El barbijo: señal de status superior uruguayo
Usar barbijo tranquiliza. Nos hace creer que “cumplimos”. Aunque no sepamos bien con qué.
- Opinión
“Los problemas complejos tienen soluciones erróneas que son sencillas y fáciles de comprender”. Una de las leyes de Murphy
La sociedad uruguaya parece haber encontrado una pauta común, a la que adhieren progresivamente sus habitantes, cada vez en mayor número, con creciente orgullo, o digamos, cierta superioridad ética o psíquica.
Usar barbijo. A sol y sombra, con próximos a la vista o en lejanía. Andando en bicicleta, en auto.
Quien usa barbijo mira con sospecha a quien no. Y con creciente desprecio por su desprolijidad. La sociedad uruguaya, además, es particularmente prolija, por su “blancura” europea y su modernidad, su urbanismo y escasa ruralidad permanentemente hostigada a lo largo del tiempo (hay un doble movimiento, claro, como en la generalidad de los aconteceres humanos; al mismo tiempo hay todo un culto a lo rural, lo gauchesco); con el urbanísimo batllismo, con el frenteamplismo y la implantación de Montevideo, como eje del país.
Usar barbijo da estatus. De cultivado, de socialmente responsable. Nos sabemos casi de la etiología de esta contagiosa ola de coronavirus; acaba de surgir la info de que el virus pervive mejor en la mierda, y consiguientemente en nuestros intestinos y zonas anales que en el sistema respiratorio, con lo cual de pronto sería más sensato usar pañales que barbijos pero no importa; el asunto es comportarse correcta y prolijamente. No sabemos si ser, ni lo que se es; pero parecer.
El que está infundado en barbijo mira con desdén, temor o repugnancia a quien no lo lleva puesto.
Ésa es la superioridad que gratifica al portador.
En la puerta del supermercado al que tuve que concurrir para obtener un alimento que no he podido encontrar en almacenes y provisiones “tradicionales”, se inicia el rito higiénico con porteros que controlan temperatura en muñeca (de los brazos, no en la de los cochecitos infantiles), aspergan un desinfectante en las manos, pero a dos metros, exactamente, un camión del reparto del supermercado permanece, 5, 10, 15 minutos con el motor en marcha, intoxicando todos los pulmones de la cercanía mientras su tripulación lo carga; en otros países se multa severamente al usuario de un automotor que permanezca con el motor encendido sin andar. Pero aquí ni nos “anoticiamos”, o nos retiramos subrepticia y “educadamente”.
Porque estamos en un país en que la higiene y la salud son de escaparate; basta ver cómo nos relacionamos con nuestros propios residuos, primorosamente escondidos en lo que fueran graciosos contenedorcitos (que a esta altura han perdido toda su “gracia”).
Usar barbijo tranquiliza. Nos hace creer que “cumplimos”. Aunque no sepamos bien con qué.
Y no hay nada más adormecedor y engañador que una conciencia tranquila.
- Luis E. Sabini Fernández ex docente del área de Ecología y DD.HH. de la Cátedra Libre de Derechos Humanos de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, periodista y editor de Futuros. http://revistafuturos.noblogs.org/
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