Siria: supuesto ataque químico fue un fraude occidental

03/12/2019
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Los conflictos bélicos de ayer y hoy nos ofrecen importantes lecciones de propaganda que la prensa tradicional se encargará de que no aprendamos.

 

Lejos de innovar en la producción de nuevas y sofisticadas formas de engañar al mundo, las técnicas de guerra psicológica empleadas por las potencias occidentales se repiten una y otra vez desde hace varias décadas. Para que conserven su efectividad, es fundamental que no sean registradas por las masas. Ahí entra a tallar una prensa que suele poblarse de conformistas crónicos y otros acomodados amantes del statu quo.

 

Preámbulo al fraude

 

La Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPCW, por sus siglas en inglés) ha sido señalada por sus propios inspectores por falsear los resultados de su investigación sobre un supuesto ataque químico ocurrido en la ciudad de Duma, en Siria, el 7 de abril de 2018.

 

Seis días después –y usando el alegado ataque como excusa–, una coalición integrada por Estados Unidos, Francia y Reino Unido disparó más de una centena de misiles Tomahawk sobre territorio sirio, destruyendo varios edificios gubernamentales donde (supuestamente) se guardaban o desarrollaban armas químicas.

 

De inmediato, la prensa corporativa norteamericana, la misma que se viene jactando desde hace cuatro años de ser una suerte de “resistencia” contra Donald Trump, se deshizo en elogios hacia su decisión de bombardear. “Para enseñarle al mundo que Occidente hará valer el derecho internacional”, parafraseando la cínica posición de varios medios periodísticos que venían solicitando insistentemente que las potencias occidentales “tomaran cartas en el asunto”, en su obligación de “proteger” a la población siria.

 

Así opera la prensa en su calidad de aparato propagandístico: repiten las posiciones oficiales de sus gobiernos –aceptando su palabra como toda evidencia–, llenan sus noticieros de “expertos” provenientes de “think-tanks” y otros asolapados lobistas expertos en vender guerras, para luego demandar con total descaro e insistencia ataques militares “en defensa de los derechos humanos”.

 

Como informó en su momento FAIR.org (“watchdog” del periodismo estadounidense), de cien diarios norteamericanos revisados luego del bombardeo sobre Siria, 26 editorializaron sobre el tema, pero ninguno cuestionó –ni muchos menos condenó– el ataque, para el cual Trump pasó por encima de su Congreso, que debe aprobar este tipo de acciones. Nada de esto suscita cuestionamiento alguno sobre las “sólidas instituciones” norteamericanas o la separación de poderes; tampoco pintan a su presidente ni con el más leve matiz autoritario.

 

Theresa May, entonces primera ministra del Reino Unido, señaló que el ataque era “legal y moralmente correcto”, mientras que Emmanuel Macron, desde Francia, aseguró que las pruebas del ataque químico sirio eran “sólidas”. Ante los reclamos del Parlamento, May respondió que su oficina debe tener el derecho de actuar rápidamente en defensa de la “seguridad nacional”, cualquier debate político sobre la legalidad de la acción tomada puede hacerse posteriormente. Primero dispara, después hace las preguntas.

 

“…la total falta de disenso editorial –concluye FAIR.org– es consistente con la tradición de los diarios más importantes de aceptar de manera uniforme las acciones militares de EEUU”.

 

Inspectores disidentes

 

Uno de los inspectores del equipo de ocho personas encargado por la OPCW para recoger evidencias en el lugar de los hechos –Duma, donde supuestamente murieron más de 40 personas debido a un ataque con gas cloro–, señaló que el reporte final de dicha organización contradijo los hallazgos hechos por él y su equipo, que fueron debidamente registrados en un reporte interno de la OPCW.

 

“La evidencia fue suprimida y un nuevo reporte, que contradecía los hallazgos, fue escrito por los altos directores”, expresó en Bruselas el pasado octubre –de manera anónima, por temor a represalias–, uno de los involucrados en la investigación. La sesión incluyó a personal de Naciones Unidas y fue organizado por la Courage Foundation, una fundación creada para proteger “whistleblowers” (informantes).

 

La OPCW, que trabaja en conjunto con Naciones Unidas, se creó a partir del Convenio para las Armas Químicas, realizado en 1997 y suscrito por 193 países.

 

Como explicó el periodista Jonathan Steele (ex corresponsal internacional en jefe de The Guardian) para el medio independiente Counterpunch (15/11/19), el inspector mencionado arriba era el segundo miembro del grupo enviado a Duma en acusar un fraude. En mayo de este año, WikiLeaks filtró un documento redactado por Ian Henderson, otro inspector de la OPCW. En él se detallaba que los cilindros revisados en Duma, los que habrían contenido el gas cloro, difícilmente podrían haber sido lanzados desde un helicóptero u otra aeronave del ejército sirio, como denunciaron los “rebeldes moderados” –engreídos de Occidente y su prensa– que entonces controlaban la localidad.

 

Con la excepción de un solo inspector, el equipo de Henderson determinó que lo más probable era que los cilindros hubieran sido puestos en el lugar donde los encontraron.

 

Tampoco habría existido la presencia de gas cloro, ni mucho menos de gas sarín, que fue lo primero en descartarse. A pocos días del supuesto ataque químico, el representante del gobierno francés ante Naciones Unidas, Francois DeLattre, aseguró que los videos que mostraban a las supuestas víctimas daban fe del uso de un “potente agente nervioso”. Pero analizando las muestras de sangre de algunas de las supuestas víctimas que habrían sobrevivido al ataque, que luego se refugiaron en Turquía, la misión de la OPCW descubrió que eso era falso. Tampoco encontraron rastros de ningún agente nervioso en los alrededores de los edificios de Duma donde habría ocurrido el ataque.

 

Finalmente, las trazas de cloro, usadas para sustentar todo el montaje en el reporte final (amañado) de la OPCW, no eran mayores a las que el lector podría encontrar en la cocina de su casa, por lo que su inclusión en el informe final suscitó acalorados debates dentro de la organización para la prohibición de armas químicas. De incluirse tal dato, explican los informantes, una especificación de las cantidades encontradas era absolutamente fundamental, pero no se hizo tal especificación.

 

Los resultados determinaron que el cloro encontrado no superaba los límites establecidos por la Organización Mundial de la Salud para bebidas de consumo humano. Tremendo fraude.

 

Para mayor escándalo, tanto Henderson como el inspector que habló anónimamente en Bruselas “agotaron todas las vías internas (de la OPCW)”, con la finalidad de resolver el asunto dentro de la misma organización. Incluso enviaron toda su evidencia de “comportamiento irregular” a la oficina de supervisión interna. Ninguna de las gestiones tuvo éxito ni respuesta por parte de la dirección de la OPCW. No solo eso: en un giro totalmente inesperado, una de las cabezas de la OPCW, Bob Fairweather –diplomático británico de carrera–, invitó a varios inspectores a reunirse con tres oficiales del gobierno norteamericano, quienes les aseguraron “enfáticamente” que el régimen sirio había llevado a cabo el ataque químico. Sorprendidos por la inusual treta, los inspectores abandonaron la reunión sintiéndose “presionados” de una manera “inaceptable” y en “violación de los principios de independencia e imparcialidad de la OPCW”, como informó Counterpunch.

 

Después de nueve meses de intentos de resolverlo internamente, Henderson y el informante anónimo decidieron hacer pública su queja.

 

Como explicó también el “whistleblower”, las implicancias de que el supuesto ataque químico en realidad no se hubiera dado eran “dramáticas”, pues apuntaban a que el incidente de Duma habría sido un montaje de la oposición, la que era apoyada –y armada hasta los dientes– por Occidente y sus aliados regionales. Todo indica que los directores de la OPCW esperaban una respuesta que confirmara todo lo que la prensa y los políticos occidentales ya habían decretado.

 

Pruebas fehacientes de colusión con al-Qaeda

 

Mucho se ha dicho sobre la virtual relación entre las fuerzas beligerantes de la guerra “civil” siria, apoyadas y financiadas por EEUU y sus aliados, y los yihadistas de al-Qaeda y varias de sus muchas ramificaciones, incluido el Estado Islámico. La incapacidad de la prensa corporativa para informar al respecto ha llevado el tema al campo de las “teorías de conspiración”.

 

Las pruebas sólidamente documentadas de la colusión entre EEUU y sus aliados con los terroristas islámicos, sin embargo, abundan. Revisemos algunas tomadas de medios periodísticos de reconocido prestigio, como para zanjar de una vez el asunto.

 

McClatchy DC es una agencia de noticias especializada en política y localizada en Washington D.C. En agosto de 2015 publicó el artículo “Advertencias de yihadistas entre los rebeldes sirios llegaron tempranamente, (pero) fueron ignoradas”. Entre las muchas perlas que comparte, encontramos que John Kerry, secretario de Estado de Barack Obama, declaró en setiembre de 2013 que “solo una fracción” de los rebeldes sirios eran de “al-Qaeda y los chicos malos”, estimando que constituirían entre 15 y 25 por ciento del total.

 

Como explica este medio periodístico, los analistas profesionales no se lo creyeron, por mucho que en la prensa se diera inicio a la ya conocida narrativa del “rebelde moderado”. “Según todos los testimonios –documentos internos, reportes de inteligencia (y) despachos desde Siria–, el conocimiento convencional decía que los extremistas estaban derrotando o reclutando a los combatientes (moderados), y que las facciones moderadas, conocidas colectivamente como el Ejercito Libre Sirio (FSA, por sus siglas en inglés), no eran rivales para los más disciplinados y mejor armados yihadistas”.

 

Un caso emblemático: en agosto de 2013, el yihadista Omar al-Shishani (o “Omar el Checheno”) se unió a las fuerzas apoyadas por EEUU cerca de Alepo. Con singular habilidad y haciendo uso de ataques suicidas, al-Shisani logró tomar la base aérea de Meneg, controlada entonces por el gobierno sirio, la que venía siendo asediada sin éxito por los “moderados” desde hacía un año.

 

Como explica McClatchy, el yihadista apoyando al FSA era parte de la ramificación de al-Qaeda conocida en ese entonces como el Estado Islámico de Iraq y Levante y luego pasaría a fungir de comandante militar bajo el mando de Abu Bakr al-Baghdadi, el autoproclamado califa del Estado Islámico que recientemente fue declarado muerto –por sexta vez–, con gran alharaca, por Donald Trump.

 

La toma de la base aérea siria de Meneg habría sido el “llamado de alerta”, según el exembajador norteamericano Robert Ford, para que la administración Obama reconociera que los vástagos de al-Qaeda y otras organizaciones terroristas se habían convertido en la “columna vertebral” de las fuerzas anti-Assad.

 

Otro exembajador norteamericano, Ryan Crocker, señaló que “el elemento dominante en la oposición (siria) es el más radical… cualquier arma que proveamos tiene una buena probabilidad de caer en sus manos…”.

 

Como informó el New York Times (02/08/17), entre 2013 y 2017 la CIA envió mil millones de dólares en armas y equipamiento a los “rebeldes moderados” sirios. Fue uno de los proyectos “más caros” de la historia de esa agencia, tanto para el ciudadano estadounidense, que paga la cuenta con sus impuestos, como para la gente de siria, que puso los cientos de miles de muertos y varios millones de desplazados y heridos. El “Times” también confirma la fraterna relación entre “moderados” y al-Qaeda.

 

Pero no todos pierden. El ataque con misiles Tomahawk sobre Siria, ordenado por Trump a raíz del supuesto “ataque químico” que hemos desmontado en este artículo, hizo crecer el valor de mercado de las acciones de Rytheon, la corporación que produce dichos misiles, en 2 mil millones y medio de dólares. ¡Negociazo!

 

Publicado el viernes 29 de noviembre en Hildebrandt en sus trece, Lima, Perú.

 

 

 

 

https://www.alainet.org/en/node/203619?language=en
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