Egipto: Al-Sisi, de Nasser a Mubarak

30/09/2019
  • Español
  • English
  • Français
  • Deutsch
  • Português
  • Análisis
general_abdel-fattah_al-sisi.jpg
General (r) Abdel-Fattah al-Sisi
Foto: ibtimes.co.uk
-A +A

Para el pueblo egipcio el sueño fue demasiado corto y agitado, la ilusión de haber encontrado un leal sucesor del ideario del presidente Gamel Abdel Nasser, terminó en la pesadilla de otro Hosni Mubarak. La crisis económica traducida en desocupación e inflación, sumado a la represión y a las acusaciones de corrupción, hacen otra vez, como en 2011, que las manifestaciones hayan estallado en todo el país en procura, cómo cuando cayó Mubarak, ahora lo haga el presidente Abdel Fattah al-Sisi.

 

Tras el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) en 2016 que  significó un préstamo de 12 mil millones de dólares, se impuso un enérgico plan de austeridad a pesar de las altas tasas de crecimiento conseguidas este año,  de un 5,5 por ciento, el nivel más alto desde 2010, y la inflación que se encuentra en el registro más bajo de los últimos cuatro años, mientras que la deuda y el déficit están bajando, junto a la desocupación que se redujo en un 8.1% en el primer trimestre de 2019, la más baja en 20 años. En el primer trimestre de 2018, la desocupación estaba en 10.6%. Este aparente éxito del gobierno del general al-Sisi, ha puesto al país entre las economías de más rápido crecimiento del mundo y tanto los economistas como inversores califican a este proceso, como “la mejor de las reformas económicas de Medio Oriente”.

 

Los analistas económicos atribuyen la baja en la tasa de desempleo a la construcción de megaproyectos que incluyen la creación de nuevas ciudades, miles de kilómetros de carreteras, plantas eléctricas y puentes;  estos proyectos emplean al 14,1% de la fuerza laboral egipcia, a los que se suman  otros sectores que están exigiendo mano de obra adicional. Otro elemento coadyuvante para la reducción de la desocupación ha sido la incorporación de miles de hectáreas de tierra para la agricultura y las granjas de peces en el Delta del Nilo y próximas al Canal de Suez. La caída de las importaciones ha reactivado la producción nacional para cubrir la demanda local. A lo que habría que agregar el repunte del sector turístico que,  desde la crisis económica de 2008 y las actividades terroristas,  sufrió un golpe casi mortal, siendo esa industria una de las principales de Egipto.

 

Todavía es una incógnita sobre cómo continuará la caída en la tasa de desempleo ya que en Egipto se incorporan al mercado laboral en torno a un millón de trabajadores al año.

 

Pero estos cambios sustanciales están lejos de percibirse en la vida diaria ya que las tasas de pobreza siguen en aumento y el costo de vida no se detiene. Si bien las cifras oficiales publicadas en julio hablaban de que para 2018 el número de egipcios que vivía debajo de la línea de pobreza alcanzaba el 32.5,  en el mes de abril el Banco Mundial ponía esa cifra en torno al 60 por ciento de los cien millones de egipcios que estaba en condiciones de pobreza y vulnerabilidad. Programas asistencialistas como Takaful y Karama, están muy lejos de cubrir la totalidad de la demanda ya que solo alcanzan a 9,4 millones de personas, lo que representa cerca del 10 por ciento de la población. En medio de este cuadro de situación y en el marco de poder ejecutar el programa del FMI, la represión política que incluye detenciones, torturas, desapariciones y ejecuciones extra judiciales no se detienen.

 

Desde la noche del viernes 20 de septiembre el pueblo egipcio ha salido a las calles de El Cairo y Alejandría, la segunda ciudad del país, a riesgo de caer bajo un severo aparato represivo impuesto en 2013por el gobierno del entonces presidente Mohamed Morsi y que ha mantenido el general al-Sisi.

 

La protesta del día 20 que se repitió en la noche del día siguiente y el viernes 27, han comenzado a extenderse por todo el país, con consignas que exigen la “caída del régimen”. Nuevamente la plaza Tahrir de El Cairo, ha vuelto a ser el epicentro de las protestas como sucedió en 2011 que terminaron con los treinta años de Mubarak. La nueva ola de protestas se replicó en la ciudad portuaria de Damietta, sobre el Mediterráneo cercana al delta del Nilo,  en Port Said donde también pedían la caída de al-Sisi, y en El-Mahalla al-Kubra,  a unos 60 kilómetros al norte de El Cairo

 

Más allá de las críticas al programa económico y la pulsión represiva,  también el gobierno ha sido acusado de haber generado grandes bolsones de corrupción, detrás de las megas obras, entre ellas la más importante, la construcción de una nueva capital a un costo de 58 mil millones de dólares, anunciada en 2015 para ser inaugurada en 2020,  a unos 45 kilómetros al este de El Cairo.

 

Esta construcción inicialmente iba a ser financiada por capitales de los Emiratos Árabes Unidos (EAU), los que finalmente se han retirado, por lo que al-Sisi tuvo que pedir un préstamo a China de $ 4 mil millones para poder cumplir con la primera fase de su plan. La Nueva Capital Administrativa tendrá cerca de 700 kilómetros cuadrados,  aunque su construcción se encuentra estacada en su segunda y tercera fase. La primera de esas fases cubrirá unos 168 km cuadrados, donde se proyecta construir ministerios, barrios residenciales, un barrio diplomático y un distrito financiero. Ya se han construido una gran mezquita, una catedral, un hotel y un centro de convenciones. La constructora china State Construction Engineering Corp (CSCEC) tiene proyectado levantar 21 rascacielos,  entre los que se encuentra uno de 85 pisos  que se convertirá en el más alto del continente. El proyecto además pretende crear unos siete millones de viviendas, además de un tren electrificado para que corra entre El Cairo y la Nueva Capital que con un valor de 1.200 millones de dólares, también su construcción a cargo de capitales chinos.

 

El proyecto de la Nueva Capital es necesario ya que El Cairo ha tenido una expansión urbana extraordinaria, fundamentalmente por la llegada  de cientos de miles de personas desde el interior del país huyendo de la pobreza y la violencia fundamentalista. Los cerca de 20 millones habitantes hacen imposible el tráfico cairota, incluyendo el subterráneo pésimamente administrado. Son cuatro los millones de pasajeros que utilizan cada día ese sistema, después de pasar por los detectores de metales que se ubican a la entrada de todas las estaciones, al tiempo que patrullas policiales y las cámaras de video monitorean los movimientos vigilando la seguridad siempre amenazada en todo el país por los grupos integristas.

 

De general a faraón

 

Como ya lo ha intentado Hosni Mubarak, con treinta años en el poder, el general al-Sisi, parece tener intensiones de perpetuarse como el Rais, sin quitarse el barniz democrático que consiguió tras imponerse en las elecciones presidenciales de 2014 y renovar el mandato en 2018, con el 97 por ciento de los votos, en una disputa en que su rival era un aliado.

 

Al-Sisi llegó a los primeros planos de la política nacional, tras haber derrocado a Morsi en 2013 en un golpe de estado que ha dejado un número desconocido de muertos y desaparecidos, que no bajarían de los 10 mil, fundamentalmente entre las huestes de Morsi, quien amparado en la poderosa organización Hermanos Musulmanes se convirtió en el primer presidente electo de la historia egipcia en junio de 2013.

 

Con la aparición de al-Sisi, quien llegó revindicando la figura del mayor líder de la historia moderna del país, el Coronel Gamel Abdel Nasser y alejando el fantasma del fundamentalismo que pretendía instalar Morsi, para que le dieran cobertura las políticas neoliberales que había comenzado a activar, el pueblo egipcio encontró en la figura de al-Sisi, la posibilidad de la concreción de los sueños postergados.

 

Ya en el poder, acosado por la realidad económica, la insurgencia terrorista y el contexto internacional,  al-Sisi,  en vez de buscar el camino alternativo prometido, prefirió primero pactar con Arabia Saudita y más tarde con el propio Donald Trump, quién lo ha convertido en un vocero de sus políticas para la región.

 

Al-Sisi profundiza sus políticas represivas prohibiendo la actividad política y encarcelando miles de disidentes. Desde la llegada al poder tiene encarcelados a cerca de 60 mil personas, en su mayoría miembros de los Hermanos Musulmanes, cientos de ellos han sido sentenciados a muerte sin contar la innumerable cantidad de desaparecidos. Libra también una guerra sucia en el Sinaí contra Wilāyat Sinai (Provincia del Sinaí), una organización vinculada a al-Qaeda y responsable de múltiples atentados. Desde principio de 2018, la Operación Sinaí 2018, abarca prácticamente toda la península sin que se conozca no solo la suerte de los muyahidines sino también de la población civil que se encuentra sometida al arbitrio del poder militar.

 

En las últimas manifestaciones de septiembre que se han reiterado durante dos fines de semanas seguidos la policía actuó con suma violencia y encarceló a más de dos mil personas. Organizaciones de derechos humanos denunciaron que muchos de los encarcelados continúan sin aparecer después de las protestas.

 

También fue detenida una importante abogada de derechos humanos, Mahienour al-Massry, cuando salía de la oficina del Fiscal de Seguridad del Estado en El Cairo, donde había estado representando a varios detenidos por las protestas.

 

Al-Sisi ya no solo se ha convertido en un Nasser, sino que cada vez más va tomado la silueta espectral de Mubarak.

 

-Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC

 

 

 

https://www.alainet.org/en/node/202405?language=en
Subscribe to America Latina en Movimiento - RSS