Estatuas sin historia, historia sin estatuas
- Opinión
Dicen que la historia la escriben los vencedores. De ser así, la historia de la Guerra Civil estadounidense sería una excepción porque, en este caso, los perdedores se apropiaron de la memoria histórica, al menos de la plasmada en bronce y mármol, y lograron el olvido de las verdaderas causas de la guerra: en el Sur, mantener el sistema esclavista; en el Norte, liberar a los esclavos y preservar la Unión; sin olvidar que en las motivaciones de ambos bandos actuaban poderosas fuerzas económicas. Sin embargo, terminada la guerra, mientras se intentaba borrar todo recuerdo de los horrores de la esclavitud, subieron a los esclavistas vencidos a los pedestales, representados como héroes que, por razones puramente patrióticas, habían defendido supuestamente un derecho constitucional a la secesión. El resultado es que Estados Unidos, siglo y medio después de la Emancipación, se ha convertido en un país de estatuas sin historia y, lo que es peor, de historia sin estatuas.
Tomemos como ejemplo un lugar icónico, Gettysburg National Military Park donde, al igual que en el resto de los parques donde se recuerdan las grandes batallas de la Guerra Civil, predomina en la orientación temática la mitología de la Causa Perdida (“Lost Cause”). En Gettysburg existen 1320 monumentos que explican los movimientos de las tropas y la forma en que se mataban unos a otros. Muchos de ellos enfatizan el valor y el patriotismo de ambos bandos, pero solo unos pocos se refieren al intento de secesión y ninguno celebra lo más importante, el final de la esclavitud (1).
El historiador James W. Loewen, profesor de la Universidad de Vermont, elaboró hace ya veinte años (2) una lista de las estatuas o conjuntos de estatuas que, a su juicio, eran candidatos principales para su destrucción o retiro de los espacios públicos. Creo que es oportuno recordarla.
. El obelisco en New Orleans en honor de la “White League” (Liga de los Blancos), glorificando abiertamente la supremacía blanca.
. La estatua “The Good Darky” (El Buen Negrito), en Batton Rouge, Louisiana, símbolo de la sumisión exigida a los negros. Vandalizada en 1968, fue trasladada al Rural Life Museum de la Universidad de Louisiana, pero continúa conmemorando la segregación y el servilismo, perpetuando un estereotipo.
. Las más de cincuenta copias, ubicadas en diversos lugares de Estados Unidos, de la estatua de la escultora Theo Alice Ruggles Kitson, “The Hiker” (soldado expedicionario en la primera guerra imperialista) con la inscripción “Spanish-American War, 1898-1902" con textos que con frecuencia distorsionan la verdad histórica hasta el disparate, como confundir a Cuba con Filipinas y señalar la Rebelión de los Boxers, que tuvo lugar en China, como una de las guerras en que participaron soldados estadounidenses en contra del dominio español.
. El monumento a “la horrible masacre perpetrada por los indios” (“horrible Indian massacre”) en 1861 en Almo, Idaho. El monumento, construido en 1938 por “Sons & Daughters of Idaho Pioneers” fue una total falsificación de la historia, pues tal masacre nunca tuvo lugar.
. Algunos de los numerosos monumentos que celebran la llegada a este continente de Cristóbal Colón, sobre todo los situados en los capitolios estatales de California y Ohio que, además de feos, falsifican la historia.
. Las estatuas de John C. Calhoun, vicepresidente de Estados Unidos entre 1825 y 1832, ideólogo del esclavismo, fanático defensor de la esclavitud y promotor de la intolerancia entre los blancos del Sur.
. Las estatuas de Jefferson Davis, quien fue casi olvidado o repudiado hasta después de su muerte en 1889, cuando el supremacismo blanco adquirió relevancia y necesitó rescatar su figura. Los monumentos a Davis, en lugar de recordarlo como lo que era, un defensor de la esclavitud, lo presentan como el hombre que “luchó por los derechos estatales garantizados por la Constitución”.
. El conjunto escultórico de Stone Mountain, en Georgia, el principal monumento de la Confederación, con las efigies de los líderes confederados Robert E. Lee, Thomas Jonathan “Stonewall” Jackson y Jefferson Davis. Esculpido a una altura de 158 pies es el mayor de su tipo en el mundo. Terminado en 1972 por un escultor miembro del Ku Klux Klan, en terrenos cedidos por otro miembro del Klan, fue inaugurado por esta organización terrorista y utilizado posteriormente en sus ceremonias. En 2015, el KKK celebró en Stone Mountain un gran mitin con banderas confederadas y en el festival que se celebra anualmente, con profusión de fuegos artificiales, se glorifica a los líderes de la Confederación.
. Las estatuas de Nathan Bedford Forrest, héroe supremo de los supremacistas blancos, principalmente en Tennessee, traficante de esclavos convertido en general confederado. En realidad, Forrest se hizo famoso no por su mediocre actuación militar durante la Guerra Civil, sino por lo que hizo después de terminada ésta. Forrest fue el primer líder nacional del Ku Klux Klan y fue probablemente el más violento y cruel de los racistas en la historia de los Estados Unidos. Durante la guerra, había sido responsable de las masacres de soldados negros prisioneros en Fort Pillow, a unas 40 millas al norte de Memphis, el 12 de abril de 1864, y en Brice’s Cross Roads, cerca de Baldwyn, Mississippi, el 10 de junio de ese mismo año.
. La estatua de Albert Pike en Judiciary Square, Washington, D.C.. La batalla de Pea Ridge, Arkansas (8 de marzo de 1862) fue la única en que Pike tuvo soldados a su mando; su actuación en ella fue un desastre total y se le acusó de cobardía y de permitir la mutilación de cadáveres de soldados de la Unión. Pero, después de la guerra, fue uno de los líderes principales del Ku Klux Klan.
. El obelisco en honor del capitán Henry Witz, erigido en 1909 en Andersonville, Georgia, por United Daughters of the Confederacy. Henry Witz fue durante la Guerra Civil el comandante de Camp Sumpter, el campo de prisioneros de Andersonville, y fue por tanto el responsable de las atrocidades que allí se cometieron. El poeta Walt Whitman, al ver el estado de algunos sobrevivientes, escribió que el olvido de estos crímenes era imposible. Terminada la guerra, Witz fue condenado a muerte por ahorcamiento y ejecutado el 10 de noviembre de 1865 en Washington, D.C..
. Todos los monumentos a los “Afro-Confederates”, es decir, a los afroamericanos que pelearon por la Confederación; como el obelisco en memoria de los esclavos “leales” en Fort Mill, y el monumento a Henry “Dad” Brown en Darlington, ambos en Carolina del Sur; y el obelisco en memoria de William Howcott en Canton, Mississippi; porque se basan en una mentira hipócrita. La verdad histórica es que la Confederación no utilizó a los esclavos como combatientes (y casi siempre en labores auxiliares) hasta el 13 de marzo de 1865, como recurso desesperado casi al final de la guerra. Por otra parte, alrededor de 130,000 esclavos escaparon del Sur y muchos de ellos se unieron al ejército de Estados Unidos.
. La estatua en Chicago en memoria de policías caídos en 1889 en enfrentamientos represivos con obreros que manifestaban reclamando la jornada de ocho horas. Varios obreros fueron asesinados y otros condenados a muerte o a prisión sin evidencia alguna. La estatua, originalmente en Haymarket Square, ha sido destruida, reconstruida y cambiada de lugar en varias ocasiones.
. La estatua de Pitchfork Ben Tillman (1847-1918) en el Capitolio de Carolina del Sur, que pasó a la historia como uno de los más furibundos racistas. Se unió con oficiales y soldados exconfederados para formar el movimiento del club del rifle (“Red Shirts” posteriormente) que perpetró la masacre de Hamburg (8 de julio de 1876), asesinato cobarde y masivo de afroamericanos. En relación con los votantes negros expresó: “Nos hemos roto la cabeza pensando como podríamos eliminar hasta el último de ellos. Nos robamos las urnas electorales, los asesinamos, y no nos avergonzamos” (3).
. La fea estatua de Theodore G. Bilbo (1877-1947), en el capitolio estatatal de Mississippi, supremacista blanco y miembro del Ku Klux Klan. Todavía en 1946, terminada la Segunda Guerra Mundial, en la cual decenas de miles de afroamericanos lucharon por Estados Unidos en los campos de batalla, continuaba con su lema: “No permitan que vote ni un solo negro” (4).
. El conjunto escultórico de Theodore Roosevelt, en The American Museum of Natural History, en New York, representado a caballo con un sirviente a cada lado, uno afroamericano y el otro indio, siguiéndole a pie. Es un monumento al supremacismo blanco.
. La estatua de Orville Hubbard frente al City Hall en Dearborn (Detroit), Michigan. Esta ciudad, mientras Hubbard fue su alcalde (1942-1978), era famosa en todo el país por su aplicación extrema de la segregación racial, y Hubbard era el más conocido vocero del segregacionismo. Mientras el resto del área metropolitana de Detroit se hacía cada vez más diversa racialmente, Hubbard mantenía a Dearborn como una ciudad exclusivamente para blancos. Cuando tuvieron lugar los disturbios raciales en Detroit, a mediados de la década del sesenta, Hubbard ordenó a la policía tirar a matar. Su slogan: “Mantengan a los negros fuera de Durban”.
La lista de Loewen abarca solamente los casos que él consideraba más conspicuos, pero muchísimas otras estatuas merecerían engrosar la lista. Su principal valor radica, a mi juicio, en que nos da una perspectiva muy clara de como la iconografía política en Estados Unidos ha distorsionado la historia, ha estimulado el racismo y la discriminación, ha perpetuado los estereotipos que facilitan la opresión de las minorías, y ha cubierto los espacios públicos del país con obras muy mediocres que en su mayor parte carecen no sólo de valor histórico sino también de valor artístico.
Pero más preocupante que estas estatuas sin historia (o de sórdida historia, si se prefiere), es la historia ocultada, silenciada, deformada, de las luchas sociales, del movimiento obrero, de las organizaciones progresistas, de las minorías, de los verdaderos héroes y mártires de esta nación, del pueblo de Estados Unidos, la historia sin estatuas.
Esta política cultural de omisión y olvido es un aspecto insoslayable del problema. Como parte de ella, en todo el territorio de Estados Unidos, pero principalmente en el Sur, se eliminó sistemáticamente casi todo lo que hubiera podido pertenecer al patrimonio histórico de indios y afrodescendientes. La casa natal de Frederick Douglass, por ejemplo, desapareció y es ahora un terreno yermo. Prácticamente no existen monumentos que reflejen las luchas de los esclavos por su liberación, ni de los negros libres en la Guerra Civil. Y esta política de omisión y olvido es permanente, no corresponde a una sola época. Por ejemplo, el gobierno de Estados Unidos se cruzó de brazos ante la destrucción de New Orleans, ciudad- monumento de la espiritualidad de los negros, por el huracán Katrina. Es como si en esta cultura que se preserva oficialmente no hubieran existido la esclavitud, los “Black Codes”, la era de Jim Crow, el Ku Klux Klan y los linchamientos. Ninguno de los más de 5,000 negros que fueron linchados, es decir, colgados, quemados vivos, castrados, asesinados a golpes, desmembrados (3,437 casos documentados) tiene su nombre inscrito en los mármoles de un memorial, pero sí lo tienen, y con demasiada frecuencia, los linchadores.
NOTAS
(1) Curry, Andrew: “The Better Angels”, U.S. News & World Report, Sept. 30, 2002, pp. 58-63.
(2) Loewen, James W.: “Lies Across America”, Touchstone, 2000.
(3) “We have scratched our heads to find out how we could eliminate every last one of them. We stuffed ballot boxes. We shot them. We are not ashamed of it.”
(4) “Do not let a single negro vote”.
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