Competición o cooperación?
06/07/2004
- Opinión
Hay
un hecho
que hace pensar: la creciente violencia en todos
los
ámbitos del mundo y de la sociedad. Pero hay otro
que es
perturbador: la exaltación abierta de la
violencia, sin
respetar siquiera el universo del
entretenimiento
infantil.
Llegamos a un punto culminante con la
construcción del
principio de autodestrucción. ¿Por qué llegamos
a esto?
Seguramente son múltiples las causalidades
estructurales y
no podemos ser simplistas en este campo. Mas hay
una
estructura, erigida en principio, que explica en
gran
parte la atmósfera general de violencia: la
competitividad
o la competencia sin límites.
La competitividad robustece primariamente el
campo de la
economía capitalista de mercado. Se presenta como
el motor
secreto de todo el sistema de producción y
consumo. Quien
es más apto (fuerte) en la competencia en cuanto
a los
precios, las facilidades de pago, la variedad y
la calidad,
vence. En la competitividad opera implacable el
darwinismo
social: selecciona a los más fuertes. Estos, se
dice,
merecen sobrevivir, pues dinamizan la economía.
Los más
débiles son peso muerto, por eso son incorporados
o
eliminados. Esa es la lógica feroz.
La competitividad invadió prácticamente todos los
espacios:
las naciones, las regiones, las escuelas, los
deportes, las
iglesias y las familias. Para ser eficaz, la
competitividad debe ser agresiva. ¿Quién logra
atraer más
y dar más ventajas? No es de admirarse que todo
pase a
ser oportunidad de ganancia y se transforme en
mercancía,
desde los electrodomésticos hasta la religión.
Los
espacios personales y sociales, que tienen valor
pero que
no tienen precio, como la gratitud, la
cooperación, la
amistad, el amor, la compasión y la devoción, se
encuentran
cada vez más arrinconados. Sin embargo, estos
son los
lugares donde respiramos humanamente, lejos del
juego de
los intereses. Su debilitamiento nos hace
anémicos y nos
deshumaniza.
En la medida en que prevalece sobre otros
valores, la
competitividad provoca cada vez más tensiones,
conflictos y
violencias. Nadie acepta perder ni ser devorado
por otro.
Lucha defendiéndose y atacando. Ocurre que luego
del
derrocamiento del socialismo real, con la
homogeneización
del espacio económico de cuño capitalista,
acompañada por
la cultura política neoliberal, privatista e
individualista, los dinamismos de la competencia
fueron
llevados el extremo. En consecuencia, los
conflictos
recrudecieron y la voluntad de hacer la guerra no
fue
refrenada. La potencia hegemónica, los EE.UU.,
es campeón
en la competitividad; emplea todos los medios,
incluyendo
las armas, para siempre triunfar sobre los demás.
¿Cómo romper esta lógica férrea? Rescatando y
dando
centralidad a aquello que otrora nos hizo dar el
salto de
la animalidad a la humanidad. Lo que nos hizo
dejar atrás
la animalidad fue el principio de cooperación y
de cuidado.
Nuestros ancestros antropoides salían en busca de
alimento.
En lugar de que cada cual coma solito como los
animales,
traían al grupo y repartían solidariamente entre
sí. De
ahí nació la cooperación, la sociabilidad y el
lenguaje.
Por este gesto inauguramos la especie humana.
Ante los más
débiles, en lugar de entregarlos a la selección
natural,
inventamos el cuidado y la compasión para
mantenerlos vivos
entre nosotros.
Hoy como otrora, son los valores ligados a la
cooperación,
al cuidado y a la compasión que limitarán la
voracidad de
la competencia, desarmarán los mecanismos del
odio y darán
rostro humano y civilizado a la fase planetaria
de la
humanidad. Importa comenzar ya ahora para que no
sea
demasiado tarde.
https://www.alainet.org/fr/node/110215
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