Jornadas de reflexión sobre la Teología de la Liberación
12/09/2007
- Opinión
Jornadas de reflexión sobre la Teología de la Liberación con ocasión del aniversario del 90 nacimiento de Mons. Oscar Arnulfo Romero
Caracas (Venezuela) 14-15 – Agosto – 2007
Como invitado, que he sido, he podido participar en Caracas en las Primeras Jornadas sobre la Teología de la Liberación con ocasión del 90 aniversario del Nacimiento de Mons. Romero. Tales jornadas han sido preparadas y alentadas por miembros de diversas instituciones de la Iglesia católica y de las iglesias evangélicas y pentecostales.
Ciertamente la figura de Mons. Romero ha presidido y animado este Encuentro del principio al fin. El anuncio del Evangelio que hizo en su país, donde unas minorías ricas ejercían dominación y opresión sobre las mayorías de la población, le obligó a dejar a un lado toda neutralidad y optar por la dignidad, derechos y liberación de los más pobres. Esta opción lo puso en medio del conflicto que acabó quitándole por parte de los poderosos la vida de una manera asesina.
Han sido muchas las enseñanzas sacadas de este testimonio de Mons. Romero. Y, a su luz, hemos tenido la oportunidad de analizar el origen, significado y consecuencias de la Teología de la Liberación, nacida precisamente en el continente latinoamericano.
Una y otra cosa se han estudiado y proyectado a la situación de Venezuela, en donde se vive un momento histórico de transformación decisivo a favor de las mayorías más pobres impulsado por la revolución bolivariana.
La situación histórica de Venezuela se presenta como un signo de los tiempos, que nos exigía examinar y entender, para no pasarlo desapercibido, y unirnos a él para potenciarlo desde las exigencias mismas de la dignidad humana, de la libertad de los pueblos y desde los principios y valores de Evangelio. Dios habla siempre y actúa en la historia y creemos que lo está haciendo en estos momentos de un modo especial en nuestra nación.
Los trabajos teológicos, las reflexiones, los testimonios y experiencias de todos los participantes en el Encuentro, han permitido dialogar, poner en común y subrayar los siguientes puntos:
1. La vida socio- política es esencial a toda persona, nadie puede prescindir de ella o considerarse extraño a la misma. El cristiano y la cristiana son sujeto también de esa política. Con razón el concilio Vaticano II (GS, 75) dice que la tarea política es un arte difícil, pero noble, y que los cristianos deben ejercer con responsabilidad, entrega al bien común de todos y todas, con amor y fortaleza.
2. Históricamente, esta tarea la han ejercido muchas veces los cristianos y cristianas en beneficio propio, en complicidad con el poder y la opresión, en contradicción con la fe y las exigencias del evangelio. De esa manera han deshonrado a Dios y han contribuido a ocultar, más que revelar el rostro genuino de Dios (Cfr. GS, 19).
3. Nuestra condición de ciudadanos nos lleva a pensar que no hay convivencia política posible sin un sistema que organice y regule la vida de la comunidad política. La cuestión está en averiguar si ese sistema es para el bien de todos o de unos pocos. En ese sentido, el cristiano/a no puede amparar por igual uno u otro sistema, sino aquel que en la práctica mejor promueva y defienda los derechos de las mayorías.
4. Para llevar a cabo este discernimiento, la Teología de la Liberación utiliza en primer lugar, como un “momento primero”, el análisis de la realidad, con cuantas mediaciones científicas sean necesarias para descubrir los grados objetivos de injusticia, de empobrecimiento, discriminación, marginación y explotación del ser humano y de los pueblos a que pertenece.
Se ha resaltado especialmente la explotación, discriminación y marginación de la mujer en la sociedad y en las iglesias, reivindicando su papel relevante en la sociedad, especialmente latinoamericana, y en el quehacer teológico.
Este primer paso va acompañado, en un cristiano coherente, de la indignación, protesta, denuncia, movilización y combate para acabar con esa situación. El segundo paso, le hace convertir su protesta en ira sagrada, al comprobar cómo esa situación es contraria al Reino de Dios. Es precisamente lo que Jesús de Nazaret, enviado e hijo de Dios, proclama: “He sido enviado para liberar a los pobres”, es decir, para decirles que Dios está contra su pobreza, que es maldita: “Ay de ustedes los ricos”, “No se puede servir a Dios y al dinero”, y denunciar como ladrones e hipócritas a quienes quieren ustificarla en nombre suyo.
La teología de la liberación denuncia y desenmascara todos los intentos -y ¡cuántos no han sido en la historia!- de querer legitimar la injusticia y esclavitud con la fe y el seguimiento de Jesús. Ha sido precisamente esta denuncia la que ha levantado las críticas más injustas y calumniosas contra le Teología de la Liberación, hasta llegar a afirmar que la Teología de la Liberación era marxista, presentaba a Jesús como líder meramente político, reducía la salvación a un ámbito temporal, se apartaba de la doctrina de la Iglesia y su magisterio y, finalmente, a decir que ha llegado a su término y ha fracasado.
Este frenesí persecutorio es propio de sus enemigos, nunca del pueblo: “Si la Iglesia latinoamericana lleva a cabo las conclusiones de Medellín, los intereses norteamericanos están en peligro” (Rockefeller).
El obispo Pedro Casaldáliga, haciéndose eco de estas calumnias, respondía enardecido: “Que no sigan nombrando, por vergüenza al menos, las barbaridades –calumnias auténticas- que han colgado a la Teología de la Liberación y sus teólogos. Nosotros: teólogos de la liberación y obispos que los acompañamos e Iglesias que se benefician de su doctrina, no hemos optado por Marx, sino por el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, por su Reino y sus pobres. Nuestro Dios quiere la liberación de toda esclavitud, de todo pecado y de la muerte. Analizar la trágica situación de los dos tercios de la humanidad, señalarla como enteramente contraria a la voluntad de Dios y asumir compromisos prácticos para transformar esa situación son pasos obligados de la Teología de la Liberación”.
5. En la coyuntura actual de Venezuela , muchos hechos demuestran cómo la línea del libertador Bolívar, recogida en la revolución actual, converge en gran medida con la proclama y acción liberadora del Evangelio de Jesús, continuada en la historia por muchos de sus seguidores y, hoy en nuestro continente, por muchos testigos y mártires suyos, entre otros Mons. Romero. Es una novedad sin precedentes que, a teólogos como Metz, le hacen exclamar: “El tiempo de la alianza de la Iglesia con los poderes opresivos habría pasado y ha llegado el momento de su función subversiva”.
6. Las Jornadas celebradas han dejado claro que, como dice el Concilio Vaticano II, comunidad eclesial y comunidad política constituyen realidades autónomas y distintas, pero con funciones de colaboración estrecha, porque único y común es el sujeto al que una y otra quieren servir. Cuando la realidad contradiga en una u otra parte esta misión de servicio, entonces la colaboración se convierte en crítica y denuncia y, también, en autocrítica y auto denuncia.
7. Los cristianos y las cristianas lo sabemos muy bien, -y así se ha reafirmado en el Encuentro- que una revolución sin ética y sin mística es difícil llevarla a buen puerto, que una revolución –y en esto han vuelto las convergencias con el “hombre nuevo” del Che- es integral o no lo es: individual y social, no sólo interior o exterior, sino en todas las dimensiones de la persona.
8. No hay duda de que este primer Encuentro, celebrado con gran esfuerzo y entusiasmo, ha tenido sus fallos que pueden corregirse, pero a su vez ha representado una experiencia viva y vivificante, que puede reportar mayor unidad y fuerza para el logro de las auténticas causas y valores en la vida social y política y en las Iglesias. La presencia recíproca, la colaboración, la confianza de unos y otros, la ausencia de prejuicios y dogmatismos, la firmeza en las verdaderas metas nos harán avanzar hacia un futuro más justo, más fraterno, más solidario y más pacífico.
Un análisis sereno nos hace ver que demasiadas veces nos hemos enfrentado por diferencias secundarias, cuando es mucho más hondo e importante lo que nos une. Lección de la historia que debe servirnos para aprender a resolver los conflictos con el diálogo, convencidos que el ser humano es, para el otro, hermano y no lobo.
Para todos los participantes en las Jornadas y para todos los hermanos/as de Venezuela la conversión y la paz del Evangelio, esa conversión y esa paz revolucionarias, que brotan de la justicia , de la hermandad y del amor proclamados por Jesús y que caracterizan a todo auténtico revolucionario.
Benjamín Forcano, sacerdote y teólogo
Caracas, 15 de Agosto, 2007
Caracas (Venezuela) 14-15 – Agosto – 2007
Como invitado, que he sido, he podido participar en Caracas en las Primeras Jornadas sobre la Teología de la Liberación con ocasión del 90 aniversario del Nacimiento de Mons. Romero. Tales jornadas han sido preparadas y alentadas por miembros de diversas instituciones de la Iglesia católica y de las iglesias evangélicas y pentecostales.
Ciertamente la figura de Mons. Romero ha presidido y animado este Encuentro del principio al fin. El anuncio del Evangelio que hizo en su país, donde unas minorías ricas ejercían dominación y opresión sobre las mayorías de la población, le obligó a dejar a un lado toda neutralidad y optar por la dignidad, derechos y liberación de los más pobres. Esta opción lo puso en medio del conflicto que acabó quitándole por parte de los poderosos la vida de una manera asesina.
Han sido muchas las enseñanzas sacadas de este testimonio de Mons. Romero. Y, a su luz, hemos tenido la oportunidad de analizar el origen, significado y consecuencias de la Teología de la Liberación, nacida precisamente en el continente latinoamericano.
Una y otra cosa se han estudiado y proyectado a la situación de Venezuela, en donde se vive un momento histórico de transformación decisivo a favor de las mayorías más pobres impulsado por la revolución bolivariana.
La situación histórica de Venezuela se presenta como un signo de los tiempos, que nos exigía examinar y entender, para no pasarlo desapercibido, y unirnos a él para potenciarlo desde las exigencias mismas de la dignidad humana, de la libertad de los pueblos y desde los principios y valores de Evangelio. Dios habla siempre y actúa en la historia y creemos que lo está haciendo en estos momentos de un modo especial en nuestra nación.
Los trabajos teológicos, las reflexiones, los testimonios y experiencias de todos los participantes en el Encuentro, han permitido dialogar, poner en común y subrayar los siguientes puntos:
1. La vida socio- política es esencial a toda persona, nadie puede prescindir de ella o considerarse extraño a la misma. El cristiano y la cristiana son sujeto también de esa política. Con razón el concilio Vaticano II (GS, 75) dice que la tarea política es un arte difícil, pero noble, y que los cristianos deben ejercer con responsabilidad, entrega al bien común de todos y todas, con amor y fortaleza.
2. Históricamente, esta tarea la han ejercido muchas veces los cristianos y cristianas en beneficio propio, en complicidad con el poder y la opresión, en contradicción con la fe y las exigencias del evangelio. De esa manera han deshonrado a Dios y han contribuido a ocultar, más que revelar el rostro genuino de Dios (Cfr. GS, 19).
3. Nuestra condición de ciudadanos nos lleva a pensar que no hay convivencia política posible sin un sistema que organice y regule la vida de la comunidad política. La cuestión está en averiguar si ese sistema es para el bien de todos o de unos pocos. En ese sentido, el cristiano/a no puede amparar por igual uno u otro sistema, sino aquel que en la práctica mejor promueva y defienda los derechos de las mayorías.
4. Para llevar a cabo este discernimiento, la Teología de la Liberación utiliza en primer lugar, como un “momento primero”, el análisis de la realidad, con cuantas mediaciones científicas sean necesarias para descubrir los grados objetivos de injusticia, de empobrecimiento, discriminación, marginación y explotación del ser humano y de los pueblos a que pertenece.
Se ha resaltado especialmente la explotación, discriminación y marginación de la mujer en la sociedad y en las iglesias, reivindicando su papel relevante en la sociedad, especialmente latinoamericana, y en el quehacer teológico.
Este primer paso va acompañado, en un cristiano coherente, de la indignación, protesta, denuncia, movilización y combate para acabar con esa situación. El segundo paso, le hace convertir su protesta en ira sagrada, al comprobar cómo esa situación es contraria al Reino de Dios. Es precisamente lo que Jesús de Nazaret, enviado e hijo de Dios, proclama: “He sido enviado para liberar a los pobres”, es decir, para decirles que Dios está contra su pobreza, que es maldita: “Ay de ustedes los ricos”, “No se puede servir a Dios y al dinero”, y denunciar como ladrones e hipócritas a quienes quieren ustificarla en nombre suyo.
La teología de la liberación denuncia y desenmascara todos los intentos -y ¡cuántos no han sido en la historia!- de querer legitimar la injusticia y esclavitud con la fe y el seguimiento de Jesús. Ha sido precisamente esta denuncia la que ha levantado las críticas más injustas y calumniosas contra le Teología de la Liberación, hasta llegar a afirmar que la Teología de la Liberación era marxista, presentaba a Jesús como líder meramente político, reducía la salvación a un ámbito temporal, se apartaba de la doctrina de la Iglesia y su magisterio y, finalmente, a decir que ha llegado a su término y ha fracasado.
Este frenesí persecutorio es propio de sus enemigos, nunca del pueblo: “Si la Iglesia latinoamericana lleva a cabo las conclusiones de Medellín, los intereses norteamericanos están en peligro” (Rockefeller).
El obispo Pedro Casaldáliga, haciéndose eco de estas calumnias, respondía enardecido: “Que no sigan nombrando, por vergüenza al menos, las barbaridades –calumnias auténticas- que han colgado a la Teología de la Liberación y sus teólogos. Nosotros: teólogos de la liberación y obispos que los acompañamos e Iglesias que se benefician de su doctrina, no hemos optado por Marx, sino por el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, por su Reino y sus pobres. Nuestro Dios quiere la liberación de toda esclavitud, de todo pecado y de la muerte. Analizar la trágica situación de los dos tercios de la humanidad, señalarla como enteramente contraria a la voluntad de Dios y asumir compromisos prácticos para transformar esa situación son pasos obligados de la Teología de la Liberación”.
5. En la coyuntura actual de Venezuela , muchos hechos demuestran cómo la línea del libertador Bolívar, recogida en la revolución actual, converge en gran medida con la proclama y acción liberadora del Evangelio de Jesús, continuada en la historia por muchos de sus seguidores y, hoy en nuestro continente, por muchos testigos y mártires suyos, entre otros Mons. Romero. Es una novedad sin precedentes que, a teólogos como Metz, le hacen exclamar: “El tiempo de la alianza de la Iglesia con los poderes opresivos habría pasado y ha llegado el momento de su función subversiva”.
6. Las Jornadas celebradas han dejado claro que, como dice el Concilio Vaticano II, comunidad eclesial y comunidad política constituyen realidades autónomas y distintas, pero con funciones de colaboración estrecha, porque único y común es el sujeto al que una y otra quieren servir. Cuando la realidad contradiga en una u otra parte esta misión de servicio, entonces la colaboración se convierte en crítica y denuncia y, también, en autocrítica y auto denuncia.
7. Los cristianos y las cristianas lo sabemos muy bien, -y así se ha reafirmado en el Encuentro- que una revolución sin ética y sin mística es difícil llevarla a buen puerto, que una revolución –y en esto han vuelto las convergencias con el “hombre nuevo” del Che- es integral o no lo es: individual y social, no sólo interior o exterior, sino en todas las dimensiones de la persona.
8. No hay duda de que este primer Encuentro, celebrado con gran esfuerzo y entusiasmo, ha tenido sus fallos que pueden corregirse, pero a su vez ha representado una experiencia viva y vivificante, que puede reportar mayor unidad y fuerza para el logro de las auténticas causas y valores en la vida social y política y en las Iglesias. La presencia recíproca, la colaboración, la confianza de unos y otros, la ausencia de prejuicios y dogmatismos, la firmeza en las verdaderas metas nos harán avanzar hacia un futuro más justo, más fraterno, más solidario y más pacífico.
Un análisis sereno nos hace ver que demasiadas veces nos hemos enfrentado por diferencias secundarias, cuando es mucho más hondo e importante lo que nos une. Lección de la historia que debe servirnos para aprender a resolver los conflictos con el diálogo, convencidos que el ser humano es, para el otro, hermano y no lobo.
Para todos los participantes en las Jornadas y para todos los hermanos/as de Venezuela la conversión y la paz del Evangelio, esa conversión y esa paz revolucionarias, que brotan de la justicia , de la hermandad y del amor proclamados por Jesús y que caracterizan a todo auténtico revolucionario.
Benjamín Forcano, sacerdote y teólogo
Caracas, 15 de Agosto, 2007
https://www.alainet.org/es/articulo/123204
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