“La imbecilidad de las razas que no entienden la libertad”
En 1865, los sureños perdieron la Guerra Civil contra los unionistas de Lincoln pero, sin que nadie lo advirtiera, ganaron la guerra ideológica.
- Opinión
El 5 de junio de 1845, el New York Herald repite un lugar común: los mexicanos son una raza producto de todo tipo de mezclas, lo que ha producido “una imbecilidad intelectual característica (...) por lo cual son incapaces de gobernarse a sí mismos”. En cambio, “la raza anglosajona siempre ha aborrecido la sola idea de mezclarse con otras razas… Por donde los anglosajones han avanzado, han desplazado a las razas inferiores, desplazando la barbarie por la civilización”. Cualquier tratado de paz con México “deberá garantizar la protección de la inmigración desde Estados Unidos, para desplazar poco a poco a la raza imbécil que habita ese país por la enérgica raza anglosajona”.
En el Congreso de Washington se multiplican las afirmaciones sobre la imbecilidad de las razas no anglosajonas y la incapacidad de los mexicanos, como los indios y los negros, para entender el concepto de libertad. A partir de Andrew Jackson, los políticos y los presidentes del país son sureños en un número crítico. No son más racistas pero son más religiosos y menos educados en la cultura de la Ilustración y el humanismo que la generación fundadora.
El secretario de Estado del presidente van Buren, John Calhoun, publica una carta abierta en los diarios asegurando que la anexión de Texas es crucial para la seguridad y la expansión de la “peculiar institución”. La mayoría de los esclavistas demócratas se refieren con ese nombre a la esclavitud, base de casi toda la economía y de toda la prosperidad de los eficientes anglosajones. La esclavitud, ilegalizada décadas atrás en el país bárbaro del sur (dice Calhoun, y todos los terratenientes están de acuerdo) es “un ideal social”.
En el sur esclavista, la sinceridad aflora por la espalda. Frente a las razas inferiores, ante desagradables sujetos que piensan diferente, son más amables que en el norte; sonríen con más facilidad (dirán en el siglo XXI en Nueva York y en Pensilvania) y, entrenados en la cultura del Amo, saben cómo evitar el conflicto cuando no es necesario y saben cuándo provocarlo cuando la fruta está madura.
El célebre periodista John O’Sullivan inventó aquello del “Destino manifiesto”, voluntad de Dios quien, según esta visión, odia a la mayoría de su creación humana porque le salió demasiado oscura de piel: “el Destino manifiesto carga el gran experimento de la libertad y debe extenderse por toda la tierra que la Providencia nos ha entregado”.
Treinta años más tarde, en 1865, perderán la Guerra civil contra los unionistas de Lincoln, pero, sin que nadie lo advierta, ganarán la guerra ideológica. Por las generaciones por venir, el capitalismo estadounidense expandirá el espíritu de los confederados por el cual los de abajo, los trabajadores y las razas oscuras son inferiores y deben ser sometidos por las Winchester, por los bombarderos o por los drones inteligentes para expandir la esclavitud en nombre de la libertad.
Como en tiempos de Austin, Houston, Polk, Calhoun, O’Sullivan y tantos otros, quienes se atrevan a pensar diferente (es decir, a pensar) serán acusados de peligrosos enemigos de Dios, la Patria, la Civilización y la Libertad.
En tiempos de Buckley, Reagan, Bush, Limbaugh y Trump, también.