Súmate: el grado cero de la política
13/12/2005
- Opinión
La política hace ya mucho que entró en picada. Su bancarrota proviene de un coctel mortífero de degradaciones, implosiones y saturaciones de todo género. Esta degeneración de la política salpica por todos lados y embadurna al propio Estado y sus consagradas instituciones. Llevamos un buen rato navegando en las aguas de una “antipolítica” que se expresa por estos lares como frivolización del espacio público (reinas de belleza y afamados cantantes que toman el relevo de los viejos liderazgos), como negación de la partidocracia corrupta que aviva de vez en cuando la esperanza de una democracia decente, como discurso gerencial de entusiastas licenciados que están descubriendo la “gestión” como climax de la función pública.
Es en ese ambiente de vacío y descomposición del mundo político que han prosperado en los últimos años en América Latina las modalidades de ONGnización del espacio público. Un proceso de desplazamiento progresivo de los anacrónicos aparatos de partido por fórmulas aclimatadas de auto-ayuda que pueden mercadearse eficazmente en nombre de la “sociedad civil” y variadas babosadas de este tenor que sintonizan bien con la mentalidad promedio de las clases medias urbanas de la región.
La video-política es justamente una de las variantes de estos complejos procesos de desplazamientos de la idea de “representación” y “participación” que tan caras fueron en los buenos tiempos de la modernidad política. La clave de este discurso político encubierto es justamente aparecer como “sentido común”, transitar por los diversos públicos como si fuera una mercancía inofensiva, disfrazarse de “bien común” en nombre de unas cuantas pamplinas ideológicas que resuenan a “valores universales”.
Desde luego, estas jugadas pueden resultar relativamente exitosas en contextos socio-políticos en los que no está en juego nada fundamental, es decir, en aquellos países en donde los rituales electorales van y vienen sin pena ni gloria. Pero en coyunturas calientes en donde están en juego tramas de poder fundamentales—Venezuela es un buen ejemplo—entonces la candidez de la “sociedad civil” se descubre rápidamente como coartada de intereses político-económicos precisos, como mascarada de sectores sociales encubiertos, como plataforma ideológica que ya no puede disimular a quién sirve. El truco se revela en su descarnada desnudez: se trata de hacer política en el sentido más elemental del término jugando con el discurso de la neutralidad técnica.
Esta estrategia tiene un doble componente: se apoya objetivamente en un cuadro de descomposición de la vieja partidocracia (probablemente una de las más corruptas de Latinoamérica), por un lado, y se nutre también de una voluntad concertada de distintas fracciones de la derecha política que no encuentra mecanismos idóneos para la defensa de sus intereses en el viejo sistema de partidos, por el otro.
El fenómeno SÚMATE es emblemático de la clausura de de un espacio público concebido como cultura democrática, como zona de mediación de los conflictos consustanciales a la sociedad misma, como lugar de constitución de una nueva ciudadanía, como autonomía de los actores sociales frente al Estado, como nuevo “contrato social” apalancado por una fuerza emancipatoria. En su lugar, la Mcdonalización de la sociedad imprime su sello de esterilización de la sensibilidad en todas las esferas. No es casual que vivamos tiempos de “auto-ayuda” en todos los campos del desempeño humano. El vaciamiento massmediático de la política es una expresión de este proceso cultural de banalización de la vida pública. El subterfugio de intercambiar “gerente” por “político” corresponde a la misma trama.
Nadie (salvo sus dolientes más íntimos) tiene ganas de cargar con el enorme peso de una partidocracia embarrada de todas las lacras que pululan en la charca de la “democracia representativa”. Es mucho más simpático colocarse a prudente distancia de estos desolados escenarios y enarbolar banderas “universales”: “democracia”, “libertad”, “derechos ciudadanos”, “transparencia”, “legitimidad”. Todo ellos radicalmente vacíos pero por eso mismo muy graciosos para animar el tinglado massmediático.
La politología optimista que aboga por un retorno de la política, es decir, por una recomposición del espacio público en calve de protagonismo y reapropiación de la acción, tiene que lidiar por algún tiempo con esta variante de la “antipolítica” que está instalada en el mismo imaginario del “Reality Show”, de la exacerbación del consumo, del imperio de la subcultura massmediática y la trivialización radical de la subjetividad.
En Venezuela existe un amplísimo espectro de modalidades de acción política (más allá de los formatos tradicionales de los partidos) vinculados a orientaciones ideológicas diversas. La fórmula SÚMATE es un claro dispositivo de la derecha política que tiene su límite en la borrosa franja de la manipulación. Por ello mismo es una experiencia efímera que terminará sincerándose en formas típicas del activismo político o derivará en agencia de mercadeo político para asesorar a las fracciones y grupos a los que siempre les ha servido.
Lo importante para un pensamiento de nuevo tipo es saber que “la política está en otro lado” y que para rehacer estos espacio la primera regla es librarse de de cualquier estratagema que pretenda escurrirse de lo que la política es: el arte de vivir juntos en la diferencia.
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