Soldados de buena fortuna

19/04/2005
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La “hermandad de los extremadamente bien pagados” está formada por mercenarios que trabajan para corporaciones privadas, repartidas en alrededor de 50 países. Las empresas ofrecen seguridad a firmas multinacionales petroleras y mineras, entrenamiento a soldados y policías locales, protección personal, distribución de correo y alimentos. En la mañana del 21 de abril de 1918, Manfred von Richthofen, as de la aviación alemana conocido como “el Barón Rojo”, cae abatido en Vaux-sur-Somme (Francia). El aristócrata prusiano ha derribado 80 aeroplanos, el récord más alto de la Primera Guerra Mundial. Admirado por camaradas, adversarios e historiadores, se le considera un “caballero del aire”. Al morir, le falta un mes para cumplir 26 años. Cuando el avión de Von Richthofen se precipita, un compatriota avanza cuerpo a tierra en suelo francés, en la primera línea de fuego. Se trata del teniente Ernst Jünger, de sólo 23 años, jefe de un grupo de choque. En su mochila, lleva libros de Nietzche y Schopenhauer. El joven oficial bate otro récord: resulta herido 14 veces. Por su valor, es condecorado con la Cruz de Hierro y la Orden al Mérito, la más alta distinción del ejército alemán, creada por el emperador Federico II. Jünger también participará en la Segunda Guerra Mundial y morirá apaciblemente en 1998, a los 102 años de edad, dejando una gran obra literaria. En Tempestades de acero, el “filósofo guerrero” relata: “La guerra nos había arrebatado como una borrachera. Habíamos partido hacía el frente bajo una lluvia de flores, en una embriagada atmósfera de rosas y sangre. Ella, la guerra, era la que había de aportarnos aquello, las cosas grandes, viriles, espléndidas. La guerra nos parecía un lance viril, un alegre concurso de tiro celebrado sobre floridas praderas y la sangre era rocío”. Antes de enrolarse, a los 18 años, Jünger se había fugado de la casa paterna para incorporarse a la Legión Extranjera Francesa. El futuro escritor permaneció poco tiempo en un cuartel de Sidi Bel Abbès (Argelia) y, a pedido de su padre, regresó a Alemania para continuar sus estudios. Su novela Juegos africanos es resultado de esa experiencia. Algunos intelectuales de renombre pasaron por la Legión en algún momento de sus vidas. Entre ellos se cuentan el dramaturgo francés Jean Genet, creador del “teatro del absurdo”, y el escritor de origen húngaro Arthur Koestler, autor de Cero y el infinito. También el abogado y periodista estadunidense Joseph Pulitzer, cuyo nombre identifica al premio anual que se otorga a profesionales destacados, fue en su juventud un “soldado de fortuna”. Todos ellos quizá sintieron en algún momento de sus vidas lo mismo que Corneliu Codreanu, creador de la Guardia de Hierro rumana, quien escribió: “Aquí he aprendido a amar las trincheras y a despreciar los salones”. Pero los tiempos cambian. La Legión Extranjera fue perdiendo aquel halo de romántica aventura y se transformó en una rama profesional del ejército francés, con altos niveles de exigencia. Hoy, los legionarios participan fundamentalmente como cascos azules en las misiones de paz de la Organización de Naciones Unidas. Sin embargo, aún existen “soldados de fortuna” repartidos en varios países del mundo. No los guían ni el heroísmo ni la búsqueda de gloria, sino los altos salarios en dólares. Sus jefes no se parecen al barón Manfred von Richthofen ni a Ernst Jünger; son gerentes y ejecutivos que se benefician de una nueva modalidad: la “privatización” de la guerra, sobre todo si es una guerra sucia. Extremadamente bien pagados Barry Landoex, productor del programa 60 Minutos, de la CBS, los llama “la hermandad de los extremadamente bien pagados”. Son mercenarios que trabajan para empresas de seguridad privada y están en alrededor de 50 países, fundamentalmente en los Balcanes, Medio Oriente, Africa Central y el Sudeste asiático. Estas compañías, dirigidas por altos oficiales retirados del ejército, también tienen contratos con Colombia y Guatemala. Las firmas privadas estadounidenses, británicas e israelíes ofrecen una amplia gama de servicios: seguridad a corporaciones multinacionales petroleras y mineras, entrenamiento a soldados y policías locales, tareas logísticas, protección personal, distribución de correo y alimentos. “En los últimos años, han operado mercenarios en Liberia, Pakistán, Ruanda y Bosnia. Protegen al presidente de Afganistán, Hamid Karzai, construyeron el centro de detención en Guantánamo (Cuba) para supuestos miembros de Al Qaeda y son una pieza clave de la guerra contra la droga en Latinoamérica”, escribió Barry Yeoman en la edición mayo-junio de 2003 de la revista Mother Jones. La “privatización” de la guerra ofrece una considerable ventaja al gobierno de Estados Unidos: cuando las víctimas -y han sido varias- pertenecen las compañías contratistas no se incluyen en el recuento militar oficial. Soluciones globales Según The New York Times, Gran Bretaña posee el mayor número de organizaciones mercenarias que operan contratos valuados en más de 150 millones de dólares. Pero sin duda Estados Unidos cuenta con la más importante de estas empresas: Blackwater Corp. “Tenemos una presencia global y ofrecemos entrenamiento y soluciones tácticas para el siglo 21... Entre nuestros clientes figuran agencias policiales federales, el Departamento de Defensa, el Departamento de Estado, el Departamento de Transporte, entidades locales y federales de todo el país, corporaciones multinacionales y países amigos de todo el mundo”, dice la página web de la empresa. Blackwater, fundada en 1997, creció gracias a contratos del Pentágono. Tiene su sede en Carolina del Norte y posee oficinas en McLean (Virginia), cerca del cuartel general de la CIA. En el 2002 la compañía obtuvo un contrato de cinco años con la marina por más de 35 millones de dólares para capacitar personal en tareas de “protección, seguridad para abordar buques, técnicas de búsqueda y encautamiento, y misiones de vigilancia”. Otra compañía privada es Military Professional Resources Inc (MPRI), con sede en Virginia. Su publicidad asegura que puede movilizar 12 mil 500 ex combatientes. Sus elementos entrenan soldados en Kuwait y Sudáfrica. Al frente de MPRI está el general retirado Carl Vuono, ex jefe del estado mayor del ejército durante la invasión a Panamá y la guerra del Golfo Pérsico. La firma Global Risk tenía a mil cien hombres en Iraq. Ocupaba el sexto lugar entre las potencias de la coalición invasora, ubicada entre Italia y España. Un negocio millonario Doce años atrás, la proporción en cualquier lugar del mundo entre “contratistas” y soldados era de uno a cien. Actualmente, se estima que sólo en Irak podría haber un “contratista” por cada seis o diez soldados. Para mejorar su imagen pública, una docena de corporaciones militares privadas unieron fuerzas en la llamada Asociación Internacional para las Operaciones de Paz. Su director, Doug Brooks, asegura no se trata de despistar ni de “lavar la cara” a las polémicas empresas. “La paz y la estabilidad son siempre más rentables que las guerras”, afirma Brooks. “Pero las guerras existen, y nosotros salimos al encuentro de unas necesidades que están ahí”. Peter Singer, analista del centro de estudios Brookings Institution y autor del libro Corporate Warriors afirma que estas compañías generan en todo el mundo negocios por cien mil millones de dólares. Hoy, una tercera parte de las funciones del Ejército de Estados Unidos está en manos privadas, incluyendo el manejo y mantenimiento del avión presidencial Air Force One. Se cree que el gobierno de George W. Bush aspira a repartir el pastel bélico entre “contratistas”, hasta dejar la proporción en mitad y mitad. En la modalidad de las guerras actuales, ni el barón Manfred Von Richthofen ni el “filósofo guerrero” Ernst Jünger tendrían lugar en las filas de ningún ejército. El patriotismo, la caballerosidad y la elegancia fueron sustituidas por el marketing, los subcontratos y la terciarización. * Roberto Bardini (Bambú Press)
https://www.alainet.org/fr/node/111798?language=en
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