Ese orden siempre inconcluso
24/03/1997
- Opinión
La bipolaridad mundial, al dividir al mundo en dos bloques
irreconciliables, obligaba de una manera u otra a orientar las
diversas políticas nacionales en función de imperativos
geopolíticos. Basta recordar que aquellas sangrientas dictaduras
militares que hasta hace poco regían en muchos países
latinoamericanos, ocuparon el poder siguiendo los dictados de la
\"doctrina de la seguridad nacional\" que no era sino la
reproduccióna nivel local de imperativos que regían a nivel
internacional. Derrotar al \"comunismo\" como amenaza interna,
incluía, de acuerdo a la lógica bipolar, bloquear cualquier
posibilidad que abriera flancos para la penetración de la
influencia soviética, aunque los comunistas existentes y reales
no tuvieran mucho que ver con los procesos sociales que en tantos
países tenían lugar. ¿No había abierto Castro -quien nunca
entendió demasiado el marxismo - las puertas a la URSS en Cuba
encabezando un movimiento democrático como fue el 26 de julio que
poco o nada tenía que ver con la ideología comunista? - era
seguramente una de las preguntas que se hacían los profesionales
del Pentágono (muchos de los cuales, en las actuales condiciones,
han debido acogerse a jubilación). Por lo tanto, cualquier
proceso democratizador que, aunque sólo fuera potencialmente,
pusiera en duda la hegemonía norteamericana en la región, debía
ser liquidado desde USA. Tal era, al fin, la quinta esencia de
la llamada doctrina Kissinger. De la misma manera, más
kissingerianos que Kissinger, las despotías comunistas aplicaban
los mismos criterios en sus respectivos países. USA y la URSS
competían así, alegremente, en el siniestro deporte de financiar
generales e invadir países a fin de salvaguardar las fronteras
de sus respectivas zonas de dominación e influencia. La llamada
Guerra Fría era, en la realidad, muy caliente.
No deja de ser sintomático observar, en ese sentido, que entre
algunos miembros de las izquierdas políticas, incluyendo algunas
en Latinoamérica, y representantes de los sectores más
reaccionarios del ex llamado \"mundo capitalista\", se haya
producido una más que curiosa coincidencia en el análisis de los
acontecimientos que llevaron al \"fin del comunismo\". Para ambos
polos, en efecto, ese acontecimiento histórico ha significado,
predominantemente, la \"victoria del capitalismo\". Mientras que
para los primeros, ese hecho representa el triunfo final del
imperialismo por medio de una \"globalización que impone programas
de neoliberalización a escala mundial, para los segundos, ese
mismo hecho significa el triunfo definitivo de la economía del
mercado. Para ambas fracciones, la historia ha terminado. Para
los primeros ha terminado mal. Para los segundos, bien. Para
los primeros no queda más alternativa sino denunciar la maldad
del capitalismo. Para los segundos, la alternativa es alabar sus
bondades. Para ambas fracciones la política como tal, no existe.
Aquello que existe es la pura lógica de la razón económica la que
impide hacer diferenciaciones entre diversos procesos que tienen
lugar en las más distintas naciones. Los actores políticos no
serían, de acuerdo a ambas posiciones, más que agentes
subsidiarios de \"lógicas de acumulación\" que se imponen a escala
mundial.
Es lamentable, pero suele ocurrir que reacciones que obedecen a
\"reflejos ideológicos condicionados\" sean las más fáciles de ser
acogidas políticamente, entre otras cosas, porque evitan el
esfuerzo de cuestionar estructuras de pensamiento como aquellas
que fueron internalizadas en el largo período bipolar. Eso
explica porque analistas, democráticos y de izquierda, a quienes
no se les puede subscribir malas intenciones, hayan limitado su
actividad a la de ser simples \"cronistas de derrotas\". Dominados,
al igual que sus enemigos, por la lógica de la pura razón
economicista, no logran captar los avances en procesos de
democratización que han tenido lugar en diferentes países
latinoamericanos, olvidándose que hasta muy poco tiempo, al igual
que lo que ocurría en el bloque soviético, la democracia en sus
propios países no era sino una ficción. Obsesionados por la idea
de que primero hay que derrocar el orden mundial, no logran
advertir que la caridad comienza por casa y que es muy distinto,
un país controlado por un general sangriento, a otro donde es
posible reunirse, discrepar, organizarse y luchar. Siguiendo la
lógica de \"todo o nada\", terminan siempre quedándose con nada.
La otra lectura
Que distinto, en cambio, si tratamos de leer la misma historia
a partir de los hechos y de los actores reales de cada nación.
Desde esa posición resulta imposible hablar de la victoria del
llamado \"capitalismo\", entre otras cosas, porque aquellos que
estaban comprometidos a favor del ideal capitalista, nunca
hicieron nada por vencer al comunismo. Todo lo contrario. En
nombre de la estabilidad kissingeriana concedían todo el derecho
a la URSS a hacer lo que quisiera en su \"revier\" siempre que no
se entremetieran en el campo contrario. A la inversa se puede
decir lo mismo. Nunca la URSS ni sus aliados, quizás por
comprensibles razones económicas, se demostraron demasiado
entusiasmados por crear una segunda Cuba en América Latina,
convirtiendo el ideal del Che Guevara en una imposible utopía.
Las grandes potencias ya se habrían repartido el mundo y estaban
de acuerdo en que eso era lo que mejor podía pasarle al mundo.
Quizás haya que repetirlo. El fin de las dictaduras comunistas
no fue llevado a cabo por capitalistas, de las misma manera que
el fin de las dictaduras militares latinoamericanas no fue
llevado a cabo (sólo) por socialistas.
Los procesos de democratización que tuvieron lugar en ambas
regiones fueron sí, en cambio, realizados por amplios movimientos
sociales, nacionales, democráticos y populares, cuyo objetivo
central no apuntaba a crea un \"sistema económico\" específico,
sino que, lo que es muy distinto, a crear condiciones políticas
en donde fuera posible discutir, entre otras cosas, acerca de
cual es el orden económico que más se ajusta a las condiciones
reales que se dan en cada país. Cualquier intento por atribuir
los éxitos democráticos de ambas regiones a la supuesta lógica
\"objetiva\" de una economía mundial termina, inevitablemente, por
robar a los reales actores sociales y políticos sus innegables
victorias.
Más aún. Las luchas democráticas que paralelamente tenían lugar
en el Este europeo y en muchos países latinoamericanos,
terminaron por poner fin, no sólo a un orden mundial basado en
la bipolaridad, sino que además crearon condiciones para un hecho
de enormes significaciones históricas y que, inexplicablemente,
aun no ha sido suficientemente evaluado en nuestro continente;
y ese es: el definitivo fin del imperialismo político. ¿Qué
significa eso?
El fin del imperialismo político
Hasta comienzas de la década de los noventa, el mundo estaba
dividido entre un formidable imperio político militar cuya
capital era Moscú, y un no menos poderoso imperialismo económico
y político cuya capital era Washington. Ahora bien, con el fin
del primero, como consecuencia de las revoluciones democráticas
del Este europeo, el imperialismo económico del Occidente perdía,
inevitablemente, su carácter político, quedando reducido a su
pura dimensión económica. Este no es un detalle secundario
porque precisamente era la dimensión política la que facilitaba,
en algunos casos, forzaba, la pertenencia a una unidad económica,
frente a la amenaza proveniente desde el exterior. Ese \"factor
político\" es a su vez decisivo en el futuro de los países
latinoamericanos.
Hay que recordar que la mayoría de las intervenciones
norteamericanas en la política interna de los países
latinoamericanos se hacían, durante la era bipolar, atendiendo,
en primer lugar, a intereses geopolíticos. No se niega aquí, por
supuesto, que además existían intereses económicos muy concretos,
pero aún éstos podían ser defendidos de acuerdo a la legitimación
geopolítica que se expresaba en la consigna de salvaguardar los
intereses del \"mundo libre\" frente a los avances del comunismo,
avances que, por lo demás, no siempre eran imaginarios. Ahora
bien, el fin de ese imperialismo político, abre hoy día
insospechados espacios para el desarrollo de iniciativas
democráticas en los países de la región los que están siendo muy
bien aprovechados, entre otros, por los movimientos indígenas del
continente que, en la persecución de sus reivindicaciones
básicas, no tienen que darles cuentas a nadie si son comunistas
o no, o si significan una amenaza para la estabilidad
internacional, o si son agentes objetivos de una potencia
extranjera. De este modo se crean condiciones para una
radicalización mucho más profunda de luchas y demandas que antes
podían ser frenadas con el simple argumento de la \"seguridad
nacional\".
En la escena política determinada por la bipolaridad mundial, los
acontecimientos políticos nacionales eran considerados simples
epifenómenos de una realidad exterior que los trascendía o, dicho
en el lenguaje que prevalecía en los tiempos bipolares, los
conflictos locales eran simples representaciones de
contradicciones fundamentales las que hipotéticamente se daban
(¿dónde si no?) en el espacio insondable de la economía mundial.
Hoy en día, en cambio, los conflictos no tienen por qué ser
considerados como representación de ninguna contradicción
fundamental o, dicho aún más preciso, cada conflicto es en primer
lugar representante de sí mismo y no expresa más contradicción
que aquella que el mismo encierra en su interior.
Por supuesto, todavía existen analistas que apenas surge un
movimiento social lo enfrentan teóricamente con el mercado
mundial, con el neoliberalismo, o con la globalización, sin darse
siquiera la molestia de analizar que es lo que realmente exige
ese movimiento en el marco del momento histórico preciso en que
está actuando. Al convertir a cada movimiento social, sea
indígena, campesino o barrial, en un contrincante frente al
\"orden capitalista mundial\" no hacen sino que condernarlo a la
derrota, aún antes de que dé sus primeras luchas. Encerrados en
la realidad narcisista de sus teorías, no conciben dichos
analistas que los actores sociales reales puedan crear lógicas
diferentes a las que ellos les prescriben, antes aún de que
entren en escena. De más está decir que ese tipo de análisis no
sólo es apolítico y derrotista sino que además, intrínsecamente
reaccionario.
Las razones y los argumentos
Lo dicho no significa negar, por supuesto, que en el horizonte
latinoamericano se ciernen los peligros representados por una
utopía neoliberal que no reconoce más razón que aquella que se
deriva de sus teorías económicas. Pero también debe ser dicho
que tales teorías son más bien producto y no causa de
transformaciones que han tenido lugar en determinadas formas de
producción, que en el marco de la revolución microelectrónica de
nuestro tiempo, son extraordinariamente ahorrativas de fuerza de
trabajo. Los procesos de desregulación, debilitamiento de las
organizaciones sindicales, y racionalización, que tienen lugar
en diferentes países de la tierra, pero siempre bajo distintas
condiciones y formas, hay que adjudicarlos más bien a la cuenta
de nuevos \"modos de producción\" que desplazan radicalmente a
aquellos basados en la hegemonía de la industria pesada, y no
sólo al flujo de las doctrinas neoliberales, aunque los propios
neoliberales crean que ellos son propietarios exclusivos de esa
realidad. De este modo, el desafío que representa el tránsito
de una forma de modernización económica a otra, no depende sólo
de la supuesta lógica de la economía pura, sino que del orden
político y social que logre prevalecer en cada país. Pues, muy
distinto ha de ser el tránsito de un orden económico basado en
formas tradicionales de producción a otro basado en la
microelectrónica, en un país que cuenta con organizaciones
populares organizadas, representación política y parlamentaria,
cultura civil y organizaciones democráticas, o en otro regido
por élites autoritarias, militares y oligárquicas. La economía
es política, se dice siempre; pero no siempre se extrae la exacta
consecuencia de lo que se dice.
Por lo tanto, aún después de la bipolaridad mundial, los procesos
de democratización en América Latina no se encuentran libres de
interrupciones, y aún de regresiones -de izquierda y derecha- a
ciertas conductas bipolares. Pero, por lo demás, ese caminar
zigzagueante es característica de los procesos democráticos. La
política sin conflictos es una imposibilidad fáctica pues sin
conflictos no habría necesidad de la política.
Por cierto, ya sé que se me dirá que en las condiciones de
miseria que prevalece en muchas zonas latinoamericanas, la
democracia sólo puede tener un carácter formal. A esa crítica
sólo puedo responder afirmativamente. Pues, ¿qué es lo contrario
de formal?: informal. Pero la democracia no puede ser algo
informal: siempre tiene que ser formal, esto es, posible de
realizarse en un marco de ocupado por instituciones, leyes,
partidos y movimientos. En segundo lugar, cabría agregar que la
democracia alude en primera instancia a una realidad política y
no a un orden económico. Pero a la vez, es esa realidad política
una condición para debatir acerca de los diversos órdenes
económicos que surgirán. Si la economía de mercado será
dominante, y el rol del Estado será determinante, si el factor
ecológico será considerado en la producción material, si las mal
llamadas comunidades \"étnicas\" quedarán al margen o serán
beneficiados por la economía nacional, si hay límites sociales
para las medidas desreguladoras, si el trabajo doméstico debe ser
asalariado o no, si el \"sector informal\" debe ser formalizado y
reconocido por la economía oficial, etc. son sólo algunos de los
múltiples temas que no pueden ser debatidos bajo condiciones
dictatoriales. Aceptando que la gestión económica condiciona
parte del hacer político, debería también aceptarse que lo
primero sin lo segundo es una quimera.
En fin de cuentas, la democracia no es un estado ideal. En ese
sentido, no puede haber democracia sin democratización o, lo que
es parecido, la democracia no es , sino que se hace , en la misma
medida en que existen procesos de democratización, los que a su
vez son imposibles sin conflictos, los que no siempre se
resuelven armoniosamente. Eso significa, que en ocasiones, hay
que saber perder, pues no es posible ganar en todos los
conflictos. La idea de una \"sociedad civil\" que incluyó, entre
otros, el movimiento indígena chapaneco en su agenda, no puede
pues significar otra cosa sino que la civilización de la
política. Hasta el fin de la época bipolar, la política estaba
lejos de ser algo civilizado. Podría decirse que en nuestros
países se dominaba perfectamente el arte de convertir a cada
adversario en un enemigo. Convertir al enemigo en adversario es
algo más difícil pero más productivo. Convertir al adversario
en un oponente, aún cuando todas las condiciones llamadas
\"objetivas\" digas lo contrario, es el arte democrático que
tenemos que aprender de personas como Mandela, para poner un
ejemplo.
Lo escrito implica aceptar que el adversario también puede
argumentar y en algunos puntos, tener la razón, aunque sólo sea
desde su punto de vista el que, por lo menos, preciso entender
si es que quiero rebatirlo. No se puede tener la razón sólo
porque se piensa que se habla en nombre de los pobres, sobre todo
si se tiene en cuenta que los propios pobres no sólo pueden tener
la razón porque son pobres, sino porque a partir de su pobreza,
pueden articular la razón. Quiero decir con esto, que la
democracia es una realidad discursiva y no un objetivo final. Si
tiene final, se acaba.
Al llegar a este punto, quiero resaltar el significado de la
comunicación en el discurso político. Pues el discurso no es
producto de la comunicación ya que la comunicación es el discurso
mismo. Y en esa formación discursiva, hay medios comunicativos,
como ALAI, que han hecho, objetivamente, un gran aporte. ALAI
ha sido, durante veinte años un foro. Allí han hablado
organizaciones, partidos, movimientos, indios, y no por último
mujeres. El foro, en su sentido griego originario, era un lugar
de la ciudad. En el sentido moderno puede también ser una
revista o un boletín; incluso alguna página en la \"internet\".
Sólo me cabe entonces desear, que ALAI siga existiendo por mucho
tiempo, y que su ejemplo sea repetitivamente imitado, sobre todo
si tomamos en cuenta que una democracia sin foros es como un
lenguaje sin palabras.
* Fernando Mires, sociólogo chileno es catedrático de la
Universidad de Oldenburg, Alemania.
https://www.alainet.org/fr/node/104447
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