La guerra de las imágenes y las palabras
- Análisis
Ginebra.- “Ganar la guerra es también controlar las imágenes y las palabras”, decía el periódico francés Le Monde en su edición del 12 de octubre de 2001. Y a esto apunta el gobierno de George Bush quien pretende controlar la información, suprimir toda disidencia interna y sacar el mayor provecho de la llamada “guerra contra el terrorismo”.
Una guerra silenciosa, pero no menos importante, se desarrolla en estos días: es la guerra de la información, la guerra por conquistar las mentes y los corazones de las personas. Esta guerra comenzó el mismo 11 de septiembre. Si el propósito de las redes del fundamentalismo islámico habría sido causar un gran daño a Estados Unidos o provocar el mayor número de víctimas civiles habrían escogido otros blancos para estrellar los aviones secuestrados: represas, centrales nucleares, estadios deportivos. Pero escogieron el World Trade Center en Nueva York y el Pentágono en Washington, seguramente, por el valor simbólico que ellos tienen, es decir por ser la representación del poderío financiero, comercial y militar de la mayor potencia capitalista del mundo.
En segundo lugar, su objetivo fue lograr el mayor impacto mediático posible. Y lo consiguieron. La cobertura de los acontecimientos en vivo y en directo por las principales cadenas de televisión de Estados Unidos, transformó un conflicto de un país en un conflicto de carácter mundial. Y en tercer lugar, también lograron sus propósitos de sembrar el temor, el desconcierto y la inseguridad en el seno de la sociedad norteamericana, alterando los cimientos de su modelo de vida. A las extremas medidas de seguridad, al miedo a volar, a la desconfianza hacia los extranjeros, especialmente si son árabes, se ha añadido, últimamente, la sicosis colectiva, creada en mucho por los medios, a partir de la detección de más de una decena de casos de personas afectadas por la bacteria del “ántrax”, que algunos consideran un inicio del bioterrorismo.
Sobreinformación y control
Durante los cinco días que siguieron al atentado, las principales cadenas de televisión estadounidenses (NBC, CBS, ABC y Fox) mantuvieron en el aire programas informativos especiales sin insertar un solo anuncio y sin ganar un solo dólar. Lo mismo hicieron los semanarios Newsweek, Time y US News que pusieron en la calle ediciones especiales sin publicidad. En momentos de shock y de dolor colectivos, lo más contraproducente habría sido pasar spots de hamburguesas, pizzas o venta de automóviles.
Las imágenes de los aviones chocando contra las Torres Gemelas superaba, en mucho, la imaginación de cualquier libretista o cineasta de Hollywood. Esta vez eran imágenes reales: correspondían a atentados que costaron la vida de miles de civiles de 52 nacionalidades. La primera reacción fue de estupefacción e incredulidad: siempre los estadounidenses se sentían al abrigo e invulnerables. Los conflictos de la década (Palestina, Colombia, Chechenia, la ex Yugoslavia, Ruanda) con todas sus secuelas de violencia, desolación y muerte eran asuntos lejanos, ajenos, pese que en varios de ellos ha intervenido e interviene directa o indirectamente el gobierno de Estados Unidos.
Estados Unidos, con sus decenas de agencias de inteligencia y un complejo económico militar diseñado para operar en cualquier parte del mundo, quedó desconcertado y por más de una hora no supo cómo reaccionar, más aún cuando el ataque venía desde adentro y utilizando sus propios aviones, sus escuelas de entrenamiento de pilotos, sus redes de comunicación y financieras. Cuando el sistema de defensa reaccionó, una de las primeras medidas que adoptó fue el control de la información y sobre todo de las imágenes que se transmitían desde los lugares de la tragedia. A la policía y a los bomberos se les encargó la tarea de “organizar” el trabajo de los periodistas y los camarógrafos. Entre otras medidas, restringieron el paso de los periodistas a los lugares de la tragedia, autorizaron la filmación solo por 10 minutos al día y permitieron captar imágenes solo desde lejos, sin mostrar los detalles.
“Mostrar muchas lágrimas y nada de muertos” fue una de las ideas fuerza que guio a las cadenas de televisión. Las imágenes del rescate de los muertos y de los entierros fueron vedadas. Los noticieros de la televisión se dedicaron a efectuar amplios reportajes a los familiares de las víctimas, a recoger los testimonios de los sobrevivientes y de los testigos, a mostrar las fotos de los desaparecidos (Tal tratamiento mediático ya habrían querido todos aquellos que han sufrido los efectos del terrorismo de las dictaduras militares en América Latina auspiciadas por los Estados Unidos).
Y en medio de todo esto, algunos medios de información comenzaron a utilizar un lenguaje belicista que clamaba castigo para los terroristas y sus cómplices. Los presentadores de varias cadenas de televisión aparecieron en pantalla con insignias o lazos con la bandera norteamericana. Algunos periodistas llamaron a bombardear las infraestructuras de Afganistán: el aeropuerto, las centrales eléctricas y las carreteras. Con respecto a los civiles, el periodista Bill O’ Reilly, de la televisión Fox News Channel, dijo que no les “deberíamos apuntar, pero si ellos no se rebelan contra su gobierno criminal, ellos morirán de hambre”. Un sector minoritario de la prensa sostuvo que no debe haber tanto patriotismo en beneficio de la objetividad de las informaciones.
Las voces disidentes que apelaban a una comprensión racional de los acontecimientos fueron ignoradas. “Lo más deprimente, escribía Edward W. Said, profesor de la Universidad de Columbia, es ver el poco tiempo que se emplea en intentar comprender el papel de Estados Unidos en el mundo y su implicación directa en la compleja realidad que hay más allá de las dos costas, que durante tanto tiempo han mantenido al resto del mundo tremendamente lejano y en la práctica fuera de la mente del estadounidense medio. Se podría pensar que ‘América’ era un gigante dormido en vez de una superpotencia casi constantemente en guerra...”
Para cierta prensa los acontecimientos del presente no tienen causas ni antecedentes. Y es mejor mostrar medias verdades. Osama Bin Laden, por ejemplo, ha sido presentado como la encarnación diabólica del mal, pero casi siempre se ha omitido que durante la lucha contra la invasión soviética a Afganistán estuvo relacionado con la CIA y que por ello fue llamado “combatiente por la libertad” por el ex presidente Ronald Reagan.
Nada de disidentes
Luego de los atentados del 11 de septiembre, y con los anuncios de George Bush que no hay término medio, de que “están con nosotros (Estados Unidos) o se está con los terroristas” muchos pensaron que había retornado a las peores épocas de la guerra fría y del “macartismo”. Los medios y los periodistas de Estados Unidos que no comulgan o simplemente expresen ideas divergentes con las posiciones de la administración de George Bush han sido calificados de “antipatriotas”, han recibido presiones de la Casa Blanca y han encontrado múltiples restricciones para cumplir con su trabajo.
Al presentador de noticias de la cadena ABC, Peter Jennings, le fue mal por preguntar simplemente dónde se había escondido el presidente Bush el 11 de septiembre. Recibió cientos de llamadas de protesta y posteriormente fue calificado de anti-patriota por ser canadiense.
Al columnista del periódico The Texas City Star le fue peor: fue despedido por haber escrito que “El presidente estuvo dando vueltas por los aires en el Air Force One como un niño asustado que quería correr a las faldas de su mamá porque había tenido una pesadilla”.
Si el poder no aceptaba críticas, menos iba a aceptar sátiras. El animador de TV Bill Maher, fue puesto en el banquillo de los acusados por haber dicho en su programa satírico “Políticamente Incorrecto”, del 17 de septiembre en la cadena ABC que “nosotros los americanos hemos sido los cobardes enviando mísiles a dos mil o tres mil kilómetros”. Por el contrario “no es cobardía quedarse en un avión que choca contra un edificio”. Las excusas públicas que presentó el humorista le sirvieron poco. En un contexto de propaganda guerrerista, los dos principales anunciantes del programa televisivo, Sears y Federal Express, retiraron la publicidad y doce canales locales de la cadena ABC se negaron a difundir el programa satírico. Cabe agregar que durante dos ocasiones, el responsable de prensa de la Casa Blanca, Ari Fleischer, había deplorado la intervención televisada del humorista.
Tambores de guerra
Estados Unidos que siempre fue el villano de la película, tras los sucesos del 11 de septiembre, pudo aparecer al fin como víctima, y el papel de víctima está reservado a los buenos. En estas condiciones, con un discurso maniqueo y simplista de la lucha del bien contra el mal, George Bush preparó el terreno para que la población de Estados Unidos aceptara la guerra. La insistencia de Bush de que la “guerra contra el terrorismo” será larga, especial, que se desarrollará en varios frentes y cobrará vidas humanas, tiene su explicación: pretende alejar de la memoria de los estadounidenses el “síndrome” de la guerra de Vietnam que le costó a Estados Unidos más de 50.000 vidas.
Esta fiebre guerrerista pronto se reflejó en las encuestas: Nueve de cada diez estadounidenses, según una encuesta telefónica realizada entre el 25 y 27 de septiembre por The Washington Post, consideraba que es necesaria una acción militar contra los grupos o naciones responsable del ataque y siete de cada diez respaldaba una acción militar incluso si causara víctimas civiles inocentes en otros países.
Aún antes de que comenzaran los bombardeos a Afganistán, el pasado domingo 7 de octubre, George Bush había advertido a la prensa que se quejaba de las restricciones que se está imponiendo que “procuraremos que tengan información, pero esta será una guerra con muchas operaciones secretas y, como comprenderán, no se pondrán a la vista”. Para Bush, el modelo ideal para controlar y manipular la información es una guerra sin imágenes desagradables, con acceso muy limitado de los periodistas a las zonas de combate y a las fuentes de información, con una autocensura muy fuerte de parte de los propios medios de información.
Piedras en el camino
Las cosas, sin embargo, para la Casa Blanca no le están saliendo a pedir de boca. Aún antes de que se produjeran los primeros bombardeos de la mayor potencia del mundo contra uno de los países pobres de la Tierra, se produjeron las primeras filtraciones de congresistas norteamericanos a la prensa, por lo que Bush anunció que restringiría la información especial a un grupo muy reducido de ocho dirigentes republicanos y demócratas del Senado y de las Cámara de Representantes.
Pero esto no es lo más grave. Lo que ha inquietado realmente a Washington es la difusión mundial de un video pre-grabado de Bin Laden, justo luego de una intervención televisada de George Bush y en momentos en que se iniciaban los bombardeos a Afganistán. Entonces sucedió lo que la Casa Blanca no quería: que Bin Laden apareciera haciendo un contrapunto con Bush. El mensaje de Bin Laden, en el que denuncia la ocupación de Arabia Saudita (en donde se encuentra La Meca, el lugar sagrado de los musulmanes) por parte de Estados Unidos y se solidariza con el pueblo palestino impactó entre sus seguidores y provocó movilizaciones en varios países contra Estados Unidos.
El canal de televisión del que se sirvió Bin Laden, denominado Al Yazira, con sede en el pequeño emirato de Qatar, siendo el único autorizado por los talibanes para transmitir desde Afganistán, ha desplazado a la CNN en la cobertura mediática del mundo árabe y se ha convertido en la “ventana al mundo de lo que sucede en ese país”. A través de este canal, se ha podido ver las terribles consecuencias que están teniendo los bombardeos norteamericanos y británicos sobre la población civil de Afganistán, injustamente castigada. Esto tampoco es del agrado del Pentágono. Luego de que no dieran resultado las presiones del secretario de Estado, Colin Powell, para acallar al canal árabe, la administración Bush ha intentado cooptarlo mediante la compra de espacios y el ofrecimiento de entrevistas exclusivas. En el frente interno, la asesora de seguridad nacional, Condolezza Rice, consiguió que las principales cadenas de televisión (CNN, ABC, NBC y CBS) se comprometieran a editar previamente los mensajes de Bin Laden.
Los controles y las restricciones que está poniendo la administración Bush a la prensa no le ha gustado a los dueños de los medios, agrupados en la Sociedad Interamericana de Prensa. El presidente de la SIP, el uruguayo Danilo Arbilla, dijo “no me gusta que el gobierno estadounidense o cualquier otro haga pedidos o veladas recomendaciones a los medios, a sus dueños o periodistas”.
Las guerras invisibles
La política de Estados Unidos en este campo no es nueva. “Desde la década de los 80 ninguna potencia implicada en un conflicto ha permitido a la prensa, y aún menos a la televisión, ver la guerra de cerca”, escribe Ignacio Ramonet, director de Le Monde Diplomatic, en su libro “La Tiranía de la Comunicación”.
Ni el Reino Unido en la guerra de la Malvinas (1982), ni Estados Unidos en Granada (1983) Panamá (1989) y en el Golfo (1991) ni Francia en el Chad (1988) dejaron a los periodistas seguir los acontecimientos, ni permitieron que “las imágenes-shock de los sufrimientos humanos de la guerra vayan a erosionar la moral de la retaguardia y dar una impresión detestable del ejército en campaña”.
A estas alturas, el Pentágono ha asimilado las lecciones de Vietnam en el que la prensa jugó un importante papel mostrando algunas de las atrocidades que cometieron las tropas contra la población civil. Pero también ha aprendido del “modelo de censura” puesto en práctica por los británicos en las Malvinas. En esta ocasión, el ejército británico seleccionó un grupo de periodistas para cubrir la información bajo la protección militar. Para evitar que “corran riesgos” se los aisló en un barco que se lo ubicó fuera del área de operaciones. Las informaciones recibieron directamente del alto mando militar y eran aquellas que éste quería que se conozcan.
Durante la guerra del Golfo, los telespectadores de CNN, que pensaban seguir en vivo y en directo el desarrollo de los acontecimientos, se llevaron una gran decepción: lo único que permitieron las autoridades estadounidenses es que se filmen imágenes secundarias: maquetas, mapas, narraciones de expertos militares, etc. Faltaron las imágenes principales: las de la propia guerra convertida en invisible. Hasta ahora no se conoce exactamente la magnitud de los horrores que se cometieron en esa guerra por el petróleo, que por otro lado, resultó un gran fiasco para Estados Unidos, pues su objetivo de derrocar a Sadam Hussein, otro de sus ex protegidos, no pudo alcanzarse.
En el caso de la invasión a Granada, los periodistas fueron impedidos de acompañar a las tropas de desembarco aduciendo que corren peligro, debido a la resistencia de las “tropas cubanas”. Solo se permitió la llegada de camarógrafos y periodistas luego de que los marines habían terminado las operaciones y éstos habían eliminado todas las evidencias desagradables de la incursión.
En el caso de Panamá en 1989, según analiza Ramonet, Estados Unidos utilizó un método más sofisticado, denominado “biombo”. Aprovechó que el mundo entero estaba concentrado en la caída del régimen de Ceaucescu en Rumania para penetrar con sus tropas que derrocaron y capturaron a Manuel Antonio Noriega, que al igual que Bin Laden, trabajó para la CIA y luego se reveló contra sus antiguos patrones. La acción tuvo altos costos humanos –se estima que hubo 4000 víctimas civiles- pero no hay imágenes que muestren los “daños colaterales” de la operación. Los marines tomaron todas las medidas para que esto ocurriera: no solo prohibieron la presencia de la prensa en el perímetro de las acciones sino que mataron al periodista español, Juantxu Rodríguez, fotógrafo de El País, quien se “atrevió” a captar detalles comprometedores.
Fuentes: Diarios Le Monde, El País, Página 12, El Mundo.
Publicado en América Latina en Movimiento # 342 (ALAI), p. 12, 31-10-2001, Quito
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