Foro Social Mundial 2002

La construcción de una izquierda alternativa, el papel de la Democracia Participativa

02/02/2002
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La Democracia Participativa puede ser, es, un camino decisivo en el fortalecimiento de la sociedad civil de los de abajo. Una participación ciudadana capaz de influir en las decisiones de poder puede regenerar la vida política y hacer de la democracia ahora legal y formalista un instrumento vivo de la lucha popular por el cambio social y político. Pero, la Democracia Participativa, puede ser también el revulsivo necesario que necesitan los partidos políticos de izquierdas para su propia transformación. Una transformación que debe recorrer los ámbitos de las ideas, de la acción política y de la moral, modificando no sólo la visión de la sociedad futura sino también las concepciones estratégicas etapistas e institucionalistas que necesitan ser superadas y llenadas de procesos sociales y de luchas, superando dos tentaciones igualmente arriesgadas: una de ellas es la del quietismo que se atrinchera en la retórica y el revolucionarismo de lenguaje, y la otra que consiste en escapar en dirección a la derecha en busca de un lugar más seguro. La estrategia de la Democracia Participativa, este paradigma que tiene en Porto Alegre un referente necesario, está comenzando a jugar en la izquierda salvadoreña, en el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, una función regeneradora de su déficit de acción social, del mismo modo que constituye un aporte decisivo en la recuperación de una identidad libertaria lesionada por divisiones internas y por la dificultad de situarse en un escenario de lucha política en condiciones adversas. Es de esto que quiero hablarles, pasando por encima de detalles que tienen que ver con experiencias muy concretas, en todo caso aún en proceso de formación. La crisis La derrota electoral del Frente Sandinista en febrero de 1990 tuvo una notable influencia en las creencias y en la psicología de la izquierda centroamericana. Perder no estaba en la agenda de las fuerzas revolucionarias de la región; pensar en ello era una herejía. Pero ocurrió. Y si hasta ese momento se discutía cómo hacer la revolución, a partir de entonces las reflexiones públicas y privadas de líderes e intelectuales de la izquierda giraron en torno a la posibilidad misma de la revolución en un escenario dominado por el peso brutal de Estados Unidos. Las certezas anteriores fueron sustituidas por enormes dudas que en algunos casos iniciaron una revisión destructiva del propio pasado colectivo. Joaquín Villalobos en El Salvador intentó resolver el problema pendiente de la revolución mediante la fórmula de decretar los Acuerdos de Paz firmados el 16 de enero de 1992, como la cristalización del programa histórico del FMLN. Su tesis no tenía ningún rigor pero tenía la ventaja de hacer creer que la misión había sido cumplida. En realidad, lo que se ocultaba detrás de este planteamiento era una dejación del proyecto popular en favor de la búsqueda patética de un lugar a la sombra del sistema, pasando a ser la mano izquierda de la derecha bajo el aplauso de las fuerzas económicas y políticas más poderosas del país, para lo cual creó el Partido Demócrata, tras descomponer material y moralmente al ERP, la fuerza que había liderado durante la guerra. No hay mejor triunfo para la derecha que fabricar su propia oposición; una oposición que no sea una amenaza de ruptura con el sistema. Pero este movimiento tránsfuga de Villalobos no conviene personalizar en exceso. Lo cierto es que lo sucedido en Nicaragua, poco tiempo después del desplome de los regímenes del Este de Europa y en particular de la URSS, puso a prueba a toda la izquierda de la región, construida con verdades sencillas y líneas de pensamiento armoniosas. La convicción de que la historia avanza inevitablemente en el buen sentido; la seguridad de que los hechos acabarán por darnos la razón; la fe en el triunfo final que le otorgaba a esa izquierda un mundo seguro, entró en crisis. Y lo hizo a pesar de que durante mucho tiempo la puesta en cuestión de esta filosofía de la historia había sido considerada como un preocupante signo de debilidad. La crisis fue el escenario favorable para que surgieran con fuerza opciones de orientación socialdemócrata- llamadas también de centro-izquierda por algunos dirigentes centroamerericanos-, bajo la premisa de que el realismo debía dejar a un lado los discursos ideológicos finalistas; premisa de la que se derivaba un cambio radical respecto del imperialismo norteamericano. De repente, el mayor enemigo histórico de la región debía ser tratado como un deseable aliado. Pero esta socialdemocracia, no es aquella que en el tiempo de la guerra, alejada de la vieja socialdemocracia europea, supo reconocer el carácter explotador del sistema capitalista y fue leal a una alianza prolongada con las fuerzas guerrilleras. Ahora se trata de una corriente que busca vínculos fuertes con la llamada Tercera Vïa, esto es con una socialdemocracia funcional al neoliberalismo. El deseo de adaptación a la realidad neoliberal, empujó a un sector de la izquierda centroamericana a tomar como suya la posición del mexicano Jorge G. Castañeda en el sentido de que moldear el modelo económico y social existente, con ser un objetivo menos atractivo que la lucha por el socialismo, tiene la fuerza y el atractivo electoral de la viabilidad. Como condición, esta izquierda se propuso hacerse creíble renunciando a su propio pasado y, en el caso de El Salvador, reiterando públicamente un anticomunismo que tenía como blanco de sus ataques a miles de hombres y mujeres que habían peleado la misma guerra y habían firmado la misma paz. Este proceso particular dado en la izquierda salvadoreña, tan sólo pone de relieve un fenómeno general: Asistimos a un prolongado proceso de desnaturalización de buena parte de la izquierda que tiene una doble manifestación: como fuerza de oposición al capitalismo y como movimiento ideológico conformador de cultura y referencias. Efectivamente, a finales de 1994, irrumpieron con fuerza en el interior del FMLN –más exactamente en las FPL- las posiciones electoralistas, mediante un documento llamado de Renovación que explicaba las excelencias de constituirse en un partido de centro-izquierda. En él había reflexiones que, sinceramente, ponían a prueba una construcción ideológica rígida hasta entonces predominante en las fuerzas guerrilleras. Un hilo conductor de esa construcción era demasiado débil y los autores del documento lo sabían: Una ideología que vive de predecir el triunfo final depende del éxito de sus predicciones. Los críticos tiraron de ese hilo para proponer una nueva política de contenido reformista, desconsiderando que la razón de ser de la izquierda descansa en el hecho de que es la esperanza para contribuir al logro de una sociedad distinta, a la que seguimos nombrando como socialista. Ciertamente la arquitectura ideológica hasta entonces predominante en las fuerzas guerrilleras contenía elementos dogmáticos, deterministas y hasta sectarios, y además una visión de la realidad social basada en una concepción de la lucha de clases demasiado simple. Pero la reconstrucción del proyecto político a partir de una reflexión autónoma y de los datos más que de ideas preconcebidas; y la reconstrucción asimismo de un conjunto de ideas-fuerza y de valores subjetivos, no tenían por qué conducir al partido al abandono de principios revolucionarios y al empobrecimiento de su horizonte. La solución no estaba en echarnos en brazos del oportunismo, haciendo un canto repentino a los valores liberales individualistas, al libre mercado y a un proyecto socialdemócrata que, además, en este caso se presentaba en su versión más amable con el capitalismo. El debate político se saldó inicialmente en favor de las posiciones socialistas. Pero ese desenlace en el interior del partido no resolvía el problema, dado que la realidad externa inducida por los vientos neoliberales continuaba fracturando el tejido social, desmovilizando a los movimientos y sindicatos, empeorando las expectativas populares respecto de asuntos cercanos como el empleo y de otros lejanos como el cambio de sociedad. Dicho de otra manera, la corriente revolucionaria luchaba en cancha contraria y a los socialdemócratas se les abrirían pronto nuevas oportunidades. La oportunidad les llegó a finales de 1997 cuando la tendencia socialdemócrata obtuvo la secretaría general del partido y tituló su eventual victoria como "Cambio hacia la libertad" haciendo una doble alusión al país y al propio partido. Su éxito momentáneo tuvo que ver con la ilusión de ganar la presidencia de la República mediante la oferta a la sociedad de un programa tan pragmático que no se diferenciaba apenas del de la derecha. Ello fue posible, asimismo, porque el FMLN había carecido hasta entonces de una conciencia anticipatoria de los problemas derivados de la fuerza del sistema parlamentario y de la lógica electoral en lo que tienen de fuerza fagocitadora que empuja a la izquierda a centrarse en lo institucional, dejando en un plano secundario o abandonando el impulso del movimiento popular y descuidando la construcción de su propia identidad. La desnaturalización es un riesgo permanente de la izquierda en su quehacer parlamentario, cuando se da el hecho de una frágil inserción social. Lo electoral como elemento divisor al interior del partido, al incentivar la pugna, a veces muy agresiva, por obtener cuotas institucionales, se puso de manifiesto en aquel final de 1997 que fue el punto más bajo de la corriente revolucionariPó4
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