No a la intervención!
04/05/2003
- Opinión
Los tambores de la intervención armada resuenan de nuevo en nuestro
continente. El secretario estadunidense de Estado, Colin Powell, ha
declarado que el gobierno de Cuba ''es una aberración en el
hemisferio occidental'' (La Jornada, 29 de abril de 2003).
El señor Powell debiera darse cuenta de que aberración mayor que el
gobierno asesino, del cual él forma parte, que envió sus fuerzas
para matar y destruir en Irak y Afganistán, no existe hoy ni en el
hemisferio occidental ni en el oriental. Por otra parte, otro
funcionario de la misma dependencia, siguiendo los pasos de su jefe,
declaró a su vez: ''estamos buscando a quienes sirvan mejor a
nuestro interés de respaldar la democracia en Cuba'', y quienes
pueden servir al Departamento de Estado no pueden ser otros sino
aquellos dispuestos a servirle de mercenarios para subvertir el
orden, con buena paga y pertrechos estadunidenses, para llevar a
Cuba a la férula de Bush y a la expoliación de sus viejos dueños. La
ley del más fuerte, que no es más que la ley de la selva, no puede,
no debe seguir rigiendo al mundo.
Quienes antes que otra cosa somos defensores de la vida, condenamos
enérgicamente, no podemos estar de acuerdo, con la aplicación de la
pena de muerte en ninguna parte del mundo, no podemos estar de
acuerdo con los fusilamientos en Cuba, ni con las lapidaciones en
Nigeria, ni con las ejecuciones en la cámara de gas o en la silla
eléctrica en Estados Unidos, o con la muerte lenta y cruel a la que
el gobierno de este país ha condenado, sin juicio alguno, a los
prisioneros afganos que mantiene enjaulados en la base militar de
Guantánamo.
Debemos reconocer, sin embargo, que en este caso reciente, tan
doloroso como otros anteriores en muchas otras partes, se aplicó la
ley con base en como los cubanos se han dado sus leyes.
Mi posición personal es que Cuba, Estados Unidos, México, para los
casos todavía previstos en nuestras leyes en los que es aplicable la
pena de privación de la vida, y todos los países donde esté vigente
alguna disposición similar, debieran ya acatar y sumarse a la
resolución de Naciones Unidas, que sin duda corresponde al sentir
mayoritario de todos los pueblos, y eliminar de su legislación la
posibilidad de aplicación de esa pena, que es inhumana, autocrática
y anacrónica.
Ahora bien, lo que en cualquier caso resulta inadmisible es que una
nación, trátese de la que se trate, intervenga por la fuerza en los
asuntos internos de otra.
América Latina ha conocido muy amargas experiencias con las
intervenciones estadunidenses en sus asuntos internos. En el siglo
que hace poco terminó, numerosos países nuestros vieron su suelo
herido por la bota extranjera: Cuba, Nicaragua, Haití, México -
recordemos la entrada de los rangers a nuestro territorio para
ahogar en sangre la huelga de los mineros de Cananea y la fracasada
expedición punitiva que encabezó Pershing contra Villa-, Guatemala,
República Dominicana, Granada, Panamá, donde la intervención
estadunidense además de sembrar de cadáveres nuestras tierras,
impuso sangrientas y expoliantes tiranías, de cuyo paso por el poder
aún no se reponen los pueblos que las sufrieron.
Quiero argumentar contra la intervención extranjera trayendo a la
memoria acontecimientos que seguramente muchos mexicanos recordamos
bien: el fraude electoral masivo que se cometió en agravio de todos
los mexicanos en 1988, del que surgió un gobierno carente de
legitimidad, que además de saquear al país, cerró con más fraudes y
por la fuerza y la violencia canales de expresión democrática, que
sólo la determinación y el valor del pueblo mexicano han logrado
abrir. En ese esfuerzo fueron ultimados más de medio millar de
militantes democráticos y esos crímenes permanecen impunes. A pesar
de ello, nadie de los comprometidos en esa lucha desde muy diversas
trincheras pensó en algún momento en recurrir a la fuerza militar
del vecino para que viniera a arreglar nuestras cosas y a imponer la
democracia, que hubiera sido su democracia, en nuestra tierra.
Tuvimos confianza en la razón de nuestra causa y en nuestras
capacidades para transformar la realidad mexicana.
Entonces, desde todo punto de vista, debe rechazarse la pretensión
estadunidense para intervenir ahora en Cuba, como seguimiento a sus
desmanes en Afganistán y en Irak, como habría que rechazar con el
mismo coraje, si existiera la fuerza capaz de hacerlo, cualquier
intervención del exterior para echar del gobierno de Estados Unidos
a los asesinos que se han atrincherado en él.
Así como los mexicanos, aun yendo cuesta arriba y tomando más tiempo
que el deseado, estamos resolviendo nuestros problemas y no queremos
que nadie venga a imponernos su voluntad y sus visiones de la vida,
así exijamos también que se respete el derecho del pueblo cubano a
decidir por sí sus destinos.
La amenaza que se cierne hoy sobre Cuba es real y la barbarie debe
ser frenada.
https://www.alainet.org/es/articulo/107456?language=es
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