Nigale: conexión fundamental con la épica añú del Maracaibo

23/06/2017
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Quien lleve en sus venas algún vestigio de sangre añú, debe sentirse profundamente orgulloso de pertenecer al pueblo del cacique Nigale. Somos una nación viva con un héroe que existió comprobadamente. Esta condición, nos permite asirnos de la figura histórica del héroe, para reconstruir en parte nuestra épica, extraviada por la imposición de la “verdad oficial” de los invasores.

 

No pueden decir lo mismo –y esto tan lamentable, lo decimos con dolor- los descendientes de Guaicaipuro, Chacao, Terepaima, Paramaconi y tantos héroes y mártires de nuestros pueblos originarios, porque fueron borrados en el más atroz genocidio que conozca el género humano.

 

Un aporte más de la Revolución Bolivariana es haber reivindicado a los pueblos indígenas y haber despertado enorme interés y curiosidad sobre los temas indígenas en la población general.

 

Hoy es común ver a la gente asumirse como indígena, incluso quienes ayer tenían vergüenza étnica, hoy la han apartado. También los hay que pantallean con lo indígena para colarse en eventos y conseguir prebendas políticas e institucionales.

 

Pero no cabe duda de lo positivo de este salto histórico.

 

Nigale es una de esas modas. Hasta hace una década atrás nadie hablaba de él. Apenas cuatro locos amantes de la verdad histórica nos empeñábamos en reivindicarle. En mi caso particular, desde adolescente me ocupé de buscar información de esa gesta de resistencia en el Lago de Maracaibo, cuando andaba con mis compañeros del movimiento insurgente Ruptura, haciendo trabajo político entre los palafitos de El Moján.

 

La primera vez que supe de Nigale, fue a través de los tomos de Historia Política de Venezuela de Manuel Vicente Magallanes. En el tomo 1 aparece reseñada la Insurrección Zapara, en un breve comentario donde al cacique se le menciona como Nigal, tal vez por error de imprenta.

 

Ciertamente, es casi imposible hoy día afirmar categóricamente cuál es el verdadero nombre del líder añú. Tal vez Nigale no sea siquiera un nombre propio, sino una denominación calificativa. La raíz ni’ en diversas lenguas arawacas, igual que el añú, se refiere a la tercera persona masculino singular, mientras que na’ se refiere al plural.

 

Ni’walé pudiera acercarse a una especulación comparativa: El Amigo. Ni’alaula, El Mayor. Por qué no. Sólo sabemos lo que escribieron los invasores. 

 

Lecturas revientes de los escritos de Alfredo Janh y Marie France Pate nos despertaron la hipòtesis que Nigale puede ser la castellanización de Ni'uraure, que significa El Jefe.

 

En todo caso, lo que queremos ilustrar es el hecho de que no hay determinación científica en muchas de las leyendas y versiones caprichosas que se han levantado más allá de la tradición oral añú, que fue prácticamente destruida en la guerra de invasión que aún algunos se empeñan en llamar descubrimiento o fundación.

 

No existe documentación sobre fecha o lugar de nacimiento. Se sabe, sí, por la crónica de los invasores, que Nigale fue capturado en orillas de Zapara, hacia el extremo este de la isla, el 23 de junio de 1607, y luego asesinado tres días después en la plaza mayor de Maracaibo.

 

Lo que cuento en mi libro El Cacique Nigale y la ocupación europea de Maracaibo, está fundamentado en una larga revisión de las “crónicas de Indias”, la etnografía latinoamericana, y en los roídos papeles existentes en el Archivo de Indias en Sevilla, a los cuales llegué siguiendo los pasos del Hermano Nectario María, quién revisó con tal detalle los documentos sobre Venezuela, que llegó a elaborar una guía para acceder a ellos, en los intrincados laberintos del Archivo.

 

Hoy Nigale está siendo reivindicado, aunque persiste el centralismo en la historiografía nacional. El pueblo zuliano tiene razones para estar orgulloso de su estirpe. Fueron más de cien años de resistencia que ofreció la nación añú contra la invasión europea. Se dice fácil, pero al imperio español le costó un siglo derrotarnos, y aún hubieron de usar el engaño y la traición para lograrlo.

 

Nos enfrentamos, en este afán científico por reconstruir nuestra historia, a la tremenda dificultad de no contar con la originaria fuente oral, ya que fue víctima del genocidio, quedando destruida casi en su totalidad nuestra lengua y nuestra cultura, lo que trajo como consecuencia la imposibilidad de conocernos a partir de una versión propia. Esto nos lleva inexorablemente a tener que apelar a una escritura ajena, la del invasor, y explorar entre líneas, aquellos conocimientos que pudieran ser útiles, en una interpretación soberana de la crónica colonial, presa del sesgo racista que le caracteriza.  

 

La pérdida forzosa de la oralidad añú, con la desaparición paulatina del idioma, casi produce la muerte antropológica de nuestra etnia, que si no se consumó totalmente, fue gracias a la silente pero férrea resistencia del pueblo paraujano que, aferrado a su lago, a su innata condición acuática, su modo de vida palafítica, su pesca artesanal, su condición de ictiófago ancestral, y sus profundos valores humanos, éticos y ecológicos, superó siglos de discriminación, atropellos, marginalidad e invisibilidad.

 

Como personaje clave en la confrontación colonial por apoderarse del Lago de Maracaibo, Nigale constituye un hito estratégico, a partir del cual podemos ir tejiendo la compleja de red de datos, saberes y hechos que, a la luz de la cosmovisión indígena y el materialismo histórico, nos conduzca a elaborar conjeturas, hipótesis y conclusiones más aproximadas a la verdad.

 

Necesitamos crear una metodología de la historia indígena, para no dejarnos entrampar en el mediocre mundo de las especulaciones insustentables. No cuestionamos la creación popular que busca explicarse estos lejanos hechos con su maravilloso poder inventivo, ni despreciamos esa terca ansiedad por llenar los vacíos temporales de nuestro ser raigal. Al contrario, amamos intensamente toda esa infinita capacidad creadora de nuestro pueblo, y valoramos todos los aportes venidos de experiencias colectivas o individuales, académicas o empíricas, literarias o esotéricas.

 

Pero estamos obligados a conquistar la verdad científica, y para ello hacemos uso del conglomerado del saber científico como de las prácticas concretas de la vida cotidiana del pueblo añú presente en la contemporaneidad.

 

Las comparaciones con pueblos indígenas vecinos, la búsqueda de similitudes y diferencias, las relaciones ancestrales con etnias hoy desaparecidas, las conexiones vitales, determinaciones fácticas, azares y convicciones, todas son herramientas de una tarea inconclusa que apenas está en pleno emprendimiento y que requiere del esfuerzo y compromiso de muchas voluntades para lograrla.

 

Esta metodología emancipadora implica, en primer término, vivir y convivir la cotidianidad añú, asimilar y asumir su mirada desde el agua, su ser lacustre, su arraigo al manglar, su cosmos acuático, su genuina valoración de la amistad, la solidaridad insustituible en el riesgoso faenar pesquero, la traslucidez del trato personal que es determinación de la intensa luminosidad del universo maracaibero, la rigurosidad del respeto a la autoridad familiar y comunitaria, la honestidad y desapego por la propiedad privada, la preeminencia del compartir colectivo, el encanto por el paisaje y el amor profundo a las criaturas hermosas de la madre natura.

 

No es extraño entonces que el canto, la poesía, el baile, los juegos, y el buen humor, sean signos definitorios de la idiosincrasia añú.

 

El reencuentro del pueblo “paraujano” con su héroe ancestral se produce dentro del conjunto de fenómenos sorprendentes y vertiginosos, desatados con la Revolución Bolivariana de Hugo Chávez. Tengo la satisfacción personal de haber contribuido modestamente a estos logros, tanto con la publicación en 2001 de la primera edición de mi libro dedicado a Nigale y la resistencia indígena contra la invasión europea en el Lago de Maracaibo y su región, como con los aportes concretos en la redacción de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, en mi condición de miembro de la Asamblea Nacional Constituyente de 1999, gracias al apoyo del Comandante Supremo de nuestra Revolución.   

 

Nigale se va convirtiendo en ese afinque afectivo que necesitábamos para recuperarnos como nación originaria; a partir de él, nuestra existencia en las riberas lacustres deja de ser un hecho indiferente, para pasar a ser una realidad interesante, más allá de la curiosidad que siempre causaron los palafitos por su carácter “pintoresco” y su rumiada asociación al nombre de Venezuela. También esa presencia, por ratos enigmática, deja tener explicaciones nebulosas, para comenzar a justificarse históricamente por la épica de una guerra de resistencia que duró más de un siglo.  

 

Al confirmar, por la crónica de los invasores, que la caída de Nigale ocurrió el 23 de junio de 1607, nos remontamos al año de 1499 en que llegaron al Lago los primeros castellanos, vascos e italianos, para contabilizar que la invasión armada tardó ciento ocho largos años para apoderarse del territorio añú.

 

Se dice fácil, pero imaginemos los acontecimientos que pudieron ocurrir en toda una centuria –cuatro meses del siglo XV, el XVI completo, más seis años y seis meses del XVII – de intentos bélicos por conquistar la preciosa pista de agua para la ruta mercantil que comunicaba al Caribe mar con el virreinato de la Nueva Granada, en la ruta hacia Pamplona.

 

Tomemos en cuenta que el transporte masivo de carga por excelencia para la época era el marítimo. Los barcos invasores, en sus diferentes modalidades, surcaron océanos, mares, lagos y ríos, en busca de las riquezas ciertas e inciertas de un continente recién “descubierto” por la inagotable avaricia europea.

 

Alonso de Hojeda, que conoció en Sevilla las noticias del Tercer Viaje de Cristóbal Colón, en que el Almirante consiguió la “Tierra de Gracia”, se apresuró a organizar su propia expedición, entusiasmados como estaban en Andalucía y Extremadura por las narraciones que informaban de cuantiosas fortunas en oro, perlas, y otros bienes que abundaban en el “Nuevo Mundo”.

 

En cuestión de meses arribó a Margarita, siguiendo el trazado colombino, navegó la costa, alcanzando la entrada del lago de Maracaibo el 24 de agosto de 1499. Cuentan los testigos, como el cartógrafo vasco Juan de la Cosa y el experto marino italiano Américo Vespucio, socios en la aventura del conquense, que se regodearon cerca de un mes dentro del lago, observando sus recursos y reconociendo su configuración como cuenca hidrográfica. De esa acción quedó el primer mapa de la región lacustre, dibujado por La Cosa, y el nombre Venezuela, atribuido a Vespucio.

 

Podemos marcar esta fecha como el inicio formal de la invasión monárquica imperial contra nuestros pueblos ancestrales, ya que a partir de entonces comenzaron las incursiones de naves europeas saqueando recursos y raptando gente para esclavizarlas; así como se emprendieron los intentos por establecer asiento español en nuestros territorios.

 

El invasor se valió, no sólo de su superioridad bélica, sino también de su clara convicción colonizadora y su visión geopolítica expansionista; mientras que el indígena resistía con armamento artesanal ineficaz contra el poder de fuego y de defensa enemigo, y bajo una visión localista de su comarca, sin vislumbrar claramente la intencionalidad abarcadora de la invasión. Así, por ejemplo, cuando Juan Pacheco Maldonado le dice a Nigale que los de Trujillo no están en guerra con su pueblo añú, y que necesitan sal con urgencia, nuestro cacique le cree, entre otras razones que no veremos en este capítulo, porque para él sus enemigos son los que venían en plan de quedarse en su patria, es decir, el Lago.  

 

Allí se nota -amargamente- como la clara concepción geopolítica del enemigo, fue parte de las ventajas con que ganaron la guerra. Claro que el engaño constituye un arma letal contra el indígena, como queda comprobado en la captura y muerte de Nigale.

 

Elaborar un cronograma de la invasión que comienza con la llegada de Hojeda el 24 de agosto de 1499 y se finiquita con la captura y muerte de Nigale los días 23 y 26 de junio de 1607, representa un rango de ciento ocho años continuos de invasión y resistencia. El Imperio Español hace una guerra de invasión, que significa genocidio, saqueo y conquista de nuestros territorios ancestrales. Los añú y todos los pueblos indígenas luchan contra la invasión, resistiendo en condiciones desiguales, tratando de defender sus familias y naciones.

 

Es oportuno recordar que la Corona de Castilla se cree con la razón de conquistar nuestro continente, por “derecho divino”, ya que el acto “legal” que soporta la acción bélica contra los nativos, es la “donación” que el Papa, en nombre de su Dios, le hace a España y Portugal del “nuevo mundo” al que llegó Colón; este documento se conoce como las Bulas Alejandrinas (1493), en referencia al Papa Alejandro VI.

 

También debemos apuntar las patrañas adoptadas por el invasor para justificar el genocidio contra nuestros ancestros, cuando fueron capaces de inventar la supuesta condición caníbal del indígena, particularmente de los que ellos consideraban caribes. Con ese cuento y actuando a sus anchas, sin medirse en desmanes, exterminaron a los originales habitantes de las islas a las que ellos denominaban “Las Indias”; razón por la que en Puerto Rico, Cuba, Haití, República Dominicana y otras menores, no quedaron sobrevivientes tainos, ni siboneyes ni ningún otro pueblo indígena.

 

En vano resultaron los esfuerzos sinceros de los frailes dominicos Pedro de Córdoba y Antonio Montesino, primeros defensores de los derechos humanos en América Latina y el Caribe, y posteriormente del famoso Bartolomé de Las Casas, ni las doctrinas de Francisco de Vitoria, basadas en la experiencia de los anteriores, para impedir el crimen de lesa humanidad cometido por la bota insolente de las huestes imperiales.

 

La verdad verdadera es que el hecho horrendo de matar para comer carne humana, fue cometido por primera vez en la cuenca del Lago de Maracaibo por españoles. Esta afirmación está documentada en los Juicios de Residencia realizados a la gestión de los Welser, particularmente a Ambrosio Alfinger, cuando salió a relucir como un grupo de su soldadesca, extraviados entre los bosques y ríos del Sur del Lago, embistió contra unos indígenas que les ayudaron orientándolos y dándoles frutos para alimentarse. La sed de sangre de estos adictos a la carne los convirtió en los primeros antropófagos en continente americano.

 

Con tales métodos se ensañaron las bestias invasoras contra nuestra gente, y haciendo alarde de una supuesta superioridad cultural y religiosa, pasaron 108 años intentando apoderarse del Lago y sus comarcas.  

 

Las incursiones esclavistas fueron muchas, como aquella destinada a financiar la pomposa ascensión del criminal Rodrigo de Bastidas como primer Obispo de Venezuela, encargada al experto Pedro de Limpias, quien se lució como secuestrador mayor de los añú, para venderlos en los mercados de esclavos en el Caribe, luego de marcarlos con hierro candente en la barbilla con la V de Venezuela. 

 

Los intentos de establecerse también se repitieron en diversas fechas, siendo los más importantes los de Alfinger en 1533, Alonso Pacheco en 1669 y Pedro Maldonado en 1574. Durante todo este período los añú combatieron al usurpador de su Lago. Los españoles no cejaron en su empeño por apoderarse de la gran pista de agua que abría la comunicación con la ruta de Pamplona en el Virreinato de la Nueva Granada, facilitándoles la importación de sus provisiones tradicionales y, sobretodo, la exportación a la metrópoli de las riquezas robadas a nuestros pueblos.

 

Esa era la misión principal de una conquista que nunca se planteó desarrollar en serio una economía independiente a nivel local, sino por contrario, mantener la absoluta sujeción de la producción americana al mezquino interés monárquico. Fue así como se impusieron unas relaciones de sobreexplotación del trabajo indígena, forzándolos a labores desconocidas y jornadas extenuantes que condujeron a la muerte a millones; amén de las nuevas enfermedades traídas por los foráneos y la separación de las parejas y familias autóctonas, que son parte de las causas del exterminio.

 

A esa dura realidad de opresión es que responde la guerrilla añú de Nigale y Telinogaste, su segundo cacique. Fue a esa oprobiosa situación a la que respondieron los añú con la insurrección de finales de 1573, derrotando al ejército de Alonso Pacheco y obligándolos a replegarse hacia Trujillo, de donde habían venido.

 

Sobre la posibilidad de escribir una biografía de Nigale, con los escasos documentos históricos sobre el tema y la pérdida de la oralidad ancestral añú, lo considero un imposible. Tratar a la fuerza de entrar en detalles como la fecha y sitio de nacimiento, o pretender fijar un lugar específico de su residencia, es una temeridad que sobrepasa cualquier consideración científica, para entrar al farragoso pantano de las elucubraciones. Al menos yo procuraré no caer en esa tentación, por demás vanidosa y deshonesta. El derecho que poseemos de deducir o inferir situaciones, de pensar conjeturas y especular, debe partir del deber que tenemos de sustentar con argumentos serios y con soportes documentales, tales construcciones. Además, trivializar un tema tan trascendente y disminuir su veracidad, por la falta de ciertos datos propios de una visión criolla transculturizada y eurocéntrica,  es anular el impacto que aquella gesta tiene en la lucha actual por nuestra emancipación como pueblos.

 

Las escenas recreadas sobre la vida familiar, la economía, la sociología, la sicología y vida de los antiguos añú que relato en mi libro sobre Nigale, son una mezcla de investigación científica documental y de campo, más una dosis literaria de ficción apasionada, basada en la vivencia personal junto al pueblo paraujano en nuestros lugares de crianza, donde tuve ocasión de adentrarme en sus modos de vida y su cosmovisión acuática, única en esta parte del mundo.

 

Tampoco suscribo la posición de ciertos “historiadores” y “académicos” de repetir como loros lo que dicen los cronistas del bando invasor, devenidos en apologistas del genocidio. Esos documentos, que son muy importantes para para el estudio de esta historia, deben ser pasados por tamiz cultural e ideológico, para desmontar sus sesgos racistas y clasistas. No es posible que a estas alturas del conocimiento antropológico, arqueológico, etnológico y lingüístico, se siga rumiando la terminología colonialista como sinónimo de cultismo, despreciando la cosmovisión indígena y las nuevas conclusiones aportadas por las ciencias sociales en general.

 

Hablar de un montón de “tribus” tal como lo hicieron los invasores, y aceptar acríticamente la nomenclatura colonialista, la disgregación intencional de nuestras naciones originarias en grupos comarcales aislados, es reproducir los errores en que incurrieron aquellos “escribas y fariseos” que ni conocían los idiomas indígenas, ni les interesaba conocer el mundo indígena, más que para las pragmáticas aplicaciones de sus negocios.

 

Dar por un hecho confirmado que habían unos indios toas en la isla de ese nombre y otros zaparas en la ínsula vecina, más los aliles en la bahía de Uruwá y el islote de Maraca y otros onotos en Moján, es de un absurdo insostenible. Pero la mente obtusa de algunos que alardean de historiadores, les lleva a reproducir mecánicamente la paja que leen en los escritos colonialistas. A estos plagiarios académicos hay que inyectarles una sobredosis de materialismo histórico e inteligencia.

 

Incluso en la actualidad, si quisiéramos hacer un mapa del país añú, podríamos basarnos en las relaciones familiares de los descendientes de Nigale. Un anciano habitante de Maraca nos cuenta que su mamá era de la Laguna de Sinamaica y su padre de Santa Rosa (Maracaibo). Otro en San Bernardo-cayo formado con la arena extraída del fondo del mar durante el dragado de la barra maracaibera- nos cuenta que tiene raíces en Zapara, La Laguna y Toas. Son sólo muestras de la unicidad histórica del pueblo añú en el Lago de Maracaibo.

 

No menos nociva es la posición reduccionista, esa conseja que pretende reducir la existencia de los añú sólo a la Laguna de Sinamaica. Debe quedar claro en este trabajo, que los indígenas nombrados en las crónicas coloniales, sean onotos, aliles, toas, zaparas, parahutes, sinamaicos, eneales, arubaes, etc…son los que en la época contemporánea denominaron los paraujanos, es decir, los añú, a los que esa misma crónica invasora llamó “los señores del lago"

 

A 410 años de su caida en lucha…

 

Yldefonso Finol

Constituyente de 1999

Guerrero Añú

 

Tomado del libro Añun Nukukaru (El Libro del Pueblo Añú), Yldefonso Finol, 2016

 

https://www.alainet.org/es/articulo/186367
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