Emigración, mundialización y coyoteros

29/04/2002
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Ginebra.- Varios países de América Latina se han convertido en países exportadores de personas e importadores de remesas. En el año 2001, los aportes de los emigrantes superaron los 23.000 millones de dólares, según el Banco Interamericano de Desarrollo, BID. Entre los países que mayores remesas recibieron están México (U$ 9.273 millones), Brasil (U$ 2.600 millones), El Salvador (U$ 1.972 millones), Rep. Dominicana (U$ 1.807 millones) y Ecuador (U$ 1.400 millones).

 

Las remesas ocupan ya los primeros rangos de los ingresos nacionales (El Salvador y Ecuador). En su mayor parte, provienen de jóvenes pobres con bajos niveles de educación. En este contexto se da la paradoja de que son los pobres (a quienes se deniegan sus derechos fundamentales forzándolos a la emigración) quienes dan un respiro a las endebles economías latinoamericanas y caribeñas, en tanto que las elites ricas, no desde ahora sino desde siempre, mantienen sus fortunas a buen recaudo en los paraísos fiscales o en los bancos de Estados Unidos o Europa.

 

La crisis que atraviesa América Latina (se prevé que su economía crecerá en el 2002 en menos del 2%; el desempleo pasó de 8.1 por ciento en 2000 al 8.4 por ciento en 2001, mientras la pobreza afecta a más 220 millones de personas) hace prever que las oleadas de emigrantes dirigidas hacia las regiones más prósperas (Estados Unidos, Canadá y Europa) van a seguir creciendo.

 

De Ecuador y últimamente de Argentina la gente huye como en estampida. El éxodo de ecuatorianos que se inició en 1999 no ha cesado pese a que el gobierno señala que los indicadores macroeconómicos del país han mejorado: entre los años 2000 y 2001, más de 290.000 personas salieron con rumbo a Europa, Estados Unidos y otros países latinoamericanos. Se estima que desde la crisis argentina de diciembre, han partido al exterior alrededor de 50.000 argentinos/as.

 

En los dos casos mencionados, se ha aplicado el modelo fondomonetarista que conjuga medidas de ajuste, expropiación del ahorro de los ciudadanos por las mafias bancarias, corrupción, desempleo y empobrecimiento generalizado. Todo esto ha contribuido a desmantelar los Estados nacionales y a colocarlos en una situación de no-desarrollo y de no—futuro. La imposibilidad de satisfacer necesidades básicas y de llevar una vida digna y la enorme diferencia entre los magros ingresos (para los pocos que tienen trabajo) y el elevado costo de la canasta básica, lleva, ya no solo a los sectores populares sino a las clases medias, a buscar desesperadamente la solución en las emigraciones.

 

Abandonar el país de origen no es una decisión fácil. “Toda emigración constituye un traumatismo que supone rupturas múltiples y penosas con el medio afectivo, la familia, los amigos, los amores, los paisajes, las fiestas, las tradiciones, los sabores, y en algunos casos, evidentemente, con la lengua y la religión”, escribe Ignacio Ramonet, director de Le Monde Diplomatique.

 

Los redes de traficantes

 

El emigrante se enfrenta a un mundo desconocido, que entraña nuevos riesgos, retos y desafíos -otro idioma, otra cultura- que cuestan trabajo superar. En cualquier caso, las cosas se facilitan para quienes pueden acogerse a la migración legal, con papeles en regla y, a veces, con contratos de trabajo. Pero este no es el caso de millones de personas pobres que no pueden cumplir las exigencias de los países receptores, que, para conceder visas, a menudo exigen poseer bienes, tarjetas de crédito, etc. Tampoco es el caso de las personas que huyen de la violencia, las guerras y las catástrofes. Numerosos pobres y refugiados, por lo general, escogen las vías de la emigración ilegal para llegar a las regiones prósperas. Se calcula que en Estados Unidos hay unos tres millones y medio de mexicanos “sin papeles”, en España superan los 150.000 y en Suiza se estima que son entre 150.000 y 300.000.

 

A menudo los migrantes caen en manos de las redes de traficantes que incluyen a prestamistas inescrupulosos, falsificadores de documentos, coyoteros, etc. con vinculaciones con el poder económico, político y frecuentemente con las autoridades. En Europa, en 1993, se calculaba que entre un 15 y un 30% de los inmigrantes indocumentados habían utilizado los servicios de traficantes y en el caso de los solicitantes de asilo, la proporción era todavía mayor: entre un 20 y un 40%.

 

Cientos de personas pierden la vida en su empeño por buscar días mejores. Según la Relatora especial sobre trabajadores migrantes de la Comisión de Derechos Humanos (CDH) de Naciones Unidas, la costarricense Gabriel Rodríguez, en el año 2001 murieron 80 personas en el golfo de Adén y 365 personas de una embarcación sobrecargada que se hundió cerca de las costas de Indonesia. A ellos habría que agregar los latinoamericanos que se ahogaron en el Rio Bravo en la frontera mexicana- estadounidense y los africanos que corrieron la misma suerte tratando de alcanzar las costas españolas.

 

Muchos Estados criminalizan a las víctimas del tráfico y dejan en la impunidad a las redes mafiosas. Estados Unidos, con la colaboración de varios gobiernos latinoamericanos y caribeños, ha formado una barrera de contención para interceptar, detener y expulsar a los “sin papeles“, barrera que abarca México y los países centroamericanos. En forma permanente el FBI, el Servicio de Inmigración y Naturalización y la Armada estadounidense realizan operativos por mar y tierra con este propósito. En el año 2000, interceptaron a 1 millón 500 mil personas que se dirigían a Estados Unidos. La situación de varios emigrantes detenidos en cárceles mexicanas es dramática pues son juzgados y sentenciados, bajo nombres y nacionalidades distintos de los suyos, lo que impide su ubicación por parte de sus familiares.

 

Capítulo aparte merecen las mujeres y las nifias. La Relatora Gabriela Rodríguez, en un informe presentado a la CDH, se muestra especialmente preocupada por las empleadas domésticas que se convierten en esclavas de sus empleadores y por “las mujeres que son esclavizadas en la industria del sexo en numerosos países desarrollados y que son además penalizadas cuando son encontradas en situación de irregularidad a pesar de los vejámenes sufridos por las mafias internacionales”. Un número elevado de esas mujeres son menores de edad.

 

Emigración y mundialización

 

¿Cuáles son las causas que obligan a emigrar? La relatora especial sobre trabajadores migrantes identifica cinco elementos que causan la migración en el mundo: la exclusión social y económica, los efectos de la guerra generalizada, los desastres naturales y la atracción y demanda de trabajadores que ejercen los países de acogida. La OIT considera que en la década de los 90 la emigración involucró a 120 millones de personas, de las cuales 17 millones huían de la persecución de sus países, 20 millones escapaban de la violencia, las sequias o la destrucción ecológica y 63 millones se desplazaban a causa de las crisis económicas y para buscar una vida mejor.

 

Otros analistas van más allá enmarcando el fenómeno de las emigraciones -que no es nuevo— en el contexto de la mundialización y más precisamente en las relaciones desiguales entre el Norte y el Sur. Saskia Sassen, sociólogo de la Universidad de Chicago, señala entre los actores principales de las emigraciones, pero raramente identificados como tales, a los siguientes:

 

- Algunas sociedades transnacionales, que, dado su rol en la internacionalización de la producción, suplantan a los pequefios productores locales, lo que limita las perspectivas de supervivencia de estos últimos en la economía tradicional y crea así una mano de obra móvil. Es más, la instalación de polos de producción dirigidos hacia el extranjero contribuye al establecimiento de lazos entre países que demandan capitales y países exportadores de capitales.

 

- Los gobiernos que, por las acciones militares que desatan, provocan los desplazamientos de poblaciones y flujos de refugiados y emigrantes.

 

- Las medidas de austeridad impuestas por el Fondo Monetario Internacional que obligan a los pobres a considerar a la emigración (local o internacional) como estrategia de sobrevivencia.

 

- Y finalmente los acuerdos de libre comercio que incrementan los flujos de capitales, servicios e informaciones transfronterizas, incluyendo la circulación transfronteriza de trabajadores especializados. (“Les migrations ne surgissent pas du néant”, Maniére de Voir 62, Le Monde Diplomatique, marzo—abril 2002).

 

De este analisis se desprende que los países ricos tienen mucho que ver con la aceleración de los flujos migratorios que “amenazan sus fronteras”, pero hasta ahora no hemos escuchado que reconozcan que éstos tengan algo que ver con los planes de ajuste, con la acción de sus transnacionales que surperexplotan la fuerza de trabajo del Sur y depredan los recursos naturales, con sus exportadores de armas que atizan y alimentan los conflictos y con sus prestamistas que desangran a los países pobres.

 

Las potencias del mundo occidental no solo imponen las reglas del juego en el proceso de mundialización neoliberal sino que también lo hacen con relación a la emigración.

 

En primer lugar, como se ha señalado en forma reiterada, exigen libertad total para la circulación de capitales y mercancías pero imponen cada vez más regulaciones, controles y restricciones para la fuerza de trabajo. En segundo lugar, imponen políticas migratorias pragmáticas que tienden a mirar al trabajador como factor de la producción y no como seres humanos con derechos.

 

Y en tercer lugar, algunos países ricos han establecido políticas migratorias abiertamente discriminatorias y oportunistas: de los países del Sur solo admiten a quienes tienen un alto nivel educativo o fuertes sumas de dinero, en tanto que tienden a rechazar a los pobres, a los trabajadores no calificados de bajos ingresos, a los refugiados y familias dependientes.

 

Publicado en América Latina en Movimiento # 352  (ALAI), p. 30, 30-04-2002, Quito

 

https://www.alainet.org/fr/node/105927
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