De Evo, la ministra Kyenge y la educación en y para la diversidad

28/07/2013
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Dos hechos de repercusión global han dejado al descubierto la obstinada persistencia de la mentalidad colonialista, de los prejuicios culturales y del odio racial entre lo peor de la clase política de la vieja y civilizada Europa: uno es el bloqueo aéreo impuesto contra el presidente Evo Morales por parte de Francia, España, Portugal e Italia, y que el mandatario boliviano interpretó como el castigo por supecado original de ser indígena y antiimperialista. El otro hecho fue el infame episodio de racismo y xenofobia protagonizado por varios políticos ultraderechistas italianos, quienes insultaron a la ministra de Integración, Cecile Kyenge, por su color de piel y su origen congoleño: un senador la comparó con un orangután y dijo que Kyenge "hace bien en ser ministra, pero lo debería hacer quizá en su país". Es el ego conquiro de Occidente que sigue viendo en el indio, la mujer negra y extranjera, el objeto de sus apetitos de dominación física y simbólica.
 
Más allá de la miseria moral y cultural que evidencian los perpetradores de estos actos, y que retrata la crisis de un sistema político –la democracia representativa burguesa- que delega el ejercicio del poder en personajes de esta calaña, los incidentes en que se vieron involucrados Evo y Kyenge arrojan luz sobre lo que debería ser una prioridad en estos tiempos de crisis civilizatoria: educar en y para la diversidad. Algo que ya recomendaba el Informe Delors de 1996, presentado a la UNESCO por la Comisión Internacional sobre la Educación para el siglo XXI, cuando definía así la doble misión que compete a la educación en esta centuria: “enseñar la diversidad de la especie humana y contribuir a una toma de conciencia de las semejanzas y la interdependencia entre todos los seres humanos (…). El descubrimiento del otro pasa forzosamente por el conocimiento de uno mismo”.
 
La diversidad, en sus múltiples expresiones y contextos, constituye el rasgo distintivo de la condición humana: en efecto, construimos la experiencia de la vida individual y colectiva a partir de lo diverso, del diálogo con los otros y las otras, de la puesta en común de la riqueza de nuestras diferencias –inherentes a cada ser- que nos permite conocernos y reconocernos como sujetos en el ejercicio pleno de nuestros derechos humanos fundamentales. En este sentido, la diversidad está en la génesis de las culturas y de las distintas formas de organización de la sociedad, y la educación, desde una pedagogía de la diversidad, puede cumplir una misión decisiva en la formación para una convivencia más armoniosa y con menos violencia (física, psicológica, simbólica) entre las personas.
 
No obstante, a lo largo de la historia de las sociedades modernas y hasta nuestros días, la diversidad ha estado permanentemente amenazada, entre otras cosas, por las empresas de conquista emprendidas por las grandes potencias en todo el mundo; por las pretensiones de uniformidad y de homogeneización cultural que operan sobre la mente y la espiritualidad del individuo y de los pueblos; asimismo, la diversidad también se ha visto amenazada por proyectos políticos que intentaron construir naciones y repúblicas a partir de ideologías excluyentes, e inclusive de prácticas abiertas de exterminio y genocidio; por sistemas económicos y formas de producción de riqueza que tuvieron como base la esclavitud y la explotación del ser humano, y que actualmente generan profundas desigualdades que impiden la realización de la persona y el disfrute de sus derechos económicos, sociales y culturales. Paradójicamente, de la mano de la civilización –tal y como se ha llevado a la práctica este concepto- también se atenta contra la diversidad al segregar a personas y grupos humanos por razones de origen étnico, sexo, género y orientación sexual, edad, estado de salud y condiciones especiales, relaciones de poder/saber, credos religiosos y posiciones políticas, entre otras.
 
Hoy, el poder colonial/imperial –la civilización- se ensaña contra la barbarie que, en su delirio, ve representada en Evo Morales y Cecile Kyenge; pero mañana podría hacer lo mismo contra cualquiera de nosotros. Por desgracia, no hay antídotos contra la estupidez. Solo la educación, como esfera privilegia de la construcción de sentido de la experiencia, de la cultura y de los valores, puede ayudarnos a enfretar críticamente los desafíos de la diversidad humana en un mundo en el que se multiplican las formas de discriminación, de exclusión, de invisibilización y de negación del otro.
 
- Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
 
 
https://www.alainet.org/en/node/78002
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