Los desastres gemelos de la globalización

28/02/2002
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Se dice que en la política y en la guerra la fortuna sonríe demasiado brevemente. Después de permitirle saborear el éxito de su campaña en Afganistán, la historia, viva e inescrutable como siempre, administró dos golpes fuertes a la administración Bush: la implosión de Enron y el derrumbamiento argentino. Estos desastres sobresalientes amenazan poner nuevamente a la élite global en la crisis de legitimidad que sacudía su hegemonía antes del 11 de septiembre. ENRON y la estafa corporativa Enron nos recuerda con fuerza que la retórica del libre mercado es un engaño de las corporaciones. Al Neoliberalismo le encanta describirse con el idioma de la eficiencia y la ética del mayor beneficio para el mayor número de gente, pero en realidad tiene que ver con la expansión del poder corporativo. Enron alababa los llamados méritos del mercado para explicar su éxito, pero de hecho, el camino que tomó para llegar a ser el número siete de las corporaciones más grandes de EE.UU. no fue facilitado por la disciplina del mercado, sino por el uso estratégico de grandes cantidades de dinero. Enron literalmente subió a la cima comprando, repartiendo centenares de millones de dólares en menos de una década, para crear lo que un hombre de negocios describió al New York Times como un "agujero negro" de mercados energéticos desregulados en los cuales sus travesuras financieras podrían seguir sin controles. Para asegurar que el gobierno se haga de la vista gorda y permita que el "mercado" se salga con la suya, Enron fue generoso con aquellos dispuestos a servirla, y sólo pocos recibieron más dólares de Enron que George W. Bush, quien recibió unos $623,000 de su amigo Kenneth Lay, Presidente Ejecutivo de Enron, para sus campañas políticas en Texas y a nivel nacional. Los profundos enlaces entre Bush y varios de sus lugarteniente claves (el Vice Presidente Dick Cheney, el Fiscal John Ashcroft, el Representante Comercial de EE.UU. Robert Zoellick, y uno de los principales asesores económicos del Presidente, Larry Lindsey, para nombrar sólo a los más prominentes) y el tejido corporativo de Enron, quitaron a George W. Bush su imagen post 11 de septiembre de ser el Presidente de todos los estadounidenses y le muestra como verdaderamente es, el Presidente Ejecutivo del EE.UU corporativo. El escándalo de Enron coloca a los estadounidenses en el sozialepolitik amargo de los años noventa cuando, como el propio Bush lo expresó en su discurso de posesión, "parece que compartimos un continente pero no un país". Nos hace acordar el contexto ideológico de la campaña electoral de 2000, cuando el copartidario de Bush, John McCain, tuvo una casi exitosa campaña electoral para captar la Presidencia, enfocando en un sólo problema: que el financiamiento masivo que realizan las corporaciones en los proceso electorales había transformado la democracia de EE.UU en una plutocracia que socava gravemente su legitimidad. Globalización y corrupción Siempre hemos sostenido que la globalización corporativa es un proceso marcado por una corrupción generalizada y que subvierte profundamente a la democracia. La Shell en Nigeria es un buen estudio de caso. Muchísimas empresas transnacionales, además del Banco Mundial, se involucraron en la economía política de Suharto en Indonesia. Ahora Enron quita el velo de la llamada "Nueva Economía" que hizo llover premios sobre sórdidos operadores financieros como Enron, mientras el resto del mundo corre con los costos, de los cuales uno de los más importante es la que parece ser la peor recesión global desde los años treinta. Por eso siempre decimos a los funcionarios del Banco Mundial que quieren darnos lecciones sobre buen gobierno, que primero deben decirle a Washington que ponga en orden su propia casa. La corrupción corporativa es central al sistema político de EE.UU., y el hecho de que sea legal y asuma la forma de "finanzas de campaña" canalizadas a los políticos a través de "comités de acción política", no lo hace de ningún modo menos inmoral que el "capitalismo de contubernio" al estilo asiático. De hecho, la corrupción de Washington es mucho más perjudicial porque las decisiones compradas con grandes desembolsos de dinero no sólo tienen consecuencias nacionales sino globales. Los políticos corruptos del Tercer Mundo deben ser duramente castigados, pero hay que decir que las cantidades de dinero y las cuotas de poder implicadas en estos países son migajas comparadas con el tráfico de influencia en Washington. Argentina y la locura de la liberalización Si Enron ilustra la locura de la desregulación/corrupción, Argentina ejemplifica la de otra faceta del proyecto de la globalización corporativa: la liberalización de los flujos de comercio y capitales. Con una deuda externa de $140 mil millones, su industria en caos, y unas 2.000 personas que diariamente caen por debajo de la línea de pobreza, Argentina está en un estado verdaderamente lastimoso. Argentina eliminó sus barreras comerciales más rápido que la mayoría de los otros países de América Latina. Liberalizó más radicalmente su cuenta de capitales. Y en el gesto de fe neoliberal más conmovedor, el gobierno argentino voluntariamente eliminó cualquier control significativo sobre el impacto doméstico de una economía global volátil, cuando adoptó la convertibilidad del peso con el dólar. Según algunos tecnócratas la dolarización era el siguiente paso, y con ella habrían desaparecido los últimos amortiguadores entre la economía local y el mercado global, y la nación habría entrado en el nirvana de la prosperidad permanente. La Doctrina de Summers Todas estas medidas se aprobaron o se tomaron bajo presión del Departamento de Tesoro de EE,UU y su testaferro, el FMI. De hecho, después de la crisis financiera asiática, cuando la mayoría de los observadores vieron a la liberalización de cuentas de capitales como la culpable, Larry Summers, el entonces Secretario del Tesoro, alabó la venta del sector bancario de Argentina como un modelo para el mundo en desarrollo: "Hoy, el 50 por ciento del sector bancario, y el 70 por ciento de los bancos privados de Argentina están en manos de extranjeros, comparado con el 30 por ciento en 1994. El resultado es un mercado más profundo y más eficaz, e inversionistas extranjeros con un mayor interés en permanecer". Los tecnócratas argentinos parecían determinados a rebasar a sus rivales chilenos en su homenaje al mercado; y esto justo en el momento en que los mismos chilenos empezaban a cuestionar la eficacia del mercado en la volátil área de los flujos de capitales. Cuando el valor del dólar subió a mediados de los noventa, lo acompañó el peso, lo que hizo menos competitivos los bienes argentinos tanto a nivel global como local. Aumentar el nivel de aranceles sobre las importaciones se vio como algo inaceptable. En cambio, Argentina se endeudó fuertemente para financiar una brecha comercial que seguía ampliándose de manera peligrosa, y así entró en una espiral de endeudamiento. Mientras más se endeudó más subió las tasas de interés, pues los acreedores se alarmaron cada vez más por las consecuencias del libre mercado del que ellos mismos se beneficiaron en un primer momento. En contra de la doctrina de Summers, el control extranjero del sistema bancario no representó una panacea. De hecho, el control extranjero simplemente ayudó a que la salida de capitales sea facilitada por bancos cada vez más renuentes a prestar tanto al gobierno como a los negocios locales. Sin crédito, las pequeñas y medianas empresas, y varias grandes, cerraron las puertas y despidieron a miles de trabajadores. Receta equivocada, una vez más Con el sombrero en la mano, Argentina fue donde su mentor el FMI a pedirle un préstamo multi-millonario que le permita para cumplir con los desembolsos de su deuda de $140 mil millones. El Fondo se lo negó, a menos que el gobierno hiciera recortes drásticos en el gasto público e imponga una rígida política monetaria. Como lo notó Joseph Steiglitz, éste fue precisamente el error que el FMI cometió en Asia después de la crisis financiera: en vez de inflar la economía, el FMI impuso un programa contra la inflación que sólo logro contraer la economía. Parece que el Fondo es institucionalmente - e intencionalmente -- incapaz de aprender de sus errores, y Argentina representa una razón más para abolirlo. Reginald Dale, el columnista doctrinario del libre mercado del International Herald Tribune se preocupa de que el desastre de Argentina pueda tener consecuencias negativas más allá de Argentina, principalmente la corrosión de la legitimidad del proyecto de globalización y un resurgimiento del populismo, lo que imposibilitaría que la administración Bush concluya exitosamente su proyectó del Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA). Ahora le toca al movimiento anti globalización demostrar que Dale y la mafia del eje Wall Street-Washington-Houston tienen razón, y no sólo en América Latina. Las causas de los desastres de Enron y Argentina son tan claros y tan fácilmente explicables a la gente común y corriente en todas partes del mundo, que proporcionan la herramienta perfecta para que el movimiento recobre a nivel global la fuerza que perdió el día 11 de septiembre. * Walden Bello es Director Ejecutivo de Focus on the Global South y profesor de sociología y administración pública en la Universidad de Filipinas. Enfoque sobre Comercio, No 74, febrero 2002. Traducción Gerard Coffey.
https://www.alainet.org/es/articulo/105710
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