían razón de ser por cuanto entre los campesinos no existían mayores diferencias. Por el contrario, para investigadores como Henry Landsberger y Eric Wolf, citados por Ruiz Vásquez (2004), el campesinado era un estrato heterogéneo en donde coexistían varias subclases con diferentes ambiciones, objetivos y expectativas, sin embargo, todas las corrientes parecen apuntar el exagerado conservadurismo del campesino ante los cambios bruscos y sustanciales.

 

Esta particularidad le permitió al fascismo influir al mismo tiempo en los sectores más acomodados del agro y en los campesinos más empobrecidos porque no se presentaba un enfrentamiento directo entre ambas partes. Secularmente, el campesino pobre era conservador y contrario a cualquier cambio que pudiese despojarlo de sus pequeñas propiedades o posesiones. Aunque no todo campesino pobre se identificó con el fascismo, muchos lo apoyaron porque la entrada del capitalismo a la economía lo había hecho presa fácil de los banqueros, los prestamistas, las hipotecas y las deudas. La extrema derecha proponía convenientemente la protección del campesino con el lema: «hombre libre, en tierra libre».

 

El fascismo lograba aglutinar por igual grandes propietarios y campesinos pobres en el campo, Y pequeños burgueses en las ciudades. Además, atraía a los jóvenes porque era un movimiento moderno y renovador para la época.

 

Base económica: El corporativismo

 

El fascismo fue un movimiento de cambio en la medida en que atacó los monopolios, baluartes preeminentes del capitalismo y arremetió, igualmente, contra el marxismo que postulaba la lucha de clases. El fascismo propendía por la armonía de las clases basado en la organización de la sociedad en grupos de profesionales y agremiaciones. De esta forma, las frustraciones de la clase trabajadora encontrarían su solución no en el campo de la economía sino en el dominio profesional.

 

La lógica era sencilla: si los problemas eran de género profesional, sólo se podían generar soluciones naturales en el propio campo profesional donde había surgido el conflicto.

 

Así vista, la organización corporativa consistía en agrupar las empresas de un mismo ramo en un organismo público o semipúblico que gozaba de facultades reglamentarias y disciplinarias sobre el conjunto.

 

El principal exponente de esta ideas fue George Sorel1 quien habría de dar inicio a lo que hoy conocemos por el corporativismo, base económica del fascismo (Ruiz Vásquez, 2004).

 

Una de las consecuencias inmediatas del corporativismo se manifestó en la absorción de los sindicatos por el Estado a través de organizaciones institucionales de trabajadores. Según Mussolini «el fascismo ha reconocido las reales exigencias que tomó origen el movimiento socialista y sindicalista, y las hace valer en el sistema corporativo de los intereses conciliados en la unidad del Estado. (...). Los individuos son clases según las categorías de los intereses, son sindicatos según las diferentes actividades económicas en que se hallan interesados», citado por Ruiz Vásquez (2004).

 

De esta forma, se movilizaba a la población según sus intereses primarios por encima de la posible conciencia de clase que pudieran tener. La concepción del Estado corporativo tuvo su expresión más acabada en el fascismo italiano. Los postulados esgrimidos por Mussolini contemplaban la creación de un Ministerio de las Corporaciones que tenía por misión establecer un equilibrio entre los intereses y las fuerzas del mundo económico. Según esta concepción, el Estado garantizaría, dirigiría, organizaría, reconocería y coordinaría todas las organizaciones de la economía en un fin superior: la unidad de las clases. El Estado corporativo armoniza y atempera los intereses de todas las clases sociales, los cuales se ven tutelados por iguales.

 

En el Estado corporativo se debían eliminar los Congresos políticos para abrirles paso a unas nuevas cámaras económicas en donde subsistieran los intereses profesionales por encima de cualquier representación parlamentaria. En la práctica el Estado corporativo italiano se organizó de la siguiente manera: en la cabeza del establecimiento se encontraba Mussolini seguido por un Gran Consejo Fascista compuesto por los principales personajes del partido. Las diferentes corporaciones de patronos y trabajadores, en la agricultura, la industria y el comercio sometían a consideración del Gran Consejo, listas con los representantes que hubieran seleccionado internamente para la Cámara Legislativa Corporativa. El Gran Consejo a partir de estas listas fabricaba discrecionalmente una nueva lista respetando siempre las proporciones entre trabajadores y patronos, que era votada o desaprobada en su conjunto por el pueblo italiano. (A partir de 1938 esta aprobación por voto popular fue eliminada) (Ruiz Vásquez, 2004).

 

Base política: el Estado totalitario

 

El Estado prima sobre el individuo en la concepción fascista. « El hombre no es nada», debe vivir para el Estado y no pensar más que en interés del Estado. De ahí que la fórmula insustituible del fascismo italiano fuera «todo en el Estado nada contra el Estado, nada por fuera del Estado», afirma Ruiz Vásquez (2004).

 

El parlamentarismo liberal guardaba una connotación peyorativa a los ojos de los fascistas porque era considerado un régimen débil que engendraba las escisiones, la anarquía y el caos en la sociedad y no podía defender los valores e intereses de la Nación, además de poner al Estado al servicio del individuo. Para Mussolini, por ejemplo, era claro que la sociedad debía ser tratada en su conjunto y no individualmente porque era en este individualismo donde se enraizaban las desigualdades, los males y las divisiones de la sociedad. El fascismo, por tanto, renegaba también de la democracia porque protegía los derechos de la persona basado en el sufragio universal y sostenía su legitimidad con base en el número y la mayoría de asociados. Para los fascistas el pueblo debería mirarse cualitativamente y no cuantitativamente. En este orden de ideas, en teoría, mientras la democracia hacía un llamado a la razón del ciudadano; el fascismo exaltaba los sentimientos y los valores afectivos, en una palabra, lo irracional.

 

En el Estado Totalitario se institucionalizaba y se estatificaba el conjunto de la vida social y, por ende, no existían instituciones independientes e intermedias entre el individuo y el Estado. Cualquier ente estaba subordinado al Estado que ejercía su represión ya fuera por medio de los aparatos ideológicos ya fuera gracias a los aparatos represivos. El Estado Totalitario no tenía su razón de ser tan sólo como un instrumento de represión física organizada sino ejercía su influencia en la relación entre el aparato represivo y los aparatos ideológicos (Un ejemplo del aparato represivo podría ser el ejército y la justicia. El aparato ideológico podía representarse, por ejemplo, en el partido único, en la familia o en la propaganda).

 

En los Estados fascistas prevalecía algún aparato, pero todos coexistían paralelamente. De esta manera, se podían encontrar Estados con prevalencia del sector burocrático, o con un exagerado papel del aparato militar, o con la presencia más acentuada de un sector ideológico como la Iglesia, etc. Para el fascismo, el Estado es un ente absoluto, ante el cual los individuos y agrupaciones son lo relativo. Los individuos y las agrupaciones sólo se comprenden en cuanto residen en el Estado (Ruiz Vásquez, 2004).

 

El Estado totalitario no se ocupa de la seguridad y bienestar de los ciudadanos sino que trasciende esta esfera para condensar la organización política, jurídica y económica que representa y transmite la conciencia de la Nación. El Estado fascista parece tomar vida propia con la voluntad para inspirar y educar la personalidad humana pero de manera independiente de los individuos. Para Mussolini «El fascismo en suma no es sólo creador de leyes ni fundador de instituciones, sino educador y promotor de la vida espiritual», citado por Ruiz Vásquez (2004).

 

Raymond Aron, citado por Ruiz Vásquez (2004) describía cinco puntos para identificar el Estado Totalitario: ¿En qué consiste el fenómeno totalitario? Este fenómeno, como todos los fenómenos sociales, se presta a múltiples definiciones, según el aspecto que el observador asuma. Los cinco elementos principales del totalitarismo son:

 

1-El fenómeno totalitario interviene dentro de un régimen que le da a un partido el monopolio de la actividad política.

 

2- El partido monolítico tiene como base una ideología a la cual él le confiere una autoridad absoluta y, por consiguiente, se convierte en la verdad oficial del Estado.

 

3- Para extender esta verdad oficial, el Estado se reserva un doble monopolio, el monopolio de los medios de fuerza y el de los medios de persuasión. El conjunto de los medios de comunicación, radio, televisión, prensa, es dirigido y comandado por el Estado y sus representantes.

 

4- La mayoría de las actividades económicas y profesionales son sometidas al Estado y se convierten en cierta forma, en parte del Estado. Como el Estado es inseparable de su ideología, la mayoría de las actividades económicas y profesionales están coloreadas por la verdad oficial a ultranza como principio rector de todas las actividades humanas. En todas las instancias de la sociedad, como en la familia, la escuela y las industrias existía una autoridad suprema asumida ya fuera por el padre, por el profesor, o por los industriales. Naturalmente, era necesario la subordinación de la población y ésta se proyectaba en los hijos, los alumnos y los obreros entre otros.

 

5- Toda actividad adscrita dentro del Estado y toda actividad imbuida en la ideología, hacen que cualquier falta cometida en la actividad económica o profesional sea simultáneamente una falta ideológica. De ahí que exista una politización, una transfiguración ideológica de todas las faltas posibles de los individuos y, en conclusión, un terror a la vez policivo e ideológico (Ruiz Vásquez, 2004).

 

Base de autoridad: el Guía supremo

 

Hans Frank, gobernador nazi de Polonia durante la Segunda Guerra Mundial señaló alguna vez que «hoy, en Alemania, hay solamente una autoridad, y es la del Führer».

 

La afirmación de Frank no distaba mucho de la realidad. En efecto, la figura del caudillo o del guía se enlazaba estrechamente con los conceptos de Estado y Nación para la ideología fascista. Su esencia se encontraba en el autoritarismo a ultranza como principio rector de todas las actividades humanas. En todas las instancias de la sociedad, como en la familia, la escuela y las industrias existía una autoridad suprema asumida ya fuera por el padre, por el profesor, o por los industriales. Naturalmente, era necesario la subordinación de la población y esta se proyectaba en los hijos, los alumnos y los obreros entre otros.

 

Los partidos fascista acuñaron el concepto del Guía supremo, omnipotente e independiente, de tal forma que se eliminaba todo control de abajo hacia arriba en la sociedad. Así, ninguna determinación del poder podía ser discutida, cuestionada y mucho menos razonada. Las órdenes de un jefe supremo eran acatadas fervientemente por sentimientos de fidelidad y admiración. De esta manera surgió el Führer (en alemán el guía), el Duce (en latín Dux equivale a jefe) y el Caudillo en España (Ruiz Vásquez, 2004).

 

La estructura social debía ser organizada de manera vertical y jerárquica en donde todos los poderes y atribuciones emanaran directamente del Jefe. Así vistos el Estado y el partido fascista debían ser estructuras de corte militar con la preeminencia de la disciplina, del mando, los conductos regulares y los saludos marciales como un medio para fomentar el respeto. La admiración hacia el Guía se preservaba con el adoctrinamiento de las juventudes a quienes se les inculcaba que «El Jefe siempre tiene la razón. El caudillo en la concepción fascista era la expresión misma de la nación y encarnación del Estado. La admiración y el respeto nacían del culto a la personalidad que se fabricaba alrededor de este Jefe Supremo gracias a los medios propagandísticos y publicitarios.

 

El modelo caudillista era altamente conveniente a los intereses industriales quienes así podían abrogar de un tajo las peticiones de los obreros y debilitar las actividades de los sindicatos. Otros sectores de la sociedad encontraban en la figura del Jefe un rescoldo de seguridad y tranquilidad. Especialmente, los sectores medios se sentían atraídos por el caudillo como una representación real de protección.

 

A este respecto, el psicoanálisis desarrolló una teoría alrededor del concepto de Dictador-Padre que señalaba ente otras cosas que las crisis económicas generaban un sentimiento de impotencia en el individuo, llevándolo a buscar un punto de referencia en el dictador para suplir esa falta de independencia y autonomía. En esa medida, la persona retrocedía a un estado infantil en donde buscaba la férrea autoridad del padre. Esta «dominación paterna» le permitía al individuo escapar de la toma de decisiones que generalmente le angustiaban.

 

Los medios: prensa, propaganda y publicidad.

 

Para una sociedad moderna como la nuestra invadida por una descomunal publicidad propia de las sociedades de consumo es difícil entender las verdaderas dimensiones y el despliegue inusitado que representó para su época todo el aparato propagandístico del fascismo. Entre 1920 Y 1945, la estrategia de propaganda de los regímenes totalitarios era novedosa y de vanguardia así, hoy por hoy, parezcan métodos normales o, quizás, insulsos. Parafraseando al sicosociólogo Sergio Tchakhotine, el fascismo logró proponer una publicidad que en el fondo resultaba ser una verdadera violación de las masas (Ruiz Vásquez, 2004).

 

En primer término, la propaganda debía ante todo movilizar a la población en torno a símbolos que en el fondo no tenían mayor explicación lógica. Así surgieron las cruces gamadas, los leones flamencos, las letras sigma, las flechas, las águilas imperiales romanas, etc. Pero los símbolos también estaban dados por los uniformes militares con camisas de algún color que diferenciaban al fascista de los otros grupos de la sociedad creando un círculo fuera del cual no podía subsistir expresión social alguna.

 

El impacto sobre la población se lograba con grandes paradas y desfiles multitudinarios que eran acompañados por antorchas cantos, música y porta estandartes, todo dentro de un orden y una organización milimétrica. Valga decir que todas estas movilizaciones estaban organizadas especialmente para exaltar la figura del caudillo. De esta forma se buscaba fabricar un ídolo en grandes ceremonias colectivas parecidas a las congregaciones de tipo religioso en donde se beatifica al líder arrogándole un carácter sacro y santo.

 

Toda propaganda -decía Hitler- debía ser popular. Para ello había que recalcar muy pocos puntos lanzándolos prácticamente como un grito de combate. Igualmente, el Führer pensaba que la propaganda no podía ridiculizar al adversario. Se le debía mostrar como un bárbaro o un huno para alentar el odio contra ese «villano enemigo». En este sentido lo acertado era hacer recaer la responsabilidad de todos los males sobre el enemigo, aun cuando esto no coincidiera con la realidad de los hechos.

 

La propaganda avivaba los prejuicios de la población haciendo renacer viejos rencores y actuando sobre los sentimientos para desechar todo lo racional. El Ministerio de Propaganda nazi actuaba según esta premisa: Una mentira repetida diez veces se convierte en una gran verdad.

 

Todo medio fue utilizado para llevar a buen término los postulados publicitarios del fascismo: prensa, radio afiches, periódicos, murales, arte, arquitectura, manuales escolares y literatura infantil. Incluso, la Alemania hitleriana se propuso masificar el volksempfanger («el radio popular) por medio de afiches que rezaban así: «toda Alemania escucha al Führer en el receptor popular».

 

La simplificación de las fórmulas propagandísticas y su repetición reiterada e incesante martillaban las cabezas de los ciudadanos de los Estados Totalitarios. La agitación era cotidiana y apremiante con slogans como «El Duce siempre tiene la razón» o «Ein Volk, ein Reich, ein Fuhrer». El Estado monopolizó la propaganda para modelar el pensamiento de las masas jugando con su miedos ilusiones. La propaganda fascista logró aglutinar a vastos sectores sociales al lado de ideas conservadoras y de derecha. En esa medida, el fascismo, utilizando tácticas publicitarias que despertaban sentimientos y motivaciones, logró movilizar a la población hasta convertirse en la contrapartida de los partidos de izquierda en cuanto a un eficaz acercamiento a las masas populares.

 

Cuatro impulsos básicos de la propaganda fascista

 

En este orden de ideas, la propaganda concitaba cuatros impulsos básicos, afirma Ruiz Vásquez (2004). El primer impulso era un sentimiento de combate reflejado en instintos agresivos y deseos de lucha como las acciones punitivas y a persecución de los adversarios. El segundo impulso, llamado nutritivo, buscaba generar un espíritu de apropiación al grupo con premisas tales como «campesino libre, en tierra libre». El tercer impulso hacía un llamado a los instintos sexuales por medio de desfiles de cuerpos semidesnudos, los encuentros deportivos y las grandes gimnasiadas. Finalmente, se generaba un impulso de filiación y parentesco con el espíritu comunitario y el instinto gregario que se evidenciaba en frases como «La raza Alemana», «Un sólo Führer, «Todo en el Estado, nada contra Estado, nada por fuera del Estado».

 

La propaganda le hizo creer a cada individuo que era indispensable y útil para el partido y el Estado. De esta manera se exaltaba la vanidad de cada persona en particular, haciéndolo sentir importante con una grata sensación de pertenencia al grupo. La propaganda inculcaba valores en dos vías yuxtapuestas: por un lado, era una descarga de los impulsos agresivos como el odio racial y el desprecio por los débiles; y, por el otro, se hacía un llamado al idealismo y a la solidaridad.

 

En el fondo, la propaganda convertía al individuo en un simple instrumento del régimen. El hombre era, día a día, más servil y dependiente de su partido y de los intereses del Estado fascista.

 

Un norteamericano, citado por Ruiz Vásquez (2004) que sintió en carne propia el auge de la propaganda fascista escribió años después: «yo mismo hube de experimentar cuán fácilmente queda uno cogido por una prensa y radio mentirosas y censuradas en un Estado Totalitario. Aunque al contrario que la mayoría de los alemanes, yo recibía diariamente periódicos extranjeros, sobre todo los de Londres, París y Zúrich, que llegaban al día siguiente de su publicación, y aunque yo escuchaba regularmente la BBC y otras emisoras extranjeras, mi trabajo me obligaba a pasar muchas horas rastrillando la prensa alemana, confrontando la radio alemana, conferenciando con funcionarios nazis y algunas veces consternado por descubrir, que no obstante las oportunidades que yo tenía para saber los hechos, y a pesar de mi desconfianza innata en cuanto a lo que obtenía de fuentes nazis; una dieta constante, de años, de falsificaciones y distorsiones pueden causar cierta impresión en una mente, y, a menudo, extraviarlo(sic). Ninguno que no haya vivido durante años en un país totalitario puede concebir posiblemente cuán difícil es escapar a las temibles consecuencias de una calculada propaganda de régimen. A menudo, en un hogar alemán o en una oficina, durante una conversación casual con un extranjero en un restaurante, en una cervecería, en un café, podía oír las afirmaciones más ridículas, de personas al parecer educadas e inteligentes. Está claro que repetían como un papagayo alguna tontería que habían oído en la radio o leído en los periódicos. A veces uno se sentía tentado a decirlo, pero en tales ocasiones, se encontraba con una mirada de hito en hito de incredulidad tan completa, o con un silencio tan súbito y molesto, como si se hubiera blasfemado contra el Altísimo, que se daba uno cuenta que tan inútil era incluso el tratar de establecer contacto con una mente que se había apartado del camino recto y para la cual los hechos de la vida habían llegado a ser lo que Hitler y Goebbels con su cínico desprecio de la verdad decían que eran.

 

Indudablemente la propaganda alteraba la voluntad y el pensamiento porque no podían sustraerse de su fuerza y sus tentáculos. Una verdadera violación de las masas.

 

La raza, el antisemitismo y la víctima propiciatoria

 

Durante la Segunda Guerra Mundial cientos de alemanes desaparecieron sin dejar huella alguna y sus familias nunca volvieron a saber de ellos. Miles de seres humanos se esfumaron de repente en los abismos del misterio. El decreto «Noche y Niebla» del 7 de diciembre de 19412, estipulaba que los enemigos del Reich debían desaparecer en la «noche y la niebla de lo desconocido».

 

Ciertamente, uno de los dos lados fundamentales del fascismo se encontraba en la preservación de una raza superior que sojuzgaría a las razas más débiles. Dentro de estos parámetros, todo lo indeseable y perjudicial para mantener una raza pura debía ser extirpado como un tumor putrefacto en ruin cuerpo sano. Esta evocación de una raza suprema no era original y el fascismo tan solo retomó una teoría existente para llevarla a la práctica persiguiendo las minorías «enemigas» del régimen. Marxistas, masones, gitanos, intelectuales y dementes fueron acosados y aniquilados al ser considerados simples «desechos humanos».

 

Ya en el siglo XIX H.S Chamberlain y el conde de Gobineau habían publicado sustanciosos tratados seudocientíficos sobre las diferentes etnias, que «demostraban» la inferioridad de ciertas razas como «la negra, la tártara, la mongol», a la vez que se planteaba la superioridad de la «raza teutónica de Europa». De igual manera, los estudios advertían sobre el peligro que representaba la mezcla racial para el desarrollo de las «grandes civilizaciones». Nietzsche en su concepción del «superhombre» señalaba: «una raza atrevida está formándose (...) el propósito debería ser preparar una transmutación de valores para un tipo de hombre particularmente fuerte, más altamente dotado en intelecto y en voluntad. Este hombre y la elite en torno a él se convertirán en los Señores de la Tierra.

 

Otras corrientes del pensamiento decimonónico, como el Spencerismo señalarían la necesidad de desembarazarse de aquellos sectores improductivos e indeseables que impedían el normal desarrollo de una sociedad perfecta. Tan sólo el más fuerte y el más hábil debía subsistir en esta selección natural donde los débiles desaparecerían.

 

Los nazis ejercieron la peor represión hacia lo judíos porque contra ellos podían desviar todo el descontento y las insatisfacciones de una población que en otras circunstancias se hubiese enfrentado al régimen o al establecimiento. Los judíos representaban una porción de la población extremadamente vulnerable porque eran, en primer lugar, una minoría -tan solo el 1% de la población en Alemania- y además porque se podían reconocer fácilmente dentro de la sociedad por las actividades económicas que ejercían y por sus apellidos. Incluso, los nazis inculcaron en las escuelas el reconocimiento físico de los judíos con base en "su nariz aguileña y sus grandes orejas despegadas".

 

En el fondo, el antisemitismo no tuvo ni tiene explicación lógica y no debería buscarse en los judíos en sí mismos sino en los antisemitas. El judío representaba para el grueso de la población una respuesta fácil a sus problemas más apremiantes y una rápida explicación a la situación conflictiva en que vivían. El objeto del fascismo era dirigir la agresividad de la masa hacia una minoría que no tenía nada que ver con la crisis económica y social en la cual estaba sumergida la sociedad. Este fenómeno fue el que se conceptualizó con el término de «víctima propiciatoria». El antisemitismo no fue exclusivo de los nazis y los argumentos para dicho hostigamiento cambió según la época: «a principios de la Edad Media, se había odiado a los judíos porque eran los asesinos de Dios; en la época de las cruzadas se temió sobre todo su competencia; los siglos siguientes vieron al usurero judío convertirse en el acreedor de los cristianos y el siglo XIX tembló ante la revolución universal primera etapa de una dominación mundial judía. Hacia 1940, fecha aproximada del comienzo de la 'solución definitiva', ninguna de estas razones era válida.

 

El fascismo buscó organizar a la sociedad según parámetros maniqueistas planteando la división entre ángeles y demonios, seres perfectos y parásitos, etc. Todo aquel que lograra asimilar a la sociedad fascista era considerado como un amigo y un ser «bueno». Por el contrario, los excluidos de este círculo social eran destructores del orden y, por ende, debían ser aniquilados como enemigos (Ruiz Vásquez, 2004).

 

El judío era considerado un enemigo desarraigado, escindido del conjunto de la sociedad. El divorcio que plantearon los fascistas entre los judíos y la sociedad obedecía a un afán por demostrar que el primero era contrario a los preceptos fundamentales de la nacionalidad y, por ello, naturalmente antipatriota. Consideraban los fascistas que el Judaísmo era un universalismo amenazante para el Estado y la Nación y por ello debía ser eliminado como un germen. A este respecto, Adolf Hitler señaló: «Si dividiésemos a la raza humana en tres categorías fundadores, conservadores y destructores de la cultura sólo la estirpe aria podía ser considerada como representante de la primera categoría (...). La mezcla de la sangre y el menoscabo del nivel racial que le es inherente constituyen la única y exclusiva razón del hundimiento de antiguas civilizaciones. No es la pérdida de una guerra lo que arruina a la humanidad sino la pérdida de la capacidad de resistencia, que pertenece a la pureza de la sangre solamente». Renglón seguido Hitler continuaba con su diatriba: «El antípoda del ario es el judío. Es difícil que exista en el mundo nación alguna en la que el instinto de la propia conservación se halle tan desarrollado como en el 'pueblo escogido' (...). El judío (es) invariablemente un parásito en el cuerpo de otras naciones (...) su propagación misma en todos los rincones de la tierra es un fenómeno típico común a todos los parásitos. El judío se halla permanentemente en busca de nuevos suelos para nutrir a su raza», citado por Ruiz Vásquez (2004).

 

Aunque se ha tratado de separar el fascismo italiano del nazismo alemán, específicamente sobre este punto del antisemitismo y la segregación racial, es evidente que en Italia también se persiguieron a los judíos bajo el amparo del decreto racial promulgado por Mussolini en 1938. Si bien es cierto que el nazismo alemán fu máquina de exterminio mejor acabada y perfeccionada a extremo, no es menos verdadero que el fascismo en Italia también tuvo en la discriminación racial un punto ideológico importante.

 

El engranaje práctico.

 

El fascismo aunque en apariencia era un cuerpo doctrinario sin articulación lógica y un collage de teorías decimonónicas disímiles, en la práctica, demostró tener una gran coherencia. Sus principales elementos encajaron de manera casi perfecta para consolidar un régimen fuerte y monolítico. El Estado Totalitario sólo se podía formar a partir de la fidelidad de las masas y estas necesariamente debían aglutinarse por intermedio de la figura carismática del gran jefe que, a su vez, necesitaba de un aparato propagandístico tendiente a promover y mistificar su imagen. El fascismo al romper el esquema marxista de la lucha de clases postuló convenientemente el corporativismo y la armonía social. Pero estos planteamientos sólo eran posibles si se eliminaban lo disentimientos, los desacuerdos y los cuestionamientos de la sociedad. El medio propicio para llevar a buen término este propósito se encontraba o bien en la represión física o bien en la persuasión con la utilización de los aparatos ideológicos. En este sentido era de gran importancia desviar los problemas sociales señalando posibles «culpables» que a la vez hicieran que el grueso de la población se uniera en tomo a un enemigo común : «la víctima propiciatoria».

 

Todos estos puntos expuestos se dirigían irremediablemente a exaltar el concepto de «nación», es decir el alineamiento de la sociedad según unos patrones de tradición y de costumbre. La xenofobia, el odio a los extranjeros, y el chauvinismo -patriotismo ciego y excluyente- se constituían en la mejor manera para cimentar una conciencia de grupo, un cuerpo compacto y sin fisuras fuera del cual no podía subsistir ninguna expresión. El nacionalismo tenía su raigambre en el pueblo, lo que los alemanes dieron a conocer con la expresión Volkgeist (espíritu del pueblo). Por ello, el fascismo intentó con éxito, convertirse en un movimiento populista. El férreo nacionalismo buscaba despertar emociones por encima de cualquier consideración de tipo racional. La alusión a las virtudes patrióticas tenía su razón de ser en el pasado con referencia constante en los antiguos imperios y a las batallas y guerreros gloriosos.

 

Surge entonces la polémica de si este o aquél régimen fue fascista o no. Algunos autores, como Kuhnl, señalan, por ejemplo, que el franquismo no fue fascista. Nolte nos habla de un fascismo semi acabado para el caso español.

 

Indudablemente, el sólo anticomunismo no es por si sólo fascismo; ni el racismo representa la expresión más alta de esta corriente. En el fondo es la conjugación de todos los elementos ya expuestos que conforman un régimen fascista mejor acabado. Por ello, el nazismo alemán logró ser la expresión más alta de estas vertientes totalitarias haciendo énfasis en el antisemitismo. Su contraparte italiana reforzó el aspecto corporativo. El franquismo señaló el fortalecimiento del Estado acentuando un aparato ideológico: la burocracia.

 

Por esta razón es conveniente señalar que la unión de varias características, quizás tres o más, va perfilando cualquier gobierno o acción política hacia el reconocimiento del fascismo como directriz primigenia.

 

Los orígenes y evolución del Nazismo alemán

 

En Múnich, un anarquista, Ebert, se hizo con el poder. El emperador abdicó ante la nueva realidad de que se había iniciado una “revolución desde abajo”. Ebert fue nombrado canciller de un gobierno en el que estaban representados los socialdemócratas, su partido, y los socialistas independientes de izquierda, denominando a aquel gobierno, el Consejo de Representantes del Pueblo. Y dando paso a una República alemana. Por su parte Liebknecht proclamaba la República alemana libre y socialista, siguiendo las peticiones de la izquierda del movimiento obrero. En toda Alemania van apareciendo consejos de soldados y obreros si bien no podían equipararse a los soviets de Lenin. Desde la izquierda del socialismo y de la Liga Espartaco, principales militantes del Partido Comunista en su día, se pensaba que el futuro no estaba no en el gobierno de Ebert. No obstante, el SPD estaba resuelto a hacer de Alemania una democracia parlamentaria, por lo cual pretendía hacer cuanto antes elecciones. Una vez finalizado el estallido revolucionario tras el asesinato de Liebknecht y de Rosa Luxemburgo, sus líderes más representativos, el Gobierno socialdemócrata de Ebert impuso la legalidad y se apoyó en el Ejército y en los funcionarios para apaciguar los brotes revolucionarios. Las elecciones para reunir una Asamblea nacional, tuvieron lugar el 19 enero 1919 y en ella estaban representados los Socialistas que debieron apoyarse en representantes de Zentrum y Demócratas mientras que los independientes fracasaron. La República de Weimar, elaboró una Constitución y tuvo que aceptar los postulados del Tratado de Versalles, el 28 junio 1919 (Ruiz Vásquez, 2004).

 

La República de Weimar y el esquema de su Constitución política

 

Una vez reunida la Asamblea, se elaboró una Constitución, la denominada Constitución de Weimar3, que permitió definir al Estado alemán como democrático-parlamentario. No obstante, no faltaron intentos de la extrema-derecha (1923) por hacerse con el poder: recuérdese el “putsch de la cervecería”4 de Múnich.

 

Las características más importantes de la Constitución de Weimar fueron las siguientes: El estado alemán se constituía como democracia parlamentaria, como hemos indicado, en el que el poder político emanaba del pueblo. Se reconocieron los derechos individuales y sociales. El Estado se presenta como federal. La Cámara baja, el REICHTAG es elegido por sufragio universal por un periodo de cuatro años y tiene el poder legislativo.

 

El poder legislativo lo constituía un Parlamento elegido por sufragio universal de hombres y mujeres mayores de 20 años. El poder ejecutivo lo ostentaba un Presidente elegido por sufragio universal y auxiliado por un Gobierno responsable ante la Cámara.

 

La Cámara alta, o REICHSRAT, representa a los Estados de la Federación alemana, cuya participación se hace de acuerdo con la población de cada Land. El Presidente de la República, al que se elige mediante sufragio universal por un total de siete años, goza de numerosos poderes, entre ellos el nombramiento de Canciller y de los ministros del gobierno. Los fundamentos de la Constitución de Weimar son, sin embargo, bastante débiles en el sentido de que, como ha escrito Bordeau, fue elaborada por “una dictadura legal apenas atenuada por esporádicas reuniones del Parlamento”. Entre 1926 y 1932 se disolvió la Cámara siete veces. El Partido Nazi se aprovechó de estas circunstancias para imponerse.

 

La clase dirigente si bien aceptó la República pensaba que podía poner fin a aquella situación (intento de 1920 de imponer una dictadura militar en Berlín).

 

Se necesitaba el seguimiento de las masas que todavía no aceptaban la propaganda anti-judía y anti-bolchevique de las clases dirigentes. Se precisaba ideologizarlas: Hitler se encargaría de ello en nombre de esas clases retardatarias: mientras aparecía como un defensor de las clases populares, mantenía su relación con las clases poderosas de Alemania.

 

1ª fase.

 

El Partido Nacional socialista creció rápidamente. En 1923 parecía el momento oportuno para hacerse con el poder aprovechando las difíciles circunstancias de una Alemania en crisis financiera profunda. Las reparaciones de guerra no se pagaban: el 15 enero 1923 el ejército franco-belga ocupaba el Ruhr; se puso en marcha la “resistencia pasiva” de los alemanes de aquella zona. La división en torno a esta situación, propicia que Hitler junto a Ludendorf, pretenda hacer una marcha hacia Berlín y proclamar allí un Estado nacionalsocialista.

 

El 8 nov. 1923 el denominado putsch de Múnich para hacerse con el poder, fue reprimido y Hitler fue a la cárcel. Desde entonces comprende que para hacerse con el poder en un estado tan fuertemente armado, debe tomar la vía legal

 

2ª fase: 1924-1929.

 

Corresponde al momento del desarrollo económico de Alemania, tras el impulso que permitió apuntalar la moneda, reich-marck, respaldado en la fuerza del oro y tras la reunión de Locarno de 1925, situación que, como bien sabemos, puso fin a la política internacional aislacionista a la que se había sometido a la República de Weimar.

 

Una vez estallada la crisis del 29, dando al traste con el Pacto Briand-Kellogg de 1928 en que la “guerra” se puso “fuera de la ley”; se hizo igualmente caso omiso de los resultados de reuniones posteriores, tales como la Conferencia de Desarme de Ginebra de 1932, y la Conferencia Mundial de Londres, de 1933. La política exterior del III Reich era el resultado de las apetencias de Hitler y de las circunstancias de las potencias europeas. ¿Cómo explicar el cambio experimentado en Alemania en los años 30? Sin duda por la crisis mundial, pero también porque los factores de riesgo se mantenían: Escasa eficacia en las relaciones internacionales por parte de la Sociedad de Naciones.

 

Con todo, resulta difícil entender el triunfo de Hitler y su fuerza de arrastre; a este respecto, los especialistas resaltan: El fuerte apoyo del pueblo = völk, en su conjunto, de manera que el individualismo liberal preconizado por la Revolución Francesa se abandona como una imposición de los vencedores de la guerra a la República de Weimar.

 

El seguimiento de la clase media debido, en principio, a que el nazismo satisface sus reivindicaciones. La lealtad del ejército, representado por los generales, y explicable porque se les permite llevar a cabo una política militarista. El apoyo del poder económico: los grandes empresarios le siguen igualmente porque necesitan al régimen para salir de la crisis. La compleja personalidad del Dictador, que por otra parte reafirma con su actividad la posibilidad de superar todos los obstáculos que pudieran oponerse a dar un giro completo a la Alemania vencida de Versalles.

 

¿Cómo puede explicarse que la dictadura de Hitler durase doce años (1933-1945)?

 

Claude David señaló lo siguiente. La respuesta está en que la evolución interna de Alemania, la coyuntura internacional, e incluso si se quiere, un cierto estado del capitalismo, explican la instauración de un fascismo en 1933 (Ruiz Vásquez, 2004).

 

Pero el Alemán no fue el único, también hubo otros fascismos en Roma, Madrid, Lisboa.

 

La Italia fascista

 

Para comprender la historia italiana en la etapa de entreguerras, es conveniente detenerse en la consideración del balance de la guerra del 14 en Italia. En conjunto el país se lanzó a una guerra de la que no sacó compensación alguna, ya que soportó la pérdida de más de un millón de muertos. Padeció la destrucción de amplias zonas del territorio. Conoció el “irredentismo” de algunos espacios italianos A la falta de compensaciones debe añadirse la realidad del país al acabar la contienda: desde el punto de vista económico-financiero: se constata un exceso de población; baja producción agrícola; atraso industrial, salvo en el Norte de la península; bajos salarios y paro; subida de precios e inflación; huelgas reivindicativas y enorme Deuda Pública. Es decir: Italia presentaba los típicos caracteres de un país en grave situación económica.

 

Desde el punto de vista político-social: El gobierno que presidía Giolitti era incapaz de solucionar los problemas que afectaban al país y que propiciaban una fuerte desestabilización social de carácter revolucionario. Los partidos italianos, intentaron paliar los efectos de la crisis de postguerra con programas propios. Así el Partido Socialista Italiano se inclinaba por un régimen republicano para Italia, que sustituyera a la monarquía incapaz de solucionar la crisis; a la vez que exigía mejoras de tipo socio-laboral. Sin embargo, la escisión interna del Partido restó fuerza a sus planteamientos. Por un lado se presentan los reformistas, seguidores de TURATTI, y por otro, más a la izquierda, los de MALATESTA, grupo que fue origen del Partido Comunista de Italia (PCI).

 

El Partido Popular Italiano, formado por un grupo de católicos que se lanza a la vida política tras su líder STURZO, reclamaba mejoras sociales para el pueblo. Tanto el PSI como el PCI, exigían mejoras sustanciales para el país y tenían una gran fuerza de arrastre al acabar la I guerra mundial. Pese a todo, ni el gobierno ni los principales partidos, consiguieron encauzar la situación, especialmente por la debilidad del gobierno, así como por la gran agitación social del momento.

 

¿Cuál era, pues, en Italia, el camino para salir de la crisis producida por las secuelas de la guerra? Aquí es donde se sitúa la escalada fascista. Ya en marzo de 1919, Mussolini fundó el primer “Fascio de combate” que agrupaba tanto a antiguos combatientes, como a anarco-sindicalistas o a partidarios de la izquierda intervencionista. Poco después en noviembre de 1921, se configuró el PARTIDO NACIONAL FASCISTA (PNF) que empezó a actuar de inmediato. En agosto de 1922, ante la debilidad del gobierno Giolitti, Mussolini organiza la célebre “Marcha sobre Roma”, exigiendo el poder que, en efecto, le concede el propio Rey, en septiembre del mismo año.

 

Empieza ya la historia de la Italia fascista, cuya evolución cronológica se produjo en tres etapas, según Guichonnet: 1922-25; 1925-36; 1936-1945.

 

1ª Etapa: 1922-1925.

 

Corresponde al momento del establecimiento de la dictadura fascista. Si entendemos por fascismo Italiano lo que señala Milza, citado por Ruiz Vásquez,(2004) 2 : “[…] el fascismo es un movimiento antimarxista que impugna la lucha de clases; … frente al orden burgués, adopta una postura anti-liberal; … defiende la primacía del Estado…; que el individuo esté supeditado a la colectividad…; el Duce ostenta la máxima autoridad de la Nación…regulando la vida social, familiar y religiosa …; [desde la óptica económica] el corporativismo es el rasgo peculiar … y las corporaciones [que lo configuran] están al servicio del Estado que es quien dirige dictatorialmente la política económica”, se observa que en estos años se avanza hacia la configuración del movimiento liderado por Mussolini. En los primeros momentos de su gobierno, existe un pluripartidismo que únicamente excluye del gabinete al PSI. Situación que duró poco tiempo ya que el Duce recabó casi inmediatamente todos los poderes de la Cámara: el 24 dic. 1925, fue nombrado Jefe de Gobierno desde donde ejerció durante 20 años su dictadura personal.

 

2ª Etapa: 1925-1936.

 

Es la época en que se implanta y consolida el fascismo en Italia. Durante un decenio, Italia será en la práctica el modelo operativo de la burguesía conservadora de Europa.

 

Podemos sintetizar la gradual política de fascistización de aquel momento de la historia italiana, en los siguientes puntos:

 

Se produjo un fuerte centralismo político y un liderazgo del Duce que tiene en sus manos el máximo poder.

 

El Partido se convierte en un poder paralelo al legalmente establecido.

 

Se suprime la libertad de expresión así como la de asociación.

 

Se crean sindicatos fascistas [verticales].

 

Se estructura la vida económica en corporaciones.

 

Tales planteamientos, en el plano operativo, dieron paso a una legislación específica: Agosto 1926: la LEY ROCCO que erigió al Estado en árbitro de los problemas laborales que deberían, por tanto, dirimirse a través de Tribunales de Trabajo, dependiente, igualmente, del poder central.

 

Abril 1927: se elabora la CARTA DEL TRABAJO por la que se regulaban los derechos y deberes de los trabajadores.

 

Se pusieron en marcha obras públicas, legislación social, medidas proteccionistas y autárquicas. En 1930 toda Italia era fascista. Incluso se arreglaron las relaciones con el Vaticano por los Acuerdos de Letrán de 1929. La oposición al fascismo era escasa y estaba dividida. No era posible otra cosa.

 

3ª Etapa: 1936-1945.

 

La caída del fascismo. Decenio caracterizado por la “dependencia” del nazismo alemán. Puede afirmarse, que se asistió a una germanización de la política y de la vida interna del país así como de la misma política exterior. En política interna la vida italiana se va germanizando, borrando, a partir de 1936, cualquier vestigio del régimen constitucional italiano. Se copian, en cambio, desde las formas externas del régimen alemán, a la opresión de minorías, instaurando el racismo y el antisemitismo, a pesar de las protestas del Vaticano y de una buena parte de la opinión pública. En política exterior, y dentro del esquema de creciente germanización que soporta Italia, y a partir de la toma de Etiopia, se apuntala la unión económica con Alemania, especialmente impulsada por CIANO, tras los “Acuerdos de Berchtesgaden”, de octubre de 1936, por los que se establecía el conocido “Eje Roma-Berlín”.

 

Sin embargo, en el momento del estallido de la guerra en 1939, Roma se declaró “no beligerante” al encontrarse poco preparada para participar. Hasta 1940 no decidió entrar en la guerra tras la rápida victoria alemana sobre Francia. Los italianos, no obstante, no serán más que un elemento auxiliar de la estrategia hitleriana.

 

El ascenso y auge del fascismo en Europa y en América latina durante los años 20 y treinta del siglo XX

 

Mussolini y los «camisas negras»

 

El 23 de marzo de 1919, nacieron en Milán, los «Fascios» italianos. El nombre de este nuevo movimiento político provenía del Antiguo Imperio Romano donde el poder, la unidad, la fuerza y la justicia estaban simbolizados por un haz (en latín jascis) de ramas que encerraban un hacha.

 

El grupúsculo tan sólo tenía 870 adherentes al finalizar el año. Sin embargos en diciembre de 1920 ya llegaban a 20.000 los simpatizantes. Esta reconstitución fulgurante de las fuerzas fascistas tuvo su desarrollo gracias a las características económicas y sociales propias de la Italia en el periodo de entreguerras. Allí prevalecía un enorme desequilibrio regional con un norte rico y poderoso y un sur débil y miserable. La industrialización de ciudades como Milán o Turín contrastaba fuertemente con el Mezzogiorno campesino, latifundista y subexplotado.

 

En las grandes fábricas afloraba el descontento entre los trabajadores que debían afrontar una inflación galopante (400%), un desempleo alto (600.000 personas en 1921) y unos sueldos bajos. En los campos, los grandes señores explotaban las masas de proletarios rurales. La polarización social, que se evidenció en Europa, tomó ribetes dramáticos en Italia debido a este antagonismo recalcitrante entre las regiones.

 

Por todo el continente se veía con expectación el surgimiento de brotes de descontentos espontáneos y efímeros. En enero de 1919, los Socialistas revolucionarios alemanes, conocidos como los spartakistas, con Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo a la cabeza, fueron aplastados por el ejército alemán en su intento por hacerse al poder. Dos meses más tarde, Hungría, presa del desempleo y del hambre, conoció la insurrección comunista dirigida por Bela Kun quien debió ceder en sus propósitos ante la arremetida de la armada húngara.

 

El pánico se apoderó de los gobiernos de toda Europa que oían con escozor las palabras de Trotsky «No estaremos tranquilos hasta que Europa entera se encuentre en llamas». Paralelamente, el Komintern o la III Internacional Socialista de 1919, presidida por Zinoviev, advertía la necesidad de hacer la revolución mundial bajo el famoso precepto de Marx: “proletarios de todos los países, uníos”.

 

Occidente creía estar ad portas de una convulsión en masa. En Estados Unidos, los miembros de la IWW (Obreros Industriales del Mundo, organización anarco sindicalista conocidos popularmente como «wobblies») fueron reprimidos violentamente por las tropas federales, censurados por el gobierno y linchados por sectores de la extrema derecha sureña y nacionalista. En 1914, 4 millones de obreros participaron en 3.600 huelgas mientras los intereses patronales hacían un llamado a la opinión pública para combatir la inspiración bolchevique. Cualquier tendencia de centro izquierda era perseguida y hostigada con la connivencia gubernamental en lo que se llamó El Terror Rojo.

 

Italia no escapa a éste marco de efervescencia y descontento. Las huelgas, la ocupación de fábricas y los pillajes se repitieron día tras día, entre 1919 y 1920. El gobierno se mostró impotente, débil y dubitativo ante los vertiginosos acontecimientos. Esta agitación social sería el terreno abonado donde Mussolini y sus Fascios se mostrarían como los restauradores del orden y los salvadores de un país que caía en una crisis profunda.

 

El camino se abrió lentamente para la instauración de un régimen totalitario. De un lado, los socialistas se dividieron entre comunistas y social demócratas. Del otro, Italia, victoriosa en la Primera Guerra Mundial, se sentía traicionada en sus reivindicaciones territoriales lo que atizó el fuego nacionalista de no pocos corazones italianos.

 

Las masas, a contrapecho de los partidos de izquierda eran extremadamente vulnerables al llamado nacionalista de Mussolini con promesas de corte populista como la formación de un nuevo imperio romano.

 

En 1921, los fascistas eran la minoría en el parlamento italiano; sin embargo, sus 32 curules representaban un número considerable de diputados para la corta vida del grupo. Un año más tarde, el partido contaba entre sus filas con 720.000 simpatizantes en toda Italia. Las tácticas fascistas se impusieron entonces aceleradamente no tan solo por lo pusilánime del gobierno o las escisiones de la oposición, sino también por las estrategias violentas utilizadas.

 

Lo que no pudo obtener Mussolini por la vía democrática, lo consiguió con sus acciones represivas. La violencia fue la principal herramienta en la acción del fascismo para conseguir el poder. Surgieron así las tropas de choque o escuadras armadas que, organizadas bajo milicias militares, hacían suyas las calles italianas en una verdadera batalla campal contra los comunistas y los opositores. Comenzaron así las «expediciones punitivas» que enmarcadas por el reino de la intolerancia buscaban amedrentar a la población. Los «escuadristas» realizaban las expediciones generalmente en centros urbanos hacia donde se dirigían en batahola. Una vez llegados a los objetivos escogidos con antelación, golpeaban salvajemente a todo aquel que no inclinara la cabeza o llevara algún color rojo en sus ropas.

 

Los gestos de defensa o insubordinación eran castigados con más sevicia y dedicación. Con prontitud, el fascista se precipitaba hacia el sindicato o la cooperativa en donde violentaba las puertas. Por las ventanas comenzaban a volar libros, estantes y archivos que en la calle eran prendidos con gasolina. Aquellos que se encontraban en el local eran generalmente asesinados con la complacencia tácita de las autoridades. Pero la violencia como un instrumento de ascenso al poder no fue exclusiva de los Fascios italianos. Los nazis alemanes formaron las Secciones de Asalto (SA) y los Servicios de Seguridad (SS) para defender sus manifestaciones, boicotear a los adversarios y destruir las huelgas de los trabajadores.

 

La violencia era la manera expedita para acceder al gobierno. José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange española, hablaba de la «dialéctica de las pistolas» como un precepto insustituible en la acción política de su movimiento (Ruiz Vásquez, 2004).

 

En el verano de 1922, Mussolini confiado en la cohesión interna del Partido Nacional Fascista y en el miedo infundido al gobierno y a los adversarios, decidió reclamar abiertamente el poder. El Rey Víctor Emmanuel III, debió escoger entre la disyuntiva de darle el poder a Mussolini o perder su trono por un golpe fascista o comunista. Finalmente, los fascistas dieron el toque de gracia el 31 de octubre, con la «Marcha sobre Roma», un desfile impresionante de los «Camisas Negras» (uniforme insignia del movimiento) que obligó al Rey a ceder ante las pretensiones de Mussolini.

 

Una gama multicolor de camisas comenzaba a extenderse por todo el mundo para identificar a los fascistas de todos los cortes. En Italia, los «camisas negras» de Mussolini en Alemania los «camisas pardas» de Hitler; en España los «camisas azules» de Primo de Rivera; en Brasil los «camisas verdes» de Plinio Salgado;

 

Por todo Europa el contagio fascista se hizo cada vez más patético. En Bélgica, los «Rexistas» de Degrelle; en España, la «Falange» de Primo de Rivera ; en Grecia, los «Nacional Socialistas» ; en Hungría, «Los Defensores de la Raza» de Gombos; en Irlanda, «Los Camisas Azules» de O'duffy; en Noruega, «La Reunión Nacional» de Quisling; en Holanda «El Frente Negro»; en Portugal, «La Unión Nacional» del Doctor Salazar; en Rumania, «La Guardia de Hierro» de Codreanu; en el Reino Unido, «The British Union of Fascists» de Mosley ; en Yugoslavia, los «Oustachis» de Pavlitch y en Francia, varios grupos entre los cuales el más importante fue el «Francisme» de Bucard.

 

Surgimiento del Nacionalsocialismo

 

La memoria humana es frágil y olvida con facilidad páginas tan desgarradoras como el exterminio de 6 millones de judíos a manos de los nazis en los campos de concentración como Auschwitz, Dachau, Treblinka o Sobibor. Todavía hoy, noventa años después, se conservan las cámaras de gas, fiel testimonio de los últimos momentos de hombres, mujeres y niños que murieron asfixiados dejando cientos de miles de marcas de sus uñas en las paredes y el techo en un desesperado intento por escapar del gas.

 

Los nazis llamaron a este extermino la «solución final. Paradójicamente, el principal genocida de los judíos había sido gaseado en la Primera Guerra Mundial y recibió la noticia de la derrota alemana cuando estaba aún recluido en el hospital. Como el cabo Adolfo Hitler, muchos Alemanes se sintieron traicionados y pensaron de inmediato que el armisticio había sido obra de comunistas y judíos. Fue quizás en este momento, postrado en la cama de hospital, con vendas en los ojos y los pulmones irritados, cuando Adolfo Hitler concibió sus primeras ideas políticas y envenenó su pensamiento maquinando una «solución final».

 

Luego de la Gran Guerra, Alemania fue obligada a pagar reparaciones a los países victoriosos de la guerra. El país estaba abocado a una inflación incontrolable y a una moneda depreciada (un dólar costaba 48 marcos a finales de 1919 y siete mil millones en 1923). Tal como sucedió en la calles de Roma, una ola de efervescencia nacionalista se extendió por diferentes ciudades alemanas. En una sórdida cervecería munichense, 50 hombres, entre ellos Hitler, fundaron un grupúsculo político, el Partido Obrero Alemán. Era el 12 de septiembre de 1919; doce años más tarde, aquél insignificante movimiento habría de contar con 800.000 adherentes.

 

Hitler comenzó entonces a aglutinar y a organizar una masa descontenta extremadamente vulnerable a las alusiones nacionalistas. Para ello utilizó símbolos como la esvástica y las movilizaciones paramilitares (Secciones de Asalto); uniformadas con camisas pardas. Sin mayores principios doctrinales hizo un llamado a la población en contra de la Constitución liberal de Weimar de 1919 y del Tratado de Versalles.

 

Los primeros brotes de nacionalismo alemán surgieron en el Ruhr como resistencia pasiva a la ocupación francesa de la región. El gobierno debió hacer frente a levantamientos en Sajonia y Baviera, de nacionalistas y separatistas quienes se oponían al pago de reparaciones y a la firma de los armisticios. Los alzamientos parecían buscar, igualmente, la disolución del Reich que bajo la República se había mostrado débil ante las contingencias de la crisis económica.

 

A finales de 1923, Hitler pensó que estos problemas eran una oportunidad propicia para hacerse al poder. El 8 de noviembre, interrumpió a Gustav von Kahr, comisario estatal bávaro encargado de poner punto final a los desórdenes, cuando hablaba en una reunión en Múnich y pistola en mano se arrogó la «dirección política» mientras las Secciones de Asalto (SA) nazis rodeaban a los asistentes. Al día siguiente, los rebeldes marcharon sobre el centro de Munich, contando con que no encontrarían resistencia. No fue así: la policía bávara abrió fuego sobre la columna. Los rebeldes se dispersaron.

 

Tras el Putsch (en castellano: revuelta) fracasado de Munich, Hitler fue enjuiciado por conspiración y condenado a 6 meses de prisión, lapso en el cual escribió Mein Kampf (Mi lucha), «Biblia» del nazismo. Por los mismos acontecimientos, el partido nazi fue censurado y prohibido. Las divisiones internas en el seno del movimiento no se hicieron esperar y el grupo se apagó paulatinamente mientras su líder se recogía tras la sombra de la cárcel de Landsberg am Lech.

 

Paralelamente, un panorama alentador se vislumbró en Alemania con el surgimiento de un verdadero «milagro económico» caracterizado por el freno a la especulación monetaria, la reconstitución de las reservas de divisas, la reducción de la circulación fiduciaria y la afluencia de la inversión extranjera. El intento fallido y apresurado por tomar el poder llevó prácticamente a la extinción del naciente nazismo pero fue una valiosa lección para Hitler quien comprendió que «la legalidad» sería en el futuro el mejor camino para acceder al gobierno. Años más tarde, en un discurso pronunciado en 1941, Hitler se ufanaría de haber logrado la revolución nacionalsocialista venciendo a la democracia en la democracia y por la democracia: «si yo estoy hoy en día ante vosotros es en virtud del mandato que he recibido de la nación alemana, mandato infinitamente más amplio que el de no importa que hombre de Estado democrático actual», citado por Ruiz Vásquez (2004). También Mussolini profirió en tono amenazante en junio de 1922, unos cuantos meses de la marcha sobre Roma, la antinomia entre legalidad y fuerza como hilo conductor de fascismo: «el fascismo puede abrir la puerta con la llave de la legalidad, pero puede también hundirla con el golpe de hombro de la insurrección».

 

De hecho, tanto los fascistas como los nacionalsocialistas acudieron a elecciones parlamentarias mostrando, en unos cuantos años, un crecimiento inusitado de la votación y de las curules obtenidas. Para Hitler, los canales democráticos eran medios si no expeditos por lo menos apropiados para llegar a ser Canciller. Naturalmente, las tácticas violentas para intimidar a opositores y apáticos nunca se abandonaron. Las Secciones de Asalto (SA) pensaban que las calles eran trincheras de combate.

 

Desde el preciso momento en que Adolfo Hitler abandonó la cárcel se propuso reagrupar a su partido atomizado, anulando especialmente el ala creada por Strasser que intentaba acercarse al socialismo.

 

Rápidamente, el Partido Nacionalsocialista se reconstituyó pasando de 27000 miembros, en 1925, a 108.000 en 1928. Los miembros provenían en gran parte de los estratos inferiores de las clases medias (artesanos, pequeños comerciantes, funcionarios sin mando, oficinistas, etc.) que se sentían amenazados tanto por el desarrollo del capitalismo como por el movimiento de la dase obrera.

 

Así cómo el nazismo ascendía de manera sorprendente, en sentido contrario la economía alemana comenzaba un nuevo declive. Tras un breve respiro y algunos años de estabilidad económica, sobrevino la crisis del 29 con lo cual los capitales extranjeros tan necesarios a la economía alemana se esfumaron sumiendo al país en una depresión que trajo entre otras consecuencias la caída de las exportaciones, la baja en la producción y el desempleo. El nazismo estaba al acecho de los peores momentos por los que pasaba Alemania.

 

Ante este marasmo económico, el Canciller Bruning intentó reactivar los sectores productivos devaluando el marco y reduciendo los costos de producción con medidas de austeridad como la deflación y el control de precios. Sin embargo, estas soluciones a la crisis, artificiales y forzadas, tan solo la agudizaron, multiplicando las quiebras de las empresas y disminuyendo el consumo a un ritmo insostenible.

 

Las políticas impopulares de Bruning polarizaron la sociedad. De un lado, los obreros se aglutinaron en tomo al partido comunista. Del otro lado, las clases medias y los pequeños campesinos se asimilaron al nazismo. El descontento se dirigió hacia los extremos de la vida política alemana.

 

El partido nazi vio así aumentar su representación parlamentaria pasando de los 12 diputados en las elecciones de 1928, a 230 en 1932. Sus votos se contaban ya por millones y los días en que apenas eran un puñado de revoltosos en una cervecería de Múnich parecían ser tiempos bien lejanos. En 1930, los nazis obtuvieron 6.4 millones de votos convirtiéndose en el segundo partido de Alemania detrás de los socialdemócratas.

 

Las elecciones de 1932 se realizaron a dos vueltas entre el octogenario Hindenburg -candidato socialdemócrata- y Hitler- representante de los nacionalsocialistas. El primero obtuvo el 53% de los sufragios mientras que el segundo alcanzó el 37% de la votación total.

 

El canciller Brunning renunció cuando Hindenburg, quien ocupaba la presidencia, le quitó toda su confianza. Con el nuevo Canciller von Papen, se disolvió el parlamento y se convocaron a nuevas elecciones que consolidaron a nacionalsocialistas y comunistas como grupos mayoritarios. Al no haber un gobierno de mayorías, von Papen carecía de apoyo parlamentario. Hindenburg decidió señalar, entonces a Hitler jefe de las mayorías, como nuevo canciller del Reich alemán.

 

La Falange y la expresión del fascismo español

 

La Falange española, a diferencia de lo que fue el fascismo italiano o el nazismo alemán, nació en un agradable mitin más parecido a una tertulia literaria que a una reunión política, en el teatro La Comedia de Madrid, el 29 de octubre de 1933. Un reconocido comentarista de derecha describió así la salida: «Ya es un poco sospechoso que el primer acto público fascista terminara en un ambiente de pacífica normalidad. Ya al salir de la comedia y llegar a la calle despejada, tranquila, tuve la sensación de haber asistido a una hermosa velada literaria del Ateneo».

 

Enmarcado por un gran ambiente de romanticismo, idealismo, retórica y poesía, José Antonio Primo de Rivera fundó la Falange que por esa época resultaba ser el quinto partido de derecha en España. La expresión quinta columna que anteriormente designaba a los traidores armados cuando dos países entraban en conflicto, comenzó a utilizarse para designar la extrema derecha. La Falange resultó ser una mínima porción dentro de una amplia derecha compuesta entre otros por los Carlistas, los monárquicos y los nacionalistas. El programa del nuevo partido era poco claro y difuso, moviéndose más sobre sueños de imperios inconmensurables. Uno de los pocos preceptos tangibles y concretos esbozados desde un principio por los falangistas fue la violencia para combatir a la izquierda. Sin embargo, este proyecto era considerado un planteamiento lejano para ser llevado a la práctica.

 

Los socialistas no pensaron igual por los precedentes acaecidos en Italia y Alemania, en donde las acciones violentas se hicieron frecuentes con el surgimiento de las extremas derechas. Por ello, decidieron adelantarse utilizando el terrorismo y los actos violentos como una fórmula tanto política como defensiva. Los manifiestos falangistas eran extremadamente flamígeros lo que producía escozor entre las filas socialistas.

 

Las primeras acciones punitivas de la izquierda contra la Falange de Primo de Rivera estuvieron dirigidas hacia los voceadores del semanario falangista Fe. Más tarde fueron asesinados varios miembros del movimiento nacionalista ante lo cual Primo de Rivera rehusó dar respuesta a los actos de provocación argumentando que sus famosas palabras «la dialéctica de las pistolas y los puños» eran tan sólo retórica y no acción. No obstante, para mediados de 1934 ambas extremas se trenzaron en lucha de atentados en las calles de Madrid y las represalias, de parte y parte, se hicieron frecuentes.

 

A diferencia de los grandes avances que habían tenido nazis y fascistas en un par de años, los falangistas en tres años de existencia seguían siendo la fuerza más débil de la política española con 10.000 miembros, la mayoría de los cuales no pasaba de los 21 años de edad. Para las elecciones parlamentaria de 1936, la Falange obtuvo. 5.000 votos en Madrid y algo más de 4.000 en Valladolid, sin llegar a ser electo ningún candidato del partido. Por el contrario, la izquierda ganó con relativa holgura lo comicios, poniendo en una situación bastante incómoda al conjunto de la derecha española.

 

La moderación y el equilibrio parecían abrirle las puertas al radicalismo que daba pasos cada vez más pesados y cercanos. Diversos sectores de la Falange creían llegado el momento de actuar bajo el reino del terror para arrebatarle el poder a la izquierda. La derecha veía en los falangistas sus «tropas de choque» para resolver esta coyuntura desfavorable

 

La violencia de la extremas se hizo cada vez más aberrante y el asesinato de una de las figuras más prominentes de la derecha, Calvo Sotelo, en julio de 1936, desencadenó la rebelión. Mientras aumentaba de día en día la oleada de violencia, el débil gobierno liberal quiso tomar las riendas de la situación disolviendo la Falange, considerada como una de las principales causas del desorden. El 14 de marzo de 1936, la Falange Española de las Jons fue declarada fuera de la ley. Todos los miembros de su junta política que pudieron ser localizados en Madrid fueron detenidos y encerrados en la Cárcel Modelo (Ruiz Vasquez, 2004).

 

La Falange se convirtió entonces en un grupo terrorista que elaboraba listas negras, organizaba milicias y mantenía guardias de asalto en las luchas callejeras. «Los extremistas habían aventado sus últimos escrúpulos». Primo de Rivera fue condenado a 4 meses de prisión por tenencia ilícita de armas en el preciso momento en que su popularidad iba en aumento constante frente a las disímiles tendencias de la derecha española.

 

Paralelamente entre las filas del ejército se intrigaba y urdía para llevar a cabo un levantamiento contra el gobierno de Azaña y desplazar a toda la izquierda que representaba un obstáculo para los intereses conservadores.

 

Dentro de este contexto, la derecha española parecía ver a los falangistas como tropas de choque comparables tan sólo a las Secciones de Asalto de Hitler o a los Escuadristas de Mussolini, lo que en última instancia le restaba capacidad política e ideológica al movimiento de Primo de Rivera relegándolo a un papel secundario de revoltosos y alborotadores.

 

Sin embargo, la Falange era el partido fascista español basado en un fuerte nacionalismo, el anticomunismo a ultranza y conductas de violencia como estrategia de acción política. Primo de Rivera, recluido en la cárcel de Alicante acordó con el general Mola participar en la sublevación planeada para ello en julio de 1936. La rebelión comenzó en Marruecos (África española) y rápidamente se extendió a todos los regimientos militares de España que se declararon en estado de guerra. Las escuadras falangistas se encargaron de suprimir los focos de resistencia comunista.

 

El gobierno, como respuesta, repartió armas entre los militantes de izquierda y obreros. Los insurrectos derechistas tuvieron problemas de abastecimiento de municiones y por este motivo el general Francisco Franco solicitó ayuda a Mussolini y a Hitler quienes enviaron a España el aprovisionamiento necesario para los rebeldes. De esta manera comenzó la Guerra Civil Española como un conflicto de dimensiones internacionales en donde se ponía en juego la supremacía de los regímenes totalitarios o la capacidad de pervivencia de las democracias liberales.

 

Al estallar el conflicto, José Antonio Primo de Rivera quedó incomunicado en la cárcel tras las líneas enemigas de los Republicanos quienes representaban al gobierno legítimo de Azaña. En noviembre de 1936, con los albores de la Guerra Civil, el fundador de la Falange fue condenado a la pena de muerte por conspirar contra el Estado liberal.

 

Fusilado el Jefe de la Falange, el grupo desapareció debido a las innumerables disensiones internas. El general Franco, arrogándose el título de Jefe de Estado, logró absorber lo poco que quedaba del movimiento en un partido único estatal dependiente naturalmente del ejército. Los pocos disidentes que sobrevivieron al primer año de guerra fueron encarcelados y perseguidos al reprobar la nueva dirección de su partido. Si (Franco) admitió a la Falange como partido único estatal fue porque le pareció lo mejor para un régimen militar autoritario y anti izquierda en plena época fascista. Franco consiguió a la FET como el partido del Estado, pero nunca quiso que su régimen se convirtiera en un Estado al servicio del partido.

 

En el fondo, el caudillo español adolecía de líneas ideológicas claras y tan sólo hacía referencia a vagas nociones de unidad nacional. Por ello, acogía con facilidad cualquier tendencia política que se ajustara a estos parámetros y se mostrara amigo del régimen. La prolongación de la línea falangista a lo largo del tiempo consistía esencialmente en retórica vacua, destinada a disimular la indigencia intelectual de los conservadores y de los generales.

 

Franco absorbió formidablemente a la Falange no sólo institucionalizándola y estatizándola para aglutinar a los sectores de derecha y así mantenerlos a raya, sino también como único canal posible de expresión de los sindicatos, las ideologías y las clases sociales. Un Estado corporativo en toda la extensión de la palabra.

 

Al finalizar la Guerra Civil con la victoria de Franco y los nacionalistas, en España reinó el desaliento, el cansancio y los brazos caídos. Muchos falangistas se retiraron del partido, preocupados quizás, por reconstruir a su país devastado después de la catastrófica lucha. Esta actitud representó un fardo bastante pesado para reformar el ya desgastado y manipulado partido falangista. El generalísimo Franco se desentendió de la Falange más interesado en jugar el rol de dictador y lanzar las cartas del poder entre sus colaboradores más cercanos.

 

Al finalizar la Segunda Guerra Mundial con la hecatombe de los Estados totalitarios de Europa, Franco se apresuró a demostrar cuál lejos se encontraba España y la falange de los regímenes fascistas. En el fondo, el franquismo había estado más próximo a Hitler y Mussolini por la ayuda prestada durante la Guerra Civil y por las coincidencias políticas sobre el Estado autoritario-corporativo de lo que había estado Primo de Rivera en los primeros días del falangismo. En efecto, Primo de Rivera había tenido un contacto superficial con los nazis en una breve visita a Berlín en 1934, lo que le había dejado un sabor amargo y lo había distanciado de la experiencia alemana. Desde aquella época la Falange española renegó del fascismo de sus vecinos lo que supuso un cambio diametral en los conceptos. De esta forma los falangistas se afirmaron independientes de cualquier expresión o influencia externa hasta la llegada del Franco al poder (Ruiz Vásquez, 2004).

 

En 1945, Franco busco alejarse del estigma fascista dictando una serie de decretos que borraban el aire militar del partido falangista entre otras normas, se prohibió el saludo nazi que había adoptado el régimen franquista. En este marco de referencia, el partido ya no representaba nada para el país, tan sólo era «un fósil digno a lo sumo de figurar en los museos».

 

El Fascismo en el trópico: las "camisas verdes" de Salgado en Brasil

 

Los efectos de la crisis de 1929 y el crach financiero de Wall Street comenzaron a multiplicarse y extenderse rápidamente a todos los países de mundo. Steinbeck en Las Uvas de la Ira describió dramáticamente la manera como se destruía la producción no consumida para enfrentar la crisis, haciendo subir los precios ante una demanda que se presumía sería más precaria. El maíz por ejemplo, era quemado para calentar las casas. Las papas eran lanzadas a los ríos y los cerdos sacrificados, citado por Ruiz Vásquez (2004).

 

En Brasil, el café, uno de los principales productos de exportación, se utilizó, en aquellos tiempos difíciles, para atizar las calderas de las locomotoras. La depresión económica, el poder adquisitivo de la moneda y la caída del cambio trajeron como consecuencia un descontentó generalizado entre los trabajadores. La huelgas se hicieron cada vez más frecuentes durante el gobierno de Getulio Vargas, gobernador de Río Grande do Sul, quien dirigió una revolución triunfante que lo llevó a presidir una dictadura entre 1930 y 1934, año en que fue nombrado Presidente constitucional para convertirse en uno de los dirigentes más reconocidos de la historia reciente del Brasil. El Brasil de Getulio Vargas era aún un país con una exigua masa proletaria. No obstante, los obreros paralizaron los puertos, los correos y los telégrafos. A estas protestas se unieron los estudiantes y la confederación de médicos. Como sucedió en Italia o en Alemania, surgió un movimiento reaccionario de derecha como respuesta a toda la movilización revolucionaria de los sindicatos.

 

En 1932, Plinio Salgado fundó la Acción Integralista Brasileña, en Sao Paulo, con marcada influencia del integrísimo lusitano de Antonio Sardinha que a su vez tenía sus ascendientes ideológicos en el concepto integralista de Charles Maurras. El Cónsul general Italiano en Sao Paulo, Mazzolino, hombre de confianza del Duce fue uno de los principales organizadores del integralismo en Brasil. Luego, en 1935, el grupo recibió ayuda y siguió las directrices del representante de Hitler en Brasil, von Cossel. Igualmente, el partido de Salgado fue auspiciado por industriales italianos gracias a lo cual pudo hacerse a una gran propaganda nacional con el amparo de brigadas de asalto que tenían por misión cancelar violentamente las movilizaciones populares.

 

En el horizonte brasileño se dieron fuertes organizaciones fascistas. Los nazis se asentaron al sur del Brasil, a lo largo de las colonias alemanas situadas en los Estados de Río Grande do Sul y Santa Catalina. Los integralistas se vistieron con camisas verdes y acogieron el signo SIGMA como la representación de la suma de todas las cosas. El Dr. Plinio Salgado organizó este primer grupo fascista de la historia brasileña. En el Congreso Federal del partido, los 20 Estados del Brasil tuvieron su representación. El antisemitismo y el totalitarismo recalcitrantes fueron una de las fases hitlerianas del nativo fascismo brasileño. El integralismo tuvo gran arraigo entre sencillos campesinos y pequeños propietarios quienes actuaban según las reglas y las costumbres conservadoras.

 

Los integralistas brasileños actuaron con la connivencia gubernamental que veía en éstos un buen instrumento en contra de la peligrosa ola huelguista que crecía con la recesión. Los fascistas brasileños o «camisas verdes» se presentaron a las elecciones de 1934 para la Asamblea Nacional Constituyente sin ningún éxito. Sin embargo, tal como aconteció con las camisas negras de Mussolini o los Nazis de Hitler, los integralistas de Salgado jugaron una doble partida: por un lado, la utilización de los canales democráticos representativos y electorales y, por el otro las demostraciones de fuerza con las organizaciones paramilitares (verbigracia: los uniformes, los desfiles, las secciones de asalto, las acciones violentas y la intimidación).

 

En 1935, surgió un movimiento de masas como respuesta a los ataques fascistas de Salgado bajo el nombre de Alianza Nacional Libertadora dirigido por el general Luis Carlos Prestes que sin embargo fue rápidamente desvertebrado por los organismos de seguridad de Getulio Vargas (Ruiz Vásquez, 2004).

 

Tres años más tarde, la alianza de los integralistas y el gobierno se disolvió ante el intento de los primeros por derrocar a Vargas. El presidente brasileño decidió frenar el ímpetu fascista que estaba poniendo en duda, incluso, su supremacía.

 

Peronismo: el Estado corporativo y pronorteamericana

 

El 17 de octubre de 1945, el Coronel Juan Domingo Perón permanecía bajo arresto en un hospital militar de Buenos Aires mirado apesadumbrado por la ventana. Había dejado de lado su uniforme y vestía una pijama a rayas que lo hacían ver insignificante. Perón era un hombre derrotado y sin futuro político. Tan sólo pensaba en dejar limpio su nombre y en contraer nupcias con la actriz Eva Duarte.

 

Aunque esta anécdota parece sacada de la <<petite histoire», ha sido utilizada por los más serios historiadores para hacer un contraste entre la actitud dócil de Perón y la enardecida multitud de obreros que lentamente se dirigía a Buenos Aires en apoyo del militar confinado. Ese día la historia argentina del siglo XX daría un vuelco inesperado.

 

El 4 de junio de 1943 en medio de la Segunda Guerra Mundial, un golpe de Estado dirigido por militares nacionalistas llevó al poder al general Arturo Rawson poniendo fin al gobierno de Ramón Castillo que llevaba a cuestas el estigma de la corrupción y las prácticas electorales fraudulenta. Al interior de la oficialidad no existía una unidad ideológica. Parte de los militares argentinos eran proclives al Eje con abiertas simpatías nazis y otro sector propendía por una alianza pronorteamericana.

 

Estas pugnas intestinas llevaron a relevar de su cargo a Rawson por el general Pedro Ramírez y éste, a su vez, fue obligado a dimitir en, favor de Edelmiro Farrell. Mientras tanto el coronel Perón, ocupó un cargo en apariencia menor como Subsecretario del Trabajo pero que le sirvió para acercarse a las bases obreras de su país que hasta ese entonces no habían tenido un líder. El Partido Comunista, aunque en alza en la década de los 40, había sido un movimiento minoritario incapaz de organizar a los trabajadores argentinos durante los convulsionados años de la depresión del 29.

 

Si bien es cierto que los obreros estaban huérfanos de un guía, no es menos verdadero que su organización iba creciendo como una bola de nieve incontenible debido a las necesidades insatisfechas durante tantos años. Los obreros de la carne conformaban los más poderosos sindicatos gracias a su vinculación con la producción exportadora y una de las principales fuentes de inversión extranjera: los frigoríficos. No obstante, las organizaciones de trabajadores llevaban más de 25 años de reveses sin que sus reivindicaciones laborales tuvieran el menor eco entre los conservadores que habían dominado el Parlamento y la vida nacional antes del golpe militar de 1943.

 

Perón apoyó a los sindicatos independientes de los frigoríficos en un contubernio en donde ambas partes conseguían algún provecho. Por un lado, el Peronismo desconocía con esta alianza a los «indeseables» sindicatos de izquierda. Por el otro, los sindicatos independientes obtenían ciertas ventajas que por fuera de esta asociación serían muy difíciles de alcanzar. «De este modo, entre 1944 y 1945, la alianza de los sindicatos no marxistas y los funcionarios peronistas del gobierno, liquidó la influencia comunista entre los trabajadores de la carne. Las bases obreras comparaban los términos de la lucha y medían el alcance de los beneficios bajo el régimen militar dominado por los peronistas y bajo los gobiernos conservadores que le precedieron.

 

De esta forma Perón supo eliminar la precaria alternativa de izquierda. Ciertamente los beneficios alcanzados por los obreros de la carne independientes en asocio con los Peronistas no eran nada despreciables a los ojos de un vasto sector de la población que nunca había recibido atención a sus necesidades más apremiantes. El aparato estatal, tal como lo supo hacer Franco en España, manipuló a los sindicatos otorgándoles ventajas si éstos se mantenían dentro de los canales institucionales. Entre 1943 y 1947, los beneficios para los obreros como los aumentos en los salarios y el alivio de las condiciones de trabajo se incrementaron en proporciones considerables.

 

Las estrategias de Perón se enfrentaron a diferentes sectores dentro y fuera de Argentina. En primer término, los comunistas se sintieron desplazados y despojados de sus cuadros políticos de base. En segunda instancia, los inversionistas extranjeros, dueños de los frigoríficos se vieron afectados por las huelgas y las reivindicaciones obreras además de sufrir un ataque directo por el constante llamado nacionalista que hacían los Peronistas. En tercer lugar, los conservadores y las clases más acomodadas observaron con temor la continua organización y unión de los obreros. Por último el gobierno de los Estados Unidos y su embajador siempre calificaron a Perón como un oficial si no abiertamente pro nazi al menos inclinado a mantener a la Argentina dentro de la neutralidad en el conflicto mundial entre el Eje y los Aliados.

 

Todos estos sectores disímiles se unieron para poner bajo arresto a Perón quien creyó inevitable el final de su carrera política y militar. Sin embargo, casi un millón de obreros, entonando cantos y portando antorchas, llenaron las principales calles de Buenos Aires ante la mirada desconcertada de la elite argentina y la sorpresa de las autoridades de la Casa Rosada. A media noche, Juan Domingo Perón fue liberado y se dirigió a sus «descamisados» tal como se conocerían a los obreros seguidores del caudillo (Ruiz Vásquez, 2004).

 

Con el apoyo obrero, Perón ganó las elecciones cuatro meses más tarde, lo que le dio al líder populista la posibilidad de instaurar a sus anchas un régimen neofascista basado en un modelo de Estado corporativista utilizando como eje central el nuevo partido peronista. El mismo Perón nunca ocultó su temor a un movimiento obrero con conciencia de clase; y fue muy honesto con los trabajadores en torno a la naturaleza corporativista de su filosofía.

 

En el concierto internacional el proyecto de Perón siempre fue visto como un programa fascista salido de tiempo y de contexto cuyos hilos conductores fueron el corporativismo y el antimarxismo. Así la base social del Peronismo -los obreros­ fuera diametralmente opuesta a la que aglutinó el fascismo europeo, el programa que se inició en Argentina se enmarcó dentro de los parámetros filosóficos del fascismo en general.

 

Algunas consideraciones a manera de síntesis

 

Vistos los anteriores ejemplos es posible señalar algunas directrices que generalizan las principales características del ascenso hacia el poder de los partidos fascistas. En primer lugar, es oportuno apuntar que el fascismo encontró las puertas abiertas para su acción política con la crisis del Estado liberal que no podía dar respuesta a la grave coyuntura económica, afirma Ruiz Vásquez (2004). La inflación Y el desempleo propiciaron una vasta movilización obrera por reivindicaciones laborales y salariales que amenazaba con subvertir el orden. Lo anterior, sumado a la reciente experiencia revolucionaria en la Rusia zarista y el desarrollo de partidos socialistas, provocó un gran temor en los sectores conservadores de derecha. El miedo al comunismo produjo un movimiento reaccionario que buscaba restaurar el orden existente, puesto a tambalear a raíz de las protestas populares. En América Latina, aunque el fascismo surgió durante regímenes dictatoriales, su propuesta nació como una consecuencia directa de los gobiernos liberales corruptos que antecedieron los golpes de Estado.

 

Los partidos fascistas en su afán por alcanzar el poder utilizaron una táctica de doble vía. Por un lado, se insertaron en los canales democráticos participando en las elecciones. Por el otro, hicieron uso de la violencia caracterizada por la intolerancia y la intimidación, y ejercida por medio de grupos paramilitares de choque. Aunque los partidos de este corte se hicieron presentes en todas las regiones, su preponderancia en las ciudades lo consolidó como un movimiento eminentemente urbano. El fascismo al plantearse como un grupo de masas aglutinó a la población a través de una simbología que exaltaba la nacionalidad y el patriotismo. La figura del jefe consolidó férreos lazos de fidelidad y adscripción. El fascismo despertaba en cada individuo sentimientos de pertenencia y le hacía sentirse protegido y seguro.

 

El fascismo en Colombia. De Los Leopardos a la Tercera Fuerza.

 

Ahora nuestro análisis apunta a establecer cómo surgió el fascismo en Colombia a inicios del siglo XX. Pretendemos definir y entender la Tercera Fuerza, como expresión del fascismo criollo, como grupo analizada desde los estudios del profesor Teun van Dijk, quien ubica tres puntos para entender la ideología: Identidad, Relación Social y Discurso.

 

A partir de esto, podemos entender a esta agrupación desde su discurso ideológico y la función de este como foco de identidad.

 

Posteriormente se hace el análisis comparativo entre el discurso de Gilberto Alzate Avendaño y Los Leopardos, y el de Tercera Fuerza, identificando los puntos neurálgicos en el discurso de Tercera Fuerza, que reflejan la relación de influencia del ideario fascista de Alzate Avendaño y Los Leopardos, sobre este.

 

El fascismo ya había incursionado en Colombia, generando grandes debates entre los diversos sectores sociales en la tercera década del siglo XX. Este fenómeno, aparentemente distante y ajeno, se volvió una parte importante y esencial para la intelectualidad colombiana del siglo XX, quien encontró en este la marca personal con la que caracterizaría el inicio del centenario y marcaría un punto de partida fundamental para el nuevo nacionalismo emergente que, se supondría, iba a generar cambios tanto sociales como políticos e incluso culturales. Sin embargo, diversos hechos llevaron a que este proyecto nacionalista se desintegrara, y quedara relegado a los anaqueles de la historia. La caída de los regímenes fascistas en Europa, la persecución de alemanes, y la amenaza hacia gobiernos simpatizantes con el nacionalsocialismo, generó una enorme incertidumbre al interior del país de lo que podría suceder por la declarada simpatía de diversos sectores hacia los regímenes fascistas.

 

Siendo este el escenario internacional, en Colombia no era mejor la situación.

 

Tanto dirigentes liberales como conservadores chocaban al interior de sus partidos, lo que llevó a que las elecciones de 1946 fueran una lotería. En el partido Liberal, las candidaturas de Jorge Eliecer Gaitán y Gabriel Turbay llevaron a la división; mientras que en el partido Conservador eran Laureano Gómez y Mariano Ospina Pérez quienes protagonizaron el choque, siendo este último quien triunfa en la disputa por la Presidencia. Con Ospina acaecería el fenómeno quizás más importante de mitad del siglo XX: el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán, el 9 de abril de 1948. El asesinato fue adjudicado al partido Conservador, desencadenando toda una ola de violencia en la capital (el Bogotazo).

 

En 1949, Laureano Gómez se presenta como candidato único a la presidencia, siendo elegido para el período 1950-1954. Con la presidencia de Gómez inicia en los sectores rurales La Violencia, en la que liberales y conservadores protagonizaron una cruenta guerra. Esto obligó a que algunos liberales se desplazaran a las montañas, dando paso al surgimiento de las guerrillas.

 

Este era pues el escenario que se contemplaba para Colombia; un escenario que obligó a desviar el pensamiento y la mirada del debate nacionalista que surgió en la década de 1920. Esta desviación generó un proceso de olvido que no ha sido superado. Toda aquella época de debates, discusiones, elucubraciones e ideales desapareció con el asesinato de Gaitán, y se extendió hasta nuestros días, donde aún es un misterio para gran parte de la sociedad (Ruiz Vásquez, 2004).

 

Presente en esta lucha mundial, nace Tercera Fuerza, una agrupación que se autoproclama neonazi, rindiendo honor a la tradición hispánica heredada de los conquistadores españoles, de quienes sus miembros se consideran directos herederos y por ende, llamados a la gloria en la unificación con la madre tierra, España.

 

¿Qué es la Tercera Fuerza?

 

Tercera Fuerza toma su nombre de un movimiento existente en 1956, elogiado y admirado por el ex presidente Gustavo Rojas Pinilla. Su lema “Dios y Patria” era una declaración de su compromiso religioso y su entrega hacia la nación.

 

Partiendo de esta base, Tercera Fuerza se erige principalmente bajo los principios nacionalsocialistas, como base ideológica de su proyecto. Se definen como minoría, promoviendo un discurso que exalta intrínsecamente la necesidad de separación y diferenciación. Afirman que ha sido una grave falla del Estado colombiano una alienación de sus miembros a la causa nacionalsocialista, cuyo fantasma aún les impide consolidarse como una agrupación legal.

 

Manteniendo la esencia nacionalsocialista, pero alejándose del carácter violento y agresivo del modelo alemán, Tercera Fuerza, promueve un discurso pacifista y apaciguado que denota mayor interés en la relación armónica con las demás culturas, que en una respuesta violenta, agresiva y desenfrenada hacia la convivencia con estas. Sin negar su simpatía hacia el nacionalsocialismo, Tercera Fuerza busca encubrir los aspectos negativos que opacaron aquello positivo que tuvo Tercera Fuerza y que denomina el nacionalismo, que profesa como nacionalismo identitario, un nacionalismo único y exclusivo para todo aquel que comparte nuestra herencia hispánica y sus costumbres, es decir para todos aquellos que por su condición étnica y cultural se consideran descendientes orgullosos de los valientes hijos del imperio español quienes colonizaron este territorio legándonos no solo nombres, apellidos, lenguaje y raza sino una inmensa y rica cultura la cual defendemos (Vivas, 2012).

 

Es claro que Tercera Fuerza está lejos de ser un movimiento meramente nacionalsocialista, pues su nacionalismo se fundamenta en valores y creencias establecidos por varias expresiones fascistas. Aun cuando se definen nacionalsocialistas, es posible identificar otras tendencias fascistas que marcan su idea nacionalista. Su interés por los principios y valores tradicionales de la cultura hispánica denota influencia del falangismo español, toda vez que evocan la imagen de España como fuente de cultura (Vivas, 2012).

 

Tercera Fuerza afirma que su proyecto no se trata de proselitismo político, pues no es una organización de masas o que tenga como prioridad conseguir adeptos o prosélitos entre sectores sociales ajenos, creemos que las personas destinadas a luchar por nuestra causa deambulan por ahí, solo es cuestión de que los descubran por sí mismos.

 

Hay que aclarar qué Tercera Fuerza se autodenomina neonazi y su guía ideológica es el nacionalsocialismo alemán. Esta agrupación no reconoce directamente influencia de Alzate y/o de Los Leopardos, pues de significar ellos su influencia, dejaría de ser neonazi, para ser alzatista o leopardista. No obstante, la ideología que manejan está altamente permeada por las ideas y concepciones que se plantearon en el siglo XX. Por lo tanto, se mostrarán aquellos puntos neurálgicos en los que hay una enorme referencia al fascismo de entonces y se demostrará que, a pesar de declararse neonazi, Tercera Fuerza presenta en su discurso una enorme influencia del pensamiento fascista de Gilberto Alzate Avendaño y de Los Leopardos.

 

El pensamiento fascista imperante en Colombia en los años 20 se basaba principalmente en el nacionalismo integral de Charles Maurras; y en la doctrina del Falangismo español, cuyas bases fueron instauradas por José Antonio Primo de Rivera y se desarrollaron con Francisco Franco, caracterizada principalmente por la idea del hispano-expansionismo de la “Nación, Unidad, Imperio”. Además, también es posible referirse al nacionalsocialismo alemán, toda vez que fue el promotor del discurso racista con el que simpatizaría una gran parte de la intelectualidad colombiana.

 

Tercera Fuerza ha ido ganando relevancia y reconocimiento gracias a su simpatía hacia el nacionalsocialismo alemán, pero en especial, gracias a su discurso racista, pues basan su idea de la raza en un “programa de eugenesia y conservación racial”, por medio de la “reproducción de los elementos de una raza con elementos de la misma para preservar sus capacidades y mantener su cultura”. Debido a este discurso racista, característica principal del nacionalsocialismo alemán, es que Tercera Fuerza se denomina neonazi. Sin embargo, la presencia de elementos maurrasistas y falangistas es altamente evidente (Vivas, 2012).

 

Maurras hablaba del nacionalismo integral, el cual se definía como el culto a la patria y la entrega absoluta del individuo tanto en el plano físico como en el plano espiritual. El hombre nacía para servir a la patria y de ser necesario, debía morir por ella. Con esta idea, surge la concepción de nación de Alzate Avendaño y Los Leopardos, quienes aceptaban que la patria lo era todo y que el hombre debía estar subordinado no a sus intereses particulares, sino a los intereses comunes de la patria.

 

 

Si bien el hombre era libre, su libertad estaba restringida por las necesidades nacionales, las cuales se basaban en un fuerte nacionalismo y un marcado catolicismo (en el caso colombiano, pues el nacionalismo integral maurrasista negaba la existencia de una religión y apostaba al culto místico a la patria). Estos conservadores, basándose en el modelo maurrasista, concebían a la nación y a la Iglesia como el andamiaje de su sociedad utópica.

 

El modelo del nacionalismo integral concebido en los albores del siglo XX en Colombia no era ajeno a lo reflejado en el discurso de Tercera Fuerza. Sin hacer referencia explícita, era identificable el sentimiento de unión entre sus miembros y su lazo hacia la tierra, en lo que ellos denominan un “corpus de naturaleza orgánica” (Vivas, 2012).

 

Los miembros de Tercera Fuerza cumplen tres características esenciales: sangre, suelo e idea, las cuales constituyen aquel corpus. Al existir dicho sentimiento de unión, se genera una entrega por parte del individuo al suelo en el que nace y vive. Si existe esto, la entrega del individuo a la causa de la patria es mayor y su compromiso en la lucha por su subsistencia será absoluto. Como Maurras contemplaba, “el compromiso y la subordinación del individuo con la nación son absolutos”.

 

Si bien Maurras concebía dicha entrega como una justificación de la patria poderosa, única y absoluta, es justo mencionar que ni Alzate Avendaño ni ningún miembro de Los Leopardos veían a Colombia como la patria en su imagen absolutista, como podían serlo la Alemania Nazi o incluso la Francia de Maurras. No obstante, para quien si existía Colombia, no como patria, sino como fragmento de un gran imperio, era para Silvio Villegas, quien defendía la idea de volver a la madre patria España, unificando nuevamente este gran imperio. Justamente este sería el segundo elemento que en Tercera Fuerza se hace tan notable, aún sin hacer referencia siquiera al primorriverismo o al franquismo.

 

Tercera Fuerza reconoce que sus miembros son tales, por compartir el pasado y la herencia que dejaron los españoles durante sus conquistas, y que su principal misión dentro de la agrupación es proteger y difundir la herencia y cultura española.

 

Siendo así nuestro nacionalismo algo único y exclusivo para todo aquel que comparte nuestra herencia hispánica y sus costumbres, es decir para todos aquellos que por su condición étnica y cultural se consideran descendientes orgullosos de los valientes hijos del imperio español quienes colonizaron este territorio legándonos no solo nombres, apellidos, lenguaje y raza sino una inmensa y rica cultura la cual defendemos, dicen sus integrantes, citados por Vivas (2012).

 

Es claro que sienten ser parte de un todo inexistente hoy, que pretenden recuperar, tal como concibió Villegas. La idea de José Antonio y Franco toma gran interés luego de un poco más de 70 años de promulgados los XXVI Puntos de la Falange Española, en que “Nación, Unidad, Imperio” era el paso decisivo para recuperar la grandeza de España.

 

Tercera Fuerza, al igual que Villegas, identifica a Colombia como parte de un todo, mas no como la patria a la que deben honor y gloria. Colombia es parte importante del proyecto imperialista español, por lo que su cultura y tradición deben mantenerse vivas y protegerlas de ser absorbidas por otras culturas y razas. Tercera Fuerza considera poseer el poder de llevar a Colombia a ser parte de esa grandeza española que se perdió luego de la independencia. Sin embargo, los miembros de Tercera Fuerza no se consideran españoles, sino herederos de la cultura hispánica; ante todo, son colombianos, pues Colombia es el suelo en que ellos nacieron y del cual nunca se apartarán, donde se asientan sus tradiciones y cultura (Vivas, 2012).

 

A diferencia de los conservadores del siglo XX, quienes adoptando el nacionalismo integral de Maurras concibieron la religión como parte fundamental de su modelo social y político, Tercera Fuerza se aparta de esta concepción religiosa, y antepone el deísmo desde la aceptación de Dios a través de la razón y la experiencia personal: el nacional socialismo es una estructura ideológica y vivencial basada en la verdad; un paso hacia un nuevo orden mundial concebido sobre el eterno orden de la vida, una nueva fe más cercana al principio original que cualquier otra de las contemporáneas. Pero este acercamiento a la verdad significa despegarse de toda religión (Vivas, 2012).

 

Ciertos elementos en el discurso maurrasista indican una contradicción entre sus presupuestos, pues el nacionalismo integral niega a la religión (“La religión debe sustituirse por el culto místico a la nación, a la tierra y a los muertos”); sin embargo, tanto Iglesia como Ejército son necesarios para alienar a la sociedad bajo el mismo proyecto nacionalista. Ante esta aparente contradicción, por un lado, tanto Alzate Avendaño como Los Leopardos tomaron a la religión como elemento principal en el proyecto nacionalista, toda vez que representa la tradición heredada y el punto de identificación como nación; y por otro lado, Tercera Fuerza prefiere mantenerse al margen de la influencia religiosa y optar por un deísmo conformista, contradiciéndose, al promover un discurso hispano y oponiéndose a un elemento fundamental en este como la religión.

 

Ahora bien, en lo que respecta a la influencia del falangismo dentro del discurso de Tercera Fuerza, un elemento de gran importancia para ellos es la tierra y la clase obrera. Trabajaremos por la defensa del primer rango productivo que es el campo, reza en el decálogo ideológico de Tercera Fuerza, citado por Vivas (2012), concibiendo al campo como la principal y más importante fuerza productiva del país. El campo constituye la capacidad de independencia en un territorio, pues es la fuente de producción, y un país que produce no depende de terceros para satisfacer las necesidades de su sociedad. Esto mismo era lo que concebía el falangismo, principalmente con Franco, quien defendía la tierra como medio de sustento de la sociedad, la cual no podía ser expropiada por privados, tal como sucedía con el capitalismo. Con esto, Franco buscaba que España fuese autosustentable, y esto se daba a través del fomento de la agricultura y de la protección del campesinado del atropello de instituciones privadas.

 

De la misma manera, Tercera Fuerza propende por los mismos objetivos, por lo que podríamos calificar a esta agrupación de nacionalsindicalista, toda vez que busca la protección de la clase trabajadora.

 

Recordemos que el falangismo, tanto en el primorriverismo como en el franquismo, fue de índole nacionalsindicalista, como máxima expresión del rechazo al capitalismo, por lo que su gobierno se constituyó a manera de sindicato, con el fin de que al trabajador se garantizaran su protección y beneficio. Tercera Fuerza, por medio de su proyecto de protección al trabajador, afirma: incentivaremos el desarrollo y protección de la pequeña y mediana empresa que es base indispensable de una sociedad libre y autosuficiente, por medio de facilidades crediticias justas que impulsen la inversión en los oficios artesanales, sobre todo agropecuaria y agrícola. Ellos encuentran en el falangismo una especie de reforma agraria, apelando indirectamente a un modelo corporativista, defendido por el falangismo y por el nacionalsocialismo. Como se anotó, la estructura del estado español se basaba en un nacionalsindicalismo, animado por los sindicatos, característica de un modelo corporativista. Tal es la razón a considerar a Tercera Fuerza como simpatizante del corporativismo, al presentar elementos nacionalsindicalista, propios principalmente del falangismo.

 

Aun siendo la tierra y el campesinado factores de gran relevancia en el discurso de Tercera Fuerza, el principal y más importante punto que se identifica es la idea del imperialismo español. Con José Antonio y con Franco, la idea de que España retornara a sus años de grandeza siendo un prominente imperio europeo se tornaba atrayente, pues de esta manera aquellos territorios independizados de la corona española tendrían la oportunidad de alcanzar la grandeza y poder que no habían logrado luego de su independencia.

 

Colombia había atravesado por un periodo de crisis institucional conocido como la Patria Boba, pues los líderes políticos no eran capaces de decidir el modelo de gobierno más efectivo para el país. Esto llevó al país a un retroceso en su campaña por establecerse definitivamente como territorio libre e independiente. Como consecuencia, el país se vio envuelto en una guerra política y social que amenazaba con desestabilizar el frágil equilibrio que tan difícilmente lograba mantener. Es cuando aparece Silvio Villegas como principal abanderado de la idea de que Colombia volviera a ser parte del territorio español, y de esta forma acabar con tantos años de crisis institucional y social que impedía al país avanzar socialmente. Villegas fue pionero de la “Nación, Unidad, Imperio” que buscaba engrandecer a España, quien se había desdibujado en el plano internacional gracias a la pérdida de sus territorios y a la constante guerra interna que llevó a las dictaduras de Miguel Primo de Rivera y de Francisco Franco.

 

Sin embargo, dicho pasado ha sido obviado y desconocido por la sociedad.

 

Y al igual que la sociedad, Tercera Fuerza, abanderada de la herencia española, desconoce la influencia de Villegas en su interés por engrandecer a Colombia y sacarla de su crisis institucional. El lema de Tercera Fuerza, “Herencia – Tierra – Comunidad”, es reflejo de su entrega a la causa hispana: herederos de la cultura española, su entrega en la defensa de la tierra donde nacieron y heredaron la cultura, y el conglomerado humano que se percibe como igual y que comparten el sentimiento de sacrificio por la tierra y por la cultura.

 

Mucho se ha escrito de Tercera Fuerza y su campaña por mantener viva la herencia y cultura españolas, por lo que seguir escribiendo al respecto, sería redundar en el tema y hacer extensivo y exhausto este análisis. Al respecto podemos decir que Tercera Fuerza desconoce la herencia intelectual definida por Silvio Villegas, y se salta a retomar y concebir la idea primorriverista y franquista desde un modelo propio, que refleja el mismo ideal de Villegas. Es decir, Tercera Fuerza, en cuanto a la idea de “Nación, Unidad, Imperio” se refiere, no propone nada nuevo, y tan solo retoma, sin reconocer su influencia, lo propuesto por Villegas.

 

No es claro si en Tercera Fuerza la idea de unificación de Colombia con España, en lo que conformaría el gran imperio español, responde a la influencia directa del primorriverismo y el franquismo (tal y como fue el caso de Villegas), o simplemente retoma lo propuesto por Villegas, adaptando dicha idea. Como se puede evidenciar, Tercera Fuerza da preeminencia en su discurso a la herencia hispánica, absteniéndose de hacer referencia directa a la idea de unificación de los territorios españoles. Sin embargo, se puede abstraer dicha idea, toda vez que su referencia a España es la de la madre patria España, exponiendo así un claro sentimiento de devoción y entrega superior a su sentimiento de identificación con el suelo de nacimiento. Esta agrupación se empeña en construir una comunidad que preserve las características de la herencia hispánica, mas no propende por defender ni preservar el territorio colombiano.

 

Finalmente, el último aspecto a analizar en Tercera Fuerza es el concerniente al discurso racista, pues es a partir de este, que la organización puede ser catalogada como neonazi. Como se anotó, la teoría racista de Hitler se basó principalmente en las obras de Gobineau, Lapouge, y Chamberlain. También se anotó que la teoría racista de Hitler respondía a una influencia directa del maurrasismo, pues fue Maurras quien realmente se formó a partir de las obras de estos tres teóricos racistas; Hitler tan solo revisó someramente sus obras, a fin de comprender el pensamiento de Maurras.

 

El discurso nacionalsocialista promovía un racismo principalmente antisemita, a la par que declaraba a la raza germana como la raza pura, por lo que todo alemán debía vivir dentro del territorio alemán. Bajo esta consigna, Hitler emprendió su proyecto expansionista, buscando unificar al pueblo alemán bajo el imperio alemán. El racismo que promovía buscaba aislar al pueblo alemán del resto de razas y culturas que pudieran degenerarla y poner en riesgo la pureza aria. El proceso de exterminio de razas distintas a esta estuvo cobijado bajo una política de Estado que garantizara la utilización de todos los medios necesarios para la consecución de dicho objetivo. Tal fue la caracterización del discurso racista del nacionalsocialismo, un proceso de exterminio de razas inferiores que impedían la unificación del imperio alemán.

 

A pesar de manejar un discurso tan violento y agresivo, Tercera Fuerza no adoptó las mismas características del nacionalsocialismo, por el simple hecho de pretender conformar una organización legal. Si bien existe correlación con el discurso racista alemán, es claro que no hay conexión explícita con los elementos violentos que tildaron de negativo al nacionalsocialismo. El racismo que profesa Tercera Fuerza se caracteriza por una convivencia armoniosa dentro de un territorio multiculturalista, sin que ello signifique unificación entre razas. Es decir, Tercera Fuerza acepta la multiculturalidad del territorio colombiano, reconociendo la existencia de diversas razas y culturas; pero a la vez, reconoce la importancia de separar las razas para evitar su mezcla, generando degradación y pérdida de su pureza y valores culturales. Dan gran importancia al elemento de la otredad, pues desde este identifican aquello por fuera de sí y aquello parte de si, logrando así separar los elementos propios de lo ajenos (Vivas, 2012).

 

Cuando nos identificamos y nos reconocemos como parte de algo por ciertas características que cumplimos, podemos identificar aquello que no cumple dichas características y que, por ende, se excluye de nuestro nicho social. Así pues, nos apartamos de aquello con lo que no nos identificamos y generamos una especie de barrera que impide no la interacción entre elementos diferentes, sino una posible invasión a nuestro espacio. Este rechazo, mas no negación del otro, es lo que Tercera Fuerza promueve para mantener su identidad. Siendo una minoría, exponen una imperiosa necesidad por auto protegerse y que las autoridades y la sociedad los protejan.

 

Pues bien, el racismo de Tercera Fuerza se caracteriza no por atacar otras razas o culturas, sino por reconocerlas como diferentes y reconocer su derecho a defender su identidad, tal como ella lo hace. Su racismo no busca la eliminación ni la subordinación de las demás razas hacia la raza blanca, sino que busca el punto medio para garantizar su subsistencia. Al ser una minoría que se desenvuelve en un ambiente multiculturalista, no puede promover discursos que violenten o atenten a mayorías. La sociedad colombiana, formal e institucionalmente hablando, ha tomado conciencia de su diversidad y multiculturalidad, generando valores que promuevan una convivencia armoniosa entre individuos y culturas. Atacar estos valores sociales llevaría a un rechazo generalizado hacia el foco de violencia. Esto no beneficia en absoluto los intereses de Tercera Fuerza quien, nuevamente, busca su reconocimiento como organización legal.

 

Si bien el racismo de Tercera Fuerza demuestra lejanía respecto el discurso nacionalsocialista, esto se debe a la situación de desventaja en la que se encuentra, ya que en un país minoritariamente blanco (20% aproximadamente) no es factible promover un discurso creado para una población mayoritariamente (si no absolutamente) blanca.

 

Esto puede ser considerado un factor estratégico conforme a sus fines. No obstante, a pesar de esta leve lejanía en su base ideológica, Tercera Fuerza es consciente de su esencia nacionalsocialista, y por ende, promueve el discurso racista nazi, adaptándolo a su contexto y a sus intereses, sin que por ello pierda validez.

 

Dicha simpatía y asimilación del discurso racista nacionalsocialista refleja la influencia de Gobineau, Lapouge y Chamberlain.

 

En primer lugar, hay que recordar que Gobineau elaboró su concepto de nación desde la idea de la raza, afirmando que la nación no venía dada por la raza y la sangre. De igual manera, para Tercera Fuerza la raza es el fundamento de la nación, la cual se representa en el imperio español. Su auto reconocida herencia hispana apunta a retornar a la madre patria España, cuna de su cultura y tradición. Apelando a un sentido tradicionalista, esta agrupación se constituye bajo los preceptos de raza y sangre, razón por la cual se reserva el derecho de admisión, propendiendo el mayor nivel de pureza posible en su interior. Al igual que Gobineau con Alemania, Tercera Fuerza, aun siendo una agrupación colombiana, ve en España la perfección, pues es cuna de su sangre.

 

En segundo lugar, la teoría de Lapouge imprime el sentido colectivo a la organización. Lapouge afirmaba que ningún individuo podía negar ni su sangre ni su raza, pues esta no se adquiría por decisión propia; era pues deber del individuo rendir honor a su raza, la cual definía a su nación. Tercera Fuerza, pues, se identifica como una organización dispuesta a su entrega por la raza y por la nación. La sumisión es absoluta, pues dan preponderancia a la causa social antes que a la causa personal. El deber con la raza, se expresa en su absoluta y total abnegación: el hombre y la mujer deben ser nación y patria, deben incorporar su interés individual a la lucha colectiva, ley moral que une a los hombres y a las generaciones en una tradición y una misión, que suprime el instinto de la vida encerrada en los placeres, para instaurar un deber superior (Vivas, 2012).

 

Es claro que el concepto de colectividad tiene bastante sentido para Tercera Fuerza, pues representa la identidad que comparten sus miembros hacia la nación.

 

Por último, Chamberlain reconocía la necesidad de someter a la raza judía, pues eran los causantes de los modelos socialistas que amenazaban al sistema capitalista. Aunque en Tercera Fuerza el antisemitismo no es una característica tan obvia, si se refleja en algunas de sus afirmaciones: El caos del sistema sionista no es el orden, la disciplina y la auto superación de si (Vivas, 2012). Con esto, no están afirmando más que por medio de la disciplina (característica de un régimen militar) y de la auto superación (desligue de cualquier alienación dominante) es posible resistirse a la ideas sionistas que subordinan al hombre y su conciencia a intereses particulares. De ahí que disciplina y auto superación significan el caos de dicho sistema. Siendo nacionalsocialistas no podían ausentarse de uno de los elementos característicos del régimen alemán, el antisemitismo.

 

Ahora bien, ya analizada la influencia del discurso racista alemán, debemos pasar a analizar el papel del discurso racista colombiano del siglo XX. Como se había anotado, el racismo de aquella época en el país se caracterizaba por la idea de humanizar al indio por medio de procesos de inmigración de europeos, cuyos valores y cultura absorbieran los valores y cultura bárbaros de los indios. La idea de europeización les asistía como solución para evitar la degeneración de la raza, no solo del país, sino del continente latinoamericano.

 

Siendo esta la idea de aquellos intelectuales, la absorción de las razas no blancas, Tercera Fuerza alcanza a alejarse notablemente del racismo. Mientras en la década del 20, los intelectuales percibían la necesidad de acabar con el indio sin mezclarse con él, Tercera Fuerza admite la existencia y relación armónica entre las razas. No pretende el sometimiento pero si la diferenciación. Este distanciamiento entre el discurso racista de los años 20 y el discurso racista de Tercera Fuerza se explica gracias a la idea de multiculturalidad antes mencionada. Siendo minoría, no puede atentar contra los valores de la mayoría.

 

El discurso racista de los años 20 simpatizaba con el discurso racista alemán en cuanto buscaba la eliminación de razas y culturas que chocaran con los valores sociales de la raza blanca, aunque no compartían los medios para dicho fin. Por el contrario, Tercera Fuerza comparte el discurso racista alemán, pero desde un modelo adaptado a sus intereses como organización. Sea como fuere, ambos contextos históricos asimilaban el discurso racista alemán, en tanto que promotor de esta característica dentro del fascismo; sin embargo, la manera en que ambos interpretaron y promovieron el discurso en su respectiva época, dista mucho el uno del otro.

 

Con base en todo lo expuesto en este capítulo, queda claro que Tercera Fuerza no se aleja de lo que en su momento pensaron e interpretaron los políticos e intelectuales de la sociedad colombiana del siglo XX. Aún denominándose neonazis, no escapan a la influencia del pasado fascista colombiano. Diversos elementos han demostrado su similitud con el fascismo del siglo XX, aunque ambos discursos respondan a contextos y estímulos distintos. No queda duda de que Tercera Fuerza, sin ser alzatista y/o leopardista, responde a una influencia indirecta del fascismo demostrado, defendido y promulgado por los conservadores Gilberto Alzate Avendaño y Los Leopardos (Vivas, 2012).

 

Como vimos, Colombia no ha sido ajena a un fenómeno que en un tiempo se percibió tan lejano. Si bien es cierto que no ha logrado constituirse un fascismo fuerte y prominente, los destellos de este han sido verdaderamente sobresalientes, y requieren un estudio juicioso. Desde Gilberto Alzate Avendaño y Los Leopardos, hasta Tercera Fuerza, el fascismo en Colombia ha tenido un alto grado de desarrollo e interés (Vivas, 2012).

 

En primer lugar, podríamos identificar que en Colombia no es correcto hablar de fascismo, sino de seudofascismo, en el sentido que el profesor Stanley Payne describe. Las características políticas y sociales sobre las que se fundó el fascismo en Europa no son las mismas que las que se presentaron a principios del siglo XX en Colombia, ni las que se presentan hoy. Además, no se ha constituido un gobierno como tal que promueva abiertamente el fascismo.

 

Quizás el hecho de constituirse en seudo fascista fue la razón por la que lograron tener tanta importancia e influencia en su época, desde un ambiente intelectual más que político. No podemos negar que el proyecto fascista de Alzate Avendaño y Los Leopardos no pasó de la simple teoría y no alcanzó a proyectarse en el escenario político (aclarando que varios intentos se realizaron, pero fueron un rotundo fracaso). De la misma manera, Tercera Fuerza no ha logrado cumplir su objetivo de ser reconocida como organización legal, lo que ha llevado al rechazo social de su institución; y en parte, basándonos en el tiempo que llevan como organización, también podría hablarse de un logro intelectual relativo a la par de un fracaso como organización, afirma Vivas (2012).

 

En segundo lugar, se hace referencia a un logro intelectual relativo por parte de Tercera Fuerza. Este logro intelectual se entiende como una adaptación del fascismo a un nuevo contexto social y político. Su discurso trata de ser coherente, pero en esa lucha por la coherencia, cae en contradicciones imperceptibles que exponen un debilitamiento de su pensamiento. Esto lleva al relativismo que se exponía, pues han logrado constituir una organización fuerte y numerosa, difícil de desintegrar, pero a costa de retomar ideas antes concebidas y de presentar contradicciones en su discurso. Tercera Fuerza ha tenido un logro intelectual relativo en tanto que no ha propuesto algo nuevo.

 

En tercer lugar, podemos identificar la relación de influencia de Alzate Avendaño y Los Leopardos con Tercera Fuerza. Es claro que estos conservadores no representan la esencia del proyecto fascista de la organización, pues de serlo, esta sería alzatista y/o leopardista; su principal influencia es el nacionalsocialismo alemán, gracias al cual se identifica como neonazi. Aun así, han dejado expuesta una clara y definida influencia del pensamiento de aquellos intelectuales conservadores, significando estos una influencia complementaria. Las cosas así, es justo reivindicar con la historia a Gilberto Alzate Avendaño y al grupo Los Leopardos, pues son los predecesores del fascismo en Colombia, al establecer un acercamiento teórico contextualizado a la realidad social del país de las ideas fascistas. Y como ha sido demostrado, dicho acercamiento fue retomado por Tercera Fuerza en su discurso ideológico.

 

Ahora bien, respecto a lo anterior y como cuarto punto, es necesario apuntar que Tercera Fuerza en su discurso ha tendido a presentar elementos que no son propios del nacionalsocialismo, sino que responden a otros tipos de fascismo, específicamente hablando del falangismo español (Vivas, 2012).

 

El grueso de su ideología recae en el reconocimiento de su herencia hispánica y en el culto y respeto a la madre patria España. Han demostrado ser grandes defensores del proyecto imperialista del primorriverismo y del franquismo, bajo la idea “Nación, Unidad, Imperio”. Colombia no representa lo mismo que les representa España. Aun declarándose neonazi, Tercera Fuerza ha dejado entredicho la coherencia de su pensamiento. Y no son solamente elementos falangistas de donde se apoya esta crítica, sino también de elementos maurrasistas. El nacionalismo integral también hace parte de su discurso, por lo que englobar a esta organización en una sola categoría del fascismo, sería un craso error. Discursivamente han expuesto una no exclusividad al nacionalsocialismo.

 

Por ello se considera que más que neonazi, esta organización representa claramente lo que Stanley Payne define como fascismo genérico, un conjunto de ideas comunes entre los regímenes fascistas europeos que permiten identificar este tipo de ideología y la pertenencia a esta (Vivas, 2012). Al identificarse con una sola categoría del fascismo, como el nacionalsocialismo, su correspondencia debería negar la presencia de elementos de otras doctrinas fascistas. No obstante, esto no sucede dentro de Tercera Fuerza. Esta organización caracteriza su nacionalsocialismo únicamente a partir del discurso racista; pero tanto maurrasismo como falangismo son altamente identificables en su discurso. Al manejar un discurso diversificado del fascismo, se entiende que su correspondencia ideológica no niega otras doctrinas, sino que al contrario, las reconoce, por lo que sería correcto afirmar que su ideología, más que nacionalsocialista, falangista o maurrasistas, se inscribe a la idea del fascismo genérico.

 

El fascismo no ha muerto, aún camina entre la conciencia de los hombres. El mundo se ha enfrentado y hoy se enfrenta nuevamente a este temor llamado fascismo, más aun ahora cuando hay manifestaciones fascistas muy protuberantes en Europa, en Estados Unidos y América Latina. Y Colombia, como parte del mundo, ha vivido y vive esta experiencia.

 

Colombia ha sido, salvo excepciones puntuales, un país que ha ejercido la alternancia política a la manera democrática en el último siglo. El partido Liberal y Conservador se han relevado en el Gobierno desde la emancipación de España, a pesar de ello tanto en una como en otra formación política no siempre la adhesión a los postulados de dichos partidos fue unánime. El partido liberal vio como de sus filas surgían contestatarios que además crearon su propia formación política, caso de la UNIR2 de Gaitán, o incluso se encuadraron en el PCC.

 

En la próxima entrega nos referiremos a la constitución del grupo de los Leopardos en la segunda década del Siglo XX. Sus integrantes e influencias ideológicas.

 

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1 George Sorel

2 Decreto noche y niebla

3 República de Weimar

4 Putsch de la cervecería de Munich

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