Hubo una vez un 13 de noviembre
13/11/2013
- Opinión
Hubo una vez un 13 de Noviembre en la historia de Guatemala. Una fecha memorable en donde la ética y las ideas democráticas, patrióticas y revolucionarias, germinaron en algunos militares guatemaltecos, quienes la llevaron hasta sus últimas consecuencias.
Corrían los días de la Contrarrevolución devenida de la invasión estadounidense ejecutada por militares traidores, por la oligarquía y por la máxima jerarquía de la iglesia católica, que implicó el derrocamiento del gobierno popular y democrático del también militar Jacobo Árbenz Guzmán: el Soldado del Pueblo. Eran tiempos en que se cuestionaba el papel del ejército como una institución sumisa y subordinada a las directrices de Estados Unidos, en la cual corría por sangre la corrupción y por norma, no la defensa de la soberanía nacional, sino la aplicación de una política anticomunista que aniquilaba a los hombres y mujeres más comprometidas con las causas de nuestro pueblo.
Fueron militares los que se levantaron ese 13 de Noviembre de 1960. Exigían no solamente un ejército depurado y profesional, sino un ejército patriótico. Su opusieron a jugar el papel de ejército de ocupación, que permitía el uso del territorio nacional en la preparación de la invasión a Cuba, planificada y dirigida por Estados Unidos y ejecutada infructuosamente por mercenarios al servicio del imperio y de su régimen servil del antiguo régimen de Fulgencio Batista. Se oponían a esa política encabezada por el general Miguel Ydígoras Fuentes, en ese entonces uno de los presidentes de la contrarrevolución, con la complicidad del oligarca Roberto Alejos Arzú, quien había facilitado su finca, La Helvetia, para preparar a los mercenarios batistianos.
De ese 13 de Noviembre, surgieron hombres heroicos como Marco Antonio Yon Sosa y Luis Augusto Turcios Lima, que continuaron con la lucha revolucionaria y anti imperialista. En decidida alianza con organizaciones como el Partido Guatemalteco del Trabajo, gestan las Fuerzas Armadas Rebeldes y reinician en 1963 la lucha armada para derrocar al régimen oligárquico y de sumisión al imperialismo estadounidense. Ahora era una lucha que concretaba una alianza cívica y militar, con militares probos, éticos y revolucionarios, comprometidos con su patria, y con revolucionarios civiles comprometidos con la construcción de una patria libre y justa. Ahora era una lucha emanada, cada vez más, de la movilización de los sectores organizados más importantes, gestados desde los intereses de la clase trabajadora, de las comunidades indígenas y campesinas, de los sectores estudiantiles, profesionales, de mujeres, que encontraron en su articulación revolucionaria la posibilidad de construir un nuevo país.
No existe después de esas fechas, hechos que demuestren la existencia de militares con estos principios. La historia del ejército ha sido de sumisión a los intereses oligárquicos y estadounidenses. Hoy carecemos de un proceso revolucionario que por alguna vía se proponga transformar de raíz este país. Habrá que gestarlo y alcanzar los objetivos que se propuso la todavía vigente insurrección del 13 de Noviembre de 1960. Habrá que concebir y acordar una articulación política de todos los sujetos llamados a ser parte de ese proceso renovado, habrá que gestar un programa político revolucionario, una estrategia coherente, una dirección colectiva ética y capaz de aportar conducción política revolucionaria.
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