Las guerras latinoamericanas
27/09/2010
- Opinión
Nota del autor, 40 años después
Este es un ensayo publicado por la revista MOMENTO, en sus números 778 y 779 de junio 1971, cuyo texto he dejado inalterado. No fue posible recuperar las ilustraciones con que aparece en la revista, pero en esta época de Internet, no fue difícil sustituirlas. Como la situación en América Latina parece dividirla en dos bandos y la escalada militar norteamericana aumenta peligrosamente, es tal vez un momento oportuno para recordar la historia de nuestros sanguinarios desatinos. Parece que lo escrito hace cuarenta años tiene coherencia con lo que sostengo hoy: siguen siendo los intereses de terceros los que promueven nuestras grandes discordias y destrucciones.
Caracas, junio 1971
El apacible Amazonas transcurre con lenta y majestuosa indiferencia entre sus márgenes. Antes de penetrar el eterno trópico de la selva brasileña, su cauce separa en dos países a un mismo paisaje, con idéntica vegetación y clima idéntico, habitado, donde lo está, por dos pueblos con una misma lengua, las mismas costumbres y las mismas tradiciones que se pierden confundidas en un común origen.
Una vez, sólo hubo allí los campamentos de dos unidades fronterizas. De la margen colombiana solía despegar una larga canoa, donde un grupo de jóvenes soldados, remando con energía, luchaban con la corriente hasta aproar con curso oblicuo en el atracadero peruano. Sobre el muelle otro grupo de jóvenes soldados los ayudaba en la maniobra con jovial alboroto. Pasaban primero las botellas y guitarras. Luego, estrechadas las manos, izaban los hombres. Abrazos y palmadas creaban momentáneas parejas. Una comitiva mixta emprendía la marcha por la orilla fangosa, enarbolando botellas entre exclamaciones y risas, hasta el conglomerado de ranchos campesinos y carpas militares que rodeaban el mástil, hecho con dos varas, donde languidecían a la luz de la tarde los rojos y el blanco del pabellón peruano. También se repetía la visita a la inversa. Eran entonces manos colombianas las tendidas en ayuda de los peruanos, sus guitarras, sus flautas y su pisco.
Así transcurrían los meses, amenizados solamente por la llegada casi semanal del avión colombiano. Con él llegaban, además del correo y las provisiones, algunos ramilletes de la muy ansiada y galante compañía. De esos bienes los peruanos se abastecían río arriba, en Iquitos, con sus lanchas. Entre avión y avión, entre lancha y lancha, las noticias externas eran comentadas, analizadas, especuladas, vueltas al derecho y al revés. El radio de los colombianos llevaba dos meses descompuesto y los peruanos simplemente no tenían más que sus lanchas
Una mañana, el grupo de de trasnochados militares colombianos desembarcó, en su patria, para enterarse de una noticia acabada de traer por el avión, que disipó inmediatamente los últimos vapores alcohólicos: el Presidente Alfonso López había decretado la movilización cinco días antes, en vista de una inminente guerra con el Perú.
https://www.alainet.org/es/articulo/144444?language=en
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