Las víctimas de la pandemia
- Opinión
En los marcos de la sociedad capitalista, hay segmentos que se llevan la peor parte. Son los más pobres, o de los que están en la base social, sin tener la posibilidad de alcanzar beneficios, que le llegan siempre a la clase dominante
Esta suerte de guerra bacteriológica que afecta al mundo ha puesto a trasluz las iniquidades del sistema, y ha mostrado el rostro real de una estructura basada en la explotación, la exclusión y la acumulación de riqueza en manos de pocos.
En el Perú, los efectos del Coronavirus han sido catastróficos en lo económico, y también lo social. El país no estuvo nunca preparado para un azote así, lo que explica la improvisación, y las dificultades registradas para abordarlo
Si quisiéramos preguntarnos cuantos “las ven negras” en la etapa actual de la crisis, podríamos escribir muchas páginas y aun ellas no serían suficientes para reflejar el drama. Por eso es mejor hablar de segmentos de la sociedad, cuya actividad, en las condiciones actuales, resulta indispensables; y de otros que, aún en la pasividad, sufren de manera constante los efectos del escenario convulso que remece las bases mismas del país que nos cobija.
Podríamos aludir a los que hoy están en primera fila en la lucha contra el Covid-19. Trabajan esforzadamente día a día, arriesgan todo -incluso sus propias vidas- y no siempre reciben el trato que merecen. Nos referimos a los médicos, a los trabajadores de la salud -enfermeras y hospitalarios-; los serenos, trabajadores del servicio municipal y a los integrantes de la Policía y de la Fuerza Armada. Todos ellos tienen derecho a la vida, a la protección de su futuro, a la seguridad de su familia y a su propia tranquilidad. Pero la vida los puso ante una disyuntiva: optan por eso, o arriesgan todo por el bien común.
En su inmensa mayoría se trata de peruanos de origen humilde, procedentes de hogares modestos, hombres y mujeres golpeados por el abandono y la miseria, que se han hecho un lugar en el proceso social a fuerza de estudio, empeño y voluntad de lucha. Hoy juegan el papel de héroes ante un mal que pone en riesgo a muchos y cuyas vidas ellos deben tratar de proteger y asegurar.
Los hemos visto laborando infatigablemente en turnos infinitos, mostrando el rostro del valor, trabajando con abnegación y modestia, sonriendo ante la adversidad, y enfrentando la situación sin recursos, y sin implementos urgentes para su protección y seguridad. En ocasiones, algunos de ellos –sobre todo trabajadores del área hospitalaria- se han visto precisados a demandar atención para ellos mismos, pero no han pedido nada que no se pueda atender. Ninguna exigencia excepcional, ha salido a luz en sus reclamos. .Y al ver esto, hay que considerar una verdad irrebatible: el Perú es de los países que menos invierte en este servicio; y está entre los que tienen menos médicos, camas hospitalarias, instrumental de apoyo y UCI por habitante.
En otro escenario, y pagando duramente los efectos de la cuarentena, asoman los migrantes, es decir, los peruanos a los que esta inusual tormenta cogió inadvertidamente fuera de su lugar habitual. Unos optan por volver a Lima y otros por viajar al interior del país, aunque fuese caminando. Más de 200 mil peruanos, afronta esa odisea. Ella genera muchísimos otros retos: organizar a la gente, asegurar que no vayan contagiados, ni sean susceptibles de contraer el virus; reciban alimentos, tengan cobijo en sus horas de reposo, que sufran lo menos posible los rigores del desamparo, y puedan ser auxiliados por vehículos que logren transportarlos. Se trata de hombres y mujeres, pero también de niños que sufren los estragos de una realidad dramática.
Los trabajadores sin recursos constituyen un tercer segmento. Hablamos de los obreros de la Construcción, que no laboran, ni están en planillas; de los vendedores ambulantes, de los trabajadores independientes, de los taxistas. Hoy se sabe que el 42% de los trabajadores perdieron sus ingresos. La crisis los devora, y carecen de su más elemental recurso: el trabajo.
Y hay un segmento adicional que hoy hace crisis: la población de los penales. Son 100 mil que hoy viven en centros de reclusión con capacidad de 35 mil. Se ha dicho, y es verdad, que el 40% de ellos no han sido procesados y no han recibido sentencia. Algunos pueden ser inocentes, y otros culpables. Entre estos los hay responsables de delitos horrendos, pero también de faltas leves. Y entre los sentenciados algunos recibieron condenas justas, y otros fueron víctimas de penas excesivas que no tienen relación con los delitos que se les imputan. Tribunales presididos por Hinostroza Pariachi y Villa Stein, condenaron inocentes y liberaron culpable. Si el Poder Judicial dispone la libertad de Keiko Fujimori ¿garantiza realmente imparcialidad y justicia? ¿Es confiable?
Fácil es decir: “si están presos, son culpables”. Muchos peruanos de singular valor estuvieron presos. Recordemos a Grau, Vallejo, Mariátegui, Arguedas. Y nunca fueron culpables. No se trata de defender a asesinos, violadores o sicarios, pero sí hay presos que debieran estar fuera; y “libres”, que debieran estar dentro ¿Verdad? Se trata entonces de amparar a quienes que no tienen posibilidad de defenderse ante el virus que agobia al país. Ellos pagan una crisis que “viene de atrás”, pero que las autoridades actuales, no saben manejar.
El Coronavirus ha puesto en la piel de los peruanos un mensaje imborrable: la solidaridad, como piedra de toque del futuro. Hacer honor a ella.
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