La importancia de la memoria, del cierre de las violencias y los Informes sobre la misma en Colombia

03/08/2013
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La historia colombiana no ha sido una de violencia ininterrumpida, pero sí se puede plantear la hipótesis en el sentido que la recurrencia del uso de la violencia con justificaciones políticas por diversos tipos de actores está asociada a la inexistencia clara de rupturas simbólicas, y a la tendencia a no abordar el problema de la verdad y la memoria como mecanismos de cierres históricos y bases de reconciliación social, como decía ErnestRenan: “La guerra no tendrá fin si no se admiten prescripciones para las violencias del pasado[1]
 
Sobre las violencias y su tratamiento
 
En la post-independencia española, la posición política excluyente y radical de los nacientes partidos tradicionales, el Liberal y el Conservador, se expresa en la tendencia a que la política se exprese en la guerra, con las denominadas guerras civiles del Siglo XIX, donde desde muy temprano en nuestra historia republicana apostaron sus proyectos políticos a las armas, a través de las cuales comenzó ese largo tránsito de relación y entrecruzamiento entre violencia y política. A cada guerra civil seguía una nueva Constitución, como lo señala Hernando Valencia Villa “la iniciación de dos peculiares tradiciones colombianas: el enfrentamiento civil como metodología política y el constitucionalismo como guerrilla ideológica.”[2]
 
Todas estas guerras civiles tuvieron efectos traumáticos en el proceso de consolidación de nuestro Estado-Nación y de una democracia que fuera garantía para todas las vertientes de la opinión nacional. Retardó el proceso de consolidación de unas Fuerzas Armadas profesionales y apartidistas, por cuanto los ejércitos que surgieron de la post-independencia y que podrían ser el germen de las mismas, se vieron involucrados en las contiendas partidistas y en esa medida hubo que esperar al quinquenio del general Rafael Reyes al inicio del Siglo XX para que se iniciara un proceso sistemático en ese sentido. Igualmente estos enfrentamientos armados contribuyeron a facilitar la segregación del territorio colombiano con la separación de Panamá, por cuanto dejaron un país exhausto por la guerra en lo económico, lo político y lo militar y en esa medida, sin capacidad de responder adecuadamente para mantener la integridad territorial. Este fue el origen de una tendencia reiterada en la vida política colombiana: el acudir a la violencia para hacer política.
 
Pero, igualmente, aquí se inicia, por así decirlo, una tradición de saldar las guerras por la vía de amnistías, indultos. Como lo recuerda Gonzalo Sánchez, “Como parte de la recomposición política después de las guerras en el siglo XIX, hubo numerosas amnistías (perdón al delito) e indultos (perdón al delincuente), no sólo a nivel nacional, sino también con radios de acción muy limitados en el ámbito regional o local; a veces sobre el conjunto de un ejército rebelde, y otras con exclusión de los jefes; a veces por delitos específicos, y en otras con generosidad extrema, como fue la de 1880, en la que representantes del poder constituido y representantes de los rebeldes se conceden amnistía mutua, en una especie de versión laica del perdón en la católica Colombia del siglo XIX.”[3]
 
En el decenio de los 20s del siglo pasado, también la naciente izquierda política va a acudir al expediente de utilizar la violencia para tratar de conseguir objetivos políticos en lo que se conoce como las ‘insurrecciones bolcheviques’ de 1929. Estas 'insurrecciones pueblerinas' del naciente partido político de izquierda, el Partido Socialista Revolucionario, antecesor del Partido Comunista, en los años 20s del presente siglo, conocidas como las ‘Insurrecciones Bolcheviques’ y en las cuales esta agrupación de izquierda acude, como lo habían hecho antes los partidos políticos tradicionales, al recurso de las armas para hacer política. Este ciclo de violencia se va a saldar, al inicio de la denominada ‘república liberal’ con lo que podríamos denominar un tratamiento penal benigno, que puede o no formalizarse como amnistía o indulto.
 
Posteriormente va a ser ese gran período de nuestra historia reciente que conocemos como la 'Violencia' y en el cual los dos partidos tradicionales, el Liberal y el Conservador, de nuevo volvieron al uso de las armas por razones o con pretensiones políticas, sólo que en esta ocasión no lo realizaron de manera formal, declarando una guerra civil, sino a través de los grupos de guerrillas liberales y conservadoras. El radicalismo político lleva a la utilización altamente generalizada de mecanismos extra-institucionales por parte de todos los actores.
 
Todo este ciclo de violencia se va a saldar nuevamente con una fórmula de impunidad jurídica, política y en lo relativo a la reparación de las víctimas, pero en realidad lo que se produjo fue una especie de auto amnistía de las elites políticas. De nuevo el profesor Gonzalo Sánchez nos hace una precisión al respecto de este período de nuestra historia: En nuestro caso, la amnistía no es un pacto de iguales. De hecho establece una clara relación de subordinación. En consecuencia, los dueños del nuevo orden del Frente Nacional, con su pretensión refundacional de la política, se reservan el control de la verdad sobre ese pasado, respecto del cual el arrepentimiento no tiene cabida. La reconciliación de las elites, su auto amnistía, deja a las víctimas con la única certeza de una lucha fratricida sin sentido, una vergüenza colectiva de la cual mejor ni hablar.”[4]
 
Luego vamos a tener la influencia de los contextos externos (‘guerra fría’ y revolución cubana) cuya expresión va a estar en las guerrillas revolucionarias y en los grupos contra-revolucionarios (autodefensas o paramilitares) que surgen posteriormente.
 
Ya al inicio del Frente Nacional veremos el inicio de las nuevas violencias, ligadas ahora a discursos de transformación revolucionaria del Estado y que se va a incubar en las guerrillas clásicas o de primera generación, como son las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), el ELN (Ejército de Liberación Nacional) y el EPL (Ejército Popular de Liberación) a partir de la confluencia de múltiples elementos de los cuales no van a estar ausentes grupos remanentes de guerrillas liberales que se articulan de esta manera a la siguiente violencia.
 
Pero, igualmente es claro en la historia de la violencia en Colombia la recurrencia a la utilización de mecanismos paramilitares como forma de combatir al enemigo, como lo vivimos, para no ir tan lejos, en la violencia liberal-conservadora de mediados del siglo XX con la utilización de las ‘contraguerrillas’ o las llamadas ‘guerrillas limpias’ (grupos de guerrilleros amnistiados usados para combatir a sus antiguos compañeros).
 
En el caso colombiano, los llamados grupos paramilitares o de autodefensas, ligados a la actual violencia que se autodenomina de tipo ‘revolucionario’, tienen orígenes diversos: unos como parte clara de estrategias contrainsurgentes; otros como grupos de seguridad privada promovidos por finqueros y campesinos fatigados por las extorsiones, secuestros y abusos de la guerrilla; unos más por explotadores de rentas mineras como forma de establecer ‘guardias privadas’ para garantizar un mínimo orden en determinados territorios; otros como derivaciones claras de grupos de sicarios al servicio de narcotraficantes, como lo fue en su momento el llamado grupo Mas (Muerte a Secuestradores) y posteriormente los ‘pepes’ (perseguidos por Pablo Escobar). En muchos de estos casos o bien se ampararon en la ambigua y contradictoria legislación estatal al respecto, o han actuado en alguna modalidad de cooperación y connivencia con organismos de seguridad del Estado, como lo fue en el caso de la lucha contra el jefe del llamado cartel de Medellín.
 
No hay duda que las violencias políticas en Colombia en el siglo XXI –tanto lo de izquierda como los de derecha- son herederas y en algunos casos son las mismas que vienen del siglo pasado. Es la perpetuación de las enemistades totales del período anterior. Sobre los horrores y barbaridades en sus métodos no es necesario reiterar y acerca de la intransigencia de sus fines igualmente. Se trata, de una parte de las organizaciones guerrilleras –especialmente FARC y ELN, aunque hay algunas otras agrupaciones menores- y de otra, de grupos de paramilitares.
 
Los Informes sobre la violencia
 
En días anteriores se entregó al Presidente de la República y por su intermedio al país, el Informe del Grupo de Memoria Histórica “Basta ya. Colombia: Memorias de Guerra y Dignidad”. Este es un serio y juicioso análisis sobre un poco más de cincuenta años de violencia en Colombia -periodo que coincide con el conflicto interno armado, 1958-2012-, que es sin dudarlo una gran contribución a la comprensión de este ciclo de violencia. Igualmente, un aporte importante a la construcción de la memoria -que por supuesto deberá ser complementado con otros relatos que ayuden a construir una comprensión acerca de lo que sucedió en este medio siglo de violencia colombiano-. El Informe fue elaborado por un grupo de académicos coordinados por el profesor Gonzalo Sánchez y que trabajaron, en desarrollo de un mandato legal, por un periodo de seis años en la elaboración del mismo y de los 21 informes específicos y teniendo como referente a las víctimas, sus discursos, dolores y relatos, en el centro del análisis.
 
El Informe hace un análisis de la historia del conflicto interno armado y sus transformaciones y un esfuerzo importante por acercarse a la cuantificación de la barbarie cometida por los distintos actores de la violencia -con todas las dificultades y limitaciones que conlleva esto, especialmente cuando existía una decisión en varios de esos actores deinvisibilizar la violencia.
 
Les informa a sus lectores que 220.000 compatriotas, la mayoría población civil, perdieron su vida por causa del conflicto armado, un verdadero drama nacional, pero igualmente cuantifica los secuestrados, los desaparecidos y todos los que han sido de una u otra forma víctimas de este conflicto armado y los grupos que han protagonizado esta barbarie. Adicionalmente, resalta cómo la cultura de la intolerancia -que echa raíces en la anterior violencia bipartidista- ha sido un factor que ha incidido de manera relevante en la misma. Pero igualmente rescata la importancia de la memoria como un elemento central para la superación de estos periodos de violencia y especialmente para que efectivamente se logre la no repetición como paso previo a los procesos de reconciliación.
 
Pero, este Informe no ha sido el único que se ha producido sobre la historia violenta que hemos vivido los colombianos y que algunos parecieran querer ignorar.
 
Al inicio del Frente Nacional se produjo, por solicitud del gobierno de la época, el primer análisis elaborado por la ‘Comisión Investigadora de las Causas de la Violencia’, que fue conocido como "La Violencia en Colombia", elaborado por los académicos Orlando Fals Borda, Eduardo Umaña Luna y Monseñor Germán Guzmán, sobre el periodo de la violencia liberal-conservadora, durante la cual igualmente se cometieron cantidad de barbaridades y se estima en 300.000 los muertos por razones de la misma. Todo ello influido en gran medida por el sectarismo político que en ese momento atravesó la vida política colombiana. Fue un importante y pionero documento que desafortunadamente fue rápidamente olvidado, con el abandono del estudio de nuestra historia y que no contribuye a la comprensión de los procesos actuales.
 
Posteriormente, en el gobierno del presidente Virgilio Barco, se produjo a solicitud del gobierno, un segundo Informe conocido como "Colombia: Violencia y Democracia", elaborado por un equipo de analistas civiles y militares, coordinado por el Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional, que en su momento ayudó a la comprensión de la diversidad de las violencias y a analizar de manera más fina la complejidad e interrelación de las distintas violencias y dentro de ese universo valorar el peso de la violencia propia del conflicto interno armado, la derivada de las actividades del narcotráfico, las de la criminalidad común, etc.
 
Estas reflexiones analíticas son aportes fundamentales para entender las complejidades de nuestra historia violenta y la necesidad de formular e implementar políticas públicas que apunten de manera diferenciada a la multiplicidad de violencias que hemos sufrido los colombianos de diversos tipos de actores. Igualmente es un llamado a cuidarse de lecturas simplistas frente a fenómenos que se caracterizan justamente por su complejidad. Sin embargo, los Informes por sí solos no son una terapia suficiente para saldar la tendencia a las violencias.
 
Podríamos señalar, siguiendo el trabajo que hemos mencionado en este escrito del profesor Gonzalo Sánchez que, “…la cronicidad de nuestra violencia remite también, paradójicamente, a una cultura del consenso, que a la larga ha llevado a la idea de que todo es negociable, todo el tiempo… Esta propensión al pactismo y el perdón no es asunto exclusivo de la sociedad y el estado acosados de hoy… A lo que hay que aspirar es a construir escenarios en los cuales los viejos adversarios puedan hablar de sus contrapuestas visiones del pasado, construir un espacio público en el cual debatir abiertamente sobre sus diferenciados proyectos de nación, dirimibles ahora a través de prácticas democráticas socialmente aceptadas.”[5]
 
Alejo Vargas Velásquez
Profesor titular Universidad Nacional, Coordinador Grupo de Investigación en Seguridad y Defensa
 
Fuente: Semanario Virtual Caja de Herramientas Nº 362
Semana 2 al 8 de agosto de 2013
Corporación Viva la Ciudadanía
 
 


[1] Citado por SANCHEZ G. Gonzalo, “Guerras, Memoria e Historia”, Instituto Colombiano de Antropología ICANH, Bogotá, Agosto 2003.
[2] VALENCIA VILLA, Hernando, “Cartas de Batalla. Una crítica del constitucionalismo colombiano”, IEPRI-CEREC, Bogotá, 1987
[3] SANCHEZ G., Gonzalo, Óp. Cit., 2003.
[4] SANCHEZ G., Gonzalo, Ob. Cit., 2003
[5] SANCHEZ G., Gonzalo, Ob. Cit., 2003
https://www.alainet.org/en/node/78164
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