Una reflexión sobre la violencia
10/07/2006
- Opinión
Los cadáveres de varios jóvenes asesinados son sacados de un automóvil abandonado en la orilla de la ciudad. Señales de tortura. Manchas de sangre. Tiro de gracia. Es un cuadro que recogen cada día los medios de comunicación social. Es un espectáculo que se repite todos los días y es contemplado por los curiosos que se acercan. Entre ellos niños y niñas que en su fresca exploración del mundo incorporan esta violencia como un hecho común y corriente. Un hecho que la nueva generación va registrando como algo "natural".
Ante la reiteración cotidiana de tales escenarios de violencia, la gente va haciéndose insensible. Lo que antes era un verdadero escándalo, ahora se ha vuelto tan rutinario que ya no conmueve a nadie. El creciente número de homicidios ha dejado de alarmarnos. En un boletín reciente, las Brigadas Internacionales de Paz, haciendo eco del Informe que sobre el año 2005 publicó el Procurador de los Derechos Humanos, llaman la atención sobre las estadísticas de la violencia. Entre 2001 y 2005, el total de homicidios se ha incrementado en más de 60%. El año pasado la Policía Nacional Civil reportó 5.338 muertes violentas, 831 más que el año anterior. Esta cifra representa más de 14 personas asesinadas por día. Es como una enfermedad que nos va contagiando. Y efectivamente, la Organización Mundial de la Salud habla de una epidemia de violencia.
Hay en el informe sobre la violencia en nuestro país rasgos que son destacados por los analistas, como por ejemplo el alto porcentaje de jóvenes y mujeres entre las víctimas. El 60% de las personas asesinadas tenían menos de 30 años de edad. En cuanto a las mujeres, que suman un 10% del total, las muertes violentas entre 2002 y 2005 se incrementaron en un 63%, mientras que en el caso de los hombres el incremento fue de 45%. Los grupos de defensa de los Derechos Humanos han expresado su preocupación porque en la eliminación de personas jóvenes, especialmente aquellas que llevan tatuajes y supuestamente pertenecen a maras, se den casos de limpieza social: el asesinato de personas consideradas como indeseables, con o sin la participación o complicidad de policías.
Pero regresemos a lo mencionado al inicio: al hecho de que los múltiples actos violentos se va estableciendo en nuestra sociedad como un fenómeno "natural". Hubo pensadores que se referían a un estado "natural", previo a la constitución del Estado moderno. Se supone que la gente, en el estado natural, vivía feliz hasta el momento en que la propiedad privada vino a arruinar las relaciones entre la gente y el hombre se convirtió en lobo para el otro hombre. Es precisamente para salir de aquel estado salvaje y evitar que unos mataran a otros, que los modernos plantearon la necesidad de salir de aquello que fue considerado "natural" y que era una situación de violencia incontrolada. Una cita del filósofo Immanuel Kant se refiere a esta decisión de crear el Estado, la decisión de transitar de un estado natural a un estado civil:
"El hombre debe salir del estado de naturaleza, en el que cada cual sigue los caprichos de su fantasía, y unirse con todos los demás... sometiéndose a una constricción externa públicamente legal... es decir, que cada cual debe, antes de cualquier otra cosa, entrar en un estado civil".
Encontramos esta cita en una obra de Norberto Bobbio, quien rastrea el origen del Estado moderno como el paso de una situación natural a una situación "artificial". Así lo pensó también, un siglo antes de Kant, el pensador inglés Tomás Hobbes. Este autor opina que los hombres son, en el régimen natural, una amenaza el uno para el otro. Todos entran en guerra contra los demás. Por lo que viven naturalmente en un clima de terror. Por eso, se ponen de acuerdo. Realizan un "contrato social". Para salir de la situación de anarquía e inseguridad que sufren, forman un Estado cuya tarea estará precisamente en regular las relaciones entre los individuos. Y por eso, los ciudadanos se someten a las leyes que el Estado promulga y obedecen la aplicación de tales leyes, incluso cuando tiene que usarse la fuerza.
Pero, ¿qué pasa cuando el Estado, encargado de crear leyes y de hacerlas cumplir, deja de cumplir estas tareas? ¿Qué pasa cuando el Estado instala la impunidad en la sociedad, es decir, cuando permite que unos maten a otros, recayendo así en la situación "natural" anterior al Estado de derecho? Se rompe, entonces, el contrato social. Vuelven a instalarse la total inseguridad y la ley de la selva. El Estado pierde su legitimidad, al dejar de cumplir el papel que le fue asignado. En tal caso, urge que los ciudadanos y las ciudadanas intervengan para exigir justicia, combatir la impunidad y rehacer el contrato social. A esta conclusión nos lleva la reflexión sobre la violencia y la impunidad en Guatemala, a partir de una de las tradiciones del pensamiento político. Si no nos oponemos al incremento de la violencia y si no luchamos contra la impunidad, seremos cómplices del regreso a la total inseguridad que reina en la jungla y perderemos la oportunidad de convivir como gente sensible, solidaria y corresponsable por la vida de todos y todas.
(Difundido en el programa "Buenos Días" de Radio Universidad, martes 11 de julio del 2006)
- Juan Vandeveire/ Centro de Información y Documentación/ AVANCSO
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