“El ojo del amo engorda el ganado”:

Reflexión sobre el trabajo socialista

11/12/2018
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Que el hombre sienta la necesidad de hacer trabajo voluntario es una cosa interna y que el hombre sienta la necesidad de hacer trabajo voluntario por el ambiente es otra. Las dos deben estar unidas. El ambiente debe ayudar a que el hombre sienta la necesidad de hacer trabajo voluntario, pero si es solamente el ambiente, las presiones morales las que obliguen a hacer al hombre trabajo voluntario, entonces continúa aquello que mal se llama la enajenación del hombre.

Ernesto Guevara

 

El cubano Yassel Padrón afirma, observando los socialismos reales surgidos como primeras experiencias de Estados revolucionarios durante el siglo XX, que “El principal error que se cometió en el socialismo real fue competir con la producción capitalista en su propio terreno”. La consideración es muy válida, y plantea interrogantes: ¿qué se esperaba de una sociedad regida por la clase trabajadora, donde desaparecen los propietarios individuales de los medios de producción?

 

Los interrogantes abiertos son múltiples: acerca del carácter y naturaleza de esa nueva sociedad en formación, sobre la forma en que se podrá terminar definitivamente con las injusticias conocidas en el capitalismo y, quizá como cuestión clave, la posibilidad de construir el socialismo en un solo país. En relación a esto último, la experiencia de esos primeros pasos (Unión Soviética, China, Cuba) muestra que es posible a medias.

 

Construir y mantener un paraíso de igualdad en medio del ataque furioso del mundo capitalista es sumamente difícil. Países inconmensurablemente grandes y ricos en recursos, como Rusia o China, pudieron sostener, no sin dificultades, un proyecto socialista, afianzarse y crecer en todo sentido, garantizando equidad para su población. Pero la historia deja muchas preguntas: ¿por qué cayó la Unión Soviética?, ¿por qué la República Popular China se abrió a mecanismos de mercado?

 

En países mucho menos ricos, con menos recursos (Cuba, Nicaragua, Norcorea, Vietnam), la cuestión se acrecienta: ¿por qué allí se buscan salidas de capitalismo controlado? ¿Acaso el socialismo no logra las cuotas de justicia que se esperaba? Todo indica que sí: “En el mundo hay 200 millones de niños de la calle. Ninguno de ellos vive en Cuba”, pudo decir con sano orgullo Fidel Castro. Sin ningún lugar a dudas, los modelos socialistas llenaron las necesidades básicas de los pueblos infinitamente más que los planteos capitalistas. Pero queda una duda: ¿por qué las experiencias de socialismo no siguieron adelante con su esquema inicial sin tropiezos, y por qué en muchos casos involucionan hacia formas de libre mercado? ¿La población se cansó de la escasez? ¿Quizá la producción planificada lleva inevitablemente a ese aburrimiento?

 

La respuesta puede darse en dos vías: por un lado, porque parece imposible desarrollar plenamente una experiencia socialista, antesala del comunismo, de la sociedad sin clases (“productores libres asociados” dirá Marx) en el mar de países capitalistas que acechan. La caída de la Unión Soviética es, seguramente, el ejemplo más evidente. Por otro lado, la cultura del individualismo que lega el capitalismo está hondamente arraigada, y todo indica que se necesitarán muchas, decididamente muchas generaciones para poder cambiar eso, lo cual requiere harto tiempo. Y en eso queremos profundizar ahora.

 

El socialismo produjo justicia, comenzó a borrar las asimetrías económico-sociales pero, tal como lo apunta Yassel Padrón, “compitió en el propio terreno” del capitalismo. Es decir: se enfrentó especularmente. A cada misil estadounidense se le oponía un misil soviético; a cada avance tecnológico capitalista se buscaba uno similar con carácter “proletario y revolucionario”. Pero si de producir riqueza se trata (entendiendo como tal la sumatoria de bienes y servicios), el capitalismo definitivamente tiene la delantera. La tiene, al menos con ese esquema, porque hace siglos que viene acumulando, y la riqueza producida lo es a partir del trabajo alienado de la clase trabajadora. Es decir: el verdadero productor no es dueño de lo producido sino que, plusvalía mediante, los propietarios de los medios de producción embolsan esa riqueza. La acumulación alcanzada por los grandes capitales hoy día es fabulosa, sin parangón. ¿Hay que generar algo igual desde el socialismo para poder beneficiar a la totalidad de la población? Los planes quinquenales no consiguieron esa abundancia. ¿Por qué?

 

Tema difícil, espinoso: el socialismo real pudo repartir equidad (¡no hay niños de la calle!), pero no sobra la riqueza. Y en un mundo mayoritariamente capitalista, donde los oropeles y espejos de colores siguen encegueciendo a las grandes mayorías, esas carencias se pagaron caro. Eso fue, junto a otra suma de errores, lo que catapultó la caída de la URSS. Y lo que hizo que China (¿también Cuba, Vietnam y Norcorea?) buscara mecanismos capitalistas para apurar ese crecimiento económico.

 

Sin dudas, China lo está logrando. Con su difícilmente comprensible (para los occidentales) “socialismo de mercado”, en 30 años multiplicó por 17 su PIB por habitante, cosa que ningún país capitalista ha conseguido jamás. Ahora ahí hay riqueza, abunda, florece por todo el país. Lo cual abre inquietantes dudas: ¿no hay más alternativas que la super explotación de la clase trabajadora para lograr eso?

 

Para llegar a la esperanzadora situación descrita por Marx en 1875, en la Crítica al Programa de Gotha, que anuncia “De cada quien según sus capacidades, a cada quien según sus necesidades”, debe transitarse aún por el socialismo (“primera fase de la sociedad comunista”), donde la regla sería “De cada quien según sus capacidades, a cada quien según su trabajo”. Esto es: se consume de acuerdo a lo que se produce, a lo que se aporta; principio donde aún resuenan los aires capitalistas, donde prima el individualismo.

 

¿Acaso no hay otra forma de incentivar la producción que no sea a través del premio material, premio al propio esfuerzo? En la Unión Soviética, durante la era estalinista de entreguerras, hubo un movimiento que intentó fomentar el aumento de la productividad: el stajanovismo (impulsado por el minero Alekséi Stajánov), consistente en el pago de bonos extras por el aumento de la producción. “Bajo el capitalismo, esto es una tortura, o un engaño”, dijo Lenin refiriéndose a los premios que otorgaba a sus trabajadores la industria estadounidense. “Hay elementos de “tortura y engaño” en los récords soviéticos también”, agregó León Sedov (hijo mayor de Trotsky), analizando el stajanovismo, que no es sino una fórmula capitalista de fomento del individualismo, del premio al voluntarismo personal.

 

¿Cuál es la clave para fomentar la productividad entonces, si entendemos que ese es el camino para el aumento de la riqueza? ¿Estaremos condenados a aquella máxima de “el ojo del amo engorda el ganado”? La rígida planificación estatal se mostró cuestionable. Los cambios introducidos por Mijaíl Gorbachov con su intento de reestructuración (Perestroika) intentaban introducir incentivos personales de tipo stajanovista. Los resultados ya son demasiado conocidos.

 

El actual “socialismo de mercado” chino logró un aumento impresionante de la riqueza nacional en unas pocas décadas. Todo pareciera indicar, entonces, que la competencia es fuente de desarrollo. ¿Qué decir ante todo esto? Si el socialismo es posible a partir de una fenomenal riqueza generada por la industria moderna, ¿no queda más alternativa que establecer lógicas de mercado, (controladas por el Estado socialista en todo caso, como se supone que es China), fomento del individualismo para acumular riquezas? Debate impostergable que aquí solo se esboza, invitando a desarrollarlo exhaustivamente.

 

Por lo pronto, algunas conclusiones (quizá preliminares), para ampliar esa discusión: 1) las únicas experiencias socialistas reales no vinieron de países industrializados, sino fundamentalmente agrarios. 2) tenemos muy internalizada la idea que riqueza es hiperconsumo, acumulación de bienes; quizá se trate de cambiar ese modelo (atentatorio de la dignidad humana y del planeta). 3) la solidaridad y el espíritu comunitario, producto de un milenario esquema individualista que nos rige, exponencialmente potenciado por el capitalismo, deben fomentarse (tarea del Estado socialista), no nacen solos.

 

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