La CELAC, Costa Rica y la sombra del panamericanismo
27/01/2014
- Opinión
“Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea, y con tal que él quede de alcalde, o le mortifique al rival que le quitó la novia, o le crezcan en la alcancía los ahorros, ya da por bueno el orden universal, sin saber de los gigantes que llevan siete leguas en las botas y le pueden poner la bota encima…”. José Martí.
Los gobiernos de América Latina se preparan para celebrar en La Habana la II Cumbre de la Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe (CELAC), con una agenda en la que, junto a los temas de orden social, económico, cultural y ambiental, figuran también asuntos de fondo que obligan a asumir posiciones, y abrir debates y frentes de lucha diplomáticos ante los intereses geopolíticos de los Estados Unidos y la derecha continental.
Así, por ejemplo, Venezuela ha anticipado que impulsará la incorporación de Puerto Rico como miembro de CELAC, lo que supone un desafío al expansionismo y al imperialismo histórico estadounidense, que usurpó la soberanía de la isla y de su pueblo desde el siglo XIX por medio de la ocupación militar, primero, y la colonización cultural y económica después. Y en la misma línea de las reivindicaciones antiimperialistas, se discutirán la situación de las Islas Malvinas y el bloqueo de Estados Unidos a Cuba, a fin de adoptar una posición como bloque latinoamericano y caribeño.
Precisamente, este carácter mucho más autónomo e independiente que expresa la CELAC es su seña de identidad frente al mundo, y se explica por el espíritu o clima de época que marcaron el contexto de nacimiento del organismo: el de las luchas antineoliberales, del ascenso de lo nacional-popular y del nuevo rumbo político posneoliberal, en que el que América Latina se ha convertido en vanguardia mundial. Y todo esto, en medio de una crisis capitalista inédita –crisis civilizatoria, al fin y al cabo-, cuyas implicaciones la derecha y los grandes poderes globales no logran comprender.
Más aún, la CELAC fue pensada como una instancia que impulsara el latinoamericanismo en el ámbito de la integración regional, de ahí que no formen parte Canadá ni los Estados Unidos, y al mismo tiempo, de ruptura con el panamericanismo grabado a sangre y fuego en la Organización de Estados Americanos (OEA) –no se olvide que su creación, en la Conferencia Panamericana de 1948, fue bautizada por la masacre del Bogotazo-, y que durante la segunda mitad del siglo XX sirvió como teatro de marionetas de la política imperialista de la potencia del norte para nuestra región.
Desgraciadamente, ese lastre histórico del panamericanismo sigue vivo entre la derecha latinoamericana, y un reciente exabrupto del canciller costarricense, Enrique Castillo, nos lo ha recordado: hombre curtido en las lides de la diplomacia tica y quien, antes de asumir su actual cargo, se desempeñó como embajador permanente de Costa Rica ante la OEA de 2007 a 2011, Castillo declaró a la prensa local que este organismo y la CELAC “son complementarios”, con lo que repetía el discurso del secretario general José Miguel Insulza, con motivo de la invitación recibida del gobierno de Cuba a participar, como invitado, en la Cumbre de La Habana. Pero el canciller fue más lejos al afirmar que “la OEA es irreemplazable, precisamente porque allí están dos actores importantes del hemisferio, como Estados Unidos y Canadá. Eso hace indispensable a la OEA. La OEA y la Celac son complementarias” (La Nación, 21-01-14).
El desconocimiento elemental del entorno latinoamericano y de los cambios ocurridos en el sistema internacional en la última década, que reflejan los dichos del canciller, no puede responder a ingenuidad o ignorancia; menos aun viniendo de un funcionario que siguió desde Washington el curso de muchos de estos procesos, los debates, tensiones y desencuentros que, finalmente, configuraron las condiciones para el surgimiento de la CELAC en Caracas.
El canciller Castillo no solo retrata las afinidades ideológicas del actual gobierno costarricense, las limitaciones conceptuales de su política exterior (producto del aislacionismo tico, que prefiere mirar al Norte y no al Sur), o el aldeanismo que campea entre la derecha criolla; también, y esto es lo más grave, nos recuerda que la sombra del panamericanismo, sigilosa pero operante tras bambalinas, constituye uno de los mayores peligros que enfrenta la CELAC y, en sentido más amplio, la integración nuestraamericama impulsada en lo que va de este siglo.
Un eventual nuevo triunfo de la derecha costarricense en las elecciones del 2 de febrero –sea del partido oficialista o de la extrema derecha-, azuzado por la enervada campaña “anticomunista” de los últimos dos meses, tendría serias implicaciones en el liderazgo que pueda asumir Costa Rica en la presidencia pro tempore de la Comunidad de Estados, tanto en términos de la representación efectiva de las posiciones latinoamericanas en los foros internacionales, como en el impulso de la agenda posneoliberal y reivindicativa de la CELAC. Como se ve, también en el orden de la unidad y la integración nuestroamericana será decisivo un triunfo del progresismo en las elecciones en Costa Rica.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
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